Cartagena Festival de Música: entre el mar y los sonidos españoles

Laura Galindo M.
La música de la península ibérica será la protagonista de esta nueva edición del Cartagena Festival de Música, que este año cumple 19 años de existencia. Conozca más detalles.
UN CANTO AL MAR
Cuando José Barros, el compositor colombiano, era niño, solía ir a nadar en el río Cesar con sus amigos. En las tardes, veía llegar una canoa de diez metros de largo por tres de ancho, impulsada por ocho bogas. La embarcación se llamaba Isabel Helena y era de Guillermo Cubillos, un comerciante nacido en Chía, que se había casado en Chimichagua y se había radicado en ese municipio cesarense. Tenía para entonces dos hijas y la menor se llamaba así, Isabel Helena.
Cubillos viajaba siempre entre El Banco y La Dorada llevando diferentes mercancías, por lo general alimentos, y cuando Barros y sus amigos veían aparecer la canoa, se subían a coger plátanos y yucas. Regresaban chapoteando y se tiraban a descansar en la arena, mientras la embarcación llegaba al puerto. De ahí nació La piragua.
El agua siempre ha sido un hilo conductor en la música. Hablar de piraguas, de la subienda del bocachico, de los pescadores, del mar o del río Magdalena es una constante inspiración de quienes han crecido en puertos, islas y penínsulas. En nuestra música, los ejemplos abundan: El Mohán, de Martina Camargo; El canalete, de Jorge Villamil; Canta tus penas al río, de César Botero; Una canción en el Magdalena, de Ale Kumá, o Currulao corona, de Gualajo y Hugo Candelario.
Sin embargo, la devoción por el agua es un asunto universal: La tempestad, de Beethoven; Sea pictures, de Elgar; El Moldava, de Smetana; Los juegos del agua, de Ravel; Las Hébridas, de Mendelssohn; El Danubio azul, de Strauss; La música del agua, de Händel, entre muchas otras. Por eso, el Cartagena Festival de Música, que desde 2023 es patrimonio cultural de la nación, dedicará en el 2025 su edición número 19 a la música y la construcción de la identidad nacional de la península ibérica.
Esta edición tendrá como título el “Canto del mar” y estará dedicada al nacionalismo español, repartido en dos momentos: un primer momento al que pertenecen Isaac Albéniz y Enrique Granados, y un segundo momento en el que estarán incluidos Manuel de Falla y Joaquín Turina.
Como es usual, dentro de la programación de compositores —principalmente europeos—, el Cartagena Festival de Música tendrá dos encuentros alrededor de obras de autores colombianos: uno dedicado a los cuartetos del vallecaucano Luis Carlos Figueroa, y otro que explora piezas para piano y voz de Antonio María Valencia y Jaime León Ferro.
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ALBÉNIZ, EL ROCKSTAR IBÉRICO
Isaac Albéniz fue un niño prodigio, pero de ninguna manera uno obediente e introvertido, como suele mitificarse a los grandes talentos. Nació en un municipio de Cataluña, en 1860, y debutó como pianista a los cuatro años. Quizá fue en ese mismo primer concierto cuando descubrió su pasión por el público, fuerza que marcaría y determinaría su carrera. A los nueve años de edad, sin un destino preciso en mente, se escapó de su casa y tomó un tren. En el asiento de al lado viajaba el administrador del casino de El Escorial, quien, sorprendido por tener como compañero de silla a un niño tan pequeño, entabló conversación con él. Al enterarse de que viajaba solo, era pianista, componía su propia música y estaba buscando para quién tocarla, le ofreció el casino para que se presentara esa noche allí. El niño fue un éxito. Celebrado por todos, se despidió entre aplausos, y a la mañana siguiente estaba sentado de nuevo en el tren, con la promesa de regresar a su casa.

El empresario quedó en paz consigo mismo y, cuenta la historia, nunca se enteró de que el niño se bajó dos estaciones más tarde, tomó el tren en dirección contraria y terminó tocando en un barco que se dirigía a Puerto Rico. Rebeldías de esa misma índole lo llevaron a Buenos Aires, Nueva York, Cuba y San Francisco. A los trece años regresó a Europa y comenzó estudios musicales en Leipzig, que luego continuó en Bruselas, gracias a una beca del gobierno español. Como era de suponerse, la academia y sus reglas no eran del agrado de Albéniz y terminó abandonando el conservatorio.
En 1878 conoció a otro gran rebelde de la música, Franz Liszt, lo más cercano que tuvo el romanticismo a una estrella de rock. La química entre ambos fue inmediata y Liszt lo tomó como su pupilo. Fue con él con quien terminó sus estudios formales y se consagró como pianista y compositor. Quince años más tarde, cuando ya estaba viejo para los estándares de la época —la gente se moría antes de los cincuenta—, se retiró de los escenarios y se fue a vivir a París con la idea de pasar sus últimos días tranquilo. Allí compuso el ciclo de piezas que lo inmortalizaron: cuatro cuadernos profundos y de compleja ejecución a los que llamó Suite Iberia. Cada pieza es la evocación de una región de España, bañada por …sus ríos y su mar. Evocación, El puerto, Corpus en Sevilla, Róndela, Almería, Triana, El Albacín, El Polo, Lavapiés, Málaga, Jerez y Eritaña.
MANUEL DE FALLA: ANTE LA MALA SUERTE, PERSEVERANCIA
Si Isaac Albéniz fue un rebelde con suerte, Manuel de Falla fue todo lo contrario. No por la rebeldía, sino por lo segundo. Como todos los jóvenes de su época, soñaba con migrar a París, tal como en la década de los noventa los colombianos fantaseaban con el sueño americano.
La oportunidad se le presentó en 1904, con un concurso madrileño que premiaba la mejor ópera u obra sinfónica inédita. El pago de los derechos de autor por cada montaje que hicieran los teatros le garantizaba una cifra suficiente para viajar y cumplir su sueño.

Escribió, entonces, su opereta La vida breve y ganó, pero el premio resultó una estafa. La organización no tenía ningún teatro pactado para presentarla. Así que, en medio de la rabia y la frustración, se unió como pianista a una compañía de mimos y se fue a París por sus propios medios. Allí, conoció a Albéniz, que trabajaba en la Suite Iberia.
Al volver a España, una gitana le encargó una pieza que mezclara canto y baile. Como respuesta, Manuel de Falla compuso El amor brujo, una gitanería de dos actos que cuenta la historia de una mujer que logra, por medio de hechizos, enamorar a un hombre que no le corresponde. La obra se estrenó en el teatro Lara de Madrid y no le gustó a nadie.
De Falla tomó El amor brujo e intentó rescatarlo por fragmentos, usando ideas musicales aisladas en nuevas piezas. En 1924, mezclando su experiencia en la compañía de mimos durante su viaje fallido a París y algunos bocetos rescatados, escribió un nuevo Amor brujo, conformado por trece números; el séptimo es la Danza ritual del fuego, hasta hoy, su pieza más famosa.
EL CARTAGENA FESTIVAL DE MÚSICA 2025
El “Canto del mar” será del 4 al 12 de enero, en Cartagena, y su programación de conciertos, de sala y al aire libre, tiene como propósito afirmar la producción musical española, que durante mucho tiempo estuvo principalmente vinculada a las luchas independentistas y al deseo de construir una identidad. Así como Colombia quiso hacer lo propio durante la ocupación española, España también quiso construir un nacionalismo que se viera representado en la política, la literatura y la música. Tal parece que la dominación y la sed de independencia son historias sistemáticas.
En ese proceso, los españoles quisieron recuperar sus raíces folclóricas creando nuevos lenguajes, reivindicando sus influencias orientales y retomando la guitarra como instrumento protagónico, características que se ven reflejadas en obras como Goyescas, La danza del molinero, Suite Iberia, La vida breve, Romanza para cuarteto de cuerdas y L’espagnolade, que estarán presentes en el Cartagena Festival de Música 2025. Además, se presentará la cantaora flamenca Marina Heredia, una de las más importantes del género andaluz.