Ocho experiencias inolvidables para hacer en Cartagena

La capital de Bolívar, Cartagena, es una ciudad vibrante con muchos planes para hacer. Diners le propone ocho actividades imperdibles que debería hacer en su próxima visita, desde ir al mejor bar del mundo, perderse en una de sus islas cercanas o hacer un tour siguiendo las huellas del escritor Gabriel García Márquez.
 
Ocho experiencias inolvidables para hacer en Cartagena
Foto: Cartagena 2024 / Cartagena
POR: 
Sandra Martínez

La primera vez que fui a Cartagena tenía ocho años. Lo recuerdo vívidamente porque fui con mis padres y mis dos hermanas mayores en una aventura que jamás hemos osado repetir: viajar en flota desde Bogotá; 1.130 kilómetros de distancia, 18 horas eternas de trayecto. Yo, sin duda, me divertí mucho, admirando por la ventana los paisajes de los pueblos por los que íbamos pasando y hablando con los demás pasajeros. Recuerdo como algo mágico ver por primera vez el mar al atardecer y correr por el castillo de San Felipe de Barajas. 

Después de ese viaje he regresado muchas veces, pero siempre a ruedas de prensa, conferencias de tecnología o eventos culturales que no me daban el tiempo para recorrer la ciudad con calma y con una mirada distinta. Siempre iba de afán, de prisa, corriendo.

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Cartagena es, sin duda, una de las ciudades más turísticas del país, con todo el peso que eso conlleva: precios elevados, turismo masivo, exceso de turismo sexual, demasiados contrastes. Sin embargo, nadie pone en duda que tiene un encanto difícil de plasmar en el papel: historia, mar, arquitectura, gastronomía, color. Quizás sea, como me dijo una vez un taxista, “la sabrosura del trópico”.

Así que, de vuelta en estas tierras caribeñas, elegí ocho experiencias que hice y que me impactaron. Como siempre, decenas de cosas se quedaron por fuera —la oferta es muy amplia—, pero la próxima vez que vaya prográmese para hacer alguna de estas actividades —ojalá todas— y descubra a la Heroica con otros ojos.

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Tomar un coctel en el mejor bar del mundo

En la noche, se siente la brisa del mar; es una hora perfecta para caminar por la ciudad y tomar un buen coctel. Así que no hay mejor momento para ir a Alquímico, nombrado el mejor bar del mundo este año por los Spirited Awards y número nueve en la lista de los 50 mejores bares del mundo. 

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Creado en 2016 por el francovietnamita Jean Trinh, Alquímico está ubicado en la calle del Colegio, en una casa republicana de tres pisos construida por el arquitecto francés Gaston Lelarge en el periodo colonial. En cada piso se ofrece una experiencia coctelera distinta: en el primero, el menú Comunidad, un viaje por las regiones de Colombia; en el segundo, clásicos de la coctelería, y en la terraza, de la finca al bar, donde se pueden probar cocteles con ingredientes sembrados en Jamaica, la finca que Trinh tiene en Filandia (Quindío), que durante la pandemia sirvió de campo de experimentación para él y su equipo de trabajo.  

Esa noche contamos con una suerte infinita porque el bar no acepta reservas y siempre hay filas extensas en su puerta. Entramos sin problema, nos sentamos un buen rato, escuchamos salsa y probamos dos cocteles: Mango, con ginebra, infusión de mango, óleo de pimentón y naranja, y Limoncillo, con tequila, infusión de limoncillo, aguamiel, vermut y lúpulo (no hay cover y cada coctel cuesta $38.000). Recorrimos con calma cada espacio y nos dimos cuenta de que, sin duda, es un lugar auténtico y con un gran ambiente. 

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Algunos lunes del año celebran los “lunes de la industria”, días en los que pueden toparse con grandes sorpresas, como, por ejemplo, ver en acción a Giorgio Bargiani, el mixólogo de The Connaught, uno de los mejores bares de Londres. ¡Alucinante!

Hacer un tour “gratuito” por el centro histórico

Después de llegar muy temprano del aeropuerto, una vez acomodados en el hotel, bañados y arreglados de nuevo, nos anotamos a las diez de la mañana a un tour gratuito de Nexperience por el centro de la ciudad, declarado patrimonio histórico y cultural por la Unesco en 1984. 

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Con los prejuicios que uno tiene sobre este tipo de tours, llegamos al punto de encuentro: la torre del Reloj. Había muchos turistas, la gran mayoría extranjeros, divididos en varios grupos; el nuestro estaba liderado por una mujer mayor —guía certificada— y veinte personas más, todas de otros países de habla hispana. Lo primero que nos aclaró era que debíamos saber que durante el recorrido nos íbamos a encontrar con tres tipos de personajes: los vendedores ambulantes, las palenqueras —“primero verifiquen el precio antes de comprar algo o de tomarse las fotos con estas mujeres”— y los raperos, “que empiezan a improvisar, pero si no les das dinero, se pueden poner agresivos”, nos advirtió. 

Luego, en un recorrido de casi tres horas, empezó a contar la historia de la ciudad, a la que definió como “una gran novela” y a la cual intentó describir de la manera más didáctica posible, narrando historias de piratas, virreyes, inquisidores, esclavos, hambrunas y luchas por la libertad. Recorrimos los principales sitios históricos —desde la plaza de la Aduana hasta la plaza de San Pedro Claver— y la mujer siempre tenía un apunte interesante, como mostrarnos fotos de los peinados que utilizaron las mujeres afro y que sirvieron como mapas para la libertad de los esclavos en San Basilio de Palenque, el primer pueblo libre de América, o explicarnos la razón por la cual la catedral de Santa Catalina no está ubicada en la plaza principal, sino en una esquina aledaña. 

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Ya al final del recorrido, por el barrio Getsemaní, la guía comenzó a bailar, en medio del andén, varios géneros musicales que iba poniendo en su parlante: “Estos son los principales pasos de salsa, ahora los de merengue, y así son los de champeta”, decía mientras se movía alegremente. Y el grupo, ya acalorado por el sol del mediodía, bailó también, sin dudarlo por un segundo, en la calle, mientras mirábamos sorprendidos. ¡Sabrosura del trópico!

Comer postres exquisitos con frutas colombianas

Esa frase no es una exageración. La joven inglesa Talia Richard-Carvajal es la directora creativa de la reputada pastelería Hart Bageri en Copenhague (Dinamarca). También trabajó en Noma, uno de los mejores restaurantes del mundo. 

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En septiembre de 2022, la colombiana Nicole Layolle, quien trabaja apoyando emprendimientos de turismo sostenible y regenerativo, la invitó a hacer una ruta gastronómica en la serranía de las Quinchas, en Boyacá. Richard-Carvajal quedó fascinada con la biodiversidad del país, hasta el punto de que decidió extender su viaje unos días para probar más frutas y conocer más territorios de Colombia. Posteriormente, se fueron a la serranía del Perijá y, después, al Pacífico. La afamada repostera se enloqueció, literalmente, con los sabores del arazá, de la guanábana, del cacao e infinidad de cosas que jamás en su vida había probado. 

Richard-Carvajal regresó a Dinamarca, pero la semilla de hacer algo más en el país quedó sembrada. Comenzó a tener reuniones virtuales con Nicole y su hermano, Pierre, sus actuales socios, y la idea se fue aclarando poco a poco: quería hacer una repostería, pero utilizando las frutas colombianas. Volvió al país, visitó varias ciudades y le encantó Cartagena, por lo que decidió abrir la pastelería en la Heroica. Le pidió a Alessandro Coleman, un joven inglés que trabajaba con ella en Hart Bageri, ser sus ojos y sus manos en Colombia.

Abrieron a comienzos de este año en una casa donde antes funcionaba una notaría y la transformaron en un acogedor espacio. Decidieron ponerle Nía en honor de las imponentes serranías que conoció, las cuales fueron su lugar de inspiración. Talia parecía tener todo claro para crear unas combinaciones que son como explosiones de sabores en el paladar: galleta de lulo con chocolate blanco, torta de banano con achiote o un hojaldre caramelizado con azúcar de hoja de coca. Vale la pena cada bocado. 

Además, a petición del público, empezaron a hacer opciones saladas, y por eso ahora tienen en el menú sándwiches e incluso un croissant en forma de cubo. También acaban de comenzar a ofrecer una cata de frutas exóticas, para probar cosas que la mayoría de los colombianos ni conocemos. Para la muestra, un botón: el mabolo, una fruta de origen asiático conocida como la de los siete sabores, porque sabe desde papaya hasta guanábana.

Otra cosa que vale la pena destacar es que tienen un compromiso social con comunidades vulnerables y buscan con detenimiento cada proveedor. 

Disfrutar de un particular spa

Después de caminar por la ciudad, y lidiar con un calor que me empaña hasta las gafas, un gran plan para relajar los músculos es ir a un spa. Una de las múltiples opciones que ofrece la ciudad es Aurum, ubicado en el Hotel Casa San Agustín. El spa es bellísimo, ofrece varios tratamientos y está abierto al público. Además, tiene una particularidad: cuenta con un pequeño hamman en su interior. La idea es permanecer varios minutos sentados —o acostados— recibiendo el vapor húmedo del cuarto; luego, una masajista lo enjabonará  delicadamente y lo enjuagará (sí, es una experiencia diferente sentir que alguien lo bañe de esta manera, aunque es mucho más suave y menos intrusivo si lo ha experimentado en ciudades como Estambul), y después le aplicará un exfoliante, elegido previamente por uno mismo, por todo el cuerpo. La experiencia finaliza con una ducha fría. Las personas del spa, que en nuestro caso fueron Arellys y Ludy, cuidan cada detalle. Posteriormente, lo llevan a un cuarto donde podrá relajarse en una mullida cama, tomarse una infusión de frutas y probar un puñado de almendras mientras termina de relajarse y sentirse como nuevo. 

Puede aprovechar para ir a cenar después a Alma, el restaurante del hotel, liderado por el chef Heberto Eljach, enfocado en la cocina tradicional del Caribe. La comida es exquisita, de principio a fin.

Hacer un tour gastronómico literario de García Márquez

Si le gustan la gastronomía y la literatura, no se pierda este plan. Este fue, sin duda, uno de mis grandes favoritos. El tour, organizado por la agencia gastronómica Foodies, que recibió por segundo año consecutivo el premio a mejor operador turístico en Colombia por los World Travels Awards, lo lleva durante tres horas por nueve paradas relacionadas con nuestro premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, y sus novelas. 

El viaje comienza a las 10:00 a.m. en Los Mártires, un pequeño puesto de libros, propiedad de la fundadora de Foodies, María Gutiérrez, ubicado debajo de la torre del Reloj; en este sitio, abierto desde 1953, se pueden encontrar algunas de las primeras ediciones de las novelas del escritor colombiano. 

Lo primero que sorprende es que Andrea de la Hoz, nuestra guía, está vestida como una mujer recién salida de las páginas de El amor en los tiempos del cólera. Tiene una falda azul oscura, una camisa de manga larga y un sombrero. Hacia donde camine, todos la miran. Andrea, que además es chef, comienza con las palabras de García Márquez sobre la torre del Reloj en su biografía Vivir para contarla: “… Algo de su gracia divina debía quedarle a la ciudad, porque me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”. Y no es suficiente con que ella lo cuente. Pone una grabación del fragmento narrada por el padre de María, que es locutor profesional. El corazón se me ensancha. 

Luego, fuimos a varios lugares típicos, como el kiosco Palito de Caucho, patrimonio gastronómico de Cartagena, a comer el típico patacón —bañado previamente en agua de ajo— con queso costeño; al restaurante San Valentín, a degustar una arepa de huevo con suero, de la cual García Márquez dijo alguna vez en una entrevista “que solo a un colombiano se le ocurría meter un huevo dentro de una arepa”, acompañada de jugo de corozo (con ron o sin él); a probar cocaditas de coco y piña en el Portal de los Dulces, el lugar que Florentino Ariza nombra en El amor en los tiempos del cólera; también saboreamos helado, trozos de piña, carimañola, y entre calle y calle, Andrea narraba más historias del Nobel y ponía canciones como el vallenato La diosa coronada. El recorrido finalizó con un tinto filtrado en una Chemex en el café San Alberto, el más premiado del país, situado en la plaza de Santo Domingo.

Cenar en Celele, restaurante número 16 de Latinoamérica

Este lugar es un imperdible en la ciudad. Celele es el número 16 en la lista de los 50 mejores restaurantes de Latinoamérica, por lo que hay que hacer reserva con tiempo; sin embargo, vale la pena si quiere probar una propuesta gastronómica no solo pensada desde la técnica y la creatividad, sino desde la conciencia por la sostenibilidad y el respeto del producto de la región Caribe. Jaime Rodríguez, su chef, trabaja de la mano con las comunidades de los Montes de María y organizaciones como Granitos de Paz para crear platos con los que resulta imposible no sorprenderse, como una ensalada de flores caribeñas con marañón o una gallina criolla confitada, con barbecue de guayaba agria, bananos asados, cáscaras de banano fritas y caldo ahumado de gallina. El menú se cambia cada cuatro meses, y desde hace tres años no ofrecen un menú degustación sino que se puede pedir a la carta, con el objetivo de llegar a muchas más personas.

 “El restaurante se mueve al ritmo de las temporalidades de los ecosistemas del Caribe, sea tiempo seco o tiempo de lluvia; por esa razón, van saliendo determinados ingredientes y yo voy creando a partir de esto. Si el año pasado usé determinado ingrediente para un plato nuevo, este año lo querré utilizar en otra forma; me gusta ver todas las posibilidades de un ingrediente”, cuenta Rodríguez al respecto. Además, asegura que hay varios caminos que dictan el menú del restaurante: la exploración de especies promisorias de la biodiversidad y la inspiración tanto en las recetas tradicionales como en las culturas externas que están presentes en esta zona del país y la han influenciado (africana, árabe, española o inglesa). “Es todo un juego, hay mucho que contar del Caribe colombiano y siempre sale algo nuevo”, afirma. 

Pasar una mañana en Getsemaní

Getsemaní es un barrio con una historia potente. Inicialmente, era una isla por fuera de la ciudad amurallada, propiedad del contador Rodrigo Durán, quien luego la vendió al deán Juan Pérez de Materano; en tiempos de la Colonia, habitaron allí muchos esclavos traídos de África,  lo que generó un ambiente de rebeldía importantísimo para la lucha independentista, que se mantuvo al pasar de los años.

Actualmente, el barrio está lleno de restaurantes, galerías, bares, grafitis y exuda un ambiente bohemio —incluso la revista Forbes lo incluyó en 2018 como uno los barrios más cool del mundo—. Caminar por sus calles es muy agradable, así que puede aprovechar para hacer un tour por los grafitis (en 2013 se llevó a cabo el primer Festival de Culturas Urbanas y 25 artistas nacionales e internacionales pintaron sus calles); pasear por el parque Centenario, ir a la iglesia de la Trinidad o al callejón Angosto, que está lleno de sombrillas y con seguridad podrá ver hasta gente jugando béisbol en la calle o con la puerta de la casa abierta de par en par.

Después, puede ir a almorzar en una de las aperturas gastronómicas más recientes del barrio: Salón Tropical, del chef Andrius Didziulis. Este restaurante, que lleva ya varios años en Bogotá, decidió abrir su sede en la calle de la Tomba, en un espacioso y luminoso lugar. El plato recomendado es el pescado al pastor (viene acompañado de tortillas y de salsa de piña, cebolla y cilantro, para ir armando, poco a poco, los tacos). Puede acompañarlo con un mojito de corozo y de postre, o con un sorbete de coco y limón.

Aproveche también la noche para vivir el ambiente alegre y cálido de Getsemaní, y sienta la alegría y el desparpajo costeño en cada detalle.

(Le puede interesar: Gastronomía, aventura e historia: la ruta definitiva para disfrutar de Santander)

Perderse en una de sus islas

Alrededor de Cartagena hay numerosas islas que, por supuesto, vale la pena visitar. Entre las más reconocidas están Tierra Bomba, las islas del Rosario, San Bernardo y Barú, que tienen ofertas para todos los gustos y presupuestos. Pero mi recomendación es ir al menos un día a alguna de ellas, quedarse una noche, y disfrutar de ese mar azul turquesa, arena blanca y del descanso que produce estar en conexión con la naturaleza.

El destino nos llevó a Barú, situada al sur de Cartagena y a cincuenta minutos en lancha, aunque también se puede llegar por tierra. De hecho, no es una isla sino una península. Fuimos a un hotel que es tranquilidad pura: Acasí Rustic Beach. Consta de solo seis cabañas, playa privada, muchos manglares y cero televisión.

¿Dónde quedarse?

Casa Pestagua

Un palacete del siglo XVII, renovado en 2022; es el único hotel en Colombia que pertenece a la marca Relais & Chateaux.

Osh Hotel

Ubicado en pleno corazón de Getsemaní, es un hotel vanguardista y con toques de diseño, ideal para ir con amigos.

Casa San Agustín

Hotel boutique de estilo colonial, que consta de tres casas blancas del centro histórico. Acogedor como ningún otro. 

¿Dónde ir?

Manglar

Una nueva apertura en la plaza de San Diego para ir a tomar cocteles de autor y picar una que otra entrada. 

Bar Urania

Ubicado en la terraza del hotel Sophia, en la plaza de la Aduana, tiene una panorámica impresionante del centro histórico. 

Animare

El nuevo restaurante de Casa Pestagua, enfocado en la cocina local del chef Heriberto Eljach.

Bonus track: planes adicionales

Castillo de San Felipe

Esta fortificación, la más grande que hay en Suramérica, está ubicada sobre el cerro de San Lázaro. Se construyó en 1657, durante la época de la Colonia, para defender el territorio. De hecho, en el castillo hay un video animado en el que se cuenta la historia del lugar. 

Cerro de la Popa

Este cerro es el más alto de la ciudad, con 139 metros de altura, por lo que si quiere tener una buena panorámica de la ciudad, este es el mejor punto. Además, en su interior hay un convento de la orden de los Agustinos Recoletos, con una capilla construida en el siglo XVII dedicada a la Virgen de la Candelaria. 

Aviario Nacional

En Barú se encuentra el Aviario Nacional, que cuenta con tres  ambientes ecosistémicos y 22 exhibiciones. Tienen 170 especies y cerca de 1.700 ejemplares. 

         

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noviembre
8 / 2024