Ficci : Guía para perplejos

Pedro Adrián Zuluaga
No hace mucho –entre la década de 1990 y los primeros años del nuevo siglo–, el Festival de Cine de Cartagena era un evento que, con un poco de esfuerzo y alguna capacidad de resistirse a la rumba de la ciudad, podía cubrirse casi en su totalidad. El Centro de Convenciones reunía la gran mayoría de las proyecciones en las que se mezclaba una selección oficial en competencia de películas iberoamericanas sin mayor identidad, con unos cuantos estrenos internacionales. En otros lugares de la Heroica se podía asistir a proyecciones aisladas de cortos y documentales.
Pero desde hace una década y gracias, entre otros cambios, a la activa intervención del Ministerio de Cultura y Proimágenes Colombia con su Encuentro de Productores y a la propia dinámica de un cine nacional que necesitaba recuperar un espacio de reconocimiento, el Festival empezó a recorrer un camino de imparable crecimiento. Hoy por hoy, tras la llegada a su gestión de programación de personas como Monika Wagenberg y Orlando Mora, a la cabeza de un amplio equipo de trabajo, el FICCI se asoma al gigantismo característico de los principales festivales del mundo, que requieren que el cinéfilo atento o el simple espectador tome decisiones, sacrifique unos títulos en pos de otros, se concentre en muestras específicas o se disperse en la aleatoriedad y se deje llevar por el impulso inmediato.
Tras una semana de sometimiento a estos estímulos cruzados, cualquiera puede terminar con el juicio atrofiado. El ejercicio de anticipar lo que puede pasar y apuntarle a una guía personal y controlada, es un consuelo o acaso una necesidad si se quiere evitar la dispersión:
La selección oficial
La muestra reina del Festival siempre será la Selección Oficial Ficción, premiada por el jurado principal y que, en el caso de Cartagena, se concentra en el cine iberoamericano. Tras la llegada de Wagenberg a la dirección del Festival en 2011, se tomó la arriesgada decisión de privilegiar las primeras películas de los directores de esta algo artificial unidad cultural que es Iberoamérica. De esta forma la balanza se inclinó hacia un cine realizado por directores jóvenes que en la mayoría de los países se estaba tomando por asalto la producción cinematográfica, generando un refrescante relevo generacional.
Este año el Festival se desdice de esa postura y ya no está limitado en su competencia central a las primeras, segundas o terceras películas de directores, pues según Wagenberg no querían perder la oportunidad de seguir presentando los nuevos títulos de esos nombres que habían sido objeto de atención en años anteriores, pero que, al ritmo de la producción actual, ya van por la cuarta o la quinta película. La competencia oficial de este año está conformada por doce títulos, todos estrenos en Colombia. Llama la atención que hay cuatro películas dirigidas por mujeres. Así el festival reconoce los pasos hacia un equilibrio de género en la producción cinematográfica, un sector que, en ese sentido, avanza quizá más despacio que escenarios como la plástica, la literatura o la academia. Dentro de esa competencia se destacan dos obras colombianas: Mateo, de María Gamboa, y Tierra en la lengua, de Rubén Mendoza.