Kilimanjaro, Tanzania
Foto: Tatyana Druzhinina/ Shutterstock
diciembre 30, 2025
Mundo Viajes

De vacaciones en la cima del Kilimanjaro en Tanzania

Una pareja de colombianos decidió empacar maletas e irse de travesía siete meses a lugares poco elegidos por el turista común: Asia, África y Oceanía. Este es el relato del ascenso al monte Kilimanjaro.
POR:
David Posada

Día uno de una experiencia diferente. Viajar al Kilimanjaro no comienza en la nieve eterna que corona África, comienza en la logística, en la negociación silenciosa con el cuerpo y con la idea romántica del viaje que uno lleva en la cabeza.

Nuestro amigo Fred, el abuelo, nos recogió muy temprano para llevarnos a la puerta de entrada Machame a dos horas de Arusha, una de las tantas entradas que tiene el parque Kilimanjaro y punto de partida de la ruta Machame, conocida por su mayor extensión, por la ausencia de albergues y por la obligación de dormir cada noche en carpa.

A 1.800 metros sobre el nivel del mar msnm conocimos a quienes harían posible el ascenso de 4 días hasta Stella Point y el pico Uhuru, la cima más alta del Kilimanjaro y de todo el continente africano.

Caminar con sorpresa por Tanzania Kilimanjaro

Alex y yo elegimos esta ruta con la idea de caminar con calma y evitar multitudes, una intuición que se desmoronó apenas cruzamos el ingreso al parque. El flujo de turistas era constante y diverso. La sorpresa mayor fue el equipo asignado para nuestra expedición, compuesto por 5 porteadores Jakobo Matayo, Agrey Mmbacydo, Yobu Mlay, Novati Samba y Fedriki Kajia, 1 cocinero y asistente llamado Venance Mmbando y 1 guía, Erigard Tarimo.

Siete personas dedicadas a que dos viajeros alcanzaran la cima. Para alguien que viene de Colombia, donde la montaña suele recorrerse de manera autosuficiente, esta estructura resultaba abrumadora, aunque pronto quedó claro que se trataba del estándar para cualquier visitante.

Tras pesar el equipaje para verificar que nadie superara los 20 kilos y pagar 1.268 dólares correspondientes a permisos de ascenso, camping e ingreso al parque, iniciamos la caminata cerca de las 12 p.m. Nuestro equipaje de día era mínimo y el resto viajaba en dos morrales de 8 kilos cargados por los porteadores.

El sendero se internaba en un bosque húmedo tropical que cruzamos en 2 horas y media, a un ritmo marcado por la consigna constante de pole pole, despacio, despacio. A medida que avanzábamos, el Valle del Rift quedaba atrás y la vegetación se transformaba en arbustos cubiertos de musgo que colgaba como barbas antiguas.

La pendiente del Kilimanjaro

Dos horas después alcanzamos el campamento Machame a 3.000 msnm, instalado sobre un gran risco que anuncia un cambio más exigente en la pendiente. El lugar estaba saturado de carpas, aunque uno de los porteadores había llegado antes y asegurado un espacio para nosotros.

Llegamos descansados tras 4 horas y media de caminata, con frío en la piel y el viento de las nieves perpetuas del Kilimanjaro recordándonos que la montaña ya estaba presente. En el campamento se cruzaban idiomas y acentos franceses, italianos, chinos, americanos, todos con equipos técnicos impecables que nos hicieron revisar mentalmente cada prenda empacada.

Día dos de aclimatación

El día comenzó a las 6 y 30 de la mañana con una taza de té caliente ofrecida por Agrey. La noche había sido inquieta, marcada por salidas constantes de la carpa y por la sensación de un campamento lúgubre y silencioso. Al amanecer, todo estaba congelado, desde las paredes de la carpa hasta el rocío sobre los sleeping bags. A 3.000 msnm, el Kilimanjaro impone su ley térmica sin concesiones.

La subida inicial fue corta y empinada. Caminamos detrás de Erigard a un paso lento y controlado para evitar el mal de altura. Ganábamos metros rápidamente mientras el viento golpeaba el risco y el sol intentaba abrirse paso. Dos horas más tarde, el campamento Machame se veía como un punto diminuto y frente a nosotros se extendía una planicie de páramo salpicada de frailejones.

Al medio día, Venance nos esperaba con una sopa de vegetales, pan y fruta fresca. Una hora después alcanzamos el campamento Shira a 3.800 msnm, amplio, ventoso y lleno de carpas, donde pasamos la tarde explorando el terreno y observando aves bajo un sol intenso interrumpido por ráfagas heladas.

Alex y yo nunca olvidaremos esta travesía por sus paisajes, la organización impecable, la comida reconfortante y las caminatas que obligan a escuchar al cuerpo. La cima del Kilimanjaro no es un destino de descanso tradicional, es una experiencia que desnuda la fragilidad del viajero.

Pensamos que éramos invencibles, aunque la montaña, paciente y silenciosa, nos recordó a 4.500 msnm en el campamento Barafú que ningún viaje está exento de consecuencias cuando el cuerpo llega cansado a enfrentarse con el techo de África.

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