Estado Islámico: Más allá de las noticias

POR: Revista Diners
 / diciembre 18 2015
POR: Revista Diners

Toda pregunta compleja tiene una respuesta fácil que suele, casi siempre, ser errónea, dicen los filósofos. Esto aplica para el llamado Estado Islámico, conocido en Oriente Medio por su acrónimo en árabe: Daesh. Más allá de los titulares de prensa, hay una historia y una complejidad de actores que lo han hecho posible. Este nuevo fenómeno es más que un grupo terrorista y poco menos que un Estado.

Sus orígenes pueden irse tan atrás como queramos, sus prácticas más occidentales de lo que pensamos y su permanencia en la agenda política internacional más allá de lo que tememos. Daesh es lo que crece sobre una serie de fases, de mantas, que se sobreponen; una sola no explica todo pero el conjunto se acerca (aunque no del todo) a la realidad. Empecemos por mencionar la división dentro del Islam en sus dos ramas principales: los que consideran que el descendiente del profeta Mohamed deben ser el círculo de amigos de Abu-Bakr, muy cercano al profeta: los suníes, y los que sostienen que debe ser Alí, yerno de Mohamed: los chiíes. Una discusión más de lucha por el poder que de doctrina. Esa distinción es hoy alimentada e instrumentalizada por los de Daesh, que consideran que los chiíes son falsos musulmanes que deben ser combatidos.

Ya en el siglo XX, el imperio Otomano se desmiembra, al final de la Primera Guerra Mundial, dejando aquellos territorios bajo el modelo previamente concebido por Inglaterra y Francia, quienes diseñan un Oriente Medio a la medida de sus ambiciones, inventándose países como Siria, Irak, Jordania y Arabia Saudita, mediante la implementación del famoso Pacto Sykes-Picot. En 1979, al oriente de Oriente Medio, comienza una guerra que habría de determinar no solo al Estado Islámico sino el nacimiento de Al-Qaeda y la edificación de una suerte de “internacional islamista”: la ocupación de la Unión Soviética a Afganistán. Allí para los soviéticos era una fase de la lucha de clases, para los ocupados se convirtió en un ‘yihad de la espada’, una lucha religiosa para defender a la umma (la comunidad) atacada. El yihad traduce: esfuerzo para ser mejor persona y agradar a Dios (que en árabe se dice Alá); pero en Occidente la ha envilecido traduciendo esta palabra, de manera perversa, como “guerra santa”, categoría que no es del Islam sino más exactamente de los cristianos, por ejemplo, durante las cruzadas.

En Afganistán, durante los años 80, Estados Unidos decidió armar y entrenar a musulmanes radicales que no solo expulsaron a los soviéticos sino que luego se hicieron con el poder del país, y crearon años después los talibán y Al-Qaeda. Hoy Afganistán se ve destruida, la inmensa mayoría responsabiliza a Estados Unidos (por lo menos esa fue mi experiencia en Kabul y Jalalabad) y los talibán controlan una parte importante del país. En 2003, Estados Unidos invadió Irak, derrocando a Sadam Hussein y subiendo al poder líderes kurdos y chiíes que establecieron un gobierno revanchista. Las comunidades suníes en Bagdad y el norte de Irak así me lo manifestaban.

Algunas personas en Arbil se referían al ejército iraquí como el “ejército de Al-Maliki” (antiguo Primer Ministro) para indicar que lo percibían como un grupo armado sectario al servicio de los chiíes. Luego de 2003, aparecieron decenas de grupos armados que combatían la ocupación de Estados Unidos: milicias nacionalistas, militantes del partido Baaz (de Sadam Hussein), chiíes, suníes, comunistas, socialistas y prácticamente de todo tipo de bandera. Algunos de esos grupos estaban influenciados por Al-Qaeda. Hasta hace dos años esta organización era el gran referente para el radicalismo islamista, encarnado en grupos como: Al-Shabbab en Somalia, Boko Haram en Nigeria, Al-Qaeda de la Península Arábiga en Yemen, Abu Sayaf en Filipinas, Al-Qaeda del Magreb Islámico entre Argelia y Mali principalmente y un grupo consolidado en 2010 bajo el nombre de Estado Islámico de Irak.

Además de árabes, persas y turcos (y otras culturas menos numerosas) existe una comunidad de varios millones de personas, repartidos entre Irak, Irán, Siria y Turquía: los kurdos. A este pueblo le fue ofrecido en 1920 un sueño de Estado, que le fue arrebatado tres años después. Hoy sufren la persecución del Estado Islámico especialmente en Siria e Irak, regiones donde paradójicamente los kurdos son la primera línea de resistencia, por demás exitosa, frente al avance islamista. En 2011, en el marco de las revueltas árabes (la mal llamada primavera árabe) surgieron una serie de protestas en territorio sirio que reclamaban una apertura política y mejores medidas sociales. El gobierno de Bashar Al-Asad no quiso reconocer lo justo de los reclamos y los presentó como un complot en su contra.

En Damasco, en mayo de 2011, la gente me decía que esperaba otra respuesta del gobierno y no semejante salida. La creciente represión llevó a la militarización de la protesta social que a su vez derivó en una guerra civil. En junio de 2012, logré entrevistar a líderes de la oposición siria los cuales ya manifestaban su preocupación sobre la creciente presencia de grupos radicales islamistas que peleaban tanto contra el gobierno sirio como contra la oposición. Efectivamente, el grupo Estado Islámico de Irak había recibido la orientación de Al- Qaeda, de pasar la frontera y aprovechar los vacíos de poder para crear en Siria nuevos grupos islamistas radicales.

Es así como el Estado Islámico de Irak agrega a su nombre “Y Sham” para referirse al territorio de Siria y cuyo acrónimo por el que se le conoce en el mundo árabe es Daesh (al-Dawla al- Islamiya fi al-Iraq wa al-Sham). Este nuevo proyecto no acepta las orientaciones de Al-Qaeda al punto que es expulsado en febrero de 2014. Dos meses antes, en diciembre de 2013, había ocupado (y sigue ocupando) la región de Ánbar, en el occidente de Irak. Esta acción fue el ensayo general donde el Estado Islámico probó su plan de expansión territorial y de control de población.

Sorprendió que el gobierno iraquí prácticamente no hizo nada al respecto. Recuerdo que por esos días estando yo en Bagdad, la violencia entre suníes y chiíes era cotidiana. En junio de 2014 las milicias del Estado Islámico declararon su gran ofensiva. Desde entonces se han hecho con el control de ciudades como Mosul (de dos millones de habitantes), campos petrolíferos, Raqa, Palmira, etc., hasta controlar un territorio cercano al tamaño de Gran Bretaña. El cobro de impuestos a la población local, más la venta de petróleo ha permitido su consolidación.

Hay varios millones de personas bajo su control y muchos han huido de sus horrores, pero otros han llegado a incorporarse a sus filas, desde más de 80 países del mundo, varios miles de ellos provenientes de Europa. El control social y político del Estado Islámico se expresa en la negación sistemática a los derechos de las mujeres, la prohibición de Internet, el asesinato de homosexuales, la lapidación, las ejecuciones, la persecución abierta a los no musulmanes e incluso a los musulmanes que no aceptan el Corán como los radicales lo quieren entender.

Este último punto es fundamental para entender la lógica compartida de estos grupos, incluyendo los talibán en Afganistán. Contrario a la mayoría de los 1.600 millones de musulmanes en el mundo, los radicales islamistas se basan en el wahabismo, que es una interpretación autoritaria y totalitaria del Islam. Este credo ha sido difundido por Arabia Saudita y por otras monarquías del Golfo Pérsico.

Como vemos, el Estado Islámico no es un proyecto que tenga una sola causa, sino que suma con viejos y nuevos confl ictos que incluyen: las tensiones entre suníes y chiíes, la forma en que Francia e Inglaterra se inventaron Oriente Medio, la negación a la autodeterminación del pueblo kurdo, el apoyo al islamismo radical en Afganistán, la invasión de Estados Unidos a Irak en 2003, el confl icto armado sirio y el surgimiento de Al-Qaeda.

Para explicar la condenable matanza del viernes 13 de noviembre en París, habría que agregar la islamofobia francesa, la xenofobia, la discriminación contra los jóvenes de las barriadas de París y la absurda teoría de la guerra contra el terror (con la cual se intenta explicar todos los confl ictos del mundo). Bombardear Siria e Irak no solo es inútil sino contraproducente; los recientes informes de civiles víctimas de Francia, Rusia y de otras potencias que atacan desde el aire al Estado Islámico parece que aumentan el apoyo a su favor, como sucede con la persecución a suníes en Irak y en Siria.

Más allá de las noticias hay todas estas causas interconectadas que explican, cada una en su dimensión correspondiente, el surgimiento y la pervivencia del Estado Islámico. Atender esas causas toma tiempo y disgustaría a los aliados de las potencias en Oriente Medio, sin embargo es la única manera de garantizar una paz duradera. Pero, para calmar a la opinión pública es más efectivo bombardear, aunque el remedio sea peor que la enfermedad

* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia, periodista de El Espectador y autor del libro De otras guerras y de otras paces, Le Monde Diplomatique, 2014.

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diciembre
18 / 2015