Con las medidas del caso hoy se proponen cinco destinos que aportan actividades seguras e inolvidables, algunos clásicos y otros que se salen del esquema, para vivir un 2022, espero, mejor que su símil anterior. Entre buena comida, mares energizantes, cultura, arquitectura y música, el mundo abre sus puertas con cuidado, pero con ganas de ofrecer la esperanza de la posibilidad.
Una de las ciudades más golpeadas por la pandemia abrió sus puertas nuevamente al mundo hace no mucho (en octubre), y así se animaron terrazas, se sumaron restaurantes y las calles volvieron a ser aquellas de antes, con cuidados siempre, eso sí, pero más propensas al compartir y al reencuentro.
Así la observo, mientras cae el atardecer y me paro al borde de la piscina ubicada en el Grand Hotel Central Barcelona. Una de esas infinitas que se funde con el cielo colorado que solo augura salero y días de renovación.
Barcelona es celebratoria. Más aún cuando llegan las fiestas y entonces su Rambla se llena de rumberos al ritmo de los sones más distintos. La Rambla que lleva al mar y en donde la mayoría termina. Y de ahí a La Barceloneta, una de las playas más conocidas, lugar de fiestas en hoteles con vistas y chiringuitos que acumulan DJ o sonoras celebraciones en terrazas al aire libre.
Siempre quedará tiempo para entretenerse en los jardines, castillo, museo, teleférico, pequeño pueblo y el jardín botánico del parque. Otro sugerido, recorrer las calles de una ciudad de arquitectura hermosa, no perderse los clásicos ni los mercados, como La Boquería y San Antoni; las tiendas de diseño, como la de Lurdes Bergada & Syngman Cucala (se ha convertido en la favorita del momento), ni las tardes de vermú en terrazas oreadas y distantes que dan pie a conversaciones eternas o reflexiones de cierre de año en solitario. Para quedarse, el Grand Hotel Central, superbién ubicado.
Dos lugares para comer que no se deben perder: uno cariñoso como Adobo, con el chef Enrique Valentí, donde los platos son de tinte hogareño y los sabores profundos (de postre, el helado de hojas de higo los hará volar), y Disfrutar, que da como para una experiencia de fine dining clásica y vanguardista (si les gusta comer bien, no se lo pierdan), sus chefs son Oriol Castro, Eduard Xatruch y Mateu Casañas, ex-Bulli.
Budapest está partida por la mitad: Buda, a un lado del río Danubio y Pest, al otro. El río se atraviesa por diversos puentes y uno de los más famosos es el de las Cadenas, donde los viajeros no dejan de andar y los scooters suelen ser un peligro para el despistado. Tengan cuidado: un mal paso y terminan en el río.
Pues de todo un poco, y recuerden que a pesar del frío, que no es tanto pero arrecia, el andar es básico para descubrir esta ciudad que, dada su magnitud, lo mejor es que nunca está llena de gente.
El Danubio, recorrer sus orillas y treparse en uno de los botes que ofrecen los más turísticos y acaramelados paseos, es un básico. Sí, así como lo leen. La mejor hora, la del atardecer, cuando las luces de los edificios se reflejan en las aguas bajo noches despejadas, en las que, si tienen suerte, una luna llena atrevida apoya en la tarea. La tuve.
Recomiendo el básico para un día cualquiera, ese que da la vuelta por la isla Margarita (clásico para pícnics, de día pueden bajar) y donde se ven los edificios magistrales que se acomodan a lo largo de sus riberas: el castillo de Buda (merece visita aparte, conocido también como el Palacio Real); la iglesia de Matías, aprovechen para beber en sus patios vino caliente y especiado que venden al paso en esta época del año, y el Parlamento, neogótico y de visita obligada. Los cruceros que hacen el recorrido salen de los muelles de la zona de Pest.
Luego, hay que perderse en las calles de la ciudad. Váci Utca y Av. Andrássy son dos importantes vías, antiguos edificios conservan su encanto y se intercalan con tiendas de venta de recuerdos pero también con otras de diseñadores locales. Mi favorita, Nubu Studio. Dénle una mirada a su web.
Para comer, el espectro es amplio. Desde lo clásico hasta lo mundial. Suculentos goulash y sopas pho. Nutrir estomágo y espíritu antes de recibir el año bien vale la pena, así que pueden darse una vuelta por Stand 25, cocina clásica húngara en una onda más bistró.
Para desayunos, Börze Etterem, que por el momento solo funciona para recoger en la tienda. Para panes y pastelería es notable Artizan. Y comida vietnamita a buen precio y contundente en Hai Nam Pho Bistro. Kiosk si buscan algo más trendy y Gerbeaud Café por sus clásicos pasteles, pero además por la belleza de su diseño interior. O el New York Café, votado entre los más bonitos del mundo.
Mi Noche Vieja en Budapest funcionó quieta y relajada. Una caminata larga hasta la plaza Elizabeth, donde se encuentra la icónica rueda de la fortuna iluminada, para terminar en la Vörösmarty Square (aquí también está el mercado de Navidad), a pocas cuadras, desde donde se disparan los fuegos artificiales (no hay mucho ruido, son más luces) y donde se junta la gente para recibir las 12.
Otro recomendado son los baños termales y spas, pues son famosos en la ciudad. Sin embargo, por las restricciones de la pandemia pueden no estar disponibles. Para quedarme elegí el NH Budapest City en la zona de Pest.
No deben perderse el Bastión de los Pescadores, en Buda, y el monumento de los Zapatos, a orillas de Pest, estremecedor; el Mercado Central, cuyo edificio es impresionante, pero con un interior bastante turístico, donde quizá encuentren algunas glorias charcuteras y mucha páprika; la basílica de San Esteban (está la mano derecha momificada del primer rey católico, san Esteban) y la sinagoga de la calle Dohány (Dohány utca) en medio del Barrio Judío.
Imparable, y una de las ciudades que más cuidado ha puesto en protocolos y vacunación, Nueva York se protege y protege a los viajeros que llegan ansiosos de un poco de normalidad en estos tiempos. El lugar a donde ir, al aire libre y con la respectiva distancia, es el Time Square, donde —a propósito— se disfruta de una de las mejores celebraciones de Año Nuevo.
Si son de aquellos que prefieren darle la bienvenida al 2022 con buena gastronomía, acá van algunas recomendaciones. Uno es Contento NYC del chef peruano Óscar Lorenzzi, reconocido recientemente como uno de los mejores de la ciudad. También Noreethu (hawaiano moderno), Cosme del chef Enrique Olvera y su propuesta mexicana contemporánea, el acogedor Anton’s y el Gotham Bar. Y uno recién inaugurado, Popular como restaurante principal y Cantina con ceviche y pisco bar, además de Chrystie Bar que también acaba de abrir.
No se pueden perder los recorridos por el Central Park (y algún concierto inesperado), por el Jardín Botánico, el mercado de productores del Union Square e incluir un par de museos: el MoMa, sin duda, y el Natural History Museum, dos de mis favoritos.
Y acá ya me voy a mis fijos: no dejen de pasar por la canasta de panes del Balthazar, reserven y acompáñenla con un café; tampoco de compartir una black label burger en Minetta Tavern, o gozar de un banquete en Szechuan Gourmet, uno de los secretos mejor guardados de la ciudad.
Para café, Blue Bottle Coffee los hará levantarse y acompañar la remolona con un milcrepes de Lady M. Vayan al local de la 54 West 40th Street, que ahí están uno frente al otro. Para quedarse, Hotel Public, también muy bien ubicado y con toda la onda funcional y sofisticada en tendencia.
Aprovechen y vayan de thrifting, a pesar de ser una tendencia de “moda”, le hace bien al mundo: es la compra de segunda mano en tiendas especializadas. Hay varias, pero Chelsea es un área con muchas: Goodwill, Buffalo, 2nd Street, Thrifty Hog, entre otras. Quizá hasta piezas de diseñador encuentren sin ganarse la culpa del gasto extremo.
El Copacabana Palace guarda la esencia de ese Río de Janeiro clásico y alborotado desde 1923, de playas vibrantes y amaneceres infinitos. Desde sus balcones, a corta distancia, el mar, arena húmeda que cuenta historias cariocas de un pueblo sonriente y balarín, donde a pesar de los tiempos sigue recorriendo el infinito malecón a pie o en bicicleta, asombrándose con los edificios que lo acompañan, entregándose al océano de Yemanyá.
Río de Janeiro es lugar de felicidad y samba, de caipirihnas y mariscos, de bossa y sol. Ahí se busca una suerte de conexión que va más allá de la parranda, aunque no por eso esté excluida del plan.
Aparte de sus atractivos turísticos, como el Cristo y Corcovado, y de playas infinitas y museos, pueden adornar el resto de días con paseos por el Jardín Botánico, donde en sus palacetes internos se exponen muestras itinerantes de arte y diseño de escuelas locales. O entregarse a largos desayunos en el Fuerte de Copacabana, reconocido como uno de los mejores de la ciudad y que entrevera la frescura de yogures recién hechos y frutas frescas, con el vicio que son los panes de queso y un queque de plátano que van a querer devorar.
Para almuerzos, dos lugares que recuperan la esencia de la cocina migrante y tradicional. Uno de ellos es Boteco Rainha, en el corazón del barrio de Leblon, donde inspirado en los bares portugueses y españoles, Pedro de Artagão suma la cultura de las lanchonetes o botecos cariocas que intercalan sardinas, bacalao, mariscos y chicharrones de cerdo en caldosos arroces animados con cilantro. La cerveza clara siempre acompaña.
Más alejado, en el entrañable barrio de Santa Teresa, donde aún se conservan casonas magistrales y vida bohemia, Aprazivel, un territorio escondido debajo de un árbol que sirve de escenario para un recorrido por algunos de los más clásicos de la cocina carioca. La vista desde cada uno de los balcones quita el aliento, y uno se siente sumergido en una selva lejana que invita al descanso.
Para cerrar el menú, una escapada a Oteque. La reserva es necesaria y la sugerencia mandatoria. El chef Alberto Landgraf es un artesano de la cocina y ha logrado traducirse en una propuesta limpia, de producto, llena de luz y creatividad. Cada paso contrasta con un maridaje curioso y la barra promete clásicos y otros cocteles exclusivos que les animarán la noche. ¿Para quedarse? Si tienen la suerte y oportunidad, en Copacabana Palace, a unas cuadras, el Mercure Rio Boutique también es buena opción.
Vayan a tomar agua de coco en la orilla del mar.
Dicen que quienes quieren entrar en real contacto con la nauraleza, con lo primitivo y lo básico de la humanidad, viajan a Galápagos. Que allí realmente se adquiere una dimensión exacta de lo que es el mundo y de lo que estamos destruyendo.
El impacto es real y la fuerza de sus paisajes te señalan lo pequeño que eres ante una tierra inmensa y antigua, esa que hemos casi destartalado. No se me ocurre mejor destino de recomienzo para empezar 2022, sobre todo después de tanto desastre que aún no nos quiere soltar. Una inyección de vida prístina, de mar no contaminado, de contacto real con un ecosistema vivaz donde los animales no nos huyen.
Hay dos formas de explorar las islas que componen Galápagos: por tierra (se alojan en un hotel de las cuatro islas habitadas) con guías oficiales (no se puede hacer en solitario) y hacen island hopping en lancha; o en barco en una suerte de crucero, donde se puede llegar a las islas deshabitadas (tres a siete días y se sale de las islas habitadas, siempre dentro del parque nacional).
La recomendada para echar raíces, San Cristóbal, la que sería la capital y donde se pueden encontrar playas hermosas y un proyecto gastrocultural llamado Muyu Galápagos (dentro del hotel Golden Bay en el Puerto Vaquerizo, más citadino y de muy buena infraestructura), renombrado restaurante enfocado en un manejo sostenible de los insumos y en productos locales. Aquí utilizan todo lo que la tierra y el mar manden, y además realizan un muy buen trabajo con los agricultores y las mujeres de la zona.
También Floreana, para quienes gustan bucear y donde hay algunos hospedajes, e Isabela, de paisajes imponentes y una de las más grandes, donde se encuentra la mayor comunidad de pingüinos y las playas de arena blanca son perfectas para el descanso y el no hacer nada sin culpa.
No hay plan fijo en Galápagos, solo entregarse al sol y al universo. Los más grandes hospedajes seguramente ofrecerán celebraciones acordes con el misticismo de sus islas, así que en cualquiera que elijan, pregunten porque seguramente hay para reservar. ¿La sugerencia? Dejarse ir. La dicha de poder estar en estas islas será el regalo suficiente. Para quedarse, en la isla Isabela, el hotel Isamar que se funde con el entorno y no más de 15 habitaciones, al filo del mar.
Noviembre y diciembre coinciden en Galápagos con el tiempo de cortejo de las aves marinas. Además, debido al choque de corrientes, hay más alimento para la fauna marina. Si el cambio climático no afecta, gozarán de un espectáculo único. Una nota: las islas Floriana e Isabela pueden recorrerse sin guía oficial, pues los puntos naturales se mezclan con la población y puede hacerse todo a pie o en bicicleta.
¿Qué opina de estas ciudades para viajar en 2022? ¿Qué otras agregaría a la lista? Déjenos saber a través de nuestras redes sociales @dinersrevista.
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