De Ciénaga a Aracataca: la ruta mágica por el Macondo de Gabo
Maria Camila Botero
“Macondo existe fuera de la imaginación del Nobel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez”, así lo afirma Agustín Lara, guía turístico de Ciénaga, Magdalena, y embajador de la reconciliación de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
Para demostrarlo, desde hace dos años la empresa Cienatours Colombia implementó un recorrido por los territorios que sirvieron de inspiración para uno de los autores más emblemáticos de la literatura en español, quien incluyó en sus obras la historia política y social del Magdalena Grande.
Foto: Maria Camila Botero
Tuve la oportunidad de realizar este recorrido que comienza a las 8:30 a.m. en la plaza principal de Ciénaga, a menos de una hora en carro desde Santa Marta, y que termina alrededor de las 5:00 p.m. en el mismo lugar. Para realizar el trayecto fue necesaria una camioneta 4×4, ya que atravesamos ríos y caminos destapados, sin embargo existe la opción de comprar el plan turístico con transporte incluido.
En la plaza de Ciénaga nos esperaba Agustín Lara, quien nos dirigió por un camino junto a la carrilera del Magdalena, y este fue el inicio de un viaje por paisajes con gran valor histórico y literario que me permitieron conocer algunos de los hechos y personajes referenciados en las obras de “Gabo”.
El recorrido comienza en Ciénaga, Magdalena
Aquí inicia la aventura. Me llamó la atención que la arquitectura de sus casas aún conserva un estilo colonial que da muestra de la otrora bonanza del sector y que es testimonio del auge económico que Ciénaga tuvo a partir del año 1900, a través de la exportación del banano.
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“Esto catapultó a Ciénaga. Pasó de ser un pueblo indígena en un estado de ocupación colonial, a convertirse en la tercera ciudad más importante del Caribe colombiano”, explica Agustín Lara.
Muchos veían una oportunidad en esta zona, por lo que las migraciones aumentaron y Gabo aprovechó esa pluriculturalidad en su literatura. A este interés se le suma, según Lara, que los abuelos de García Márquez llegaron a Ciénaga en la primera década de 1900. “Se establecieron procedentes de Barranca, Magdalena, todavía no era La Guajira”.
Y aunque Gabriel García Márquez solo vivió una corta temporada en Ciénaga, el municipio está lleno de homenajes hacia él. Sus paredes dejan ver las mariposas amarillas que tanto lo inspiraron y la mayoría de los establecimientos comerciales tienen referencias a Cien años de soledad.
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Puede visitar el hotel La Casa de Remedios La Bella, donde cada habitación lleva el nombre de los personajes femeninos de la obra, o recorrer el Restaurante Amaranta que incluye otros elementos en honor a “Gabo”, como un reloj que reúne 12 de sus libros.
A Ciénaga se puede llegar desde Santa Marta o Barranquilla en carro o en bus. Si desea la segunda opción, puede dirigirse a la Terminal de Transportes y tomar un bus a Ciénaga. Desde Santa Marta son 17 kilómetros y el pasaje no cuesta más de $5.000, mientras que desde Barranquilla son 62 kilómetros y puede costarle entre $10.000 y $15.000.
La plaza de San Juan (Parque Plaza del Centenario)
En esta plaza Agustín Lara cuenta que la Guerra de los Mil Días alimentó al personaje del coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, pues el 14 de octubre de 1902, el jefe militar de los liberales libró en la Plaza de San Juan – que a partir de 1910 es conocida como Plaza del Centenario – su última batalla antes de rendirse. Además, explica que gran parte del desarrollo de este personaje está basado en el abuelo de “Gabo”.
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“Nicolás Márquez, que es el abuelo de García Márquez, estaba inmerso en el tema del ejército y estuvo ligado a la Guerra de los Mil Días en Colombia. El coronel fue enviado a Panamá y luego lo trasladaron a Ciénaga, donde tuvo un enfrentamiento contra el general Florentino Manjarrés, antagonista en Cien años de soledad”, explica.
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Un templete blanco e imponente rodeado de árboles e inspirado en los templos romanos se encuentra en el centro de la plaza. Frente a ella están la iglesia del municipio, el Palacio Municipal, el edificio de la Logia Masónica y la polémica escultura de Carlos Vives recibiendo una guitarra por parte del maestro Guillermo Buitrago.
Finca Neerlandia
Alrededor de las 10 a.m. nos encontrábamos siguiendo el recorrido del ferrocarril. Logramos ver dos imponentes trenes con 150 vagones que ahora en vez de bananos, transportan carbón.
Sin embargo, a causa de un choque entre uno de ellos y una camioneta (que quedó completamente destruida), tuvieron que detener el paso. Normalmente se puede ver un tren cada media hora.
Más adelante, por el mismo camino, nos encontramos con la Finca Neerlandia. La historia cuenta que diez días después de la batalla del coronel Aureliano Buendía, “se realizó en Ciénaga el primer tratado de paz en la Guerra de los Mil Días, llamado Neerlandia”, comenta Lara.
Para ello, la Finca Neerlandia funcionó como el lugar para mediar y concluir las negociaciones de armisticio entre liberales y conservadores. Así mismo se encuentra en los archivos nacionales.
La obra de Cien años de soledad refleja en sus páginas dónde se firmó el acuerdo. “El acto se celebró a veinte kilómetros de Macondo, a la sombra de una ceiba gigantesca en torno a la cual había de fundarse más tarde el pueblo de Neerlandia”.
Cultivo del banano
Unos minutos más tarde y siguiendo el mismo camino del tren, vimos grandes cultivos de bananos. Esto me recordó ese pasaje de Cien años de Soledad que dice: “No vio las umbrosas e interminables plantaciones de banano a ambos lados de las líneas. No vio las carretas de bueyes cargadas de racimos en los caminos polvorientos”.
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Lara asegura que ya no se ve como antes porque han llegado otros cultivos a reemplazarlos, como la palma africana, pero la esencia se mantiene.
Unos minutos más tarde, y siguiendo el mismo camino del tren, nos adentramos en las plantaciones de banano que siguen a ambos lados de la carrilera y de los angostos caminos arenosos. A través de ellos los trabajadores se desplazaban hasta el corazón de la zona bananera y antes de que existiera la Troncal del Oriente, era el único camino para ingresar a La Dorada, Caldas, según Lara.
Además, en vez de burros, son los bueyes los que hacen el trabajo de carga en la región. Solo que en esta ocasión no llevaban bananos sino tierra.
“Lo que se dio fue un camino que nutrió a Gabriel García Márquez de anécdotas, espacios físicos y personajes que le permitieron configurar una obra majestuosa como Cien años de soledad”, narra Lara.
Carrilera Magdalena
“Desde que el ferrocarril fue inaugurado oficialmente y empezó a llegar con regularidad los miércoles a las once, y se construyó la primitiva estación de madera con un escritorio, el teléfono y una ventanilla para vender los pasajes, se vieron por la calles de Macondo hombres y mujeres que fingían actitudes comunes y corrientes, pero que en realidad parecían gente de circo”. Este es uno de los pasajes que Gabo menciona en Cien años de soledad tan pronto aparece el ferrocarril.
Foto: Maria Camila Botero
Según Lara, el tren llegó a Ciénaga de manera formal en 1906, porque desde 1987 ya había llegado al Magdalena.
Por otro lado, la mayoría de estos pueblos bananeros estaban construidos a los lados del ferrocarril, por lo que sí o sí existe un elemento que conecta la literatura del realismo mágico del nobel colombiano y el paso del tren cargado de bananos que transformó a Macondo.
Comisariato de Riofrío
Alrededor de las 11:30 a.m. llegamos al corregimiento de Riofrío, que se encuentra en la zona bananera. En uno de los comisariatos de este lugar, los jornaleros de la United Fruit Company, la multinacional estadounidense que comercializaba frutas cultivadas en Latinoamérica, iniciaron una huelga con el fin de mejorar sus condiciones laborales.
Pedían un mejor servicio hospitalario, descanso dominical, aumento del salario de los empleados que ganaban menos de 100 pesos mensuales de la época y reparación por accidentes de trabajo. Sin embargo, los directivos de la compañía no acataron los reclamos y veinticuatro días más tarde, el 6 de diciembre de 1928, ocurrió uno de los hechos más escalofriantes de la historia colombiana: La Masacre de las bananeras.
No hay cifras exactas de las muertes que dejó este hecho atroz a manos del ejército colombiano, bajo órdenes del General Carlos Cortés Vargas – durante el gobierno del presidente Miguel Abadía Méndez – y que arremetió contra los manifestantes con el fin de proteger los intereses de la multinacional.
Casi un siglo después y aún hay polémica
Lara explica que el Estado se encargó de minimizar el número y ocultó muchos de los cuerpos en fosas comunes. Por lo tanto, según el General Carlos Cortés, fueron nueve muertos. El presidente Miguel Abadía aseguró frente a la prensa que fueron doce muertos. Gabriel García Márquez dice en su obra que “el ejército ametralló a más de tres mil trabajadores acorralados en la estación”. Mientras que un telegrama enviado en 1929 por el embajador de Estados Unidos en Colombia, Jefferson Caffery, dice que la cifra podría ascender a mil muertos.
“La inconformidad de los trabajadores se fundaba esta vez en la insalubridad de las viviendas, el engaño de los servicios médicos y la iniquidad de las condiciones de trabajo. Afirmaban, además, que no se les pagaba con dinero efectivo, sino con vales que solo servían para comprar jamón de Virginia en los comisariatos de la compañía”.
Estas inconformidades narradas en Cien años de soledad explican el estado de ánimo de los trabajadores, quienes necesitaban un cambio. Y aunque solo exigían que les respetaran sus derechos, ni el Estado colombiano los respaldó.
“Los comisariatos se convirtieron en la forma de esclavizar a los empleados porque no tenían libertad para escoger dónde gastar su dinero. Primero, la compañía los obligaba a trabajar para ellos y luego los obligaba a comprarle a ellos”, explica Lara.
Varela, municipio de las mariposas amarillas
Cerca de la parada del comisariato, y aún al lado de los rieles del tren, llegamos a Varela.
“Luego de la masacre de las bananeras las cantidades de banano que se quedaron en las plantas sin cortar se empezaron a descomponer. Esto hizo que proliferaran muchas mariposas de diferentes colores, siendo las amarillas las predominantes”, relata Lara.
Es en Valera, en el caserío de Catatumbo que, según Lara, vivía un mecánico de la compañía United Fruit Company y que en Cien años de soledad aparece como Mauricio Babilonia, quien está enamorado de Renata Remedios Buendía.
“Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que las mariposas amarillas precedían las apariciones de Mauricio Babilonia. Las había visto antes, sobre todo en el taller de mecánica y había pensado que estaban fascinadas por el olor de la pintura”. Así relata Gabriel García Márquez las mágicas apariciones de este personaje que le indicaban a Remedios cuándo podía encontrarse con su amor prohibido.
Ciudad de los “gringos”
Un poco después de las 12 p.m. y luego de atravesar el río Aguja y el río Frío, llegamos a la ciudad de los “gringos”.
Foto: Maria Camila Botero
“Los gringos hicieron un pueblo aparte al otro lado de la línea del tren, con calles bordeadas de palmeras, casas con ventanas de redes metálicas, mesitas blancas en las terrazas y ventiladores de aspas colgados en el cielorraso. Dotados de recursos que en otra época estuvieron reservados a la Divina Providencia…”.
Tal como relató en su momento “Gabo”, Prado Sevilla es un lugar privilegiado en la región bananera. Mientras los trabajadores rasos de la United Fruit Company recibían el sueldo con bonos, los altos cargos de la misma, que generalmente eran ciudadanos norteamericanos, franceses y alemanes, disfrutaban de piscina, escuela bilingüe, campo de golf, el único cine de la región, helipuerto, luz eléctrica (que no tenía ninguno de los demás pueblos), un batallón militar que custodiaba a sus habitantes todo el día, una clínica y edificaciones completamente diferentes a los campamentos de los demás trabajadores.
Foto: Maria Camila Botero
Allá se encuentra la Casa Museo de Sevilla, que aún conserva el mobiliario original que les dotaba la United Fruit Company a sus empleados. Jorge Leal, el hijo de Urbano Leal Mancilla – uno de los trabajadores de alto mando de la compañía que se desempeñó como encargado de la producción de la zona bananera – aún vive en la casa que la compañía le dejó a su familia.
Finca Macondo
Foto: Maria Camila Botero
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas…”
Ese inicio, que muchos colombianos han escuchado en algún momento de su vida, está describiendo, según Lara, una vereda perteneciente al corregimiento de Guacamayal, el “verdadero Macondo” del cual se inspiró Gabriel García Márquez.
Para Lara, tanto el río como las piedras y las pocas casas que están en el lugar, describen a la perfección aquel sitio relatado por García Márquez en Cien años de soledad.
A la entrada de esta vereda, que se encuentra en el corazón de la zona bananera, hay un letrero gigante y colorido que dice: “Yo amo al verdadero Macondo. Tierra de inspiración que dio origen al mágico mundo macondiano. Tierra fértil y bendecida por Dios a orillas del Río Sevilla”.
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“En una entrevista que le hicieron a Gabriel García Márquez preguntándole dónde quedaba Macondo, él respondió que existía en la mente de cada uno. Por este motivo, los habitantes de esta vereda consideran que no fue leal y no tuvo la personalidad para decir dónde quedaba realmente”, acusa Lara. Además, “aunque Macondo genera mucho dinero a la industria cinematográfica, manufacturera y literaria, los habitantes del verdadero Macondo están empobrecidos”.
Sin embargo, Lara destaca la importancia de Macondo en toda la literatura de Gabriel García, pues aunque menciona a Manaure, Riohacha, o cualquier otro lugar que no está en el contexto de la geografía de Ciénaga, ni de la zona bananera, finalmente traslada todos los elementos a su Macondo.
Aracataca, otra inspiración para crear a Macondo
Gabriel García Márquez se crió con sus abuelos en Aracataca. Fue en la casa de su infancia que encontró gran influencia para escribir El coronel no tiene quien le escriba y muchos elementos que también replicó en Cien años de soledad, como el árbol en el que José Arcadio muere amarrado y loco, y que aún se encuentra en la Casa Museo.
Foto: Maria Camila Botero
Fue en este municipio que nos detuvimos alrededor de las 2:00 p.m. para almorzar y nos dimos cuenta de que lo mismo que ocurre en Ciénaga, pasa en Aracataca. Muchos de los lugares le rinden homenaje a Gabriel García Márquez.
El más reciente es el Parque Lineal Macondo, que se fundó en el 2019. Allí podrá ver un colorido recorrido artístico de 355 metros lineales con más de 30 murales que plasman algunos fragmentos de las obras más representativas del autor cataquero. Justo por su lado pasa una pequeña fuente de agua que es usada como piscina por los habitantes.
Foto: Maria Camila Botero
También está la Biblioteca Pública Gabriel García Márquez, la Biblioteca Municipal Remedios la Bella, la estatua de Remedios la Bella, la Estación del ferrocarril y la Casa del Telegrafista, donde trabajó Eligio García, el padre de Gabo.
Tumba ‘Remedios, la bella’
Después de nuestro recorrido por Aracataca, nos dirigimos hacia la carretera en busca de Ciénaga, que se encuentra a un poco más de una hora desde la Casa del Telegrafista.
Foto: Maria Camila Botero
La tumba de Remedios, la bella, se encuentra en el cementerio San Miguel de Ciénaga, más conocido como el cementerio de los ricos. Según Lara, el nombre de la persona que le dio vida al personaje en el libro es Rosario Barranco, quien fue la primera señorita Magdalena, en 1933.
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De ella se desprendían muchas historias relacionadas con su inigualable belleza, por eso el apodo de ‘Rosario, la bella’. Lara afirma que García Márquez tomó la referencia y la adecuó a ‘Remedios, la bella’, porque para él era tan bella que resultaba un remedio para la fealdad.
Tumba común donde están 9 de los muertos de la masacre
A diferencia del blanco y elegante cementerio de los ricos, donde descansan reconocidas personalidades de la historia colombiana en mausoleos de mármol que destacan por su opulencia, el cementerio de los pobres, como lo conocen sus habitantes, se encuentra abandonado y lleno de basura.
Allí, en una fosa común, albergan nueve de los muertos que dejó la masacre bananera. No hay flores ni una placa que los identifique, en cambio hay materia fecal a su alrededor y una pared sucia y desportillada.
“Un lugar histórico tan importante como este no debería estar en estas condiciones. La gente confunde la pobreza con miseria”, comenta Lara.
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Un fragmento de Cien años de soledad describe la aparición de los muertos y heridos de la siguiente manera:
“Cuando se restableció la calma, no quedaba en el pueblo uno solo de los falsos beduinos, y quedaron tendidos en la plaza, entre muertos y heridos, nueve payasos, cuatro colombinas, diecisiete reyes de baraja, un diablo, tres músicos, dos Pares de Francia y tres emperatrices japonesas… Seis meses después de la masacre, cuando se restablecieron los heridos y se marchitaron las últimas flores en la fosa común…”
Plaza de los mártires (antigua estación de ferrocarril de Ciénaga)
El recorrido terminó a las 5 p.m. en este histórico lugar, pues fue donde ocurrió la masacre bananera. Ubicada en Ciénaga, junto a la antigua estación del ferrocarril, justo en el sitio donde el ejército disparó contra los huelguistas de la United Fruit Company, se encuentra la escultura Prometeo de la Libertad, elaborada por el maestro Rodrigo Arenas Betancourt en el cincuentenario de la Masacre de las bananeras.
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Gabriel García Márquez describe de una cruda manera lo ocurrido aquel 6 de diciembre de 1928:
“Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de espuma petrificada. Y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumarlos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano… Al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo”.
Información del recorrido por Macondo
Si desea realizar este tour, los precios con Cienatours Colombia van desde $700.000 para dos personas, hasta $2’300.000 para diez pasajeros. Incluyen transporte en carro 4×4, desayuno en Ciénaga, almuerzo en Aracataca, guía local e hidratación. La entrada a la casa museo de Sevilla no está incluida.
Más información al 302 341 5390 o al correo cienatourscolombia@gmail.com
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