Johnny Hendrix, el cine como forma de vida
Enrique Patiño
Cuando se enteró de que su ópera prima Chocó había sido elegida para la sección Panorama del Festival de Cine de Berlín, una de las dos competencias oficiales del certamen, Johnny Hendrix Hinestroza no pudo evitar que afloraran las lágrimas. Era obvio: ahí estaba todo lo que había soñado los últimos años, la fe y el tesón de una vida dedicada a las imágenes, y la mayor apuesta de su vida. Una semana antes, por si fuera poco, su cinta había sido seleccionada para abrir el Festival de Cine de Cartagena. Sus manos grandes y bondadosas, que habían trabajado un guion capaz de dar una nueva mirada sobre el Chocó, y que habían dirigido esta cinta en contra del maltrato a la mujer, enjugaron las lágrimas y celebraron. Johnny entendió que el cine sí valía la pena.
No sospechaba que su idea llegaría tan lejos. Cuando arrancó, este productor oriundo de Quibdó quería llevar la cinta a los territorios afro donde se presenta la problemática del maltrato y los problemas relacionados con la minería. Y había decidido contarla él mismo, tras años de apoyo al cine, porque sentía que nadie más tenía la sensibilidad para hacerlo. En los últimos catorce años había dirigido y producido cintas con su propia empresa, Antorcha Films; había trabajado en Perro come perro, había sido productor ejecutivo de Dr. Alemán, productor de En coma, Hiroshima y Patas arriba, además de filmes ecuatorianos y argentinos, animados y documentales. Pero decidió lanzarse a ser director. Sentía que tenía la química, la fuerza y el guion propio. Y algo vital: la sensibilidad.
Su pasión había comenzado en su infancia. Llegó al cine por aciertos y desaciertos como simple espectador, porque era capaz de ver películas sin pausa hasta las cuatro de la mañana.“Por mala que fuera, le sacaba provecho”, recuerda. Sus estudios técnicos en comunicación social en la Universidad del Valle quedaron atrás ante la perspectiva de trabajar en radio. Allí, su nombre musical se volvió un gancho de recordación y el apellido pasó a un tercer plano. Con los años saltó al rol de productor de comerciales de televisión y montó su propia productora. Tuvo la intención de dirigir un documental sobre la tercera edad y el abandono de los ancianos, y alcanzó a realizar dos cortometrajes. Uno nunca vio la luz. El otro llegó al Festival de Cine de Toulouse.
Cuando quedó solo en su propia compañía lo entendió por fin: era el momento de lanzarse como director. Escribió una cinta que ganó un premio en Ibermedia, pero mientras, escribió el guion de Chocó y se enamoró de él. Lo mostró y más gente amó su proyecto. Arrancó el rodaje el 3 de febrero de 2011 y un año exacto después lo llamaron de Cartagena y Berlín. “La película no es lo que pensé. Ahora es de mucha gente y es mejor. Se trata de un sueño colectivo hecho realidad”, añade. Porque de eso se trataba: de que el cine era su sueño. Y de que luego de creer en tantos otros creyó en el poder de sus manos amplias y precisas, para tejer, a su manera, una cinta que quedará en la memoria.