Colombia 2038: Alegría o desazón
Cristian Valencia
EL PAÍS CONECTADO
SANTIAGO DE CALI, D.T.E.
Septiembre 17 de 2038.
NAN (Nueva Agencia de Noticias)
El día de ayer podría ser considerado emblemático para la nueva patria que se ha venido formando desde hace veinte años. La interconexión férrea entre Tumaco (Nariño) y Turbo (Antioquia) por fin es una realidad. El gobierno central acertó al proponer para el proyecto Dos Mares de Transpacífico, una empresa mixta que inmiscuyera a la comunidad negra, los indígenas y empresas privadas nacionales y extranjeras. El jolgorio que se vivió en las estaciones intermedias de Guapi, Timbiquí, Buenaventura, Pizarro, Quibdó, Bahía Solano y Juradó fue digno de una fiesta nacional.
La interconexión de los principales puertos del país será una alternativa muy apetecida por las compañías navieras del mundo, que ya no aguantan el numeroso tráfico por el canal de Panamá. Esto, sin contar con que, como nunca antes, las ciudades del Pacífico colombiano están conectadas por tierra, y que tanto los puertos de Buenaventura como Tumaco son la mejor ventana del país hacia las economías del Lejano Oriente.
Con la culminación de las obras del Transpacífico, Colombia queda completamente interconectada. Recordemos que hace dos años el Ferrocarril de la Orinoquia se terminó por completo, y el Nuevo Expreso del Sol ha promovido el desarrollo en todo el valle del Magdalena. Si a esto le sumamos el afortunado dragado del río, y el gran tejido de carreteras que se ha venido implementando desde el 2019, pues se puede asegurar, sin asomo de duda, que la propuesta multimodal de empresas mixtas de transporte tiene en Colombia la principal economía del eje sur.
Son mil setecientos kilómetros de vía férrea que hacen posible un viaje sin parangón en América. La belleza de las bocas de Satinga, las marismas de Buenaventura, la biodiversidad del alto Baudó, las bocas del Atrato y el advenimiento del mar Caribe son algunas de las maravillas que esperan al viajero que se atreva a la gran aventura. No son pocas las ofertas de hospedaje en hoteles sostenibles que se han venido implementando en la zona desde hace varios años. La apuesta por paraísos verdes ha producido una demanda de turismo sin precedentes en la zona. Vale decir que la mayoría de los hoteles son producto del formato mixto de empresas nacionales, que siempre tienen representación de los raizales, la empresa privada y el Estado colombiano. Todo el personal que trabaja es oriundo de cada enclave turístico, y la formación ha corrido por cuenta de la Universidad Cooperativa de la Biodiversidad de Quibdó. El nacimiento de las Universidades Cooperativas de Provincia y el fortalecimiento del SENA, bajo la tutela de la Universidad Nacional de Colombia, han tenido mucho que ver en esta nueva etapa del desarrollo nacional.
Las cifras que arrojó el Dane al cierre del segundo trimestre del año no pueden ser mejores. Con una población de 64 millones de habitantes; una tasa de desempleo de 6 %; inflación por debajo del 2 %, y un PIB per cápita de 35.000 dólares, Colombia supera en este momento a las fuertes economías de México, Brasil, Chile y España.
La nueva era del Pacífico colombiano comenzó en el 2024, cuando el gobierno central decidió tecnificar a los pescadores artesanales, una iniciativa que ya había sido un éxito con los pescadores del Caribe, tanto insular como continental. Hoy por hoy Colombia tiene 75 barcos pesqueros en el Caribe y 62 en el Pacífico, manejados por cooperativas de quienes fueran pescadores artesanales. Los centros de acopio de Puerto López, La Guajira; Santa Marta; Turbo; Juradó, Buenaventura y Tumaco han sido promotores de las grandes plantas de procesamiento de harina de pescado, y del enorme comercio que se ha generado con países como Australia, China, Corea, India y Japón.
Para el 22 de septiembre se prevé una reunión en Santiago de Cali, Distrito Turístico Especial, de los alcaldes de las principales ciudades del Pacífico, que harán el lanzamiento oficial de Transpacífico –Proyecto Dos Mares– en el marco del Festival Petronio Álvarez.
QUÉ MIEDO EL MIEDO
(Diario de una mujer bogotana)
Guasca, viernes 17 de septiembre de 2038
Ayer, al anochecer, Juan y los de vigilancia mataron a cuatro personas. Trataron de meterse nuevamente, a pesar de todas las medidas de seguridad que hemos implementado. Las cosas no han mejorado nada sinceramente. Cada vez somos menos los que podemos vivir dignamente, aunque no sepamos mucho de qué se trata la dignidad en este encierro. Desde que salimos de Los Rosales hace veintidós años no hemos vuelto a Bogotá. Nada sabemos de la que fuera nuestra ciudad por tanto tiempo.
Las primeras casas que se tomaron fueron las del centro. Jamás pensamos que aquello fuera a expandirse al resto de la ciudad, mucho menos que el efecto fuera inmediato. Pero lo fue. Carmencita y su marido, que vivían tan cómodamente en el barrio La Soledad, tuvieron que salir despavoridos en aquella funesta noche, ese abril maldito del 2016. Se fueron hacia la finca de Anapoima, sin sospechar que esa enfermedad había hecho metástasis en todos los lugares de Colombia. En pocos meses tuvieron que juntarse con los vecinos para hacer un comité de vigilancia. Hoy en día, como todos nosotros, tienen un ejército privado para protegerse de la revuelta. Qué tontos fuimos al no huir cuando se podía, antes de la diáspora que desalojó del país a 14 millones de colombianos. Porque hoy ningún país quiere a un colombiano más en su territorio.
Al comienzo fui yo quien me opuse a enseñarles a nuestros hijos a usar armas de fuego. Pero Juan me insistía en todos los almuerzos, en las noches de vigilia, y me contaba cómo se les habían metido a los vecinos de Sesquilé, de cómo los atropellaron, de cómo se tomaron la casa y los amenazaron de muerte. Creo, sin duda alguna, que todos en Colombia, toda la gente de bien, sabemos disparar armas de fuego, y no tendríamos ninguna consideración de apuntarla sobre cualquiera que pretenda acercarse a nuestro precario bienestar. Yo misma he matado. A veces siento que no son humanos: ¿cómo pueden arremeter contra sus semejantes de esa manera? Y cuando pienso en eso no siento remordimiento alguno en levantar el arma contra ellos.
Una vez me encontré con una mujer miserable en la despensa de abajo. Eran las cuatro de la mañana y yo salí de la cabaña por pura nostalgia. ¡Hace tanto que no veo las estrellas! Y ella estaba allí: llenaba un saco con todas nuestras reservas. Pude verla con detenimiento. La forma como se movía, sus ademanes, y, sobre todo, su mirada. No era rabia lo que pude ver en su mirada. Diría que era una mirada de desolación, porque no conozco una palabra adecuada para nombrar esos ojos. Estaba tan asustada, tan lejana de un ser humano, tan perdida. Le mostré el revólver y le dije que se fuera. Pero ella siguió llenando su saco como si confiara en mi debilidad. Seguramente ella también analizó mi forma de mirar. Reconoció en mí, quizá, un vestigio de humanidad. Entonces decidí ir a buscar a Juan, y en cuanto emprendí camino hacia la cabaña, ella se me vino encima por detrás. Su grito de batalla fue desesperado. Tenía un tenedor en la mano y me alcanzó a trinchar el hombro. Entonces disparé. Una y otra y otra vez. La desfiguré por completo. Recuerdo que me quedé mirándola. Quería llenar mi alma de ese horror, hastiarme del exceso, endurecerme: la próxima vez que encuentre a alguien en mi territorio, dispararé antes de mirar sus ojos.
¿Pudimos detener semejante presente en el pasado? Seguro que sí: hubo momentos, muchos presidentes tuvieron la oportunidad servida en bandeja. Lo único que había que frenar era la corrupción, de eso se trataba, y aquello de legislar en beneficio de grandes multinacionales y grupos económicos. Pero pasaron de largo como miopes que se negaban a ver las consecuencias, estas consecuencias: un Estado cada vez más débil. Unas multinacionales dueñas de los recursos naturales, protegidas por todo nuestro ejército; y una sociedad arrancada de repente de su humanidad.
Estamos hoy en un Estado medieval injusto donde el eco de la mayoría es sálvese como pueda, defienda lo suyo, lo poco que tiene a como dé lugar. No tenemos esperanza ya. La guerra de la desigualdad está en todas partes. Y las armas apuntan contra nosotros mismos.
Aún mantengo la esperanza de poder enviar a Marianita hacia Ecuador. Pero los intermediarios cada vez son más costosos, las rutas son un albur y la posibilidad de éxito es incierta. No sabría decir qué es peor para ella. Estamos hoy en un Estado medieval injusto donde el eco de la mayoría es sálvese como pueda, defienda lo poco que tiene a como dé lugar. La guerra de la desigualdad está en todas partes. Y las armas apuntan contra nosotros mismos.
*CRISTIAN VALENCIA: Novelista, cronista, cuentista y columnista samario. Autor de los libros El rastro de Irene, Bitácora del dragón y Hay días en que amanezco muerto.