Los cumbiamberitos: retoños de la alegría
Paul Brito
Son las siete de la noche del miércoles 8 de febrero. Faltan cuarenta y ocho horas para la Guacherna y cuatro días para el Carnaval de los Niños. EstoSon las siete de la noche del miércoles 8 de febrero. Faltan cuarenta y ocho horas para la Guacherna y cuatro días para el Carnaval de los Niños. Estoy en un largo patio de cemento de una casa de Buenos Aires, un barrio humilde al sur de Barranquilla. Hay un árbol de mango en mitad del solar que de día debe ser una bendición.
Aquí ensayan cada noche, de lunes a viernes, 25 parejas de niños de 3 a 13 años de edad pertenecientes a Los Cumbiamberitos de Buenos Aires, un grupo de cumbia infantil dirigido desde hace 24 años por Alcides Romero. No es raro, entonces, que los padres de algunos de esos niños también hayan pertenecido a la misma cumbiamba.
Sólo han llegado dos niñas, de 4 y 6 años. Tampoco ha aparecido el grupo de millo, así que la única música que suena es el silbido de los alisios y el ruido de una máquina de coser en el interior de la casa. Sin embargo, las dos niñas ya comienzan a mover sus caderas con una cadencia instintiva, como si escucharan el llamado de la flauta de millo y los tambores desde el fondo de sí mismas.
Alcides me llama desde el interior de la casa. Me presenta a su madre, que apenas puede levantar la mirada de su máquina de coser: tiene que terminar los 25 vestidos de las niñas para el viernes de Guacherna. Son blancos, hilvanados por cintas de los colores patrios y otras de color rojo, amarillo y verde, como la bandera de Barranquilla, con una flor artificial de cayena a la altura de la cintura. Alcides me presenta también a dos hermanas. Una diseña los vestidos y la otra colabora con Alcides en todos los pormenores de los ensayos.
Cuando salgo al patio ya ha llegado el resto de niños y padres. Y ya están listos los cinco músicos del grupo de millo. Los niños con sus sombreros vueltiaos y las niñas con sus faldas de combate, han conformado dos hileras a lo largo del patio, de mayor a menor según la estatura.
–Heee… –gritan al unísono apenas escuchan el sonido de la flauta.
Los niños comienzan con las manos en alto, menean el sombrero vueltiao como atizando el fuego de una fogata invisible, y dan pasos cortos y pegados al suelo. Las niñas mueven sus caderas manteniendo el cuello estirado y la frente en alto; toman las puntas de sus polleras y le van dando formas de flores. Siempre sonrientes, las parejas se acercan, se inclinan, se alejan y vuelven a acercarse trazando caminos que se rozan y confluyen en círculo, en un ritual ancestral que los niños repiten con pureza renovada.
-¡Güeeepaaa!
El pastel de los privilegiados
Prácticamente toda la fiesta carnavalera está montada sobre el entusiasmo y la pasión de personas como Alcides, su madre, sus hermanas, los cumbiamberitos y sus padres, que a cambio del esfuerzo, el tiempo y el dinero que le dedican a hacer posible el carnaval, no reciben ninguna retribución o ayuda económica significativa del Estado ni mucho menos de los empresarios de esta fiesta. “Ni siquiera nos ayudan con el agua –afirma Alcides–. Tenemos que costearla nosotros mismos y acarrearla por nuestros propios medios a lo largo de todo el cumbiódromo. Es claro que la retribución que obtenemos es otra muy diferente a la económica: la gran satisfacción de saber que con este trabajo cultural hemos contribuido por más de dos décadas al fortalecimiento y enriquecimiento de nuestras tradiciones y raíces.”
Un folclorista y director de una agrupación de millo de Soledad, que prefiere no dar el nombre, lo ilustra de esta forma:
–Los coreógrafos, bailarines, músicos y fabricantes de carrozas, ponemos la harina, los huevos, la leche y el azúcar, revolvemos balanceadamente los ingredientes, los vertemos en un molde, le rallamos nuez moscada, los metemos al horno, y al final sacamos la torta, la ponemos a la mesa para que, tenedor en mano, se sienten los empresarios de las grandes licoreras, los dueños de palcos, las agencias de turismos, y los sempiternos jeques del Carnaval. ¿Y qué nos queda de todo eso a los artistas? Sólo unas cuantas migajas para el que sepa estirar la mano cada vez que un diminuto trozo de pastel, resbala de la mesa de los privilegiados. El resto se queda viendo un chispero.
Sin embargo, los niños integrantes de Los Cumbiamberitos de Buenos Aires siguen bailando y disfrutando el carnaval al margen de esta problemática y a pesar de todas las dificultades que soplan en contra. Alcides me explica que los padres de estos muchachos son personas de escasos recursos. Además de algún patrocinio empresarial que Alcides busca escociéndose los nudillos de tanto tocar puertas, les toca organizar rifas, bingos, bazares bailables, colectas en el barrio y otras actividades para conseguir fondos.
La Fundación Carnaval de Barranquilla, ente operativo de la fiesta que surgió como una iniciativa de la empresa Carnaval S.A. y que recibe contribuciones del Ministerio de Cultura y contraprestaciones por la participación de las empresas en los diferentes eventos que organiza la fundación, entrega a todos los grupos folclóricos inscritos ante ella un aporte prácticamente simbólico que no representa ni el 10 por ciento de todos los gastos. A Los Cumbiamberitos de Buenos Aires, por ejemplo, les entregan alrededor de $600.000 pesos, que no son nada comparados con gastos básicos que ascienden a 7 y 8 millones. Además de los vestidos, tocados y otros accesorios que necesitan las niñas para el desfile, y de los trajes, sombreros y alpargatas para los muchachos, hay que pagarles a los integrantes del grupo de millo, y aprovisionarse de refrigerios, bebidas energéticas e incluso venditas y medicinas para dolores musculares, de cabeza y mareo, con el fin de soportar los largos trayectos de los desfiles. El de la Gran Parada que se desarrolla el domingo de Carnaval se extiende por 4 kilómetros bajo un sol ardiente y a temperaturas de hasta 38 grados centígrados.
Y si a eso le sumamos el esfuerzo que hacen personas como Alcides desde hace muchos años, enseñando y dirigiendo a los participantes de estas cumbiambas, uno se da cuenta de que detrás de toda esta enorme dedicación hay una pasión a toda prueba y una auténtica empresa sin ánimo de lucro.
Un Carnaval sin final
Es cierto que hay personas inescrupulosas que se lucran a través de comparsas oportunistas armadas a última hora, las cuales no han hecho ningún ensayo ni han preparado ninguna coreografía, y venden cupos y trajes de forma irresponsable auspiciando un desorden gratuito, deformando la fiesta y perturbando las comparsas tradicionales y serias. También es cierto que hay personas que se inscriben en comparsas, serias o falsas, sólo en busca de cinco minutos de fama ante el público y las cámaras, otros lo hacen por el alcohol que abunda alrededor de los desfiles y algunos hasta para hacer conquistas sexuales dentro de los grupos. Pero cuando uno ve a estos niños y percibe con los vellos erizados la emoción, la alegría y la belleza que transmiten al bailar, concluye que el Carnaval de Barranquilla se sostiene por algo más que esas motivaciones deformadas o triviales; que se apoya más bien sobre una razón esencial que vence todos los obstáculos que le salen al paso: el intenso gozo de vivir la tradición, las raíces del folclor y los colores del mestizaje, pero sobre todo, la celebración desde adentro de la sencilla y misteriosa alegría de vivir.
–Viendo estos niños, uno se da cuenta de que el Carnaval nunca se va a acabar –me dice el papá de un cumbiamberito al finalizar el ensayo.
Les pregunto a varios muchachos qué recompensa recibirán de todas esas prácticas, bailes y desfiles antes y durante el Carnaval y me responden que precisamente estar inscritos en la cumbiamba es una recompensa de sus padres por haber recibido buenas calificaciones en el colegio. Como insisto en indagar si reciben algún premio por hacerlo tan bien, Alcides interviene para contarme que a lo largo de los años esta cumbiamba ha recibido 10 Congos de Oro (primer puesto), muchas placas y menciones de honor. Sin embargo, la respuesta que recibo de los chicos no se enfoca en la expectativa de recibir alguno de estos reconocimientos. Me responden emocionados que sus padres y Alcides les tienen planeada para el martes de Carnaval, después de su última presentación en el desfile La conquista del sur de la calle 8, una gran fiesta: un gran baile en este mismo patio donde ensayan, y donde el árbol de mango se mueve como la falda de una cumbiambera al compás de los alisios. Un baile más es el premio. Así es el Carnaval y en un largo patio de cemento de una casa de Buenos Aires, un barrio humilde al sur de Barranquilla. Hay un árbol de mango en mitad del solar que de día debe ser una bendición.
Aquí ensayan cada noche, de lunes a viernes, 25 parejas de niños de 3 a 13 años de edad pertenecientes a Los Cumbiamberitos de Buenos Aires, un grupo de cumbia infantil dirigido desde hace 24 años por Alcides Romero. No es raro, entonces, que los padres de algunos de esos niños también hayan pertenecido a la misma cumbiamba.
Sólo han llegado dos niñas, de 4 y 6 años. Tampoco ha aparecido el grupo de millo, así que la única música que suena es el silbido de los alisios y el ruido de una máquina de coser en el interior de la casa. Sin embargo, las dos niñas ya comienzan a mover sus caderas con una cadencia instintiva, como si escucharan el llamado de la flauta de millo y los tambores desde el fondo de sí mismas.
Alcides me llama desde el interior de la casa. Me presenta a su madre, que apenas puede levantar la mirada de su máquina de coser: tiene que terminar los 25 vestidos de las niñas para el viernes de Guacherna. Son blancos, hilvanados por cintas de los colores patrios y otras de color rojo, amarillo y verde, como la bandera de Barranquilla, con una flor artificial de cayena a la altura de la cintura. Alcides me presenta también a dos hermanas. Una diseña los vestidos y la otra colabora con Alcides en todos los pormenores de los ensayos.
Cuando salgo al patio ya ha llegado el resto de niños y padres. Y ya están listos los cinco músicos del grupo de millo. Los niños con sus sombreros vueltiaos y las niñas con sus faldas de combate, han conformado dos hileras a lo largo del patio, de mayor a menor según la estatura.
–Heee… –gritan al unísono apenas escuchan el sonido de la flauta.
Los niños comienzan con las manos en alto, menean el sombrero vueltiao como atizando el fuego de una fogata invisible, y dan pasos cortos y pegados al suelo. Las niñas mueven sus caderas manteniendo el cuello estirado y la frente en alto; toman las puntas de sus polleras y le van dando formas de flores. Siempre sonrientes, las parejas se acercan, se inclinan, se alejan y vuelven a acercarse trazando caminos que se rozan y confluyen en círculo, en un ritual ancestral que los niños repiten con pureza renovada.
-¡Güeeepaaa!
Prácticamente toda la fiesta carnavalera está montada sobre el entusiasmo y la pasión de personas como Alcides, su madre, sus hermanas, los cumbiamberitos y sus padres, que a cambio del esfuerzo, el tiempo y el dinero que le dedican a hacer posible el carnaval, no reciben ninguna retribución o ayuda económica significativa del Estado ni mucho menos de los empresarios de esta fiesta. “Ni siquiera nos ayudan con el agua –afirma Alcides–. Tenemos que costearla nosotros mismos y acarrearla por nuestros propios medios a lo largo de todo el cumbiódromo. Es claro que la retribución que obtenemos es otra muy diferente a la económica: la gran satisfacción de saber que con este trabajo cultural hemos contribuido por más de dos décadas al fortalecimiento y enriquecimiento de nuestras tradiciones y raíces.”
Un folclorista y director de una agrupación de millo de Soledad, que prefiere no dar el nombre, lo ilustra de esta forma:
–Los coreógrafos, bailarines, músicos y fabricantes de carrozas, ponemos la harina, los huevos, la leche y el azúcar, revolvemos balanceadamente los ingredientes, los vertemos en un molde, le rallamos nuez moscada, los metemos al horno, y al final sacamos la torta, la ponemos a la mesa para que, tenedor en mano, se sienten los empresarios de las grandes licoreras, los dueños de palcos, las agencias de turismos, y los sempiternos jeques del carnaval. ¿Y qué nos queda de todo eso a los artistas? Sólo unas cuantas migajas para el que sepa estirar la mano cada vez que un diminuto trozo de pastel, resbala de la mesa de los privilegiados. El resto se queda viendo un chispero.
Sin embargo, los niños integrantes de Los Cumbiamberitos de Buenos Aires siguen bailando y disfrutando el carnaval al margen de esta problemática y a pesar de todas las dificultades que soplan en contra. Alcides me explica que los padres de estos muchachos son personas de escasos recursos. Además de algún patrocinio empresarial que Alcides busca escociéndose los nudillos de tanto tocar puertas, les toca organizar rifas, bingos, bazares bailables, colectas en el barrio y otras actividades para conseguir fondos.
La Fundación Carnaval de Barranquilla, ente operativo de la fiesta que surgió como una iniciativa de la empresa Carnaval S.A. y que recibe contribuciones del Ministerio de Cultura y contraprestaciones por la participación de las empresas en los diferentes eventos que organiza la fundación, entrega a todos los grupos folclóricos inscritos ante ella un aporte prácticamente simbólico que no representa ni el 10% de todos los gastos. A Los Cumbiamberitos de Buenos Aires, por ejemplo, le entregan alrededor de $600.000 pesos, que no son nada comparados con gastos básicos que ascienden a 7 y 8 millones. Además de los vestidos, tocados y otros accesorios que necesitan las niñas para el desfile, y de los trajes, sombreros y alpargatas para los muchachos, hay que pagarles a los integrantes del grupo de millo, y aprovisionarse de refrigerios, bebidas energéticas e incluso venditas y medicinas para dolores musculares, de cabeza y mareo, con el fin de soportar los largos trayectos de los desfiles. El de la Gran Parada que se desarrolla el domingo de carnaval se extiende por 4 kilómetros bajo un sol ardiente y a temperaturas de hasta 38 grados centígrados.
Y si a eso le sumamos el esfuerzo que hacen personas como Alcides desde hace muchos años, enseñando y dirigiendo a los participantes de estas cumbiambas, uno se da cuenta de que detrás de toda esta enorme dedicación hay una pasión a toda prueba y una auténtica empresa sin ánimo de lucro.
Es cierto que hay personas inescrupulosas que se lucran a través de comparsas oportunistas armadas a última hora, las cuales no han hecho ningún ensayo ni han preparado ninguna coreografía, y venden cupos y trajes de forma irresponsable auspiciando un desorden gratuito, deformando la fiesta y perturbando las comparsas tradicionales y serias. También es cierto que hay personas que se inscriben en comparsas, serias o falsas, sólo en busca de cinco minutos de fama ante el público y las cámaras, otros lo hacen por el alcohol que abunda alrededor de los desfiles y algunos hasta para hacer conquistas sexuales dentro de los grupos. Pero cuando uno ve a estos niños y percibe con los vellos erizados la emoción, la alegría y la belleza que transmiten al bailar, concluye que el Carnaval de Barranquilla se sostiene por algo más que esas motivaciones deformadas o triviales; que se apoya más bien sobre una razón esencial que vence todos los obstáculos que le salen al paso: el intenso gozo de vivir la tradición, las raíces del folclor y los colores del mestizaje, pero sobre todo, la celebración desde adentro de la sencilla y misteriosa alegría de vivir.
–Viendo estos niños, uno se da cuenta de que el carnaval nunca se va a acabar –me dice el papá de un cumbiamberito al finalizar el ensayo.
Les pregunto a varios muchachos qué recompensa recibirán de todas esas prácticas, bailes y desfiles antes y durante el carnaval, y me responden que precisamente estar inscritos en la cumbiamba es una recompensa de sus padres por haber recibido buenas calificaciones en el colegio. Como insisto en indagar si reciben algún premio por hacerlo tan bien, Alcides interviene para contarme que a lo largo de los años esta cumbiamba ha recibido 10 Congos de Oro (primer puesto), muchas placas y menciones de honor. Sin embargo, la respuesta que recibo de los chicos no se enfoca en la expectativa de recibir alguno de estos reconocimientos. Me responden emocionados que sus padres y Alcides les tienen planeada para el martes de carnaval, después de su última presentación en el desfile La conquista del sur de la calle 8, una gran fiesta: un gran baile en este mismo patio donde ensayan, y donde el árbol de mango se mueve como la falda de una cumbiambera al compás de los alisios. Un baile más es el premio. Así es el carnaval.
*Paul Brito: escritor y periodista barranquillero, autor del libro Manual de Intrusiones. Fecha de publicación: 15 de febrero de 2012.