La infanta que influyó en la abdicación del rey
Andreu Manresa
Cristina, la segunda hija del rey, se rehúsa a dejar a su marido, acusado de corrupción y, como buena navegante, está dispuesta a luchar por su pareja contra viento y marea. Cristina de Borbón es la primera infanta de España licenciada en la Universidad y que, además, trabaja en una empresa privada.
Séptima en la línea sucesoria, hermosa y habitualmente discreta, desplaza hoy de las portadas a su padre, el rey de España. Se casó con un deportista de élite del Barcelona y se alejó de palacio y de Madrid. Sin embargo, la infanta Cristina flota sobre la riada del escándalo judicial de los supuestos negocios sucios de su marido, Iñaki Urdangarin.
El yerno del rey y su hija han puesto a la monarquía en el ojo de un debate que es un vendaval porque provoca un escrutinio de la ciudadanía, que exige transparencia y ejemplaridad. En tiempos de grave crisis económica y social, la familia real está en el eje de una larga polémica que cuestiona, a pie de calle, comportamientos institucionales y cuestiones privadas.
Así, el rey Juan Carlos asiste preocupado a una controversia que alude a la Corona y a él directamente. La figura respetada del monarca –ajeno a los pulsos políticos–, forjada en la transición, tras la dictadura, está debilitada por un accidentado viaje a África a la caza del elefante y por las reiteradas intervenciones quirúrgicas y obligadas bajas.
En la prensa y el Parlamento se reclaman detalles sobre las actuaciones de una amistad íntima de Juan Carlos con la bróker alemana, la princesa Corinna, que aseguró ejercer labores de asesoría para el Gobierno de España y, además, ofreció un sueldo a Iñaki Urdangarin. El rey solo pudo soltar un “Lo siento, me he equivocado y no volverá a ocurrir”.
Pero eso no bastó: el rey sufre un desplome en su aceptación por los españoles, en especial entre jóvenes que cuestionan la eficacia en democracia de un jefe de Estado vitalicio, con continuidad hereditaria. De hecho, monárquicos han planteado la abdicación del rey en su hijo, el príncipe Felipe, de 45 años.
Bajo ese marco enrarecido, Cristina de Borbón vive, en cierto aislamiento, una popularidad no deseada por el escándalo del “caso Urdangarin”. Agradable y dinámica, Cristina, de 47 años, ejercía un rol secundario en la Corona. Pero, sin quererlo, de figura de reparto pasó a ser protagonista de esta historia incontrolable por el poder, dilatada e intensa, que reúne ingredientes de interés popular y tremendo impacto político. Este novelón pone de manifiesto la candente corrupción, motiva la crónica “rosa” del corazón con una celebridad “royal” y su familia, y, además, recalienta la cuestión Monarquía/República.
La notoriedad de la guapa Cristina de Borbón, madre de cuatro hijos –de entre trece y siete años– ha aumentado pese a que lleva año y medio apartada de la vida oficial. No participa en los actos de la agenda de la familia real. Así, los reyes, el príncipe Felipe y la princesa Letizia y la infanta Elena asumen sin ella todas las visitas, inauguraciones, viajes y discursos, con la notable baja de Juan Carlos, sometido a cuatro operaciones en un año por lesiones óseas.
Su distancia de la casa paterna no es injustificada. Cristina fue “sacrificada” por su padre y ella, por supuesto, se molestó con él. La censura dictada por la casa del rey contra Urdangarin motivó su queja y disgusto. Juan Carlos I, a finales de 2011, ordenó decir al portavoz de la monarquía que el yerno tuvo un “comportamiento para nada ejemplar”, antes de que un juez le acusara de delitos de la malversación de caudales públicos.
El rey quiso aislar a la familia real ante el embrollo judicial y evitar imágenes corales con el “contaminado”. Cristina, su excluido esposo y sus hijos decidieron, entonces, ser distantes y dejar de veranear con sus parientes en el mar del palacio de Marivent en Palma, tradición desde los años setenta. La reina Sofía apenas compartió unas horas de vacaciones con todos sus nietos. La disensión existe.
Aun así, Urdangarin quedó imputado, en la Navidad de hace dos años, por un juez de Palma que le interrogó a lo largo de veinte horas en dos días. Era la primera vez que un familiar del rey iba a un juzgado a declarar. Pero al cabo de más de un año de escándalos, media España se preguntaba por qué la infanta no estaba acusada. Al ser socia y codirectiva de otra empresa de su esposo, en abril pasado ya no se pudo detener el tren: el juez la imputó. Se quiere analizar su posible cooperación y un supuesto trato privilegiado en tráfico de influencias, en el que permitió que se usase su imagen.
Cristina, quizás la hija predilecta de su padre, en una causa penal es una ciudadana más, no goza de aforo ni de inmunidad. El rey pensó en su yerno y dijo en el discurso de fin de año 2011: “La justicia es igual para todos”. No supuso que su hija sería sujeto de la máxima.
En su juventud, la infanta se licenció en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, hizo un máster en Relaciones Internacionales en Nueva York y fue becaria en la Unesco, en París. Como todos los “royals” borbones es aficionada a los deportes del mar y al esquí en la nieve. Forjada en la rudeza y habilidad que exige navegar contra el viento y las olas, es hábil al guiar la caña de un velero. Y es que las regatas acentúan las virtudes de los fuertes, ayudan a modelar respuestas a los problemas sobrevenidos, a resistir.
Cristina capea la tormenta del “caso Urdangarin” y encaja los sucesivos golpes, la catarata de censuras, afirmándose solidaria y cercana a su denostado esposo. Y no se divorcia como claman los monárquicos. La reina y su hermana, la infanta Elena, le muestran proximidad. Su hermano, el príncipe Felipe que heredará el trono y las dudas abiertas ahora, digiere la crisis a distancia.
Los Urdangarin-Borbón y sus hijos residieron tres años en Estados Unidos, en Washington, para apartarse del problema. Hasta que ya fue incontenible, Urdangarin era un alto ejecutivo de Telefónica, ocupación que tuvo que dejar por su escándalo. La agenda judicial forzó su regreso en 2012 a Barcelona donde recibió una oferta para ir a entrenar un equipo de baloncesto en Qatar.
Cristina e Iñaki son duques de Palma desde su boda en Barcelona en 1997, por la distinción del rey a su hija. Pero, por cuenta de la deshonra, las autoridades de Palma exigen al duque que deje de usar el título. La Rambla –céntrica calle de Palma– ha recuperado su nombre y se ha retirado la placa de homenaje a los duques.
La segunda hija de los reyes quiso ser una infanta moderna, buscó pareja fuera del círculo de los solteros reales, las élites aristocráticas o los linajes largos del poder. Iñaki Urdangarin Liebaertno es un “profesional” del selecto club de la aparente alta sociedad, era un deportista, hijo de una familia notable del País Vasco. La infanta le conoció en el entorno deportivo olímpico. Ella fue, en Seúl 88, abanderada y competidora en vela. Él, estrella del equipo de baloncesto.
Iñaki, alto, rubio, ojos claros, y de buen ver, es vasco y de madre belga, habla catalán y creció en Cataluña. Parecía el “yerno perfecto” y un candidato para ayudar a modernizar y extender la aceptación de la monarquía. En España, históricamente en Cataluña y el País Vasco, hay consolidados núcleos de rechazo a la monarquía.
Cristina vive ahora en la soledad familiar y laboral, escoltada por policías y seguida por periodistas. Más que nunca. Se muestra discreta, incómoda y apesadumbrada. Cubre con lentes negros la dulce mirada de miope que se le ha tornado triste. El tema Urdangarin –ella, su marido y ocasionalmente sus hijos– está a todas horas en las pantallas de las televisiones, en programas de debates y murmullos populistas.
La pareja Urdangarin-Borbón habita en el palacete de Barcelona que compró en plena apoteosis de los negocios del vasco. Valorado en nueve millones de euros, hoy está en venta o, peor, será embargado para afrontar la fianza civil del “caso Urdangarin” que ya va por 8,2 millones. La familia se comprometió con una hipoteca de 5 millones, pero la catarata de problemas les llevó a no pagar dos cuotas trimestrales.
La hija del rey acude, carpetas en mano, a la fundación La Caixa. En este banco es directora de un área social. Los 90.000 euros que cobra de La Caixa y la asignación de 72.000 de la casa real por sus actividades –ahora nulas– son los únicos ingresos de la familia. La existencia les fue fácil a Cristina e Iñaki entre la espuma del protocolo y las fotos vacuas de la crónica social. Hasta que el seísmo les mudó la cara.
La casa real borró de su página web al esposo, se anuló la biografía. Sin dudas, la historia cambió. La pareja Urdangarin-Borbón habita en un palacete de Barcelona, valorado en nueve millones de euros, que hoy está en venta o, peor, será embargado para afrontar la fianza del caso que ya va por 8,2 millones.