El viaje a la nostalgia de Pawlikovski

El sentimiento de desarraigo de Pawel Pawlikovski lo ha llevado a construir historias de inmigrantes y personajes marginales. Entrevista con el director la película "Ida".
 
El viaje a la nostalgia de Pawlikovski
Foto: Álvaro Delgado - FNPI
POR: 
Dominique Rodríguez Dalvard

Pawel Pawlikovski se fue de Polonia a los 14 años (su mamá se casó con un inglés). Viajó a Gran Bretaña y Alemania y, luego de trasegar en la adolescencia, regresó al Reino Unido a estudiar filosofía y literatura. Director de cine y documentalista de reconocida trayectoria, su filmografía resulta intimista y casi autobiográfica: “Me puse a indagar en mi propio catálogo personal, con historia de exilio, amor, muerte y locura”. Ese sentimiento de no pertenecer, de no ser del todo polaco, ni mucho menos inglés, le ha hecho explorar ese “no lugar”, construyendo historias de gente marginal, inmigrantes y confusiones existenciales. Después de años de no regresar a esa Polonia, encara al país con IDA una película que sigue ahondando en esa incertidumbre vital que tanto lo caracteriza. Ha sido calificada de obra maestra (estreno en Cinema Paraíso el 11 de julio). Como invitado al FICCI, en marzo pasado, hablamos con él en un encuentro para los becarios de la Beca Gabriel García Márquez.

Ida se cría como una católica, pero resulta que en realidad su familia era judía. ¿Para usted, qué define la identidad religiosa?

Esa fue una de las preguntas que me llevaron a seguir en este proyecto. Empecé a reflexionar en la identidad polaca o la identidad religiosa. ¿Tienes que ser polaco para ser católico o católico para ser polaco? ¿Será que la religión es algo menos tribal y más espiritual y trascendente? Quería indagar un poco en esa Polonia en donde la religión es parte de la identidad nacional y que pareciera que no deja mayor espacio a la verdadera espiritualidad.

¿Por qué ponerla en esta situación?

Porque soy un amante de la paradoja. E Ida también.

Háblenos de Agatha Trzebuchowska, la protagonista de IDA, ¿dónde la encontró?

A los actores los trato a todos por igual, como personajes de documental. Agatha nunca había actuado en su vida. La encontré en un café debajo de donde vivo. Allí estaba, leyendo en un café, tenía esa cara interesante, no era muy cinéfila, pero había visto algunas de mis películas y trabajar con ella fue sencillo porque su actuación no está a kilómetros luz de lo que es. Es una atea total, lo que la hace ideal para actuar de religiosa; es brillante, no tiene ningún tipo de gestualidad –como si hubiera vivido por fuera de la sociedad la mayor parte de su vida–, piensa antes de hablar –lo que es muy raro–, y piensa todo el tiempo. Así que fue un alivio encontrarla, después de tantos intentos de ver actrices procurando hacer de monjas, con ella me sentí en terreno firme.

¿En qué momento se sitúa la historia y por qué eligió ese tiempo?

Lo que quería era hacer una película que no se situara en ningún punto de quiebre histórico: ni es en 1956, apenas acaba el estalinismo en el país, ni tampoco en 1968, cuando el movimiento estudiantil se manifestó acaloradamente contra la censura y la falta de democracia en el país. IDA no se localiza en ninguno de esos dos hitos, sino que está en el medio de ambos. Me interesaba mostrar esa área gris de nuestra historia en un tiempo en el que teníamos una de las vanguardias del cine más poderosas de Europa, vivíamos el jazz y el rock y nos sentíamos libres. Estábamos llenos de esperanza. Luego vendrían la seriedad, el capitalismo vulgar y la Iglesia que se tomaría el poder.

¿Cómo trabaja esa mezcla de ficción con realidad, sobre todo teniendo ese bagaje como documentalista?

Hice documentales hasta el 95. En ese año me tocó empezar a reinventarme pues la BBC se volvió una corporación. Porque, yo, con los documentales quiero complicar el mundo. Y embellecerlo como la literatura, como un texto fascinante con tragedia. Así que con IDA moví la historia a unos años sesenta, un poco atemporales, pues siempre me ha gustado la fe individual en el paisaje histórico. Por mucho tiempo tuve miedo de mezclar ficción e historia y no estaba seguro de que podía hacerse, pues con el tema histórico el problema que hay es que explica demasiado. Pero con IDA tomé el riesgo de hacer una película histórica, que no se ve histórica de ninguna manera. Es una película que flota un poco, que no explica, a diferencia de cintas como Doce años de esclavitud, que son imposibles de ver.

Finalmente, ¿cómo definiría IDA?

Como un tremendo viaje a la nostalgia.

         

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julio
25 / 2014