Gabo: el último optimista

En marzo de 1997 Diners publicó una edición de homenaje al Nobel colombiano. El expresidente César Gaviria c
 
Gabo: el último optimista
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César Gaviria Trujillo

La primera vez que tuve la oportunidad de hablar con Gabriel García Márquez durante varias horas, fue en su casa en México. Yo era ministro de Gobierno de la administración Barco, y Álvaro Gómez había sido secuestrado por el M-19. La intención política de este secuestro era incuestionable y sus consecuencias eran nefastas para el Gobierno, en el que nadie tenía idea de dónde podía estar Gómez Hurtado. Tal vez Gabo nos ayudaría a pensar en fórmulas para desenredar el lío o, en virtud de su amistad con el presidente de Cuba, quizá este influyera en la voluntad de los insurgentes. Luego de tres días de largas conversaciones, hablábamos como viejos amigos.

En México descubrí el Gabo que hoy considero amigo y con el cual paso de cuando en cuando algunas horas hablando de temas que nos son comunes, o escuchándolo hablar de literatura, cine, periodismo, o sobre la gente que ha conocido durante su vida y que le ha dejado una huella imborrable por algún motivo en especial. Desde entonces, Ana Milena y yo vemos en Gabo y en Mercedes a una pareja de amigos entrañables.

El Gabo que encuentro cuando conversamos es genial, y un hombre sencillo y mucho más político -en el mejor sentido de esta palabra- de lo que uno podría imaginar.

El hombre público que es Gabi tiene, por encima de todo, una preocupación esencial que lo persigue sin importar en qué lugar del mundo se encuentre: la suerte de nuestro país. En los momentos más difíciles de mi gobierno, siempre encontré el buen consejo -el consejo desinteresado- de Gabo, precedido de un análisis lúcido de la situación, producto sin duda de su capacidad para estar mejor informado de los sucesos, y de su buen olfato de viejo periodista.

Pero no sólo encontré consejo. En Gabo es posible hallar algo de incuestionable valor para un presidente: él aporta visión y esperanza. Como en el fondo no es otra cosa que un optimista irredimible, cree que todo es factible: con la enorme energía de su optimismo contribuye a hacer posible lo que antes parecía imposible. En el tema de la paz de Colombia, es y seguirá siendo el último optimista, y el último optimista, y el último optimista es siempre el que permite cambiar la realidad para adaptarla a nuestros sueños. ¿Qué otra cosa es la política en el más amplio de los sentidos, el que más importa?

La segunda preocupación de Gabo, el hombre público, es América Latina. Ciertos países, como México, Panamá, Venezuela y Cuba, que consideran suyo a Gabo, despiertan en él un interés vital indudable. Siempre sabe qué sucede allí. Y a la vez, pocos como él han logrado tener una visión global de lo que constituye la esencia de nuestro ser latinoamericano. Pocos como él han logrado tener una visión global de lo que constituye la esencia de nuestro ser latinoamericano: pocos como él poseen las llaves para abrir las puertas que nos separan a los unos de los otros. Detrás de algunos de los procesos políticos más importantes de la América Latina en las últimas décadas, está Gabo.

Hay reuniones de presidentes sobre temas críticos para Latinoamérica que nacieron en una conversación informal, un domingo, en alguno de los hogares que tienen Gabo y Mercedes en todo el mundo.

Quienres escriban la historia de nuestra región de los últimos treinta años se encontrarán con Gabo no una sino varias veces, no sólo en la literatura sino en el cine, el periodismo y la política latinoamericana. Es una lástima, sin embargo, que no puedan ver en toda su dimensión humana al mejor de los Gabos que conozco, al amigo que siempre está dispuesto a escuchar a los amigos y a regalarles con generosidad todo su tiempo, al escritor de Aracataca que dice de todo corazón que él sólo escribe para que sus amigos lo quieran más.

         

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abril
21 / 2014