Christie’s: por amor al arte
Pilar Calderón
En los alrededores de Rockefeller Plaza, la ciudad bulle. El otoño se niega a morir y abraza cálidamente a los miles de turistas que la recorren a diario sin sospechar que a solo unos metros de allí se encuentra una de las galerías de arte más sorprendentes. Se trata de los tres mil metros cuadrados que la casa de subastas Christie’s de New York ha destinado para alojar las obras y objetos de arte que ofrece en las más de 450 subastas que se realizan al año en todo el mundo y cuyo valor ascendió en 2012 a 6.27 billones de dólares, cifra que será ampliamente superada este año.
En los salones de Christie’s , los cientos de coleccionistas que por esta época visitan New York se entremezclan con uno que otro desprevenido visitante que, como yo, ha llegado allí más atraído por la curiosidad que por el deseo de comprar. De la mano de los especialistas de la casa de subastas, amantes del arte provenientes de los más diversos lugares recorren una a una las 69 piezas de la que habrá de ser en pocos días la subasta de mayor valor transado en la historia del arte. A paso lento e impávidos recorren con gran familiaridad –como si fuera la sala de su casa– una a una estas obras que improvisados transeúntes como yo muy probablemente jamás volveremos a ver. Esta transición constituye un momento único e irrepetible para la mayoría de las obras, que probablemente pasarán de la mano de un coleccionista privado a otro, sin otra oportunidad de ser exhibidas en público.
A la admiración por las obras siento que poco a poco se va sumando una curiosidad casi morbosa por los coleccionistas. Los observo silenciosamente, uno a uno, tratando de descifrar la historia que se esconde detrás de esos rostros inescrutables, carentes de emoción, pero dispuestos a pagar millones de dólares por el trabajo de un artista. ¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿De dónde proviene su fortuna? ¿Cómo es su casa? ¿Colgarán en ella lo que acá adquieran? ¿Qué fuerza interna los motiva?
Es difícil resistirse a la atracción que generan los valores millonarios de las obras. Por eso, lo primero que busco es el gran highligt de esta subasta de arte contemporáneo y de posguerra, una de las dos que cada año realiza Christie’s en esta categoría. A pocos metros de la entrada descubro, cuidadosamente iluminados, los Tres estudios de Lucien Freud, del irlandés Francis Bacon, un tríptico, realizado en el año 1969 y que se convertiría pocos días después en la pieza de mayor valor transada jamás en una subasta de arte. Me detengo y durante casi dos horas analizo uno a uno los detalles de esta obra realizada por Bacon a partir de un retrato de su amigo, y rival, el también artista Lucien Freud. Mi fascinación es compartida por un hombre bajo y canoso, que presumo en sus setentas, de nariz prominente y mirada aguda bajo sus pobladas cejas, que con escrupulosa dedicación analiza trazo por trazo el gigante tríptico de casi dos metros de altura. Las tres piezas, reunidas recientemente por el coleccionista que las aportó a la subasta y cuyo nombre se mantuvo en reserva, solo han sido exhibidas juntas tres veces . “¡Qué privilegio!”, pienso, adquiriendo conciencia de que en pocos días muy seguramente esta gran obra del arte de la posguerra volverá a desaparecer de la mirada pública y muy pocos habremos tenido la oportunidad de verla.
No lejos de allí encuentro, imponente, el Balloon Dog de Jeff Koons, uno de los cinco realizados por el artista norteamericano entre 1994 y 2000. Con tres metros de altura, y una tonelada de peso, la obra en acero inoxidable recubierto en color naranja translúcido alcanzaría días más tarde el mayor precio logrado en una subasta por una obra de un artista vivo.
Con paso lento y preciso, continúo el recorrido por los trabajos más importantes de la subasta, una icónica botella de Coca-Cola de los años 60 de Andy Warhol; una figura mitad hombre, mitad deidad mitológica del haitiano-americano Jean-Michel Basquiat; un atardecer sin título del americano de origen ruso Mark Rothko; la obra Número 16 del también americano Jackson Pollock; el Apocalypse Now en aluminio y acero de Cristopher Wool, y el óleo sobre lienzo Sin título VIII del americano-holandés Willem de Kooning.
La pregunta obligada para un aficionado como yo es, naturalmente, qué les da a estas obras su valor, cómo se establece el precio base para la subasta. “Un factor determinante es el apetito que tiene el mercado por el artista”, me explica Ana María Celis, una joven venezolana, especialista en Arte Contemporáneo que trabaja para la casa. “Los especialistas observan cómo se han comportado otras subastas y olfatean de qué están ávidos los coleccionistas”. En el caso de Bacon, la estrella de la ocasión, otro tríptico suyo realizado en 1976, había sido vendido en 2008 por 86 millones de dólares al millonario ruso Roman Abramovich. “El coleccionista es un adicto. Usualmente no compra por inversión. Pero la calidad de una obra es objetiva, su valor se sustenta en el tiempo. Es un elemento vivo que va agregando valor a medida que el artista se va consolidando”, complementa Denise Ratinoff, una chilena especialista en platería y artes decorativas en Christie’s.
Cuando llega la gran noche, el 12 de noviembre, cerca de diez mil personas han visitado la galería. Sin embargo solo alrededor de 200 serán las escogidas para asistir a la exclusiva subasta, a la que se puede acceder solo por invitación. “Aunque entendemos que es un gran evento en el cual muchos quieren participar, el espacio no es muy grande, así que privilegiamos a los compradores y coleccionistas”, dice Gabriel Ford, del departamento de Relaciones Públicas de Christie’s.
Aun así, el salón hierve de gente. Para las decenas de funcionarios de Christie’s que han trabajado incansablemente para consolidar el lote, es el momento de la verdad. Una subasta como esta requiere una preparación que dura meses y es el resultado de un trabajo que en ocasiones representa años de búsqueda. Además del equipo de New York, por sus proporciones, este evento exigió la participación de la oficina global y las de Londres, París, Hong Kong, Ginebra e Italia. “Muchas obras llegan provenientes de los herederos de los artistas, sus representantes, o de coleccionistas que quieren venderlas. Pero también hacemos un trabajo de búsqueda de aquellas piezas que creemos que pueden aportar un valor especial a la subasta”, anota Ana María. “Después de identificar las obras que harán parte del lote, viene la valoración, los contratos, el transporte, la clasificación, los catálogos… Cada obra es cuidadosamente inspeccionada, medida y fotografiada. Tenemos un ejército de fotógrafos y editores de color que trabajan en nuestros estudios para asegurarse de que lo que mostramos en el catálogo sea lo más cercano posible a la realidad”, agrega.
En el salón, el gran tríptico de Bacon sirve de marco al público que, ansioso, espera la llegada de Jussi Pylkkanen, presidente de Christie’s para Europa, Oriente Medio, Rusia e India, y quien será el martillo de la noche. Quienes no clasifican a la sala pueden, como yo, ver la subasta en vivo desde la página web. “Solo los funcionarios de Christie’s podemos ser martillos”, explica Denise, quien fue martillo de la reciente subasta de la Fundación Corazón Verde en Bogotá. “Es realmente una mise en scène y como tal requiere entrenamiento con fonoaudiólogo, psicólogo, y profesor de teatro. Se requieren destrezas como poder de concentración, contacto visual, rapidez, elegancia, fineza, audacia y a la vez tacto para saber hasta dónde empujar… Y sentido del humor para mantener el buen ánimo de la sala, sin pasarse, y lograr que la gente se suelte. Frases como ‘señora, no le pregunte a su marido, tenga autonomía, ¿no me va a dar un millón más?’, pueden hacer la noche”, agrega.
Poco a poco se va calentando el ambiente esperando la llegada del gran lote de la jornada, el 8A, correspondiente al tríptico de Bacon. La subasta se abre en 80 millones de dólares y tras 10 minutos de intensa puja, William Acquavella, un reconocido negociante de arte de New York actuando a nombre de un cliente no identificado, se queda con el trofeo de la noche por 142,4 millones de dólares, dejando atrás a otros grandes del mercado como el galerista Larry Gagosian, que en la puja llegó hasta los 101 millones.
La emoción no para allí. Poco después el Balloon Dog de Koons sería vendido a un oferente por vía telefónica en USD 58.4 millones; la Coca-Cola de Warhol en USD 57.2 millones (se dice que pertenecía al colombiano José Mugrabi, el mayor coleccionista de Warhol en el mundo); el No. 11 de Rothko en USD 46 millones; Apocalypse Now de Wool en USD 26.4 millones y el óleo de De Kooning en USD 32 millones.
De las 69 obras ofrecidas, solo seis se quedaron sin vender; se transaron obras por 691.5 millones de dólares (la mayor cifra alcanzada hasta ahora en una subasta) y se rompieron diez precios récord. Una noche única, en la que como comentó a la prensa el martillo Jussi Pylkkanen, “hubo más jugadores nuevos que nunca y más gente dispuesta a pagar cifras superiores a los 20 millones de dólares”. Sin duda un escenario solo para grandes ligas pero en el que –gracias a la tecnología y a la galería viviente de Christie’s– los observadores podemos satisfacer nuestra curiosidad y deleitarnos con grandes obras, sin necesidad de pagar para ver.