De Buenos Aires a Nueva York, un recorrido en autos Austin

Una excursión de cinco aventureros en tres Austin 7 octogenarios, que atravesaron más de 17.000 kilómetros y 12 países de América Central y del Sur.
 
De Buenos Aires a Nueva York, un recorrido en autos Austin
Foto: Wikimedia Commons/ CC BY 0.2/ 3.0/ 0.0
POR: 
Claudia Arias
El artículo De Argentina a Nueva York, un recorrido en autos Austin fue publicado originalmente en julio de 2013
Resultó ser una experiencia de camaradería entre amantes de los carros, que vale la pena conocer.

Las cosas no empezaron bien. Al reclamar sus carros en Buenos Aires, adonde llegaron embarcados desde el Reino Unido, descubrieron que sus herramientas habían sido robadas, una pequeñez que se soluciona con dinero cuando se trata de un carro moderno, pero una verdadera dificultad de sortear cuando los vehículos son tres Austin 7 de 1929, 1932 y 1933.

Por fortuna, uno de los carros tenía escondidas algunas herramientas más, así que con estas, y con los amigos que aparecieron en el recorrido, los problemas mecánicos se fueron solucionando. Los héroes de esta historia hacen parte de la expedición Austins in America, que llevó a cuatro ingleses y un americano a realizar un recorrido similar al que hizo el suizo Aimé Félix Tschiffely en 1925, cuando en compañía de sus dos caballos criollos, Mancha y Gato, tardó tres años en llegar desde Buenos Aires hasta Nueva York.

Austin, un simbólico automóvil

Austin

Foto: Jack Peppiatt. 


En 1959, el inglés John Coleman le incluyó motor al recorrido, emprendiendo un viaje similar en su Austin 7 Chummy, expedición que daría vida al libro Coleman’s Drive (1962), el cual inspiró a varios aventureros, entre ellos a los integrantes de este periplo.

Jack Peppiatt y su esposa Amanda Peters a bordo del RP “Box” Saloon 1933 –llamado Bertie–, Stan Price que viajaba en compañía de su osito de peluche Beanie en el RN “Box” Saloon 1932 –Dusty– y River Dukes y su esposa Diana Garside en un Chummy de 1929 –Feisty–, el más veterano, conformaron esta aventura, un recorrido al ritmo de motores de otras épocas, un reto en tiempos en los que manda la prisa.

“Los carros andan como una tortuga, lo cual resulta ideal para el disfrute del entorno, porque al ir despacio se tiene conciencia de lo que nos rodea”, señala River, el norteamericano del grupo.

Los automóviles del mejor viaje por América

Traduciendo esto en distancias, en promedio diariamente recorrían unos 240 kilómetros, que variaban de acuerdo con las facilidades que encontraban en el camino: hotel y estación de servicios –la gasolina les dura unos 220 kilómetros– y los infaltables imprevistos que, con los octogenarios vehículos, solían ser muchos.

Pero no importó cuántos obstáculos aparecieron, siempre encontraron quien les diera la mano. De hecho, descubrieron a personas que conocieron a Coleman, y ahora, tantísimos años después, los ayudaban a ellos.

Para el cierre de esta edición, los Austin 7 habrán llegado a su destino: Times Square, en Nueva York, tras recorrer unos 17.700 kilómetros a través de 12 países, incluido Colombia, que no estuvo en el itinerario de Coleman y que, de hecho, fue uno de los países que más los cautivó, a su paso por Cali, Medellín y Cartagena en abril pasado.

Atrás habrán quedado problemas como el de las herramientas en Buenos Aires, o la reparación del motor de Feisty en Lima –lo que, como ellos mismos escribieron en su blog, fue posible también gracias al ingenio de los latinoamericanos, que siempre encuentran la manera de solucionar las cosas–.

Retos en cuatro ruedas

Una mirada un poco más en profundidad a los Austin 7 permite entender que el reto de abordar este recorrido en estos vehículos no resulta nada simple. Se trata de un carro pequeño, con capacidad para dos pasajeros y doble embrague, lo cual dificulta la conducción.

En el caso de River y Diana, a lo largo de buena parte del recorrido él estuvo con una pierna enyesada. Esto obligó a su esposa a ser la conductora elegida por muchos kilómetros sin pausa. Antes de su paso por Colombia, el radiador de Dusty debió se arregló dos veces, además de sufrir problemas eléctricos y demás males por la edad; Feisty fue sometido a la reparación de su motor y tuvo también problemas eléctricos, y Bertie requirió intervenciones en su tubería de gas, entre otros asuntos mecánicos.

Un reto compartido

Como explica Duke: “Varias veces nos vimos frente a la posibilidad de no continuar, pero siempre aparecía la manera de salvar cada impasse y seguir”. ¿Y por qué se continúa?

Las razones son múltiples y profundas, pero quizás el hecho de ver cómo su reto se fue convirtiendo en el de muchos desconocidos. Que hicieron todo lo que estaba a su alcance para ayudarlos, resulta poderosa.

A lo largo de su recorrido, los viajeros fueron esperados a la entrada de varias de las ciudades por las que pasaron. Para ser conducidos hasta su lugar de hospedaje, bien por parte de aficionados que sabían de su aventura o por las autoridades mismas de cada lugar.

Manifestaciones que servían de paliativo frente a las largas jornadas. Las cuales debían llegar a solucionar el problema de alguno de los carros, a lavar la ropa, a escribir en el blog y a continuar una aventura que trascendía lo sucedido tras el manubrio.

Paisajes latinos

Los cuatro meses al volante hoy son cosa del pasado. Pero en la mente y el corazón de estos aventureros quedará grabado el paso por los Andes y la vista del Aconcagua. El atardecer en Antofagasta, el interminable paisaje del desierto de Atacama. Las líneas de Nasca en Perú, las coloridas frutas colgadas en puestos de carretera de Ecuador y Colombia. Y la ayuda de sus compañeros de ruta: personas de 12 países que se toparon con ellos. Y les dieron un empujoncito desinteresado, que constituyó, finalmente, la posibilidad de rodar más y más kilómetros.

A su paso por Medellín los carros de 1930 sorprendieron a los habitantes de la ciudad.

El encanto colombiano

Lo mejor de la travesía “Lo más encantador e inesperado de este viaje fue la amabilidad y generosidad de cientos de personas locales. Sumadas al apoyo de nuestros familiares y amigos desde casa, fue el mejor combustible.

Muchos salieron a nuestro encuentro en caminos y carreteras para ayudarnos con los carros; nos escoltó la policía, tuvimos varios consejos de la gente, alojamiento gratuito, ayuda mecánica. Y, en general, gran camaradería de personas que se tomaron el tiempo de ayudarnos y de hacer así de esta, una aventura compartida.

Vimos y escuchamos muchas cosas inspiradoras a lo largo de este recorrido, que nos recordaron que no hay sueños imposibles. Los carros nunca dejaron de maravillarnos y de sacar sonrisas entre nosotros y quienes nos cruzábamos. Fueron realmente ellos los protagonistas del viaje, no nosotros”.

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marzo
9 / 2021