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Maria Camila Botero

“No hay cansancio”, le repetía el entrenador Lee Hart al cardiólogo y cirujano Juan Gabriel Acosta, quien luego de más de 16 horas de nadar por el lago Ontario en Canadá, de sortear la incertidumbre que evoca la oscuridad de la noche, luchar contra el sueño, aguantar el constante oleaje y soportar el clima del agua sin ningún traje especial, creyó que no llegaría a la meta. 

Las condiciones eran duras. Aunque un equipo de 15 personas lo acompañaban desde un bote grande y dos inflables con motor, no podía sujetarse de ellos en ningún momento. Cada 45 minutos hacían una pausa de 30 segundos, pero él debía seguir flotando. La bebida —agua de panela con limón y electrolitos— y la comida —galletas y otros snacks—, se la alcanzaban con un palo, —del que tampoco podía aferrarse ni por un instante—.

Juan Gabriel Acosta junto a su entrenador Lee Hart antes de empezar a nadar. / Foto: Cortesía Juan Gabriel Acosta

Tan solo le faltaban tres horas para completar los 51 kilómetros que hay desde el puerto de Niagara on the Lake —donde empezó— hasta Toronto, pero sentía que ya no podía más. Fue Lee quien le recordó por qué estaba ahí. “Me dijo ‘tú lo estás haciendo por tu sobrino y estoy seguro de que está acá con nosotros. Tienes que terminar’. Esa frase me impulsó, se me podían caer los brazos ahí, pero iba a acabar”. 

Este es el recorrido que hizo Juan Gabriel Acosta.

Homenaje a lo grande

Su sobrino Juan Felipe Pinto es el protagonista de esta aventura y en su honor llevó la bandera de Colombia en alto cuando tocó la pared que lo convirtió en el primer colombiano en cruzar a nado el lago Ontario. Pero más allá del placer de nadar, con su hazaña Juan Gabriel quiere llevar un mensaje para crear conciencia sobre el autismo y mostrar que este es solo una forma diferente de ver el mundo. 

“Felipe fue diagnosticado con autismo cuando era niño y a pesar de la buena relación que tenía con nosotros y de todo el amor que le dimos, tuvo una vida difícil”, dice en un video publicado en su cuenta de Instagram. 

En la pieza de dos minutos, explica que en el colegio se sentía distinto a otros niños y que fue víctima de bullying y de una sociedad que no siempre acepta la diferencia. “Al final fue mucho más de lo que podía soportar. Lastimosamente, algunos meses atrás —a los 17 años—, tomó la decisión de acabar con su vida”. 

Es por este motivo que sus 19 horas de braceo continuo fueron dedicadas a la fundación Alumbra —creada por su hermana Diana Acosta, mamá de Felipe— y al proyecto Ágatha, con el fin de recaudar fondos que permitan brindar un apoyo integral tanto a niños y adolescentes diagnosticados con este trastorno, como a sus familiares. “Uno quisiera evitarles esa pena por la que pasan cuando son rechazados, pero a veces es casi imposible. Con este programa queremos llegar a más personas con herramientas que los acompañen durante el proceso”, comenta Diana.

La natación: una pasión que los une

No es la primera vez que Juan Gabriel bracea distancias tan largas. En el 2015 nadó 16 kilómetros entre Europa y África por el estrecho de Gibraltar para apoyar a una escuela de bajos recursos en Barranquilla. “Nos tuvieron que sacar durante un momento porque había tiburones”, dice sonriendo. Y luego, en el 2019, recorrió las aguas que rodean Manhattan en Nueva York para ayudar a una fundación de niños con síndrome de down en su tierra natal Barrancabermeja.

A pesar de que cuando vivía en Colombia hizo parte de la selección Santander de natación, cree que lo más importante para completar un reto como el del lago Ontario no es el físico, sino tener un propósito valioso que motive hasta el final. 

Juan Gabriel y Felipe tienen historias y gustos similares. Ambos nacieron un seis de mayo y disfrutan de los videojuegos y las competencias. Pero el vínculo más fuerte es la natación: los dos aprendieron a nadar a los seis años y compartían sus medallas entre ellos. “Era en el agua que nuestros mundos combinaban mejor”, recuerda.

La preparación para el gran día

Con esa conexión en mente y con el sueño de que el proyecto en el que están trabajando junto a su hermana se convierta en el legado de Felipe para muchas familias colombianas, Juan Gabriel entrenó durante varios meses. Debido a su profesión, su tiempo es limitado, pero esto lo usó a su favor. Se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana e iba a entrenar a un Swim Spa, que es una especie de jacuzzi pequeño, pues todas las piscinas estaban cerradas a causa de la pandemia. El resto lo hacía en bicicleta y corriendo, para fortalecer todos los músculos. Después del entrenamiento salía para el trabajo y al finalizar su jornada volvía a entrenar otro poco. Luego cenaba y se dormía. Así todos los días. 

La primera vez que entró al lago Ontario a entrenar, el agua estaba a 10°C y solo pudo durar cinco minutos. “Sentía como si estuviera nadando en la nevera”, recuerda. Y como el clima en Canadá durante el verano es tan impredecible, el ‘gran día’ lo tomó por sorpresa. 

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“Estaba en el trabajo cuando me dijeron que teníamos que adelantar la fecha para esa misma noche porque iba a haber una tormenta. El plan era salir el viernes 6 de agosto y nos fuimos el jueves 5 de agosto”. 

Había llegado a las siete de la mañana a trabajar, por lo que le pidió a un colega que le cubriera el turno y a la una se fue para la casa a alistar lo que llevaría. Tenía planeado descansar todo el día para tener la energía completa al enfrentarse al lago, pero el cambio de último minuto lo obligó a irse con el cansancio acumulado del trabajo. 

“El día antes del cruce tuve la oportunidad de hablar con la primera persona que cruzó el lago en 1954, Marilyn Bell. Le pregunté qué consejo me daba y me dijo que antes de empezar le había pedido permiso al lago para que fuera amable con ella. Así que eso hice. Me tomé un minuto y le pedí que me permitiera cruzar”.

Cuando Juan Gabriel finalmente llegó a la meta, confiesa que se le salían las lágrimas de la emoción. No le importaba el cansancio, el hambre, el dolor en los brazos, ni haber perdido cuatro kilos. Lo único en lo que pensaba era que había honrado a su sobrino. “Siento que fue un impacto positivo en la vida de mi hermana que sirvió para convertir esta tragedia que nos ocurrió en una energía positiva que puede ayudar a más gente”.

“A Felipe no lo define el autismo”

Diana creó la Fundación Alumbra hace 16 años. “El principal incentivo fueron mis dos hijos que fueron diagnosticados con autismo desde muy pequeños. Hace 18 años en Colombia casi no había profesionales que manejaran este tema y una de las primeras sensaciones cuando te dan el diagnóstico es la desorientación”, recuerda. 

Con el propósito de ser esa luz para las familias, inició el proyecto junto a expertos en el tema. Y aunque al principio de la historia no era psicóloga, ahora está cursando una especialización en Desarrollo Integral de la Infancia y la Adolescencia y es candidata a un magíster en Psicología Clínica. 

“Es un privilegio ser padre de un niño con autismo o con cualquier tipo de trastorno del neurodesarrollo. Estamos hablando de seres humanos que tienen una serie de habilidades maravillosas que tenemos que desarrollar. A ellos no los define la palabra autismo. Los define el ser humano que es cada uno, las habilidades que tienen y su capacidad de amar”.

Fundación Alumbra
En la imagen, Felipe tenía ocho años. Estos son algunos de los dibujos y muñecos de plastilina que hacía. / Foto: Cortesía Diana Acosta

Lo que quiere destacar es que por encima de cualquier diagnóstico, hay una persona. Su hijo Felipe, por ejemplo, amaba el chocolate. Pero cuando estaban celebrando su cumpleaños, no se sentaba hasta que cada uno de sus compañeros recibía el pedazo de torta, luego sí disfrutaba. También le gustaba la tecnología, pintar y hacer muñecos de plastilina, pero lo que más anhelaba era ser director de cine. 

“Hizo varios cortos, tenemos la primera parte de una película que realizó. Él quería una oportunidad, por eso desde la fundación tenemos un lema que es ‘seamos la oportunidad’. No cerremos puertas, no apaguemos sueños y mucho menos vidas”. 

Por su parte, Juan Gabriel recuerda que Felipe le besaba la cabeza a su mamá y le decía que algún día le iba a comprar una casa grande. “Tenía sueños que se parecen mucho a los que todos tenemos. Ellos simplemente evolucionan diferente en la vida y hay que aceptarlos como son para que puedan tener vidas felices. Tendemos a igualar a todos, pero debemos aceptar eso que nos hace distintos. Que se ponga de moda ser raro”. 

Hablar del autismo es necesario

Para Diana es muy grave que en Colombia no existan cifras sobre la cantidad de personas con autismo. Hay una estimación de que son 115.000, pero no es un dato verificado. “Ni el DANE ni el Ministerio de Salud tienen las cifras. Si no sabemos cuánta población tenemos en pleno siglo XXI es porque no nos importa”. 

En este sentido, el proyecto Ágatha busca mostrarles a las personas con autismo y a sus familiares que no hay nada malo en ellos y que la diferencia también es positiva. Una de las líneas en las que trabaja es en la investigación, pero se centra en tres pilares.

El primero es mejorar las habilidades sociales, y esto incluye brindarles herramientas para que tengan contacto con otros niños e incluso para que aprendan a tomar un taxi, ir a un restaurante o empezar una conversación. “Todo eso que para nosotros es normal, es muy complicado para ellos y es necesario que haya un programa estructurado que les enseñe esas cosas”, explica Juan Gabriel. El segundo pilar es ponerlos en contacto con amigos basados en intereses comunes. Y el tercero, un programa de mentores con experiencia en niños y adolescentes con autismo. 

Diana y Juan Gabriel seguirán trabajando por llevar luz. La siguiente hazaña que tiene en mente este médico soñador es cruzar en el 2022 el Canal de la Mancha que separa a Francia de Gran Bretaña. Y luego, en el 2023, nadar desde San Andrés hasta Providencia. “Seguramente toque intentarlo más de una vez, pero será espectacular”. 

Todo lo hará con el propósito de llevar su mensaje a más rincones del mundo: amar la diferencia. “Nuestras acciones importan. Una palabra o un gesto de cariño le puede cambiar la vida a una persona. Ojalá que se utilice en positivo y enseñemos a las nuevas generaciones a tratarse con amor. Aceptemos nuestras diferencias porque ver el mundo de varias tonalidades es enriquecedor”.


Si desea apoyar esta causa puede hacerlo a través de este link de la Fundación Alumbra.

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septiembre
10 / 2021