‘Niñas sin Miedo’ que se movilizan en bicicleta por sus sueños

Maria Camila Botero
Montar en bicicleta permite reconocer el cuerpo y trabajar en el equilibrio. Usarla como un medio de transporte que me lleve desde un punto A hasta un punto B me permite tomar decisiones. Cuando me caigo, entiendo que hay obstáculos en la vida que me hacen más difícil llegar al objetivo, pero que siempre puedo levantarme y seguir pedaleando. Esta es la analogía que desde el 2016, la Fundación Niñas sin Miedo ha usado con el objetivo de prevenir la violencia sexual en la comuna 4 de Soacha, a través de la educación y el deporte.
“La gente se preguntará por qué hablan de la bicicleta en un lugar en el que ni siquiera hay calles pavimentadas, pero es una herramienta que ha tenido un papel en la emancipación de la mujer”, dice con seguridad María Alejandra Vanegas, directora de programas y proyectos de la Fundación Niñas sin miedo.
La bicicleta como un invento empoderador femenino en Niñas sin miedo
La bicicleta se convirtió en un elemento de la lucha feminista desde finales del siglo XIX. Este vehículo les dio la independencia de ir a cualquier lugar sin necesidad de un hombre, las hizo cambiar la vestimenta de la época para moverse libremente usando pantalones anchos y fueron las “ciclas” las que movilizaron a las sufragistas en su lucha por el derecho al voto femenino.
Esto no fue bien visto. Se creía que las mujeres que montaban bicicleta, aparte de perder la feminidad y la delicadeza que “debía” caracterizarlas, recibían estímulos sexuales constantes por la posición en la que se movilizaban, lo cual era inaceptable. Pero poco a poco, las mujeres se abrieron camino para que sus derechos fueran respetados y hoy la bicicleta sigue siendo una revolución en algunas partes del mundo, como en Afganistán.
Es muy importante conocer esta historia para entender el valor que tiene lo que hace día a día la Fundación Niñas sin Miedo. “Es una certeza que solo la educación para la sexualidad no disminuye la violencia sexual, por eso acompañamos este proceso con el desarrollo de habilidades a través de un programa integral que abarca los derechos humanos, sexuales y reproductivos con experiencias de aprendizaje”, explica Vanegas.
Pensaron que era necesario hacer algo
Movida por un interés personal de romper sus propios miedos, pero también por las dolorosas cifras de abuso sexual contra menores de edad en Colombia, la publicista bogotana Natalia Espitia creó esta fundación. A su lado trabajan María Alejandra Vanegas, Heidy Amaya (directora de Alianzas y Comunicaciones de la fundación), Mile Rivera (coordinadora de Campañas y Contenidos Digitales) y Zoé Kummerlé, quien coordina a más de 50 voluntarias y voluntarios.
Según datos de Medicina Legal, en el 2023 se reportaron 11.441 casos de violencia sexual perpetrados a menores de edad. Eso quiere decir que, en promedio, fueron 52 diarios. Además, señala que el 84 % de las víctimas eran niñas.
El poder de la decisión
“Trabajamos transversalmente lo relacionado con el consentimiento a la par del reconocimiento del cuerpo. Por ejemplo, con las niñas más pequeñas hacemos una actividad que se llama ‘semáforo’”, explica Vanegas.
Consiste en organizar las situaciones bajo tres colores. Rojo es peligro, amarillo es una situación que genera dudas, por lo que lo mejor es esperar para preguntarle a alguien, y verde es cuando las niñas se sienten cómodas.
“Cuando un programa les enseña acerca del consentimiento y, además, les genera habilidades, ellas tienen la capacidad de decir no independientemente de que sea el tío, el abuelito, el desconocido o el vecino. Saben que nadie puede tocarles el hombro o la mano si ellas no quieren y que no están obligadas a saludar al tío de abrazo y beso si no se sienten cómodas, por ejemplo”.
Por supuesto, entiende que hay situaciones que se salen de las manos de su trabajo porque “no están formando a Las Vengadoras”, dice, y hay situaciones que lastimosamente no se pueden evitar diciendo ‘no’. Sin embargo, en muchos casos, teniendo en cuenta que son las personas más cercanas a su núcleo familiar las que suelen abusar sexualmente de las menores, ellas tienen el conocimiento de lo que está mal y pueden denunciarlo.
¿Qué más hace la Fundación Niñas sin Miedo?
“Lo que hacemos es jugar”, asegura Vanegas. Para la fundación, es a través del juego que se crean experiencias más fáciles de retener porque atraviesan la mente y el cuerpo. Quieren que las niñas se cuestionen y a través de esto lo logran.
Mientras juegan, fortalecen su autoestima, conocen sus derechos, cantan, pintan, desarrollan sus capacidades a través de la bicicleta, practican fútbol, aprenden inglés, conocen sobre el medio ambiente y siempre se divierten.
“Con el juego las hacemos vivir situaciones de desigualdad para que ellas entiendan que está mal, les enseñamos empatía para que se cuiden y respeten entre ellas y tratamos de mantener siempre a flote la analogía entre la bicicleta y la vida. Y en todo esto está inmersa la educación sexual porque no se trata solo de entregarles anticonceptivos con información. Tienen que interiorizar las experiencias”.
Con las niñas más grandes se centran en hablar de la sexualidad sin tabúes. Responden dudas sobre el cuerpo, la menstruación, anticonceptivos y los derechos sexuales y reproductivos.
Voces de las niñas
En un especial de Los Informantes, de Caracol Televisión, varias niñas hablaban de su experiencia. Una de ellas decía: “no nos debe dar pena mencionar el verdadero nombre de nuestras partes del cuerpo”.
Frente a ello, Natalia explicaba que algo tan sencillo como decirle vagina a la vagina ayudaba a prevenir y denunciar muchos casos, porque si una niña quiere comentarle a alguien lo que pasó y no sabe cuál es el verdadero nombre, dirá: “Me tocaron la florecita” y puede que ni siquiera entiendan a qué se refiere.
“A las mujeres nos han enseñado a sentir vergüenza de nuestros cuerpos y de nuestros ciclos menstruales, pero una vez se comienzan estos procesos educativos, son muy transformadores”, expresa Gina Borré, politóloga con estudios críticos de géneros y sexualidades, maestra en Derechos Humanos, Ética y Política y fundadora de la plataforma de derechos humanos Dos latinas.
Llegar a cualquier lugar
Al día de hoy Niñas sin Miedo trabaja con 60 niñas y jóvenes, entre los 6 y los 16 años en su centro de empoderamiento. Además, lograron llegar al colegio departamental de Ciudadela Sucre, en donde capacitan a 40 jóvenes entre los 11 y 14 años.
Todos los días ofrecen talleres, pero el día central es el sábado, que es donde la bicicleta es la protagonista. Sin embargo, a causa de la pandemia, las cosas han cambiado para la fundación y hasta ahora están preparándose para reiniciar la presencialidad.
“La desigualdad estructural en el país hizo más apremiante el acceso a la educación durante la pandemia, porque muchos no tienen conexión a internet. Nos pasó con las niñas del programa ya que de 60, solo el 8 % tenía conexión frecuente en sus propios dispositivos”, explica Vanegas.
Frente a esta situación, que según cifras del MinTic se resume en que cuatro de cada diez colombianos no tenían acceso a internet en el último trimestre, a Natalia se le ocurrió la idea de entregar una revista física para hablarle a las niñas de educación sexual de una manera clara y sin la necesidad de una conexión a internet.
“Nos apoyó un equipo de mujeres increíbles que hicieron investigaciones, ilustraciones y un contenido maravilloso que queremos seguir transmitiendo”, puntualiza Vanegas.
Retos superables
“Siento que una de las barreras es que llegan muchas organizaciones a trabajar en estos lugares y generan proyectos inconclusos no responsables con las comunidades”, explica Vanegas. Esto ocasiona que las poblaciones ya no crean en las ayudas. Además, cree que muchos de los proyectos que van son asistencialistas, es decir, llevan mercados, juguetes o ropa, por ejemplo. Como Fundación Niñas sin Miedo es completamente educativo, explica que en algunas ocasiones se enfrentan al “ay, pero la niña va y ¿usted qué le va regalar?”.
Frente a esto, Gina Borré cree que todo trabajo comunitario debe estar “alejado del asistencialismo y del pesar”, para enfocarse en la justicia social. “La prohibición, el estigma, la lástima y el tabú nunca salvaron vidas. La educación sí”.
Sin embargo, para la fundación son más los beneficios que las dificultades y han logrado solucionar gran parte de ellos porque la comunidad confía en Niñas sin miedo. En esa medida, aseguran, es más sencillo sacar adelante el proyecto.
Las niñas siempre son el eje
María Alejandra Vanegas dice que lo más importante para la Fundación Niñas sin Miedo es estar en función del poder de las niñas. “Reconocerlas como sujetas de derecho implica que ellas participan en todo”.
Por lo tanto, nunca imponen un programa, se acercan a ellas para descubrir qué es lo que quieren aprender. “No llegamos con la espada salvadora ni con ínfula de que somos las que saben porque no es así”, explica. Así que todos los programas se construyen en el territorio por y para la comunidad.
Si este fuera un año normal, desearían lograr un impacto presencial gigante. Pero como no lo es, su meta es mantener el número de niñas al que están educando.
“La comunidad en la que trabajamos tiene una vulnerabilidad socioeconómica altísima, todo lo que ha implicado la pandemia los ha impactado muy fuerte y muchas niñas se fueron al campo a vivir con la abuelita porque su familia ya no podía costearse la vida acá”, comenta.
Sin embargo, con la revista aprendieron que hay muchas herramientas efectivas que funcionan. “La presencialidad es infinitamente irreemplazable porque genera vínculos y experiencias, pero mientras no podamos, creo que los recursos remotos funcionan muy bien y pueden llegar a todo el mundo”, concluye.
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