Violy McCausland: “Todo siempre inicia con abuso verbal”
Diego Senior
Quizás el presente texto debió ser redactado por manos femeninas. Con el tacto y la precisión de alguien que haya vencido la victimización. Una mujer con la sensatez y empatía necesarias para escribir sobre el abuso. Pero lo escribe un hombre, miembro del género burdo y, a lo menos, engreído; causante principal del acoso abusador.
Lo escribe un hombre con sus propias culpas, jamás tan infames como aquellas de los victimizadores en la prensa mundial. Sí tengo, en todo caso, suficientes indicios de empatía y entendimiento para saber que el empoderamiento femenino es indicador del progreso humano. Por doloroso y humillante que sea para el statu quo.
Y justo eso es lo que hacen estas dos mujeres que conocí una noche en el restaurante Ribbon, del Upper West Side en Manhattan. Ambas rompen con lo establecido y dan forma al mundo que las rodea. Juntas están ayudando a que las víctimas del abuso de género no recaigan en la victimización. Su metodología es poco ortodoxa, al igual que sus orígenes: una, afamada banquera y estratega financiera colombiana. La otra, estilizada y tatuada fotógrafa alemana, con el alma a flor de piel.
Violy McCausland y Heike Buelau quieren llevar a Colombia su intuitivo modelo contra la revictimización femenina.
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En el centro de la foto, Michelle Harper, hija de Violy McCausland, y quien la presentó con la fotógrafa alemana
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Corazón de león
Violy mide sus palabras. Lo recuerda todo. Meticulosa y racional con sus frases tal como lo es con sus negocios. Su acento revela su alma: barranquillera, fina y directa. Su corazón tiene igual tamaño y fortaleza que la coraza que lo protege, sobre todo tras tanta publicación y habladuría sobre su manera de ser y su éxito en Wall Street. “Recuerdo unos artículos en España que decían la señora que se levanta en las mañanas y se come las puntillas. Pero cuando la gente me conoce queda sorprendida. Dicen: ‘Oh, pero eres bajita, eres muy querida’. Los medios crearon una imagen mía”, dice rápidamente.
Violy no solo es víctima de su propia imagen. Lo fue también del abuso de una pareja que tuvo hace años. Como buena ejecutiva, prefirió actuar antes que hablar. “Logré superar el abuso verbal con dos cosas. Primero, enviando a mis hijos a un internado, lejos de nosotros. Y segundo, con una técnica que mi mamá me enseñó: desconectarse del momento”.
Sin embargo, el apoyo de un terapeuta fue crucial ante el problema. “Yo pensaba que algo cambiaría o que quizás todo era culpa mía”. Violy negoció adquisiciones de multinacionales, toreando a hombres casi todopoderosos, todo mientras llevaba una cruz interna. Jamás olvida las palabras de su terapeuta en ese momento: “Debe salvarse a usted misma para salvar a sus hijos”. Y así fue.
La fortaleza de Violy no le quita su feminidad. La veo hoy vestida de varios tonos rosa mezclados en armonía, y adrede, con tonos blancos y crema. Se muestra siempre interesada en las ideas de su amiga Heike frente a la revictimización, sobre todo por el proceso del abuso: “Todo siempre inicia con abuso verbal. Si la pareja de alguien le grita una grosería, la víctima debe salirse de la relación en ese mismo segundo. Es solamente el inicio”, dice Heike con vehemencia en su inglés de acento europeo.
Ojos de águila
Así, aunque a primer vistazo no lo parezca, Heike es expresiva, espiritual y calurosa. Una alemana delgadísima cuyo ojo agudo y alma extensa la convirtieron en consejera espiritual de modelos internacionales agobiadas por el inescrupuloso acoso de su mundo, principalmente tras las bambalinas de pasarelas en Milán y París.
Acoso y abuso que ella misma sufrió en carne propia durante décadas. “En los últimos treinta años nunca recibí la ayuda necesaria y completa para salir de lo que viví durante varias décadas”, revela Heike con un delicado tono de prudencia.
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El movimiento corporal como herramienta para aprender a recuperar el cuerpo, y el arte como canal de recuperación completa, hacen parte del programa de Violy y Heike
Foto: Africa Studio/Shutterstock
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Su crianza fue sana y nunca sufrió abusos de pequeña. Pero sí fue abusada sexualmente en su adolescencia, a sus 13 y 14 años, por parte de sus novios, que siempre fueron hombres mayores. “Yo salía con hombres mayores para evitar la realidad de mi sexualidad”.
Además, sufrió otro tipo de abuso recién llegada a Nueva York, a sus veinte años. Se unió a una secta cristiana pensando en escapar de su propia identidad. Ahí, Heike dice haber vivido abuso emocional constante. “Fue entonces cuando tuve mi peor crisis, por primera vez quise suicidarme”.
La salvó una serie de ayudas que recibió en distintos momentos de ahí en adelante. Fueron tres tipos de apoyo en específico, los cuales ella tradujo en componentes esenciales de lo que hoy es su programa de ayuda.
Esas ayudas le llegaron inesperadamente y por separado: un grupo de mujeres iguales a ella, pares y víctimas con quienes poder hablar; el movimiento corporal como herramienta para aprender a recuperar su cuerpo; y el arte como canal de recuperación completa.
En 2015 renunció a la fotografía para iniciar su proyecto. Empezó con un año de solo investigación y muy poco dinero. Tuvo la ayuda del Instituto Pratt en Brooklyn para colaborar con profesionales relacionados con el tema. Pero fue en Violy en quien halló su aliada de oro.
Cambio permanente
Violy y Heike tienen más en común que su amor por las artes. Las dos poseen corazones enormes. Se conocieron por medio de una hija de Violy, la espectacular Michelle Harper. Pero lo que las unió realmente fue la saciedad ante la revictimización. Toleraron el abuso más de una vez.
Violy insiste en que siempre la frustró “ver que no hay regulaciones implementadas para evitar que la gente recaiga en este tipo de actitudes una y otra vez. Sí he visto mucho a mi alrededor. Gente que regresa y vuelve y termina de nuevo en situaciones de abuso. Eso es lo que más me interesó de este proyecto: evitar el regreso”.
El proyecto es “The Changing Room 11”, organizado por Heike en once pasos que abarcan las tres temáticas que la rescataron a ella en un principio: un grupo de apoyo, la danza y el arte.
La clave inicial de Heike recae en que hablar con un par funciona, a diferencia de hacerlo con un terapeuta. Heike dice que “hay un poder enorme en compartir tu historia con personas que han vivido lo mismo. Así se combate el aislamiento, el peor enemigo de esta enfermedad llamada síndrome postraumático”.
La investigación de Heike también la llevó al mundo salvaje. Emocionada por sus hallazgos, encontró que tras un evento traumático, los animales hacen una de tres cosas: pelean, vuelan o se congelan. Heike explica que los humanos hacemos lo mismo, “pero el congelamiento es interno y por eso la persona se desasocia de su cuerpo: ya no lo habita durante el resto de su existencia. Queda muerta en vida”. Por eso la terapia de Changing Room incluye movimiento y danza para que la mujer recupere su cuerpo permanentemente.
Y también está el arte, que todo lo puede. Aquí el arte es “incorporado para vencer la negación y la vergüenza”, según se afirma en su página web. Es, en otras palabras, vencer a la infértil culpa. Esa culpa que mencionó Violy anteriormente. Esa culpa que también evita la denuncia del abuso sexual. Esa culpa impuesta por áridos parámetros sociales y creencias antipáticas. Esa culpa. Maldita culpa.
La inspiración de Heike ayudó a Violy a convencer posibles patrocinadores. Y justo como lo hizo con otra organización, hace décadas en la lucha contra el sida, ahora Violy lucha contra la revictimización con varios aliados, millonarios y filántropos, incluyendo a dos colombianos de talla mayor: Alejandro Santo Domingo y Samuel Azout.
Mucho por hacer
A pesar de la justicia repartida en los últimos meses por el movimiento #MeToo, todavía faltan muchas ollas por destapar. Especialmente en Wall Street donde hasta el momento pocas denuncias se han dado y con bajo perfil. Violy dice que en el centro financiero del mundo “puede que sí haya conversaciones al respecto, pero no tanto como se debería”. Sobre todo porque “la gente usa muchas drogas, muuuchas drogas. Y eso los lleva a ese sentimiento de Mad Men, en el que los hombres disfrutan demasiado del poder. Creo que será la última industria en salir a #metoo”, lamenta Violy. Para Heike, “#metoo es algo positivo, pero realmente es para el1 %: gente famosa y altos ejecutivos. Es la mujer blanca que sale a hablar. Las latinas necesitan mayor reconocimiento. El 90 % de las mujeres con las que trabajo son de origen hispano”.
Y por ende la conexión colombiana. Heike valora el apoyo de la cónsul en Nueva York, María Isabel Nieto, pero quiere expandir su proyecto entre las colombianas de esta ciudad antes de llevarlo a Miami y, consecuentemente, a Colombia.
A pesar de creer que todavía “la gente en Colombia no está tan abierta para hablar de las cosas que ocurren” en torno al tema, Violy ya tiene una ejecutora en mente. Dice, certera, que “uno debe hablarlo y hacer algo al respecto. La persona que puede hacer algo es Catalina Escobar. Además de su proyecto principal, ella trabaja con niñas muy jóvenes, de 10 y 11 años, víctimas de abuso y violencia, en las partes más pobres de Cartagena”.
Esta es la historia de Violy y Heike. Dos mujeres con una visión conciliadora, con mundo en su cabeza y sentido de género en su ser. Ambas sintieron el abuso y ambas saben cómo ganarle. Este es solo el comienzo de la historia que Violy y Heike tienen para el país.
Para obtener más información sobre el proyecto visite: https://www.thechangingroom11.org/