Un recorrido por la historia de los tatuajes

Los tatuajes son improntas indelebles que cada día crecen en tamaño y a la vez transmiten menos rebeldía. Un recorrido por las historias detrás de ellos.
 
Un recorrido por la historia de los tatuajes
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POR: 
Alejandro Convers

*Este artículo fue publicado originalmente en 2011 en la Revista Diners.

Tuve mi experiencia más cercana con los tatuajes hace cuatro años. Era, en ese entonces, el cantante de una banda de rock alternativo con un éxito modesto que nos permitía viajar por diferentes ciudades del país. Los otros músicos de mi banda estaban tatuados, y yo pensaba que era cuestión de tiempo hacerme uno. En Bucaramanga, un día después de una presentación, terminamos un largo almuerzo en el Club Campestre con un par de botellas de whisky.

Cuando al caer la tarde ya estaba borracho como una cuba empezamos a hablar del tema. Mi amigo N. acababa de llegar de Argentina en donde se había retocado uno del brazo izquierdo y se había hecho uno nuevo en el derecho. Yo, pensando con esa claridad que sólo da el alcohol, decidí que era el momento perfecto para hacerme también un tatuaje.

Tomamos un taxi y fuimos hasta Rock City, una sala bar de arte corporal. A medida que nos acercábamos empecé a dudar sobre la conveniencia de hacerme uno en un estado tan deplorable, pero mis amigos trataron de mantener mi intención con argumentos infalibles como: “vamos” y “ya estamos aquí”. Cuando llegamos a la puerta preguntamos los precios y, para mi fortuna, con mucha educación y respeto nos dijeron que no éramos bienvenidos en el lugar. Estoy seguro de que eso me salvó de levantarme al día siguiente con una payasada inventada por mis amigos, tatuada para siempre en cualquier parte de mi cuerpo.

Creí que esa sería mi última oportunidad para tatuarme en la vida, pero hace un par de meses la directora de esta revista me llamó para proponerme que escribiera “cómo es hacerse un tatuaje”. Según ella, estas improntas son definitivas para mi generación, y no se equivoca. Nosotros crecimos viendo cambiar el paradigma sobre estos grabados de tinta en el cuerpo. En Estados Unidos, en los ochenta y aquí en los noventa, el arte corporal dejó de ser una marca de las clases bajas y se convirtió en una forma de expresión, primero para músicos y artistas, y luego para cualquier persona común y corriente. Algo inconcebible para generaciones anteriores que sólo veían tatuajes en marineros, ladrones y bailarinas exóticas o, como me lo dijo mi abuelo muy elocuentemente cuando a los quince años mencioné que me parecían bonitos, “Mijo, esa vaina es para las putas y los presos”.

Si mi abuelo todavía estuviera vivo tendría que enfrentar una realidad muy diferente: uno de sus nietos (que no es ladrón, estudió en el Gimnasio Moderno y se graduó como ingeniero de sonido en Argentina) y una de sus cuñadas (que no es prostituta, sino abogada con múltiples especializaciones) tienen tatuajes, y no son los únicos. En total cinco miembros de mi familia directa (dos tías, dos primos y una prima) tienen uno para siempre impreso en su cuerpo.

Una de ellas se lo hizo porque sus hijos la retaron. Su hijo mayor empezó a tatuarse y ella comentó que le parecía atractivo y sugirió que le encantaría seguir su ejemplo. Sus hijos se murieron de la risa y le dijeron que ella jamás sería capaz, y es más, se ofrecieron a pagárselo. Como no hay nada peor que retar a una madre, un par de semanas después estaban pagando una mariposa en tintas indelebles de varios colores.

Mi otra tía también tiene uno de mariposa, pero su historia es muy diferente. Hace veinte años, a principios de los noventa, cuando tatuarse era más común en Europa que en Latinoamérica, estaba pasando la tarde con sus excompañeras de universidad; su hermana estaba recién llegada de Ibiza, en donde se había hecho uno, y ella se lo contó a sus amigas abogadas, a las que ya se les habían subido los vinos a la cabeza. Terminaron en una sala eligiendo diseños para lucirlos. Mi tía escogió rápidamente uno que hoy en día le parece lo más tonto del mundo y absolutamente carente de significado. Un par de horas después salió estrenando un insecto alado en su piel.

De todas las personas tatuadas con las que hablé, ella es la única que se arrepiente. Acepta con buen humor que no lo pensó muy bien y debe recordar su decisión cada vez que sale de vacaciones porque sólo cuando utiliza su vestido de baño el tatuaje queda a la vista de todo el mundo. “¿Qué habría dicho tu papá si te lo hubiera visto?”, le pregunto. “Me habría ahorcado”, contesta. Él, como casi todos los de su generación, no lo hubiera aceptado.

Quince años después de tatuarse su insignificante mariposa, mi tía tuvo que enfrentar a su hijo de 16 años, que quería marcarse la piel. Arrepentida por su experiencia previa, le pidió esperar dos años más para que ella no tuviera que autorizarlo y la responsabilidad fuera directamente de él. Ningún tatuador legal puede marcar a un menor de edad sin la autorización de sus padres.

Mi primo no lo hizo cuando cumplió 18 años sino un par de años más tarde cuando se fue a vivir a Argentina. Tiene tatuado un enorme mantra en sánscrito que cubre la mayor parte de su antebrazo izquierdo. A sabiendas de que la mariposa de su mamá no tiene mayor importancia, decidí preguntarle por el significado de su tatuaje y me encontré con una respuesta que se repetiría, en diferentes variaciones, entre todos los entrevistados. Era la marca de un acontecimiento notable en su vida. Irse a vivir lejos de Colombia terminaba con la época de niño protegido de su casa e inauguraba un nuevo capítulo de libertad e independencia. Tatuarse un mantra hindú de protección fue para él la forma de marcar ese cambio, y además, de sentir que algo más grande que él lo cuidaría de ahí en adelante.

Allef Vinicius en Unsplash
         

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septiembre
26 / 2023