Lydia Cacho, feminista a mucho honor

Ha sido amenazada, violada y obligada a salir de su país. La periodista y activista mexicana Lydia Cacho no se cansa de perseguir a los responsables de esclavizar sexualmente a niñas y jóvenes.
 
POR: 
Dominique Rodríguez

¿Ella? Esa mujer, tan menudita, tan bonita, ¿es quien logró la primera sentencia en América Latina por pornografía infantil y explotación sexual de menores? Sí. Esta mujer, de penetrantes ojos negros, es Lydia Cacho, la periodista y activista mexicana que a sus 49 años le ha entregado su corazón, vida, tiempo y miedos a una causa: desentrañar a los criminales detrás de las redes de tratantes de personas y de esclavitud sexual. Del mundo entero. Por cuenta de sus pesquisas fue violada en 1999 en la estación de un bus en donde, además, le quebraron varias costillas. Pero no se calló. Vive amenazada de muerte, sobra decirlo, pero hay que decirlo.

De hecho, hace unos meses, cuando se acercaban las elecciones presidenciales en su país, le pedí unas apreciaciones sobre el casi seguro regreso del PRI al poder. Y no llegaban, pese a su compromiso. Cuando le escribí preguntándole si todo marchaba bien, me mandó un escueto correo: “recibí unas amenazas de muerte y mi blog fue hackeado, tuve que salir de emergencia de casa. Lo tendré que enviar mañana al medio día. L”. Caso cerrado. Es verdad, esas cosas pasan. Les pasan a las personas valientes. Y no una, sino muchas veces, porque no se frenan y siguen descubriendo y descubriendo horrores que tienen que dar a conocer.

Con todo, Lydia no es una mujer triste. “No les voy a regalar mi alegría ni mi paz interior a los agresores”, dice con esa fuerza en la voz que hace levantar auditorios (como lo hizo en el Hay Festival hace años). En lugar de perderse en el miedo, territorio para someter a cualquiera (y por el cual su mamá francesa levantaba la voz para no dejarse de él), prefiere refugiarse en su huerta o dedicarse a su gallinero (hace años que no compra huevos), a sus tres perritas… Se mete al mar vecino suyo y bucea, celebra tomándose unos tequilas con su pareja y baila, baila salsa hasta sudar esa suciedad con la que llega cada vez que pisa un nuevo lugar que le revela la bárbara condición humana.

–Ese día supe que tenía que seguir hasta el final –asegura.
Ese día fue cuando le preguntó a un narco mexicano que por qué él, acostumbrado a traer y llevar droga, se había metido a llevar a más de 25 niñas a un burdel de California. Y él le contestó:
–Muy sencillo señorita, un kilo de cocaína se vende una vez, a una niña la puedo vender cien veces –dijo, sin más.

Da mucha rabia, y produce impotencia ese razonamiento brutal, tan realista que hace de este delito, la trata, el negocio más rentable del mundo, después del tráfico de drogas y el de armas. Aunque no son delitos aislados, pues el uno con el otro conviven. Su libro Esclavas del poder, un viaje al corazón de la trata sexual de mujeres y niñas en el mundo, revela de qué manera operan esas rutas y cómo, durante años (y antes de meterse ellos mismos a repartirse la torta criminal) los narcos les alquilaban a los tratantes sus rutas de tráfico, ya aceitadas de billetes de corrupción con las autoridades.

“Y no se llevan a las niñas escondidas en la cajuela de un auto como nos lo muestran las películas, viajan en aviones comerciales y casi todo el mundo sabe lo que está sucediendo”, cuenta. Sabe por qué lo dice, al haber construido con este último libro una radiografía tenebrosa durante cinco años y por 46 países. Su conclusión es clara: los pederastas, tratantes, criminales, violadores, asesinos o secuestradores no son monstruos. Son de carne y hueso, como nosotros.

“Tendemos a sustraerlos de esta humanidad, pero resulta que para mí es indispensable nombrarlos y señalarlos, para reconocer que son seres humanos, ciudadanos y ciudadanas que eligen todos los días cometer delitos y apropiarse y expropiar el cuerpo de otros seres humanos, el alma, el espíritu, la dignidad y las emociones de los otros. Y que deciden convencer a las niñas y jovencitas de que son objetos para ser comprados y vendidos para ser utilizados por ellos y por otros”. Y, eso, solo lo pueden hacer hombres, hombres y mujeres, como nosotros.

16 de diciembre de 2005.

A las 11 y 45 de la mañana, las calles de Cancún eran espejos de agua y el clima estaba templado. La estaban siguiendo. Carros con placas de Puebla la arrestaron en un remedo de operativo. Un auto azul cerró la calle ruidosamente y se apearon tres hombres armados, mientras una camioneta Liberty blanca custodiaba el costado izquierdo.

Desde la esquina vigilaba un tercero, un Jetta rojo. Todo quedó registrado en las cámaras del Centro Integral de Atención a las Mujeres (CIAM), su oficina.

Fue detenida sin explicación alguna, bueno, sí, por fin le dijeron después de horas de intimidación metida dentro del carro que por qué se andaba metiendo en la vida de los jefes. “¿Pa’ qué anda escribiendo sus intimidades?… Tan bonita y tan metiche”, le vomitaron.

Fueron 24 horas de espanto en las que la llevaron a 2.000 kilómetros de su residencia para hacerla pagar por sus denuncias contra los amigotes del gobernador de Puebla, Mario Plutarco Marín, como lo publicó en Los demonios del Edén. Salió viva de eso, y se lo atribuye a una llamada que hizo Florencio Salazar, hoy embajador de México en Colombia. Pero le hicieron un juicio por difamación, con una justicia plegada al poder aceptando argumentos a cuál más increíbles el uno del otro. Aunque la verdad pudo más. Miles de personas salieron a las calles a protestar por una injusticia. Se volvió un debate público y los senadores tomaron la lucha contra la pornografía infantil como caballito de batalla. Al final, como el pez muere por la boca, una grabación demostró que el gobernador no era inocente, todo lo había planeado, su secuestro, la tortura, la manipulación de los jueces. Noviembre de 2011: sentencian a Jean Succar Kuri, el protegido de Marín, a 112 años de prisión por los delitos de pornografía infantil agravada y corrupción de menores.

Por supuesto que se ha hecho a importantes reconocimientos por su valentía, el Premio al Coraje Civil, la medalla Wallenberg, el premio Guillermo Cano a la Libertad de Prensa, el World Press Freedom Hero y el del Instituto Internacional de Prensa. Pero ella no se siente ninguna heroína. “Me parece vital que la gente sepa que lo que yo hago lo podría hacer cualquiera con preparación y determinación. Soy una mujer común y corriente. Hay que desmitificar el heroísmo, todas, todos podemos ser valientes, compasivos y construir la paz”. En su lugar, celebra la vida que cada día le da un día más.

Lydia. Esa voz clara y juguetona. Al retirarse al terreno del sueño dice que la haría verdaderamente feliz cocinarle una cena mexicana a Oscar Wilde, Simone de Beauvoir, Rosario Castellanos, Carl Jung, Marguerite Yourcenar, Noam Chomsky, Marcela Lagarde y Chavela Vargas. “Sería una delicia”. Sí que lo sería. Sin embargo, viéndolo bien, no tiene que irse tan lejos, si en el plano terrenal sí que ha logrado cumplirse. Y cumplirles a las mujeres que le piden que siga. No le teme a que le digan feminista, porque si serlo significa “rebelarse contra un padre maltratador que domina la economía, la cultura y decide nuestra seguridad”, pues lo es, y a mucho honor.

         

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octubre
17 / 2012