Adoptar: cuestión de calidad humana
Mónica del Pilar Uribe Marín
Publicado originalmente en Revista Diners de diciembre de 1988. Edición número 225
Marcela no ha cumplido ocho años y sin embargo ya tiene algunas certezas: haber nacido en Cali en un cuarto estrecho, y con sus padres disputando por la “culpabilidad” de su nacimiento; haber pasado toda su vida de un regazo a otro sin que nadie decidiera acogerla definitivamente, y por último, la certeza de un día en que alguien la trajo a este lugar que hoy habita con otros niños que comparten historias similares, juegan, aprenden … esperan.
Hoy le han dicho que de allí saldrá para siempre porque un hombre y una mujer realizaron un “acuerdo” que no entiende muy bien, pero que le brindará la familia que hasta el presente desconoce.
Los ha visto en fotografías. Lucen sonrientes, amables, rubios, los ojos claros y la piel sonrosada. Nunca ha hablado con ellos, pero las señoras que la cuidan le han dicho que son buenos, que desean tenerla consigo, que la llevarán a la escuela y a una casa bonita con muchos juguetes. Le han contado también que vienen de un país lejano llamado Holanda, adonde irá para aprender un idioma distinto al español. Sabe igualmente que ese hombre y esa mujer no la van a querer menos porque ella no pueda caminar impedida por la parálisis que la obligó a sentarse a los dos años de edad.
El encuentro de la niña con sus adoptantes, preparado por directivas, enfermeras auxiliares y voluntarias, es una más de las numerosas “ceremonias” que a diario se realizan en aquel recinto.
La pareja, después de cumplir diez años de matrimonio, en los cuales agotaron todos los métodos indicados para ser padres biológicos, recibieron de los médicos el diagnóstico: eran infértiles. Pero deseaban ser padres e iniciaron las gestiones a través de una agencia privada de su gobierno, que a su turno, los contactó con la institución responsable de las adopciones. Deseaban una niña y se sometieron a los trámites de rigor: su vida en común, sus costumbres, su religión, profesión, sus inclinaciones personales, todo aquello que pudiese tocar en lo espiritual y lo físico al ser que adoptarían, ha sido averiguado, estudiado, catalogado, junto con sus fotografías y documentos legales. Luego de registrados y aceptados todos estos datos imprescindibles, la institución colombiana les ha remitido fotografías y señas particulares de la candidata.
Y, ahora, transcurrido un año el anhelo se materializa. Se les ha pedido que vengan para conocerlos y hacerles entrega legal de la niña. Y quizá por ello tanto Marcela como sus nuevos padres, inician un momento especial en aquella sala atiborrada de símbolos: pañuelos desechables, ceniceros, cámaras fotográficas y paredes cubiertas con imágenes de niños de todas las edades y razas. La pareja solamente sabe mirar y
observar a esta pequeña desconocida por la cual han cruzado miles de kilómetros y que, merced al último trazo de una firma, se convertirá en su hija definitiva. También ella, desde la confusión y curiosidad de sus ocho años, los mira y observa y no sabe cómo portarse ni qué palabras decir. Los abraza, los besa. Ellos la abrazan, lloran, la tocan, le murmuran…
Como Marcela, en Colombia son entregados en adopción miles de niños anualmente.” Y aunque no hay estadísticas exactas, se sabe que desde hace 20 años, cuando el artículo 55 de la Ley 75 estableció que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar delegaría a determinadas organizaciones la función de proteger al menor desarrollando programas de adopción, más de doce mil niños han sido adoptados en Colombia.
Esto se debe a que, tanto Bienestar Familiar como instituciones autorizadas, pueden desarrollar estos programas, según lo indicado por el artículo 11 de la Ley 5 de 1975. Aunque en la práctica, solo lo hacen las instituciones delegatarias.
Selección Humana
Igual que Marcela, los otros menores que llegan a las casas de adopción provienen de Bienestar Familiar, de organismos o de personas enterados de la existencia de niños que requieren protección. Una vez allí, se les elabora su historia bio-sico-social y se anuncia el caso ante un defensor de menores para que tramite la declaratoria de abandono. Y es allí donde también realizan la selección de los adoptantes: estudian su vida, su situación económica y familiar, su estabilidad psicológica, solicitan sus documentos y posteriormente conciertan entrevistas para analizar en forma exhaustiva los motivos que los conduce a pedir un hijo en adopción y lo que le han de ofrecer.
En la misma forma, les entregan Información sobre el menor, al tiempo que inician las diligencias pertinentes. Quizá un factor determinante que concede a estos “acuerdos” rasgos de absoluto humanismo, es el de no permitir establecer requisitos acerca del niño: que sea rubio o hermoso, que sea sonriente o sin defectos físicos. Acá lo que cuenta es el auténtico deseo de tener un hijo y por tal razón solo es aceptable la petición de sexo y edad. De manera que se asumen así los riesgos de una gestación propia.
En algunas ocasiones, los padres adoptivos han llegado a enterarse el día de la entrega si es mujer o varón, o si tienen alguna limitación física, y únicamente en contadas excepciones han manifestado desacuerdo. Es talla actitud que impera en materia de adopción que las mismas Instituciones no optan por “clasificar” a los menores; sencillamente los conservan bajo su protección dando a cada cual la atención que requiera: los recién nacidos cuentan con sus propias habitaciones (sala-cunas) y son atendidos por médicos-pediatras. Igual acontece con los que tienen cuatro, cinco y hasta doce años. Se les enseña a leer, escribir, a trabajar material didáctico, a convivir…
Se convierten en sus tutores, en sus guías, en sus padres-madres de turno y vigilan los detalles de su futuro, tanto así, que en nuestro país observan a quien se los entregan. Por ejemplo, y tomando en cuenta que la mayoría de los adoptantes-un 65%- son extranjeros, prefieren conceder a los niños de color a ciudadanos de naciones diferentes a los de Estados Unidos, o incluso en Colombia. Esto en razón de que aún existe cierto índice de discriminación racial.
Sí, todo es estudiado y hay circunstancias que requieren su tiempo. Como la de aquellos que padecen alguna enfermedad o ya son mayores (doce años es la edad límite para que un niño sea adoptado). O cuando se presentan dos, tres o hasta cinco hermanos desamparados. Entonces son entregados a una misma familia. Mas de no ser posible, procuran que mantengan continua correspondencia.
Construyendo la familia
Todo es cuestión de calidad humana, no de raza ni perfección. Los hechos así lo demuestran: numerosas parejas que han adoptado una vez, vuelven a hacerlo, e incluso madres biológicas han decidido asumir un hijo de otros progenitores.
Los padres adoptivos otorgan al tiempo, a su paciencia y a su ternura, el espacio suficiente para ir conociendo de cerca a esos seres extraños que con el transcurso de los años van calcando sus rasgos, sus actitudes, sus expectativas. Y llegan a conformar familias similares a las biológicas sin ocultar nunca que se ha dado un caso de adopción. Paulatinamente, con mesura, se incorporan en sus vidas satisfactoriamente. Lo hacen aquellos matrimonios jóvenes que han acogido a un recién nacido, o los “veteranos” que optan por una criatura mayor. Lo hacen también los extranjeros que después de un trayecto de epístolas y datos han adoptado un hijo. Y tal vez es a ellos a quienes su decisión ha fortalecido más porque en países como Holanda, Francia, Australia, Estados Unidos y en general Europa- donde hay un alto nivel de esterilidad- diligenciar un niño les toma hasta quince años. En Colombia, en cambio, tarda un año o unos meses más y para los que viven acá, de tres a seis meses.
Sin embargo, surgen para ellos instancias de temor, siendo una la de pensar que algún día la madre genética del adoptado llegue a reclamarlo. La ley tiene un tiempo límite para que ella lo demande: tres meses después de ser inscrito en la Notaría. Pero la ley, en estas circunstancias, da prelación a los adoptantes. Y así como es condescendiente, también es rigurosa: estipula que los futuros padres han de tener mínimo 25 años o máximo 50, una unión estable y rectitud moral y que estén preferiblemente casados por lo católico.
En Colombia existen siete instituciones de adopción que tienen licencia de funcionamiento. En Bogotá se encuentran la Casa de la Madre y el Niño, Ayúdame, el Centro de Rehabilitación y Adopción del Niño CREAN, la Fundación para la Adopción de la Niñez Abandonada, FANA, y Los Pisingos; en Cali funciona Chiquitines; y en Medellín, la Casa de María y el Niño. De todas una de las más antiguas es FANA. que cumplió 17 años, tiempo en el cual se ha entregado en adopción a 6.400 niños y que ahora se prepara para mostrar los méritos de su labor en un libro denominado Los niños de FANA para los niños del mundo.
Como bien lo expresa Mercedes Rosario: “Esto es ante todo un acto de amor que busca que los niños vivan con dignidad”. Y es cierto, porque un ser adoptado, acto que se cumple a conciencia y sin exigir dinero, crecerá bordeando la seguridad, afincado en un hogar estable, y en un futuro habrá de ser artífice de una sociedad honesta y sin convulsiones como la actual.