Ser madre es cuestión de valientes: Susana y Elvira
Susana y Elvira
Ser mamá es un mal negocio. Las mamás ganan menos, son percibidas como menos competentes y la licencia de maternidad es vista como un lujo. Estas son algunas de las razones por las que tantas mujeres en el mundo dudamos a la hora de decidir si nos reproducimos o no.
En las zonas urbanas de Colombia las mujeres tienen un promedio de 2,0 hijos, mientras que en las zonas rurales el promedio es 2,8, según Profamilia. La diferencia muestra una caída en la tasa de natalidad por parte de mujeres educadas que viven en las ciudades de Colombia. Después de una larga investigación, creemos que este descenso en nuestra natalidad se da, en parte, porque el Estado, el machismo, la economía y la sociedad en general, han hecho de la maternidad un ejercicio de valientes.
Los sociólogos han tipificado una suerte de “castigo de ser madre”, que habla sobre los sesgos que deben enfrentar las madres trabajadoras frente a su competencia y su valor dentro de su organización. Si se pudiera hacer una pirámide, ellas estarían en el fondo. Muy en el fondo. En la punta están los hombres, y los siguen las mujeres sin hijos. “Las madres son percibidas como menos competentes, menos comprometidas y, por lo tanto, menos empleables o susceptibles de ser ascendidas”, explica Noël Burgess, un investigador de la Universidad de Rhode Island. En Colombia, las madres ganan en promedio 17,6 % menos que las no madres, reveló un estudio de la Universidad de los Andes.
La historia es distinta para los hombres, pues en el imaginario persiste la idea del hombre como proveedor único de la manada, por lo que ser papás los vuelve más eficientes y comprometidos ante los ojos de los demás. Esta idea a veces se traduce en un aumento en sus ingresos de hasta el 6 %, según el centro de pensamiento estadounidense Third Way. Es paradójico, pues por lo menos en Colombia casi la mitad de los hogares son mantenidos por una mujer (34,7 % según el Dane).
Los sesgos en contra de las mujeres y su maternidad no paran ahí. La licencia de maternidad se ha convertido en un tema álgido entre los involucrados en él. Por un lado hay quienes defienden una licencia mayor a las 14 semanas que las nuevas madres reciben actualmente. Y por otro están quienes creen que un mes más afectará la empleabilidad de las mujeres en edad reproductiva. Lo que pocos han dicho es que, primero, el empleador paga menos si su empleada se va de licencia de maternidad, apenas un 73 % del salario anual, según un reporte del Ministerio de Trabajo; segundo, que la licencia de maternidad es pagada por la EPS, y que el empleador debe hacer los aportes a esta con embarazo o sin él; tercero, que usualmente en Colombia no se cubre el cupo de la licencia con una nueva contratación, sino que el trabajo de la nueva madre le es asignado a uno de sus compañeros. Y cuarto, que la Organización Mundial de la Salud recomienda licencias de maternidad de al menos 24 semanas para promover la lactancia materna exclusiva durante su primer medio año de vida.
Y si se animan, una vez dan a luz, las nuevas madres deben partirse en dos –o tenerlo todo, dicen los optimistas–. En los países que conforman la Unión Europea, las mujeres dedican 26 horas a la semana a hacerse cargo de la casa, mientras que los hombres invierten apenas nueve horas de su tiempo. Y en Colombia, según el Dane, nueve de cada diez mujeres realizaron actividades de trabajo no remunerado (asociado al trabajo doméstico y de cuidados) y dedicaron a ello un promedio de siete horas y 23 minutos al día. Casi una jornada de trabajo. Estas mismas actividades fueron realizadas por seis de cada diez hombres, quienes al día dedicaron tres horas y diez minutos a ello.
Al parecer la maternidad y el papel de proveedoras de cuidado son las mayores desventajas de las mujeres en una sociedad machista. Pero para algunos esto es simplemente una suerte que debemos aceptar por la dictadura de la naturaleza misma. “¿Es machista decir que el embarazo y la crianza hacen que las mujeres, en su mejor edad, tengan menos tiempo para dedicarse a un ejercicio intelectual exigente?”, escribió hace poco Héctor Abad en una columna. Y concluyó: “La maternidad no es un destino, pero tampoco es un rol cultural”. Admiramos a Abad, pero determinismos como el de él son los que nos hacen optar por una vida sin hijos. Según él, entonces, ¿ser madres debe hacernos resignar a no ser “intelectualmente competitivas”? ¿Si esto no es machismo, entonces qué es?
Pero creemos, como escribimos en nuestro nuevo libro Con fecha de vencimiento, de Editorial Planeta, que no se trata de elegir, sino de luchar por un mundo más equitativo. Uno en el que los hombres también quieran tenerlo todo: en el que los cuidados no sean una responsabilidad única de las mujeres, y por tanto que las mamás sean vistas como competentes porque tienen un esposo que también falta al trabajo para cuidar al hijo cuando está enfermo; en el que los empleadores entiendan que la maternidad es una inversión social cuyos resultados verán cuando la próxima generación esté pagando las pensiones de todos con su trabajo; y en el que todos entiendan que es igualmente válido ser mamás o no serlo, pero que existan las garantías necesarias para tener calidad de vida en ambos casos. Porque el mundo necesita trabajadoras, pero también mamás dispuestas a criar los trabajadores del futuro. Y porque no puede haber liberación femenina si nuestra capacidad de dar vida sigue siendo un castigo.