Los proyectos arquitéctonicos que están revolucionando las universidades del país
Camilo Sánchez
En sus últimos años hubo un proyecto que le inyectó dosis notables de vitalidad a Rogelio Salmona. Madrugaba y sin haber siquiera tomado su sagrado vaso de jugo de naranja diario, ya estaba trazando formas y medidas para darle sentido a un encargo que se sumaba a esa única gran obra de la cual hablaba. Es decir, a la obra de toda una vida. Se trataba del gran edificio para las artes de la Universidad de Caldas. En los dibujos a mano alzada que dejó se aprecia una caja rectangular donde se congregaban la sala de exposiciones, la biblioteca, el museo y el conservatorio entrelazados por corredores y rampas, óculos, contornos abiertos y lugares reservados para las aguas que fluyen y espejean en medio de la creación. Todo esto encajado en la topografía vertiginosa de Manizales, en la ladera del morro de San Cancio. Una suerte de barranco verde y empinado que desciende hasta el tradicional barrio Palermo.
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Así se imaginó Rogelio Salmona el edificio para las Artes de la Universidad de Caldas.
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Las conversaciones para el encargo comenzaron en 2003 y cuatro años más tarde, debido a los malabares por los que pasan los planes de construcción, se había concretado muy poco. Salmona falleció en mayo de 2007 y en diciembre reapareció el rector con ánimos de llevar adelante la idea. La arquitecta María Elvira Madriñán, viuda del proyectista y encargada de la Fundación Rogelio Salmona, asumió el reto de continuar con la empresa. Desde entonces, el espíritu y guía del edificio ha seguido reposando en la idea original. Pero la arquitecta ha afrontado con decisión y prudencia los giros y las modificaciones que han surgido debido al presupuesto, a los requisitos ambientales, o a las necesidades arquitectónicas, entre otras.
La construcción inició hace más de un año y la primera etapa, que comprende una de las bibliotecas universitarias más completas del país y una parte del conservatorio, estará lista a finales de este. Se suma así a un grupo de edificios repartidos por las instalaciones universitarias de toda Colombia, que para muchos recoge parte importante de la arquitectura más interesante que se está construyendo en el país. Una revolución silenciosa.
El desafío más claro para María Elvira Madriñán ha sido un aspecto que dentro del trabajo de Rogelio Salmona no estaba contemplado: cómo vincular el edificio con el colindante barrio Palermo. Una búsqueda de cómo integrar arquitectura y ciudad, o dicho de otro modo, hacer ciudad a través de la arquitectura, uno de los ejes centrales del pensamiento del creador de las Torres del Parque. El asunto no está resuelto aún, pero al igual que Rogelio, María Elvira ha planteado diferentes soluciones para ese recorrido que promete ser a todas luces útil y transformador dentro de una geografía tan compleja como la manizalita.
El trabajo, en todo caso, deja patente la consideración por el entorno. La vocación por resaltar de forma discreta un panorama tan imponente como resulta el pico del cerro San Cancio. El aprovechamiento respetuoso de las escorrentías que bajan por las laderas y van a dar a esos espejos de agua que son sello de la casa desde que Salmona quedara hipnotizado por las albercas nazaríes de la Alhambra de Granada. Finalmente, el esfuerzo por mantenerse en la línea del uso del ladrillo en una ciudad donde no ha sido tradición.
Héctor Fabio Torres es profesor de música, director de ópera y encargado de administrar el proyecto. Conjugan en él la figura del artista que visualiza el Centro para las Artes Rogelio Salmona como músico y como un administrador “muy académico”. Cuenta que el alma del proyecto reside en la apuesta por lo público, por la inclusión, y las puertas abiertas para toda la ciudadanía no solo de Manizales, sino además de todo el eje cafetero. Segundo, un enclave heterogéneo donde las disciplinas no están aisladas una de la otra, sino que, como en un ideal que él define como “wagneriano”, la poesía, las artes escénicas, la música y las artes visuales convergen y dialogan de manera continua. Y finalmente la integración con la ciudad. Se imagina la inauguración como un gran carnaval en el que haya talleres de arquitectura para niños, cursos de pintura o talleres de música abiertos simultáneamente. Y apostilla que se trata, probablemente, del proyecto cultural más importante para la región en el último medio siglo.
En Medellín, por su parte, la infraestructura de Eafit ha tenido un desarrollo visible en los últimos años. El Centro Argos para la Innovación y la Ciencia, diseño del arquitecto Lorenzo Castro, es uno de los ejemplos mejor recibidos. Desde la avenida Regional se alcanza a divisar una fachada con algunas piedras cónicas dispuestas en desorden, como si fuera un muro de escalar enorme, y una escalera que la atraviesa y se pierde en bajada entre los árboles. Para el catedrático de la Universidad Nacional Luis Fernando González se trata de un proyecto que paisajísticamente es relevante. Aísla el exterior con un uso afortunado del concreto en la fachada y se integra al interior por medio de una plazoleta. “Visualmente tiene un dominio y eso se percibe claramente”, remata. Dentro del edificio todo está enfocado en los laboratorios.
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El nuevo edificio de la Universidad Eafit, en Medellín, está hecho con piedras cónicas dispuestas en desorden, dándole un aspecto como de muro para escalar.
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Uno de los lemas que se han utilizado para publicitar el nuevo bloque es que se trata de una estructura para generar “ciencia a la vista”. El campo de la investigación en áreas como el cemento y el concreto halla en estos cinco pisos el complemento idóneo para la experimentación a través de la academia. Estudiantes de pregrado, pero también de maestría y doctorado, buscan soluciones y respuestas a la innovación junto a investigadores en 12 laboratorios. La idea es no aislar a la ciencia. Sacarla a la luz a través de la arquitectura. Los instrumentos y máquinas no están conservados en lugares disimulados. Los laboratorios de rayos X, el microscopio electrónico de 650.000 aumentos del FESEM y la cúpula del RMN (resonancia magnética) ya forman parte de la topografía universitaria porque la invitación a investigar se extiende a todo aquel que se acerque a las instalaciones.
Lo explica el arquitecto en un texto publicado por Argos: “Cada piso está rodeado por un corredor abierto y perimetral que permite reconocer las actividades de los laboratorios. Cualquier visitante puede empaparse de lo que sucede en ellos y ver a los investigadores en acción”.
Si en la fachada que mira hacia la avenida resalta el concreto, en la que cobija de frente a la universidad resaltan formas que se asemejan a las páginas abiertas de cientos de libros abiertos. Los colores blanco y rojo predominan. Los otros dos costados quedan al descubierto. Un jardín de palmas rodea el edificio. Y una cafetería en la cubierta/jardín se instala como mirador al río Medellín, el campus y el metro. A saber, academia, ciudad, ciencia y empresa reunidas.
En Bogotá, en la Universidad Javeriana y en la Jorge Tadeo Lozano, al igual que en Manizales, también han optado por innovadores espacios en carreras como artes visuales, música, publicidad, o artes escénicas. Los dos proyectos han sido concebidos por el arquitecto Ricardo Larotta, que se presentó para los concursos respectivos con el bagaje añadido de conocer la academia desde las aulas. Su paso como profesor aportó un panorama doble, desde la academia y desde su estudio de arquitectos. Así fue madurando las necesidades de un área que se inclina cada vez más hacia lo pluridisciplinar. Los estudiantes cursan dos o tres carreras al mismo tiempo, y adaptan las clases dentro de sus programas con mayor flexibilidad. Un ingeniero puede tener una profundización en literatura. O un médico una opción en música.
La Facultad de Artes de la Javeriana tiene pocos meses de inaugurada. Es una estructura que intercala tres cubos rectangulares que parecen cajones entreabiertos. Resalta la blancura de la caja superior, marca tan luminosa como frecuente en más de un edificio reciente. Y luego el verdor, la transparencia y las plazas alrededor. Cada una constituye un mundo distinto: Artes Visuales, Música y Artes Escénicas. Cada una, y en el orden citado, se aloja en uno de los niveles mencionados.
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Al edificio de la Facultad de Artes de la Universidad Javeriana lo componen tres cubos, cada uno para un área específica: Artes Visuales, Música y Artes Escénicas.
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Hay una constante en los edificios que señalamos: todos buscan dialogar más de cerca con la ciudad, romper las costuras del claustro universitario tradicional e incentivar un uso flexible. En el caso de la Javeriana, el edificio se levanta para dialogar abiertamente con el Parque Nacional. Un entorno que en palabras del arquitecto se debe recuperar del miedo y de la inseguridad. Afirma que es labor de los urbanistas y de los arquitectos vincular sectores vitales de la ciudad que han quedado inconexos. El anhelo del proyectista consiste en abrir una puerta entre la universidad y el parque en términos ambientales y culturales. Abrir una conversación pendiente con ese enclave arbolado por donde ha pasado media historia de la ciudad.
En el caso de la Tadeo, por su parte, uno de los protagonistas es la avenida 26. Arteria seminal que conecta Monserrate con el aeropuerto y que ha sido estigmatizada durante mucho tiempo por la corrupción, la delincuencia y la sordidez urbana. El nuevo edificio de la Facultad de Artes, aún en construcción, está emplazado justo en un recodo donde termina la avenida. Cuenta Ricardo Larotta que el propósito ha sido integrar la edificación con el eje cultural que se va delineando a través de la Biblioteca Nacional, el Museo de Arte Moderno y el Parque del Centenario. Tanto en el proyecto de la Javeriana como en el de la Tadeo, Larotta deja claro que hay una vocación de trascender el ámbito académico. Las obras y los trabajos de los estudiantes de la Tadeo van a tener la posibilidad de ser expuestos en la calle. Las plazas y los patios abrirán campo para que las instalaciones de artistas se animen a salir a la calle, como ya sucede en algunas grandes urbes.
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El edificio de la Facultad de Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano hará parte del eje cultural que incluye la Bilbioteca Nacional, el MAMBO y el Parque Centenario.
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Otra Facultad de Artes más para Bogotá: la de la Universidad Nacional. Lo cuenta la académica Silvia Arango, quien menciona dos razones para entender el auge de estas construcciones, que también las hay en preescolares, y colegios tanto privados como oficiales. Primero, parte del auge nace de la necesidad. Las instalaciones universitarias se estaban quedando rezagadas a la hora de recibir el creciente número de estudiantes. Así mismo, destaca que cada vez hay una mayor conciencia en que la calidad arquitectónica es educativa en sí misma. Estudiar en un entorno apropiado, que facilite un ambiente de reflexión, que inspire o invite a la creación resulta fundamental para los alumnos. “La arquitectura tiene la posibilidad de potenciar la dimensión creativa de una sociedad. En muchos casos, si se quiere, de elevar el espíritu y de integrar a la comunidad. No se trata de vender el producto final, sino de acompañar el proceso de hacer, de crear y de investigar, tantas veces tan incomprendido en Colombia”, concluye la experta en urbanismo.