De lo “malhablado” y la Real Academia de la Lengua Española

¿Sabía que la mayoría de palabras que utilizamos diariamente no existe -o existe, con otro significado- en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua?
 
De lo “malhablado” y la Real Academia de la Lengua Española
Foto: /
POR: 
Daniel Zamora

Seguramente en algún momento de su vida ha tenido que agendar una cita. En otra oportunidad habrá querido concientizar a alguien sobre lo importante que resulta el cuidado del medio ambiente o mantener un buen estado de salud. También puede que si solo hace las cosas de una manera lo traten de psicorrígido.

Con certeza usted entiende el significado de las palabras que están en negrilla. Las destacamos para direccionar el sentido de estos primeros párrafos y contarle que estos conceptos- que tal vez haya dicho en alguna ocasión- no existen, o mejor, no aparecen registrados en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE).

La existencia de las palabras es un tema que convoca diferentes puntos de vista. El de aquellos que hablan y escriben respaldándose en el diccionario; y el de quienes piensan que las palabras tienen validez antes de que una institución académica las incluya en un listado, que prefieren decir chimba a “chévere”, así el diccionario diga que chimba nada tiene que ver con divertido y que más bien significa: “arma de fuego de fabricación artesanal”.

Para Enrique Bernardez Sanchís, colaborador del Instituto Cervantes y profesor de filología en la Universidad Complutense de Madrid, “las palabras existen aunque no estén en el diccionario; y algunas que sí están, no las usa nadie. La academia se limita a decir que a partir de un determinado momento, cierta palabra ‘le parece bien’ y entonces la incluye en la nueva versión del diccionario, y el de la RAE es caprichoso, selectivo e incompleto”.

Según la página web de la Real Academia de la Lengua, su diccionario “pretende recoger el léxico general de la lengua hablada en España y en los países hispánicos. No puede registrarlo todo, sino que, por fuerza, debe contentarse con acoger una selección del código verbal”, y señala que “la selección será lo más completa que los medios permitan, mientras que en otros aspectos -dialectalismos, tecnicismos, vulgarismos o coloquialismos- se limitará a incorporar una representación de los usos más extendidos o característicos”.

Es por eso que en la versión actual del diccionario las palabras señaladas al comienzo no aparecen. No cumplen con los requisitos que exige la academia o no incluyen los significados que se les da en diferentes lugares. Sin embargo las usamos y las entendemos. “Un diccionario completo -el de la academia no lo es- incluye todas las palabras que se han usado en la lengua- incluso una sola vez-. De modo que esos diccionarios se actualizan todos los años. Son volúmenes muy grandes”, cuenta Bernardez, y añade que “no tiene ningún sentido que un diccionario sea único referente, incluso es contraproducente para la lengua misma y para sus hablantes limitarse a las palabras ‘aceptadas’, como hace la RAE”.

Esa zona en blanco que deja la academia al no incluir ciertas palabras le abre campo a otras apuestas cuyo fin es el mismo: recoger los términos usados en español. Una de ellas es el Diccionario del Parlache escrito por Luz Stella Castañeda e Ignacio Henao en 2006, que mediante una investigación sociológica, en donde recopilaron 3000 términos, expresiones y significados que en su mayoría no incluye la RAE-como amurao, que significa triste; o llave, que quiere decir amigo-, y que cumplen las condiciones de uso extendido y característico, en este caso, de la región antioqueña.

 

Bernardez recomienda hacer caso omiso a la expresión “malhablado”-que por cierto, tampoco está en la RAE-, ya que la inclusión de una palabra en el diccionario “depende muchas veces del capricho de algún académico al que no le gusta una palabra o de otro al que sí le gusta. No se basa en un estudio sistemático del vocabulario en uso del español”.

Pero tampoco es una oda para hablar como dé la gana. Es diferente cuando usamos palabras creyendo que significan algo y resulta que es lo contrario, como bizarro, que utilizamos para afirmar que algo es extraño o desagradable, cuando en realidad significa valiente; o tétrico, que es sinónimo de triste, aunque lo confundamos con tenebroso. Puede que de tanto usarlas así se le adicionen esas interpretaciones, como sucedió con “patriota”- que en Nicaragua significa plátano maduro-, pero por ahora sencillamente las usamos mal.

Cualquiera que sea su posición, si escudado en el diccionario o a la luz de términos socialmente aceptados pero no incluidos en la RAE, las palabras y sus significados están transformándose, complementándose y actualizándose todos los días. Si no fuera así no podríamos hablar de los cronopios de Cortázar, o del ciberespacio de William Gibson, ni mucho menos existirían Facebook o Twitter con esos nombres.

Es verdad que hablar y escribir bien es menester en cualquier disciplina, pero en muchas ocasiones no está supeditado a un único referente, llámese Real Academia de la Lengua o cualquier otro.

         

INSCRÍBASE AL NEWSLETTER

TODA LA EXPERIENCIA DINERS EN SU EMAIL
diciembre
10 / 2015