Dos mujeres y un bebé: maternidad a dos voces

Una familia diversa narra en primera persona los retos y las vicisitudes que les ha traído el elegir construirse como núcleo, en medio de una sociedad y un marco legal como el colombiano.
 
POR: 
Lina Mendoza Lanzetta & L. Carbone

Presentan así un panorama más claro sobre las implicaciones profundas y, a veces, desconocidas del debate en torno a la igualdad que tanto suena por estos días.  

– El cuarto, un cubo blanquecino de 3 x 3 x 3 metros, tenía como únicos objetos una camilla de ginecología, un ecógrafo, una silla de cuero negro y una mesa de vidrio. “Desvístase de la cintura para abajo, póngase la bata y las zapatillas azules. El resto déjelo sobre la silla”, dijo la enfermera en el mismo tono frío del cuarto. Obedecí. Nunca antes me habían practicado una inseminación, por lo que todo me resultaba nuevo. Dos minutos más tarde, para mi asombro, entró la doctora con una muestra color rosa dentro de un frasco de vidrio.

“Firme aquí”, ordenó la enfermera. Obedecí, nuevamente. Constatando, claro está, que el rótulo del frasco coincidía con el número serial que identificaba lo que estaba firmando. “¿Y si se equivocan de muestra?”, pensé con algo de pánico. Me tranquilicé inmediatamente al reflexionar: una entidad estatal con tanto reconocimiento no se puede dar el lujo de confundir las muestras, sean de un donante anónimo o de un padre biológico con un conteo pobre de espermatozoides. Me recosté sobre la camilla y, en vez de experimentar los retoces del amor carnal que en muchas ocasiones engendra hijos no queridos, sentí lo mismo que se siente al practicarse una citología: esa leve molestia producida por un espéculo frío; aunque, en este caso, mermada por un contexto diametralmente opuesto.

Que sea lo que tenga que ser, pensé, y me quedé los veinte minutos que me sugirió la doctora ahí, quieta, recostada, en medio de 27 metros cúbicos de blanco. Con la música como único acompañante, imaginaba qué podría estar pasando en mi interior, qué estarían sintiendo esos espermatozoides recién descongelados y puestos dentro de la calidez de un vientre. ¿Seré buena mamá? ¿Hubiera sido mejor adoptar? No. En esos momentos ya no había cabida para preguntas como esas. “Ya se puede vestir. Regrese en seis semanas”, ordenó la enfermera. No hubo abrazos, ni besos, ni sudor; solo expectativa y potencialidad. Si la vida me escoge para ser mamá, lo seré.

 

– Me llama “Mamá Lina” e, independientemente de que su embarazo lo haya vivido en mi corazón en lugar de mi vientre, el vínculo que nos une es tan fuerte, intuitivo e incondicional como el que sostiene con su madre biológica. Por eso, ante la necesidad de terceros por hacer manifiesta alguna diferencia entre nuestros vínculos, opto por añadir a mi presentación “mamá acudiente”.

–El ecógrafo arrojó unas imágenes ininteligibles para mí. “Parece que hay saco gestacional –inició la doctora–. Si no tiene ginecólogo, le recomiendo que se consiga uno y confirme el latido del corazón para saber si hay vida. ¡Felicitaciones!”, añadió, con la voz cálida y neutra de quien está preparado para dar noticias tanto buenas como malas.

–Confirmar el latir de su corazón a través del ultrasonido nos corroboró, esa mañana, que estábamos finalmente preparadas para asumir un nuevo capítulo en nuestras vidas: uno en el que su alma elegía llegar como nuestr@ hij@ y nosotras recibirl@ como sus mamás, a sabiendas de que el sistema legal colombiano se resistía aún, con vehemencia, a aceptar la existencia de historias y estructuras familiares como la nuestra.

Para nosotras, el equilibrio de la familia radica no en la presencia de la tan sonada ecuación “hombre + mujer”, sino en la armonía de las esencias masculina y femenina a nivel individual y colectivo. ¿Para qué entonces “inventarse” un “papá” cuando se está unido a través de la conciencia, el amor, la libertad y la plena voluntad para construir y crear/criar? ¿Qué más da si se trata de dos personas en cuerpo de mamá o de papá?

 

– Nombre de la madre, ok. Nombre del padre, ah, ¿verdad? Ok, no importa, ponemos unas rayas y listo. ¿Nacido vivo? Ok. A ver las huellitas. Ya está. Puede recoger el registro de nacimiento la próxima semana. No hubo más preguntas ni espacios para algo distinto. Los formularios que nos legitiman están impregnados de múltiples paradigmas sociales.

 

– Una de las afrentas quizás más significativas nos llegó el día de su inscripción como colombian@ al correspondiente sistema, puesto que nuestra maternidad compartida no solo fue totalmente desconocida, sino también tachoneada. Según la legislación vigente, la única manera de inscribirl@ era bajo la fórmula de hij@ de “madre soltera”, es decir, incluyendo en su registro de nacimiento tan solo los datos de su mamá biológica, mi pareja, bajo el título de “madre” y llenando con rayas punteadas la casilla asignada a título de “padre”. Fue así como, sin punto de discusión, quedaron en la sombra no solo mi nombre y mis apellidos, sino también mi vínculo maternal. Pero, por encima de todo esto, sentí vulnerados los derechos que tiene de recibir mi amparo y sus correspondientes beneficios, así como el que yo tengo de construir una historia legal en conjunto. De hecho, con el tiempo he ido entendiendo que ese día se marcó la pauta para una violación reiterada al derecho que tenemos l@s tres de vivir un libre desarrollo así como para elegir la forma como queremos materializar el vínculo que florece y, cada día, se fortalece en nuestros corazones.

 

– Padre ausente no significa vacío, ni una incapacidad para criar equilibradamente. Una familia en donde no hay padre no carece de racionalidad masculina, pues en cada uno de nosotros coexisten lo femenino y lo masculino. En el caso de una inseminación artificial, “padre ausente” es, paradójicamente, tanto la presencia de su genética como la voluntaria exclusión de sus funciones dentro de una familia diversa.

 

–Tampoco le importa al marco legal colombiano la existencia de vínculos como el nuestro que, por los días cercanos al parto, era ridículo siquiera considerar la posibilidad de solicitar una licencia de maternidad para mí: ni la amplia que cubría a la madre biológica, ni la escasísima que corresponde al padre, me encajaban; en mi caso, solo valieron diez días de vacaciones que había reservado como “as bajo la manga” a manera de autoafirmación.

Con los días comenzamos a intuir que lo del registro y lo de la licencia eran tan solo atisbos de lo que se nos venía por delante. Resultaba claro entonces que únicamente nuestras elecciones y correspondientes acciones podrían demostrarle a nuestr@ hij@ la solidez inherente a una maternidad compartida, asumida a conciencia en un entorno en donde por todos lados nuestra estructura y mi papel de madre parecieran invalidarse. Fue así como elegimos criar a dos voces.

 

–¿Qué pasa entonces con los hijos fuera del matrimonio? ¿Y con el 17 % de familias colombianas a cargo de madres solteras? ¿Qué pasa con los hijos de familias homoparentales, para quienes solo valen la mitad de los derechos? ¿Qué pasa con los niños abandonados y puestos en un sistema de adopción en el que prima la sangre –así sea de padres irresponsables o incluso violentos–, por encima de los lazos de afecto?

 

– Cada vez que nos solicitan mostrar el registro de nacimiento al tramitar una inscripción o diligenciar una historia médica, las rayas punteadas vuelven a crear la errada imagen de que vivimos bajo el aparente vacío de ese “padre ausente”. Esto acompañado de algo peor, que es la interpretación según la cual el interlocutor recurre a su imaginación y asume hasta el más disparatado rol posible para mí: desde la tía hasta la niñera. Nunca la doble maternidad.

 

–  Si su hij@ está bien, el resto no me importa, me dicen aquellos para quienes la maternidad no convencional resulta no solo una provocación, sino un inconcebible.

–Aún me parece increíble pensar que cada vez que asisto a una entrevista o lleno un formulario de carácter legal, la Constitución me obliga a responder “0” ante la pregunta “Número de hijos”. Mi corazón y su manita agarrada a la mía se resisten a aceptarlo como un hecho. ¿Cómo renegar del vínculo que une nuestros corazones, por el simple hecho de acatar una ley para la que no es legítimo nuestro amor? Con el tiempo he elegido transformar mi respuesta (obviando el nudo en el estómago) en un: “embarazos: 0”.

Esta imposibilidad de reconocimiento hace, entre muchas otras cosas y por absurdo que suene, que yo dependa del todo de la presencia de mi compañera permanente para ejercer mi maternidad: desde ingresarla a un centro de salud en caso de emergencia, hasta acompañar su estadía en caso de hospitalización. Debo acatar siempre los horarios de visitas externas y portar un carné de “visitante” como cualquier otro pariente o amigo. Tampoco se me permite contar con la idea de que, si muero, la ley la protegerá, cobijándola con los derechos que, se estipula, tienen los herederos.

 

– Dentro, pero fuera. Dentro de la sociedad, pero fuera del sistema. Para muchos trámites –especialmente los de carácter comercial– la conformación de la familia es irrelevante. Pero, para efectos de derechos civiles y sus respectivos cubrimientos, la Constitución colombiana desconoce la diversidad de estructuras familiares y por tanto violenta el libre desarrollo de la identidad, de la intimidad y de la autodeterminación.

 

–El día que nuestr@ hij@ cuente con la mayoría de edad y se presente a una universidad, al llenar el formulario de inscripción, ¿contará este con las casillas adecuadas para todo tipo de familia, estructura y orientación? A fin de cuentas, desde su perspectiva, más allá de la biología o el vínculo social, ambas somos desde siempre y para siempre sus “mamas” (así nos bautizó, sin tilde y en plural).

 

– Optamos por dar un paso adelante en la equidad: si la vida nos escogió para ser mamás, elegimos para nuestr@ hij@ una manera transparente de relacionarnos con el entorno, esperando que la ley cobije la diversidad, en lugar de seguir fragmentando la comunidad a través de repetidos casos de discriminación. “Aún me parece increíble pensar que cada vez que asisto a una entrevista o lleno un formulario de carácter legal, la Constitución me obliga a responder “0” ante la pregunta “número de hijos”.

 

*L. Carbone: Amante de la escritura y de la naturaleza. Actualmente incursiona en el campo de la ilustración infantil. Mamá. *Lina Mendoza Lanzetta: Literata dedicada a relacionarse con las palabras en todas sus posibles manifestaciones. Amante de los viajes y, sobre todo, del mundo. Mamá.

Foto: Marcela Riomalo 

         

INSCRÍBASE AL NEWSLETTER

TODA LA EXPERIENCIA DINERS EN SU EMAIL
mayo
12 / 2013