Sablazos de Zableh: Operación galleta de chocolate

En Brasil los precios en los restaurantes son ridículos. Para ponerles un ejemplo, una gaseosa cuesta 6 reales en un restaurante y 1,7 en el supermercado.
 
POR: 
Adolfo Zableh

Estoy adicto a las galletas Bono (adjunto foto). El paquete de 12 vale apenas 1,89 reales (unos $1.600 colombianos) en el supermercado que queda a dos cuadras del apartamento donde me hospedo en Río de Janeiro. Además, según reza el letrero, es el pasabocas oficial de la selección brasileña de fútbol, doble razón para comprarlas.

Ocurre que en Brasil los precios en los restaurantes son ridículos. Para ponerles un ejemplo, una gaseosa cuesta 6 reales en un restaurante y 1,7 en el supermercado. Y así es con todo en este país, donde comer en la calle es un veneno y coger taxi, peor (otro día les cuento de eso). Entonces no queda otra que aplicar la economía de guerra y comprar cuando se pueda y donde sea más barato.

El otro día entré yo muy inocente a la sala de prensa del Maracaná. Eran las 11 de la mañana y llevaba mi paquete de galletas Bono metidas en el maletín, ya que en la cafetería de la sala de prensa un almuerzo no baja de 38 reales con gaseosa y un postre cualquier cosa puede valer 10. Todo iba normal hasta que los de seguridad me pararon la maleta cuando ésta pasaba por los rayos X.

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Me la devolvieron e hicieron que la abriera; un asistente de seguridad metió la mano, sacó las galletas y me dijo que tenía que botarlas porque era prohibido entrar con comida al centro de prensa. Claro, cuando adentro cobras lo que se te da la gana por un pedazo de comida y no puedes competir con los precios del mundo real, la única opción es prohibir.

No quedé muy feliz con la decomisada. Protesté, dije que los de la FIFA eran unos ladrones, aún sabiendo que no iba a lograr nada y que había perdido las Bono para siempre. Pero también me molesté porque me pareció que tener una maquina de rayos X, dos puntos de detección de metales y seis agentes de seguridad para incautar unas galletas de chocolate era un despropósito.

Ese mismo día de las galletas, pero en la tarde, fue que se metieron unos hinchas chilenos sin boleta al estadio y volvieron mierda todo en la sala de prensa. Ahí pensé en las paradojas de la vida: en este mundial son unas putas para detectar unas tristes galletas hechas con la receta de la abuela, pero les queda grande atajar a un puñado de fanáticos colados. A ver si ponen en orden sus protocolos de seguridad.

         

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junio
20 / 2014