La revolución de los adultos modernos

¿Estamos frente a una nueva generación de adultos que se niega a madurar, o somos testigos de una redefinición de la adultez?
 
La revolución de los adultos modernos
Foto: Ilustración de Laura Patiño
POR: 
Andrea Vega

Adultos que no saben cocinar ni reparar algún desperfecto en su hogar. Personas que prefieren tener mascotas a criar hijos. Para algunos, los adultos de hoy no quieren crecer. Para otros, madurar ya no representa lo mismo que significaba hace 50 años. Los adultos modernos están desafiando los límites tradicionales de la madurez.

Por un lado, las redes sociales viralizan videos en los que se bromea sobre la incapacidad de los “adultos funcionales” ante el cuidado de la ropa, el manejo del dinero o las responsabilidades en el trabajo. Por el otro, el marketing se apoya en las emociones propias de la juventud para vendernos desde ropa para gatos, estadías en las casas de Barbie en Malibú hasta un concierto cada semana.

La juventud es uno de los valores que mueven actualmente el mundo. Es más, podría decirse que ser joven ha dejado de ser una etapa biológica para convertirse en un estilo de vida. Hacemos de todo para no dejarla escapar, retenerla y, en ocasiones, aparentarla. Al fin y al cabo, la cédula es la que cumple años, la edad es solo un número, los 50 son los nuevos 40 y los 40 son los nuevos 30.

Legalmente, la mayoría de edad en Colombia se alcanza a los 18 años, pero la adultez no tiene un momento claro de inicio: para algunos, llega con la independización de los padres; para otros, con el inicio de la vida laboral, y para otros más, con la llegada de los hijos. Pero ¿qué sucede si ninguno de estos sucesos se da?  

En la actualidad, parecería que algunos adultos se negaran a asumir los roles que se asocian convencionalmente con la vida adulta. ¿Acaso estamos frente a una sociedad que se niega a madurar? ¿Los adultos tienen dificultades para desarrollarse como tales, o será que la adultez ha comenzado su propia revolución?

Los que ya nos estrenamos en la adultez —la verdad, hace rato— sabemos que, irónicamente, la edad adulta puede sorprender a quienes llegan a esa etapa con más preguntas que respuestas. Curiosamente, se pueden encontrar varias guías para ayudar a enfrentar las tareas “propias” del mundo adulto, como Adulting, por ejemplo, un emprendimiento de la mexicana Liliana Olivares en el que se enseña a descifrar temas como las deudas, el ahorro, las inversiones y hasta las compras innecesarias.

El nombre de su empresa se deriva del término creado por la estadounidense Kelly Williams Brown para referirse al “acto de ser adulto”. Adulting: cómo convertirse en adulto en 468 “facilísimos” pasos (2013) se convirtió en un bestseller del periódico New York Times y un favorito entre los millennials en su camino hacia la madurez. Paradójicamente, la autora le confesó el año pasado a la revista Vanity Fair que durante esta década se sintió mal por su incapacidad para cumplir con las expectativas que se habían creado sobre ella.

¿No se quiere —o no se puede— madurar?

Ilustración de Laura Patiño.

En el Diccionario de la lengua española (2014) aparecen tres acepciones de la palabra adulto: ser vivo que ha llegado a la plenitud de crecimiento o desarrollo; ser vivo que ha llegado a cierto grado de perfección, cultivado, experimentado; o dicho de un animal que posee plena capacidad reproductora. ¿Por qué alguien no quisiera llegar a tal estado de plenitud?

Eudes Séméria, psicólogo clínico y psicoterapeuta francés, propone en su reciente libro Los cuatro miedos que te impiden vivir (2024) una respuesta que podría estar en el fondo de muchos comportamientos de aquellos “jóvenes eternos”: el miedo a crecer. Según el autor, el ser adulto nos obliga a confrontar lo que él llama los límites de la condición humana, como la muerte, el aislamiento, las responsabilidades y el sentido de la vida.

“Todas nuestras angustias tienen su origen en la confrontación con esos límites. Muchas veces preferimos apartarlos de nuestra conciencia, pero al hacerlo nos estamos negando a convertirnos plenamente en adultos y nos vemos obligados a seguir pensando de una manera infantil”, asegura Séméria en su libro. “Lo ideal sería que abandonáramos poco a poco el mundo ‘mágico’ de la infancia para admitir con lucidez nuestra condición limitada. ¿Y por qué? Pues porque si no lo hacemos tendremos poco control sobre la realidad y, en consecuencia, sobre nuestra vida”.

Pero esto no es un tema nuevo. A principios de los años ochenta, el psicólogo norteamericano Dan Kiley observó que algunos de sus pacientes se negaban a aceptar las responsabilidades implícitas a su edad adulta y reunió sus hallazgos en el libro El síndrome de Peter Pan: los hombres que nunca crecen. Desde entonces, el pequeño personaje ficticio de la obra de James Matthew Barrie (1904) pasó a ser la metáfora recurrente para aquellos adultos que no quieren crecer nunca y que, a pesar de alcanzar una edad adulta, siguen actuando como niños.

En Colombia tenemos una categoría muy especial: los hijos “Bon Bril”, creada en 2002, luego de que en una campaña publicitaria se hiciera un símil entre la larga estancia de un hijo en la casa de sus padres y la prolongada duración de una esponjilla de cocina.

Tanto el síndrome de Peter Pan como los hijos Bon Bril definían comportamientos individuales, que se daban aleatoriamente entre adultos que por diferentes circunstancias no seguían el guion natural de lo que significaba ser adulto.

Actualmente, las personas que se desmarcan de las exigencias sociales al llegar a la adultez son cada vez más y representan una generación de adultos que tienen nuevos valores y diferentes estándares de realización.

Los adultos de ayer

Ilustración de Laura Patiño.

Para Ricardo Forero, sociólogo de la Universidad Nacional, dentro del escenario de la adultez ha habido cambios significativos en la construcción de qué es ser adulto, que se derivan de transformaciones sociales, culturales y económicas.  

“El marco de definición de la adultez (actualmente) ya no está ligado a la construcción de una familia tradicional o a ser padres; ya no está ligado a la compra de una vivienda, sino que es un escenario de procesos de transición que se dan cada vez más largos en el tiempo. Había un criterio fundamental de ser adulto que era irse de casa, como muestra de autonomía personal y financiera. Ese marco se ha venido deconstruyendo, específicamente, por unos cambios en las estructuras económicas y en el escenario de juventud”, señala Forero.

“Ya no hay una checklist. En el escenario específico de lo que pasaba en generaciones anteriores —los años cincuenta y sesenta—, había una estructura y un modelo único dominante que establecía específicamente cómo se determinaban esas pautas: salir de la casa, conseguir pareja y tener hijos. Ahora no hay un solo criterio, sino múltiples escenarios que se abren en torno a este aspecto”, asegura.

Para el experto, los cambios profundos en tres escenarios han sido fundamentales en esta nueva concepción del adulto contemporáneo. El primero es el tema económico. “Hay discursos de poder generacionales que dicen ‘¡Es que no se van de la casa!’. Eso ahora cambió porque los jóvenes tienen cada vez menores posibilidades de acceso al mercado laboral, y cuando lo hacen tenemos mayor precarización laboral”, sostiene Forero.

“Hemos visto un descenso muy fuerte en los salarios y en el poder adquisitivo de los jóvenes en los últimos quince años. Y esa es una de las explicaciones por las cuales los jóvenes no solamente en Colombia, sino en todo el mundo, están demorando más tiempo en salir de la casa paterna”, agrega el sociólogo.

La emancipación tardía es un fenómeno que afecta cada vez a más países. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), más del
75 % de los jóvenes entre 20 y 29 años aún viven con sus padres en países como Corea, Italia, Grecia, España y Portugal. En Colombia, la cifra alcanza el 35 %.

El segundo tema que señala Forero es el escenario de la educación superior, en el que, debido a los fuertes cambios en el mercado laboral, se rompió el acuerdo que relacionaba una mayor educación con mejores salarios y mayor estabilidad laboral.

“Cuando se rompe el pacto, los jóvenes comienzan a cuestionar de un modo muy interesante e inteligente el sentido de la educación universitaria a largo plazo. ¿Tiene sentido formarse en carreras de cinco años cuando no hay un acceso que esté relacionado con los costos del marco educativo?”, se pregunta.

Y el tercero es un cambio cultural en el que se rompe la idea de la familia tradicional. A las parejas contemporáneas las presionan para mantener escenarios de consumo y de ingresos, por lo cual se empiezan a cuestionar los costos de tener hijos y hasta el futuro ambiental que les esperaría en el planeta. “Los chinos dicen ‘no quiero tener hijos, no me voy a meter en una casa, quiero ser más libre y me voy a viajar’”, puntualiza el sociólogo.

La chilena Consuelo Undurraga, autora del libro Psicología del adulto (2011) y una de las mayores expertas en este tema, afirma que a los jóvenes les cuesta cumplir los criterios de adultez por las dificultades que tienen para encontrar un trabajo, en los roles de género y en tener una pareja con intimidad psicológica.

“Por un lado, es importante destacar que la sociedad está dificultando el crecimiento. Y por otro, creo que también hay un fenómeno cultural muy marcado por la individualidad y el hedonismo. O sea, el pasarlo bien y el no tener responsabilidad”, asegura.

Para la psicóloga, en las sociedades urbanas existe además una fuerte presión por disfrutar del carro, el apartamento o haber viajado antes de poder “asentarse”, lo cual equivale a un aburrimiento total: “¿Imaginarse como adulto? Nadie tiene ganas de eso”, manifiesta.

“Los padres tienen una relación ambivalente con que los hijos crezcan, porque, por una parte, da pena verlos crecer, y por otra, qué ganas de que crezcan y se vayan. Eso no se confiesa, pero en general se conversa. Yo creo que por eso es que les cuesta mucho, por ejemplo, ayudar a los hijos a partir, a dejar la comodidad, a arriesgarse a volar, aunque se caigan”, agrega.

“Los hijos tienen mucho que aprender de los padres cuando son niños y los padres tienen mucho que aprender de los hijos cuando crecen. Después hay un momento en que el aprendizaje es mutuo y es muy emocionante verlo”, señala.

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Nuevos paradigmas de la adultez

Ya sea porque la sociedad no brinda las condiciones necesarias para desarrollarse plenamente como adulto o porque en el ámbito individual se quieran perpetuar las emociones propias de la juventud, definitivamente estamos frente a una nueva generación de adultos. Ni mejores ni peores que los de antes: personas que responden a los contextos sociales actuales.

Ante el aparente desencanto por los cánones tradicionales, Forero destaca que la nueva noción de la adultez propone otros nuevos paradigmas.

“Hay una noción específica del presente. Eso es muy propio de las ideas posmodernas de que hay un aquí y un ahora, y eso es un marco cultural brutal que se ve en los márgenes, por ejemplo, de ahorro”, comenta.

El segundo paradigma se relaciona con el disfrute y el goce instantáneo. “Es un disfrute momentáneo que se agota en sí mismo cuando se acaba y que requiere otro estímulo para volver a desarrollarse”, explica el experto. ¿Las maratones de series o el consumo desmedido de redes sociales le suenan familiares?

Y, por último, la incertidumbre generada por las crisis económicas globales, la pandemia y hasta las guerras. “Estamos viendo cambios acelerados que tienen profundas consecuencias en la psiquis y en los tipos de relaciones”, añade. El amor para toda la vida ya no es el ideal.

Más allá de que los adultos contemporáneos quieran disfrutar de su adultez en una forma diferente de como lo hicieron sus abuelos o padres, estos nuevos criterios tienen un efecto directo en cuestiones fundamentales para las sociedades, como por ejemplo el dramático descenso en la tasa de natalidad y su impacto en la transición demográfica y la economía. Desde hace seis años, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) ha venido registrando disminuciones significativas en el número de nacimientos en Colombia: el año pasado se redujo 11 % el número de recién nacidos respecto al 2022. Otro dato: en los países de la OCDE se registraba una tasa de fertilidad de 3,3 hijos por mujer en 1960; en 2022, ya había descendido a 1,5.

En cuestión de solo dos generaciones hemos pasado de abuelas que llegaban a tener hasta una decena de hijos a solteras que prefieren entregar su devoción maternal a los gatos y perros que las acompañan en casa. De hecho, una encuesta realizada este año por la empresa Cifras y Conceptos revela que el 57 % de los hogares colombianos ya cuenta con al menos una mascota. El término “familia multiespecie” ya se ha incluido en varias sentencias judiciales y se ha planteado que los animales de compañía sean considerados miembros de la familia. Mientras tanto, sus dueños los consienten con seguros médicos, guarderías, paseadores, spas y sesiones de fotos.

Lejos de ser una simple negativa a madurar, estos comportamientos representan una adaptación inteligente a las realidades contemporáneas. La adultez moderna ha evolucionado: aspectos como la paternidad, los hábitos financieros, los vínculos familiares e incluso la búsqueda de satisfacción personal ya no siguen un guion social predeterminado, sino que se han convertido en construcciones individuales.

En este nuevo panorama, el desarrollo pleno como adulto no es solamente un derecho sino también una responsabilidad, que le ofrece a cada individuo la oportunidad de asumir su madurez de manera auténtica y significativa.

         

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agosto
8 / 2024