El padre José Diego Jaramillo: un hombre que conquistó corazones en sesenta segundos
Maria José Lobo Arévalo
Sesenta, cincuenta y nueve, cincuenta y ocho segundos.
Son las cinco y media de la mañana: José Diego Jaramillo, el sacerdote más colombiano que el Chocoramo se despierta. Ya son 92 años levantándose, aunque parezca que el tiempo se hubiera congelado en su cabello canoso y solo dejara su rastro sobre los demás. Sale de su habitación para leer los periódicos. Selecciona detenidamente fragmentos de prensa para recortarlos, guardarlos y después empastarlos. Asiste a la eucaristía en su casa en el barrio Minuto de Dios – creado por el sacerdote Rafael García Herreros en 1956 – y cumple la cita con uno de sus sagrados hábitos: el sudoku.
A eso de las ocho de la mañana, Iván García, su asistente de 27 años, camina con él unas pocas cuadras hacia su lugar de trabajo, la casa de la oficina de Presidencia de la organización El Minuto de Dios.
Es allí donde nos encontramos en una tarde calurosa. Durante la conversación me cuenta que su momento favorito del día es recibir a los periodistas que le hacen preguntas imprudentes, y yo me río sin saber muy bien cómo reaccionar a su sarcasmo.
Días después de nuestra charla descubriría que él también estuvo en mis zapatos cuando en una entrevista televisada el sacerdote Rafael García Herreros le dijo que indagar sobre el pasado de los demás era poco prudente, y él respondió: “Entonces seremos un poco imprudentes”.
La vida “normal” del Padre del Minuto de Dios
Cincuenta y siete, cincuenta y cinco, cincuenta y cuatro segundos.
“Normal” es la palabra que más repite cuando me habla de su vida… porque para él todo pareciera ser así. Pero poco de la historia de un sacerdote de más de nueve décadas reconocido por todo un país es normal.
Tres meses de vida tendría José Diego Jaramillo cuando Colombia entró en el conflicto de Leticia con Perú; ese tan solo sería uno de los primeros acontecimientos que acompañarían su viaje aquí en la tierra. Desde el 19 de mayo de 1932 hasta hoy, su mente se ha convertido en una de las bibliotecas de historia mejor conservadas del país.
Sus ojos oscuros, redondos, suelen viajar para perderse en los recuerdos. “Por la mañana amanecía, al mediodía hacía más sol y ya por la tarde, te imaginas”. Así, entre risas y sarcasmo, describe los primeros días en el seminario Conciliar de Santa Rosa de Osos, en Antioquia. Entró a los trece años al seminario con serenidad, y de ahí en adelante inició el camino que lo llevaría a comprometerse con el sacerdocio.
Cincuenta y uno, cincuenta, cuarenta y nueve segundos.
Pasa el tiempo en el reloj, pero no en el suyo, sino en el de Giovanni Bolaños, director de la corporación en los Santanderes y amigo suyo. Giovanni recuerda que antes de partir a Bucaramanga para cumplir su labor en el Minuto de Dios hace unos años, le robaron el reloj que con mucho esfuerzo su papá le había comprado. Desilusionado, se lo contó al padre Diego. “Me llevó hasta su casa y me dio un reloj; dijo que no era muy fino, pero que serviría. Es el que aún sigo usando”. Ese día, Giovanni le dijo por primera vez “papá Diego”. Y no es solo él quien le dice así; son muchos los que se han sentido acogidos por ese hombre exigente y amoroso que les llama hijos.
Hijo también es él: Gabriel Jaramillo y Carmen Julia Cuartas, sus padres biológicos; y Rafael García Herreros, su padre espiritual, padrino de ordenación sacerdotal, amigo y maestro. Fue en 1952 cuando tuvo su primer encuentro personal con él, una figura que le ha causado admiración por años y de la cual disfruta hablar siempre que tiene la oportunidad de hacerlo. Puede que haya conocido a Pablo VI, a San Juan Pablo II, a Benedicto XVI, a varios presidentes y a todo tipo de personas “importantes”, pero el sacerdote García Herreros siempre hará parte de los más cercanos recuerdos del padre Diego.
Cuarenta y cuatro, cuarenta y tres, cuarenta y dos segundos.
Los inicios del Padre del Minuto de Dios
París y Cali. Allá la Torre Eiffel, acá Cristo rey. Antes de entregarse por completo al Minuto de Dios junto con el padre Rafael, el padre Diego Jaramillo vivió un tiempo en esas dos ciudades. En su recuerdo, París suena a un francés colombianizado y a los infinitos pasos del Diego treintañero que caminaba de vez en cuando desde su casa hasta el Instituto Superior de Pastoral Catequética. Cali, por su parte, suena a salsa, salsa que era obligatorio escuchar, aunque él prefiriera los bambucos o las canciones colombianas. Hace una suma para recordar cuántos años han pasado desde que salió de Cali: 33 y 24… Hace 57 años estuvo allí, asumiendo su primera responsabilidad seria como sacerdote bajo un clima templado y gente alegre.
Después de haber enseñado teología en la sucursal del cielo, la piel del padre Diego tuvo que acostumbrarse a un frío similar al de Yarumal, su tierra natal. Bogotá en ese entonces representaba el inicio formal de su vida tras los cimientos del Minuto de Dios. Para 1960, ya había aparecido en el televisor, esa caja negra y rechoncha que hacía seis años había llegado al país bajo la dictadura de Rojas Pinilla.
Treinta y nueve, treinta y ocho, treinta y siete segundos.
Asumir la dirección del Minuto de Dios. En 1992, año en el que falleció el sacerdote García Herreros, el padre Diego cargó sobre su espalda el legado de su maestro y fundador del Minuto de Dios; un legado que ha llevado, como siempre – y espero que no le sorprenda el adjetivo –, de manera muy normal.
Dubian, otro de sus tantos amigos, me cuenta que alguna vez alguien le preguntó al padre cuál había sido el secreto para que la organización creciera así. Él solo respondió: “creer en la gente”. Pareciera que llevara tatuada a Colombia en el corazón, dicen quienes lo conocen. Con certeza Colombia también lleva ese sonido introductorio del Minuto de Dios tatuado en su memoria colectiva.
Espejos tembladores, de aguas fugitivas;
Espumas, Jorge Villamil
Van retratando amores y bellos recuerdos que deja la vida
@uniminutocolombia Hoy tuvimos el placer de entrevistar al Padre Diego Jaramillo en su cumpleaños y estas respuestas que nos dio, están en otro nivel.¡Feliz día Padre Diego, gracias por tanto! #UNIMINUTO ♬ sonido original – UNIMINUTO
Espumas es la canción que tarareó Dubian mientras recordaba sus anécdotas con el padre Diego. Me dice que no olvida el cumpleaños en el que el padre la cantó completita, junto con un grupo de mariachis.
Veintiocho, veintisiete, veintiséis segundos.
Los defectos del Padre del Minuto de Dios
No compra nada para él, solo sus medicamentos. La ropa, los zapatos que tiene… se los han regalado, cuentan sus amigos cercanos. “La vida mía es, más que todo, dar”, me dice. Dar tiempo, dar casas, dar fotos en los aeropuertos (principalmente a las tías católicas o a cualquiera que se las pida), dar consejos, charlas y entrevistas a “periodistas imprudentes”. Alejandro, uno de sus sobrinos, cuenta que, así como le acepta una invitación a comer al presidente, se la acepta al personaje más pobre que quiera cenar con él.
Quince, catorce, trece segundos.
Arrogancia, egoísmo, envidia… ¿Cuál es su principal defecto? No tiene problema en reírse una vez más y decirme que todos los que están escritos en los diccionarios.
¿Un santo? Las respuestas aún no se decantan por esa conclusión; por ahora, en el plano temporal, un buen amigo, “papá”, escritor. Con dolores en la ciática, alegrías y uno que otro achaque de la edad.
Hoy sus ojos fijos en un lugar de la oficina reflejan tranquilidad. Sin embargo, “ve cruces a un lado y a otro”, como dijo en una entrevista. A quienes más quiere los encontrará, quizá, en el barrio Minuto de Dios que habrá fundado el padre García Herreros en el cielo.
Tres, dos y un segundo.
Con sus 92 años recién cumplidos seguirá atendiendo a su apretada rutina laboral, caminando por el barrio – ya no tanto como antes –, y viviendo con una naturalidad tal que pareciera ignorar el hecho de pertenecer a la idiosincrasia de todo un país, compitiendo con el Bon Bon Bum y la pepita de café Águila Roja.
Gira 360 grados la manecilla del reloj. Adelante, padre:
Dios mío, en tus manos colocamos este día que ya pasó y la noche que llega.
(Le puede interesar: El limoncello de sor Luccy, el secreto mejor guardado en el barrio Las Cruces)