Piangüeras: las matronas de los manglares en Tumaco

Unas mujeres testarudas se resisten a abandonar uno de los oficios más tradicionales de la Costa Pacífica: extraer la piangua de los manglares en Tumaco, alrededor de una ciudad cercada por la violencia. Esta es la historia de las piangüeras.
 
Piangüeras: las matronas de los manglares en Tumaco
Foto: Mujeres víctimas del conflicto armado trabajan con Fedeconcha, que agrupa a doce organizaciones de la región. Fotos Camilo Medina Noy. /
POR: 
Fernando Cárdenas

Como los viejos marineros que conocen los entresijos del océano, estas mujeres tumaqueñas saben leer muy bien el comportamiento de las aguas antes de embarcarse en su faena diaria. A eso de las seis de la mañana, cuando recién despunta la luz en la lejanía, es la hora de tomar una decisión vital: si se trabaja o no en esos manglares que clavan sus raíces en la orilla sur del Pacífico nariñense.

Si la marea está alta, no hay caso de que ellas puedan despuntar en una canoa. Pero si el mar está quieto, bajo, con una mansedumbre en esas extremidades, sí es posible hacer honor a uno de los oficios más tradicionales en esas costas, el de extraer moluscos.

Entonces, con el alba a cuestas, la embarcación impulsada por un pequeño motor lleva a un puñado de piangüeras a los bosques tropicales más apartados de la comarca, justo donde no han puesto las manos en el fango otras compañeras. “Donde no han conchado”,  dice Magdalena, y aporta un nuevo verbo al diccionario: conchar.

Al compás de un campesino, la señora va a pie con otras compañeras y se introducen en esos árboles de raíces voluptuosas ubicados en un costado del barrio La Ciudadela, casi en la salida de esta ciudad de 263.000 habitantes. Por más que el manglar ofrece a veces una sombra protectora, el clima es denso, tropical, asfixiante. Algunas concheras se embadurnan la cara y el cuerpo con ACPM para espantar al jején y otros mosquitos que habitan en ese recodo del litoral. 

(Le puede interesar: San Vicente del Caguán, un destino de rafting, senderismo y paz)

Las que salieron con nosotros hoy recorren la orilla hasta que encuentran un pantano fresco, blando como pudín, entre la vegetación. Una de las más veteranas canta un alabao, una canción que recuerda la vida y la muerte de sus ancestros africanos. Es ahí, y no en otro lugar, donde los moluscos como la piangua florecen como por arte de magia.

Con guantes amarillos y un canasto en el antebrazo, ellas meten las manos hasta el fondo del pantano para encontrar pianguas, almejas y sangaras. Luego de un rato, se desplazan unos metros hacia otras raíces, y vuelven a enterrarse. Y vuelven a depositar conchas en el canasto. Así por horas, hasta que cae la tarde. Con una habilidad innata para sortear las raíces, a ellas no les importa el peso o la edad, pues la idea es conseguir uno o dos kilos de pianguas en un jornal, que son el sustento de cada familia. 

“Nuestras mujeres nos dicen que a ellas les encanta la plata caliente. Apenas sales del manglar, te está esperando la persona que te va a pagar por el producto de una vez. Tu jornal saca hoy entre 200 y 300 conchas y te van pagando”, dice Dayana Hurtado, lideresa de Asocoexportadora, una organización de mujeres que comercializa la piangua en Tumaco.

(Para saber más: Granja Tibares: cosechando paz en la localidad de Usme)

Además del calor, ellas deben esquivar otros peligros, como las culebras acuáticas, los mosquitos y el pejesapo, una especie con espinas en el cuerpo que puede cortar dedos. Magdalena Vivas es la lideresa de Fedeconcha, que agrupa a unas diez asociaciones de concheras. Tiene esa “dignidad silvestre” de la que habla Gabriel García Márquez en Relato de un náufrago, y que en palabras de esta mujer se refleja cuando destaca la proeza de criar sola a sus tres hijos. “Los saqué adelante conchando”, remata.  

Lleva 61 años en el manglar, descontando los domingos y algunos festivos de descanso merecido. ”Empecé a los 13; entonces, ya sabe mi edad”, dice. Es una tradición que se la pasó a su hija, y espera que a sus nietas también. 

No hace falta decirlo dos veces, pero ellas son víctimas del conflicto. No hace falta porque casi todos en Tumaco son víctimas. En barrios como Viento Libre, Panamá o La Ciudadela, la guerra llegó sin avisar y nunca se fue. Qué difícil es hablar de paz aquí con tantos grupos con brazaletes, como las disidencias de las FARC o las bandas que viven de las economías ilegales: un atractivo poderoso para los jóvenes que no tienen otras oportunidades. 

Por algo, Tumaco y sus zonas rurales tienen la triste estadística de ser la segunda región con más cultivos de coca en el mundo —unas 20.720 hectáreas—, luego de Tibú, en Norte de Santander. De acuerdo con datos oficiales, hay 170.000 víctimas de crímenes asociados con el conflicto armado en Colombia, como desplazamiento, desaparición forzada, amenazas y homicidios. Y si sumamos a estas cifras su condición marítima, esto le echa más combustible a la hoguera, ya que los bosques aledaños sirven para esconder y camuflar embarcaciones o submarinos cargados de alcaloides rumbo al norte. 

Por suerte para esta historia, la piangua tiene una relación indisoluble con las mujeres de esta región —y uno que otro hombre que se dedica a este arte tradicional, reconocido por el Ministerio de las Culturas— y es un oasis frente a la realidad. Pero su legado, que hoy tiene una alta demanda gastronómica, está amenazado por los aserradores, que ven en las ramas del manglar una madera fuerte para hacer muebles o construir casas palafíticas.

Lo cierto es que, durante mucho tiempo, las piangüeras no eran conscientes de la importancia del tema medioambiental del manglar. Ahora, con la destrucción del ecosistema costero, los esfuerzos de conservación del bosque cada día son más potentes para mantener esta tradición de varias generaciones.

Colectivo de exportación

Cuando estas mujeres salen del manglar en horas de la tarde, van al centro de acopio donde venden el producto de inmediato. En una casa al final de La Ciudadela, al lado de una cancha de microfútbol, está la sede de Fedeconcha. Aquí es donde se les paga su jornal a las mujeres, que llegan de diferentes asociaciones. 

Hay mujeres que se encargan de limpiar y seleccionar la carne de los moluscos antes de empacarlos y guardarlos en el cuarto frío. La buena nueva es que la concha tiene una alta demanda de consumo en los hoteles y restaurantes de la zona playera de Tumaco. 

(Otra historia más: Viotá, el destino a dos horas de Bogotá ideal para caminar, tomar café y hablar de paz y perdón)

Antes, el producto solo se vendía en los hoteles y restaurantes de la ciudad, o en el consumo de los hogares de los nativos en forma de encocado, envuelto, ceviche o sudado, pero siempre con el toque ancestral del cilantro cimarrón, el coco o el laurel. Sin embargo, su precio no era valorado, “se pagaba mal”, aclara una de las lideresas. Por cada puñado de cien conchas, una mujer recibía seis mil pesos por varias horas en el fango. Y ahora, con el centro de acopio y producción, cada una de las trabajadoras puede recibir hasta el doble.

Desde lo colectivo, el trabajo de ellas ha sido buscar otros mercados que se interesen en las conchas. Ellas hablan de “sacarlo de lo local”.  Según cuenta Hurtado, desde esas neveras cargadas de bolsas de piangua venden al Ecuador 12.000 conchas semanales. Y otros miles se van para Pasto, Cali y Bogotá, cuya demanda no baja desde hace meses.

Ellas, en un descanso de la jornada en esa casa de un piso, advierten que no se puede depender exclusivamente de las exportaciones. “¿Qué pasa si Ecuador deja de pedir?”, se preguntan. “Necesitamos un plan B”, responde una de las mayores.

Ya lo han discutido varias veces, y por eso nos hacen un recorrido por los recovecos del lugar, donde apiñan mesas metálicas de trabajo y sillas. Es el próximo sueño que tienen en mente: montar un restaurante en el centro de la ciudad donde la especialidad de la carta sean las recetas ancestrales de la piangua que cocinaban las abuelas.

         

INSCRÍBASE AL NEWSLETTER

TODA LA EXPERIENCIA DINERS EN SU EMAIL
mayo
17 / 2024