El arte de ir despacio: la tendencia del movimiento slow

Andrea Vega
A principios de los años dos mil, el periodista Carl Honoré llevaba un ritmo de vida frenético como corresponsal extranjero. Mientras esperaba un vuelo que lo llevaría de regreso de Roma a Londres, leyó un anuncio sobre un libro que prometía solucionar los problemas con su hijo de dos años: Cuentos de un minuto para antes de dormir. De inmediato, quiso conseguir un ejemplar, pero luego se dio cuenta de que había perdido la cabeza. “Pensé que estaba acelerando mi vida en lugar de vivirla, y fue como tocar fondo”, recuerda Honoré.
A raíz de esa especie de iluminación comenzó a investigar sobre la adicción a la prisa y así nació en 2004 su libro In Praise of Slow (Elogio de la lentitud), en el que analiza la necesidad de la sociedad moderna por hacer más y más en cada vez menos tiempo. Esta obra, catalogada por muchos como la biblia del movimiento slow (movimiento por la calma, en español), catapultó al autor, nacido en Escocia pero criado en Canadá, como la voz más fuerte de esta filosofía en el mundo.
“El movimiento slow consiste en hacer las cosas con calma, con presencia y calidad. Esto va en contra de la cultura de la impaciencia, que privilegia la cantidad: hacemos muchas cosas rápido y terminamos haciéndolas mal y sin disfrutarlas”, asegura Honoré. “Es darle el tiempo y la atención necesarios a cada momento pensando en cómo vivirlo lo mejor posible, no lo más rápido posible”.

Pero ¿por qué es necesario confrontar la velocidad en un mundo que parece premiarla y cultivarla en cada uno de sus espacios? El “gurú antiprisa” asegura que el planeta se ha transformado en una especie de gran bufé, en el que el sinfín de cosas por consumir, por comer y por experimentar nos genera ansiedad. Sentimos que se nos escapa el tiempo y que tenemos que apresurarnos para aprovecharlo todo.
“Llenamos el plato vacío, corremos a la mesa para comer y volver a llenar el plato. Terminamos cayendo en la trampa del malestar, de la superficialidad, y esto nos mina la salud física y mental, además de que nos quita la alegría y el placer”, agrega.
La traducción al español de la palabra slow puede despistar a los desprevenidos y quitarle fuerza al sentido profundo de este movimiento. En esta filosofía, lento no significa ‘tardo o pausado en el movimiento o en la acción’, como lo señala la Real Academia Española (RAE), sino que se refiere a actuar en forma consciente y equilibrada.

“Ponemos en el pedestal la velocidad, estar superocupado, conectado las 24 horas los siete días de la semana. Y eso lo estamos transmitiendo a la próxima generación: los chicos de hoy viven en una vorágine, en un estado frenético, y están pagando un precio muy alto en el aspecto físico, pero sobre todo en salud mental”, comenta.
Honoré es un optimista. Por eso, con su capacidad para ver lo que subyace en la cotidianidad, cree que hay un atisbo de esperanza en el regreso de los vinilos o hasta en las filas que los jóvenes están dispuestos a hacer para lo que de verdad les importa.
Sus cuatro libros principales ya se han traducido a 35 idiomas. El año pasado publicó Viajar sin prisa, su primer libro ilustrado para niños, y el cuaderno de ejercicios Cómo desacelerar en 30 días; además, en enero de este año estrenó su clase “How to slow down” (Cómo desacelerar), que lo convirtió en uno de los pioneros de la nueva plataforma de cursos de TED.
Conexiones profundas con la vida, el alimento y el trabajo
Precisamente, la pareja conformada por el colombiano Santiago Rodríguez Tarditi y la boliviana Valeria Hinojosa decidió a principios de 2022 dejar su ritmo de vida acelerado en Miami, una ciudad con más de cinco millones de habitantes, para irse a vivir bajo la filosofía del slow living en Tepoztlán, un municipio de 54.000 personas, situado a hora y media de Ciudad de México.
La creadora de contenidos y el periodista se habían conocido justo antes de comenzar la pandemia y se casaron en diciembre de 2021. Él había vivido entre Los Ángeles, Berlín y Colombia, y ella llevaba más de quince años en la Ciudad del Sol, donde renunció a una exitosa carrera en la banca privada porque no era feliz y se convirtió en una activista en temas de sustentabilidad a través de su página Waterthruskin.
“Para todo lo que nosotros creemos y practicamos —medicina natural, veganismo, herbolaria, sabiduría ancestral y artes meditativas—, Miami tiene una comunidad muy chiquita, en la que sentíamos que no encajábamos y no podíamos ser nosotros mismos”, recuerda Rodríguez.

Su interés por encontrar un lugar más tranquilo, más conectado a las personas, a la comunidad y a la naturaleza los llevó a comienzos del 2022 a Tepoztlán, un pueblo del que había oído hablar gracias a varios amigos que llegaron allí hace 25 años. “Acá la gente respeta mucho la naturaleza y la utiliza para sanarse. Van despacio; es como si el tiempo no existiera. Nadie los apura ni los presiona y son felices. Todo funciona y fluye”, comenta Hinojosa.
Esta adaptación al modo slow no solo les regaló una forma de vida más plena, sino que ha sido el escenario para la creación de su proyecto Casa Earth, una plataforma en la que enseñan a vivir con intención, a bajar la velocidad y a estar más conectados al ambiente y a la propia esencia.
Por medio de su blog y su serie de pódcast en español y en inglés, la pareja muestra su propio cambio de vida y guía a otros en los pasos diarios que se pueden dar para tomar la vida con calma. “Al desconectarnos de la tecnología, abrazar la naturaleza, simplificar las posesiones, cultivar la atención plena y fomentar las conexiones comunitarias, podemos mejorar nuestro bienestar y contribuir a un futuro más sostenible”, afirman.
En febrero pasado organizaron su primer “Retiro de la vida lenta”, y tras agotar los cupos ya tienen programados dos más para agosto y noviembre de este año. La libertad creativa que han encontrado en su nueva forma de vida los ha impulsado a fundar su tienda online de productos naturales, a diseñar cursos como el que dictará Valeria en noviembre sobre herbolaria y rituales e incluso a abrir una cuenta en Instagram, donde venden todo lo que ya no usan: @secondcasita.
¿Y en la comida y el trabajo?
Aunque parece que el movimiento slow es algo reciente, impulsado entre otras cosas por las redes sociales, a mediados de los años ochenta ya había una preocupación por las consecuencias de la vida rápida. En 1986, el sociólogo y gastrónomo italiano Carlo Petrini lideró una protesta en una plaza de Roma por la apertura de un McDonald’s, que veía como una amenaza para las culturas gastronómicas locales.
Tres años después, Petrini y un grupo de activistas crearon el movimiento slow food (comida lenta), con el objetivo de defender las tradiciones, la buena alimentación y el placer gastronómico. La red reúne hoy en día a millones de seguidores, entre cocineros, jóvenes, activistas, agricultores y expertos, en más de 160 países.
“El slow food es un movimiento de carácter planetario, preocupado por todas las dimensiones del alimento y del acceso de las personas a productos buenos, limpios y justos”, señala Eduardo Martínez, cocinero e ingeniero agrónomo, cuyo interés por la riqueza gastronómica del país lo llevó a que el restaurante Mini-Mal fuera uno de los pioneros de la red en Colombia.

Antonuela Ariza, líder del slow food en Bogotá, explica que la red trabaja en cinco líneas principales: los mercados de la tierra, donde se intercambian alimentos entre productores y consumidores; el arca del gusto, que reúne productos en peligro de desaparecer; el proyecto “Diez mil huertas en África”, para buscar soluciones al hambre; la alianza de cocineros, que promueve los productos del arca, y la red de jóvenes, que trabaja contra el desperdicio de alimentos.
“El movimiento busca que nos acerquemos mucho más a todo lo que conlleva tener un alimento en nuestra mesa: las relaciones con los productores, el clima, el medio ambiente y la proximidad”, asegura Yurany López, gestora del Mercado de la Tierra Slow Food en Bogotá, que ya cumple diez años. “Los consumidores somos bastante importantes en el proceso de transformar el sistema alimentario en uno más honesto y más sostenible”.
A vivir y comer conscientemente se suma otro campo clave, en el que vivir con calma podría parecer una utopía: el trabajo.
Carlos Felipe Pardo creó en 2011 la Fundación Despacio con un objetivo claro: retrasar el fin del mundo. Un propósito que, según Patricia Calderón, la actual directora ejecutiva de la organización, va mucho más allá de ser una simple frase de cajón.

La fundación, que centra sus actividades en las áreas de movilidad sostenible y segura, desarrollo urbano, ciudades saludables y enfoque de género, es en sí misma un laboratorio y un centro de investigación. Con sus experimentos, quieren que otras personas entiendan que puede haber una forma diferente de vivir y de trabajar.
En 2017 publicaron el libro Cómo trabajar despacio, en el que muestran por qué es importante actuar de un modo más consciente. Entre las cosas que propusieron en aquel entonces estaban la oficina al parque, el cambio de cargo y el día de desconexión.
“Ese día nos desconectamos de internet y utilizamos nuestro computador como si fuera una máquina de escribir. Si tenemos que hablar con un colega o con alguien, lo hacemos mediante una llamada telefónica”, señala Calderón. “Hemos visto que se vuelve un día mucho más productivo porque estamos más concentrados en lo que hacemos”, agrega Calderón. “Nunca trabajamos por WhatsApp, porque es otra manera de afectar la productividad, ya que se genera una necesidad de responder ya”.
Para la Fundación Despacio, la velocidad no está asociada a la inmediatez de lograr hacer más cosas, sino de lograr hacer las cosas bien y con calidad. La fundación ya prepara la actualización 2023 de su guía para trabajar despacio, en la que incluirán los hallazgos de algunas iniciativas desarrolladas durante la pandemia, como “El día slow” —una jornada laboral hasta mediodía— y la semana de trabajo de cuatro días.
Consejos para reconectar con su “tortuga interior”, según Carl Honoré
Recorte la agenda y haga menos.
Apague las notificaciones de las apps.
Incorpore alguna actividad slow, como hacer yoga, leer o dibujar.
Diga “no” al menos una vez al día a algo que pueda dejar de hacer.
Disfrute de la naturaleza durante diez minutos al día como mínimo.
El único municipio slow en Colombia
Pijao, un municipio del sur del Quindío, se convirtió en 2014 en el primer lugar latinoamericano en obtener el reconocimiento Cittaslow —ciudad lenta—, creado en 1999 en Italia para celebrar la serenidad de la vida diaria en pueblos de menos de 50.000 habitantes que conservan sus paisajes, sus oficios, su comida y sus tradiciones.
Mónica Flores es la embajadora de Cittaslow en Colombia. Ella fue quien impulsó el ingreso de su pueblo natal a esta red, que ya suma 287 ciudades en 33 países del mundo. El municipio de Socorro, en Brasil, es el otro latinoamericano en la lista.
“Entre los requisitos para pertenecer a la red Cittaslow están la infraestructura y la accesibilidad, el turismo responsable, la alimentación sana —no solamente en el cultivo de las semillas nativas, sino en los platos que se preparan de manera tradicional— y la disminución de la contaminación visual y auditiva”, señala Flores.
La cultura del café, sus paisajes naturales, la diversidad de aves y la conservación de sus oficios artesanales fueron solo algunas de las características por las que se reconoció a Pijao con este sello.
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