Después y antes de Dios, de Octavio Escobar: un road trip como un viacrucis

Reseñamos Después y antes de Dios, de Octavio Escobar Giraldo, novela ganadora del Premio Nacional de Novela 2016 del Ministerio de Cultura. Editorial Pre-textos.
 
Después y antes de Dios, de Octavio Escobar: un road trip como un viacrucis
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David Roa

Con su novela “Después y antes de Dios” Octavio Escobar logrará hacernos cómplices esperando la salvación de una mujer fea, fervientemente católica y perteneciente a la más retrógrada aristocracia. A través de la voz de esta mujer recorreremos la geografía de la otra ciudad que se oculta detrás del oropel de los clubes sociales; de la feria taurina; los autos de lujo; los centros comerciales y, sobre todo, de la frívola y condescendiente fe católica de la aristocracia manizalita.

Lo más importante de la novela de Octavio Escobar no radica en la eficacia de sus recursos narrativos para llevar una historia de tono entre lo policiaco y la novela de carretera. Lo importante es el acierto de convertir a una mujer de la aristocracia en una paria y así lograr un lugar de enunciación generosamente productivo. La protagonista de esta novela se ve por primera vez exiliada de su clase al cometer el que socialmente se condena como uno de los peores crímenes. En el exilio social, esta mujer que por su fealdad probablemente siempre se ha sentido atraída por dicha ruptura, podrá consolidar, pensar y verbalizar en su relato lo que siempre ha sabido sobre la ciudad en que la vive.

Y para enfatizar el contraste, un ingrediente aparece, uno que funciona desde Sancho Panza y el Quijote: la protagonista encontrara el precario pero indispensable apoyo de otra mujer, una humilde campesina de Riosucio que le dará un tipo afecto y contacto que nunca ha recibido de los hombres que desprecian su físico. Esta compañera cumplirá con su necesaria cuota de sacrificio. Entre las dos se desarrolla una relación realista dentro de los términos extremos de las circunstancias de la novela, nunca demasiado idealizada y por eso conmovedora.

La voz de la protagonista es efectiva porque no oculta sus contradicciones y sin embargo está escrita dentro de una estética oscura y consistente, casi bizantina; por eso aparece tanto el Greco en esta narración: la obra del pintor funciona como la marca de tonalidad en una partitura. La estética de esta voz es además original pues las novelas de este género suelen ser absolutas subsidiarias de la cultura pop y del lenguaje de los barrios bajos; algo a lo que “Después y antes de Dios” solo recurre para reforzar la asombrosa verosimilitud de una narración que con un trato menos afortunado correría el riesgo de ser un culebrón.

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La elección de los personajes y las situaciones es efectiva y logra como en las buenas novelas negras presentarnos un crimen principio y llevarnos hasta el final sin dejarnos perder el interés. Sus personajes además ilustran grandes y significativas porciones de la sociedad a la que en este caso, con motivaciones puramente literarias, el autor hace una crítica incisiva. Allí encontramos el político mafioso y corrupto, el sacerdote mundano y ladrón, el abogado eufemístico y oportunista, la amiga falsa, la funcionaria envidiosa, etcétera. Todas ellos singularmente logrados gracias a la extraordinaria capacidad de crear diálogos convincentes que tiene Escobar Giraldo.

Por supuesto es necesario resaltar el sustrato conceptual de la novela, la lógica ética con la que nos convence este personaje, una mujer que no justifica la compra del cielo con indulgencias sino que nos muestra una fe mucho más estricta, una que dignifica el pecado como la condición indispensable para encontrar el único perdón que lleva la expiación: el de Dios. Probablemente la mayoría de los lectores de la actualidad no compartimos este silogismo, pero avalamos la sincera rigurosidad con la que nuestro personaje se apega a él.

Solo queda dejar a los lectores con un elocuente pasaje de la novela, para que sepamos de lo que estamos hablando.

“Lo clavé en su espalda una, dos, tres veces, con todas mis fuerzas. Si digo que no la quería matar sé que nadie me creerá, pero es la verdad, la única verdad. Quería que se detuviera; quería un poco de paz y de silencio.

Cayó de rodillas, como si pidiera perdón. Tras unos momentos de duda, me agaché para auxiliarla. Aunque me rechazaba con las manos y luchaba por incorporarse, su cuerpo terminó deslizándose sobre mis brazos. Sus ojos expresaban asombro e indefensión húmedos como los de la Magdalena penitente que desde la pared suplicaba al cielo con los dedos entrelazados. Su sangre comenzó a empapar mis ropas y la oí murmurar algo, tal vez una oración. Yo la entendía profundamente: no podía aceptar la miseria como forma de vida, convertirse en objeto de la lástima de la sociedad que siempre la admiró y respetó. Prefería morir antes que enfrentarse al descrédito y la pobreza.

Se fue apagando, sin agitarse ni gritar, como debe hacerlo una dama, libre de los demonios que la habían poseído, digna, decorosa. Le costaba respirar pero no protestaba; su fe en Dios le dictaba la resignación y el perdón.

Sus dedos se relajaron y sus pupilas perdieron brillo. Le acaricié la frente y los cabellos, susurré en su oído las palabras de San Mateo: Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviará. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el reposo para vuestras almas”.

         

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octubre
3 / 2016