Me encanta Friends

Friends cumplió 20 años, y como en todo, están quienes la aman y quienes la odian. Contracara entre un amante y una crítica de la serie.
 
Me encanta Friends
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Juan Santa Cruz

Me sumé a la audiencia de fanáticos de Friends de un modo algo tardío, no porque la haya visto a destiempo, sino porque ya sumaba un par de años más que sus protagonistas cuando salió al aire y se popularizó, a mediados de los noventa. Sin embargo, la empatía fue inmediata con un grupo tan heterogéneo de amigos que se las arreglaban para encajar los unos con los otros y llevar sus vidas adelante, en gran medida, gracias al apoyo mutuo.

Por alguna razón, mi identificación con los personajes de la serie tampoco son mayormente predecibles, pues entre la rubia Rachel Green  y la morena Monica Geller, mi favorita siempre fue la algo extraña pero entrañable Phoebe Buffay, con quien quizás comparto su absoluta torpeza con una guitarra en las manos y de quien me enternece su pasado salvaje y cierto carácter sombrío, producto de una infancia en las calles.

La serie recoge, además, unos momentos y lugares especiales, un grupete de jóvenes con todo por hacer en la siempre atractiva ciudad de Nueva York de plenos noventa y en un rincón en el que viven las vicisitudes de todo joven: amor, matrimonio, carrera, hijos.

La empatía con los muchachos es compleja, pues Ross Geller se las arregla siempre para poner su corazón en peligro y es dueño de una inteligencia emocional más bien limitada, para no hablar de Joey, epítome del canchero de poco seso del que –al menos ya para ese entonces- procuraba huir en lo personal.

Pero mi identificación más profunda, sin duda, es con quien considero es el mayor anti héroe de la serie: Chandler Bing. Debo empezar por admitir que, al igual que él, siempre me las arreglo para poner cara de idiota en las fotos, una extraña habilidad, sin duda,  y que con frecuencia mis chistes no encuentran un eco mayor que el silencio de mis interlocutores, por lo absurdo de su construcción o por lo enrevesado de su planteo.

Y, sin ninguna culpa, debo decir que sigo disfrutando de la serie como la primera vez, pues cuando tengo la oportunidad, disfruto de los capítulos que sigue emitiendo Warner (conozco perfectamente cuales son los horarios de emisión), sin importarme que los haya visto ya una decena de veces.

De hecho, en algún momento y compartiendo apartamento en Bogotá con un amigo –quien para más señas hoy es un adusto legislador de la República pero quien no puede negar su pasado de Friendsofilo-, éste puso a mi disposición los DVD con las diez temporadas de la serie. No me avergüenza confesar que me di a extensas maratones de puro goce y que nuestra amistad estuvo en riesgo por culpa de algún disco extraviado. Fueron días de verdadera adicción.

Hoy, alcanzado por cierta madurez, procuro alejarme del estereotipo de Chandler y en lugar de las bromas sin timing o sin el gancho suficiente, he optado por guardar silencio frente a los demás, pero cuando suenan los acordes de la canción de la serie, inevitablemente, dejo el control remoto a un lado y me entrego a su disfrute.

         

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octubre
3 / 2014