El cine reaccionario de Amat Escalante
Pedro Adrián Zuluaga
“Yo soy un conservador y hago un cine reaccionario”, me dice, como al paso, el director Amat Escalante, apenas pocas horas después de llegar de México donde el pasado martes recibió el Premio Ariel a mejor director por Heli, su tercer largometraje. No sé si debo tomarlo en serio o pedirle que matice. Llegué a la entrevista con él, más o menos convencido de que es el gran director latinoamericano de la violencia, una suerte de Sam Peckinpah de nuestros días; o por lo menos seguro de que es el autor que ha llevado al punto más alto de formalismo y reflexividad la representación del paisaje moral de la era postindustrial y sus variantes: el narcotráfico, los flujos de personas y capital, las ruinas. Pero él me corrige y afirma que lo que le interesa es la familia, los vínculos posibles que se pueden recomponer en medio de esta devastación, la renovación de la vida a pesar de la muerte.
Su primera y su tercera película (Sangre y Heli, respectivamente) fueron rodadas en Guanajuato, donde Escalante ha vivido la mayor parte de su vida. La primera es, en efecto, sobre dos personas mayores arrinconadas bajo el peso de su cotidianidad. Esta pareja sin atributos le permite al joven de 24 años que era Escalante cuando la dirigió, hacer un estudio sobre la convivencia, el amor y los celos. Heli es sobre otra familia, que convive hacinada en una construcción de concreto. Pero aquí la exterioridad del mal se impone sobre la familia y la destruye, al punto de obligarla a entrar en su lógica.
Guanajuato es un estado muy conservador, en el centro de México, y donde la iglesia católica tiene un amplio margen de maniobra. Pero también es un lugar afectado por esa “violencia del capitalismo que es en realidad la que me interesa mostrar”, según el director. En el mismo paisaje que vio nacer la gesta mexicana independentista del siglo diecinueve, la General Motors ha instalado una de sus plantas. Prevalece el empleo precario, medra el narcotráfico como forma extrema del capitalismo, crecen los márgenes y las vidas desnudas de propósito. Los antiguos vínculos comunitarios se rompen y son reemplazados por el fetichismo de la mercancía.
En Heli, sin duda la mejor de sus tres películas, hay una escena donde a un hombre le queman sus genitales en venganza por un paquete de cocaína extraviado. Los planos son largos y estáticos. Escalante nos obliga a mirar lo que no queremos o a darnos cuenta de que sí queremos. No hay términos medios entre el rechazo y la fascinación. “La violencia en los medios es pornográfica, fragmentaria”, dice. Se puede evadir: como en un espectáculo es posible mirar para otro lado. Él la revierte, la convierte de nuevo en acontecimiento, en trauma de lo real: muestra su desarrollo en el tiempo y en el espacio, en los cuerpos. Esa es su reacción frente a la representación mediática de la violencia. Lo que sorprende de la escena no es tanto su carácter gráfico e inescapable sino su contexto. Unos niños rodean la escena apenas sorprendidos, ocupados en ver televisión y en operar sus nintendos o celulares. Es la banalidad del mal, la cotidiana familiaridad de lo monstruoso.
Los bastardos, su segunda película, fue rodada en Los Angeles, otro de esos lugares cercanos a la biografía del director, entre inmigrantes mexicanos. Los críticos alertaron sobre su proximidad con el cine de Michael Haneke y en particular con Funny Games, por el asalto de la violencia al entorno doméstico de una familia. Pero Escalante borronea esa influencia. “En realidad la película que despertó mi interés por el cine fue La naranja mecánica, de Kubrick. Creo que a Haneke le interesan cosas distintas: él está obsesionado con los media. Yo prefiero situar la violencia en otro lugar”.
La familia del cine
La entrevista con Escalante es corta. Después me quedo en el bar del hotel donde se hospeda y lo veo compartir familiarmente con Carlos Reygadas y Pedro Aguilera, otros dos invitados al Simposio Internacional de Cine de Autor. Escalante nunca fue formalmente a una escuela de cine aunque valora la transmisión de conocimiento, la posibilidad de sembrar inspiración en los otros. Trabajó en Batalla en el cielo, segundo largo de Reygadas. Reygadas es productor asociado de Heli. Aguilera y Escalante trabajaron juntos en Sangre. El cine de autor es en realidad un cine entre amigos, un asalto a las formas y convenciones de la producción cinematográfica con sus rígidas jerarquías, un cine familiar. “Cuando vi Japón, de Reygadas, me sentí ante algo completamente nuevo, algo como lo que había hecho Buñuel en los años cincuenta con Los olvidados. Un cine hecho con elementos y personajes mexicanos. Es verdad que ya se habían realizado, recientemente, Amores perros o Y tu mamá también, pero Japón iba mucho más lejos”.
Japón inauguró el cine de autor contemporáneo mexicano con su inmersión en el paisaje –rural y urbano–, su obstinación en observar la cotidianidad y construir su dramaturgia, el casi nulo uso de la música extradiegética, su preferencia por cuerpos reales y no por el cuerpo glamurizado de la estrella mediática y el actor reconocido, su negación de toda agenda cercana al poder, al turismo, a la explicación. “Yo no quiero dar mensajes. Ya hay bastantes mensajes y explicaciones por todo lado”, asegura con cierta vehemencia Escalante. Pero sentado frente a Carmen Aristegui de CNN, poco después del triunfo y el escándalo, a partes iguales, de Cannes 2013, donde se estrenó Heli, Escalante habló de esperanza, de la familia como anhelo, del cuidado común entre los protagonistas de su película. Parece entonces un niño bueno, conservador y reaccionario. Su cine, por el contrario, es mucho más inestable. Ataca sin solución de compromiso las certezas morales en las que el espectador se suele apertrechar. ¿Buenos y malos? ¿Víctimas y victimarios? No, la violencia es una ecuación más compleja.
Por eso da un poco de sofoco que tras su triunfo en Cannes, Escalante haya recibido tanto tipo de chantajes morales; y no precisamente por parte del poder político y económico sino del propio medio, de muchos críticos convertidos en moralistas. Manohla Dargis en The New York Times definió a Heli como “una de esas películas de explotación que entregan su violencia envuelta en pretensiones de cine de arte”. En el Festival de Cine de Cali, donde la película se presentó en competencia el año pasado, el crítico francés Nicolas Azalbert fue vehemente en su rechazo a la contigüidad entre violencia y sexualidad. Escalante se defiende y reconoce que era consciente de esa ambigüedad: “En Heli, el personaje necesita liberarse –a través de la misma violencia que ha sufrido– para reorganizar su vida y recuperar su propia familia”. Y lo hace a horcajadas sobre su victimario ahora convertido en víctima. En el plano siguiente lo vemos a horcajadas sobre su mujer, con la que ha retomado el vínculo sexual. Y la película se termina: “Pensé mucho en otro final, pero insisto en que no quería dar explicaciones ni mensajes, quiero dejar algo más abierto”. Y esa apertura de sentidos que reclama la participación del espectador es otra marca de estilo de un nuevo cine internacional que tiene a Escalante, y también a Reygadas y a Alonso, otros de los invitados al Simposio, como soldados convencidos.
Vuelvo a los amigos reunidos en la mesa del bar, al grupo que ha renovado, junto con otros directores como Nicolás Pereda o Pedro González-Rubio, el cine mexicano, llevándolo a un éxito complementario frente al éxito industrial de González Iñárritu o Alfonso Cuarón. El lugar de legitimación de este nuevo espacio de creación ya no es Hollywood o las alfombras rojas de los Premios Oscar sino festivales internacionales como Cannes donde Reygadas ganó el premio a Mejor Director en 2012 por Post Tenebras Lux y Escalante en 2013 por Heli. Y siento un poco de envidia y desazón. ¿Por qué Colombia –y su cine–, con una historia de violencia y despojo más larga no ha encontrado la manera de darle un curso narrativo a estas urgencias? No por fuera de lugar la pregunta deja de ser menos acuciante.