Libros: Los documentos chilenos
David Roa
Mis documentos
Alejandro Zambra
Editorial Anagrama
208 páginas
Un rasgo común de todos estos cuentos es seguramente que en ellos contemplamos lo que pasa con sus personajes cuando están solos. A veces en compañía de alguien pero siempre solos. Una pareja que sufre un atraco, un padre pensando en su hijo ausente frente a su computador, un monaguillo con mala conciencia porque no ha hecho la primera comunión, un literato sin cigarrillos.
Digo cuentos porque así se leen, de hecho así deben leerse, pero con la enorme sospecha todo el tiempo de que son más bien testimonios de la vida del autor, casi memorias con algunas licencias poéticas como cambiar el punto de vista y el nombre de los personajes, el suyo propio. Ejercicios en los que el autor juega a volver su vida o sus reflexiones cuentos. ¿Pero acaso no es ese el juego en mayor o menor medida de todos los autores? Pues sí, pero en estos pareciera que Zambra disimula menos, como si quisiera hacer su trabajo sin ocultar del todo la impostura al contar sus cosas privadas, haciéndolas aun más sórdidas o felices.
Hay que aclarar: estos textos no son ejercicios ni el autor es cualquier persona. Y no lo digo por que se trate de Alejandro Zambra, ganador de más de un premio y escritor de ese pequeño prodigio de novela llamado Bonsai. Lo digo porque no a cualquiera el “ejercicio” le queda tan bien. No cualquiera tiene la fortuna de escribir frases como “Los cigarros son los signos de puntuación de la vida” o juegos como “No, no fumo. Tengo ganas de fumar, pero son ideológicas, no físicas”.
Pero no es solo eso, pues aunque este libro tiene bellas reflexiones y frases más que afortunadas no es un libro verboso en absoluto, ni tiene pretensiones filosóficas. Sólamente amor sólido por la palabra y a sus contradicciones. Intentemos otra vez: este libro es un poco como si alguien se pusiera a llevar un diario en un blog anónimamente, cambiando su nombre y el de las personas de las que habla. Un poco como eso, pero en vez de un blog se hiciera en un libro. Un libro con el nombre del autor en la tapa en letra tamaño veinte. Un chiste largo y terrible, lleno de matices, patético y trascendente.
“Mi padre era un computador y mi madre una máquina de escribir. Yo era un cuaderno vacío y ahora soy un libro” dice el narrador del primer cuento. Nos marca inevitablemente el tono con el que vamos a leer el resto. Adultés prosaica, tecnológica y práctica del padre, romanticismo de la madre, niño de papel en blanco, niño como ilusión. Niño que va creciendo en estos cuentos a través de las cosas en las que se refleja, como un computador o unos cigarros. Pretextos materiales para vidas sospechosamente intrascendentes. Intrascendencia que todos vemos con más claridad y miedo cuando estamos solos, como estos personajes, jugando con el cursor del computador sobre la hoja en blanco o descubriendo que muchas de sus actividades cotidianas son solo un pretexto para fumar.
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