El renacer de los documentales

Los grandes documentales de naturaleza están de vuelta. Cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo en la vida salvaje, nuevas formas de narrar nos muestran que lo más impresionante sigue escondido.
 
El renacer de los documentales
Foto: Shutterstock
POR: 
Esteban Duperly

Algo en los documentales de naturaleza cambió después de que la BBC y Discovery produjeron Planet Earth en 2006: once capítulos de 50 minutos cada uno, rodados por primera vez en HD, en todos los ecosistemas del mundo. Una realización de 16 millones de libras esterlinas que se constituyó en aquel entonces en una suerte de “relato total”. En 2009 y 2011, sin embargo, los mismos socios repitieron la dosis con los documentales Life y Frozen Planet, y la pregunta que nos hicimos fue: ¿Queda aún algo que no hayamos visto en TV?

Parecía que nos habían mostrado la naturaleza entera. Conocimos los leones del África en los viejos documentales en Technicolor de Disney. Y la vida bajo agua salada y dulce gracias a las inmersiones filmadas por Jacques Cousteau. Durante los setenta y ochenta las legendarias series de la National Geographic nos mostraron el desove del salmón en Alaska y las migraciones de los cuadrúpedos africanos. Al terminar el siglo XX, los tres reinos de la naturaleza habían estado dentro de un televisor.

¿Era necesario reinventar el documental de vida salvaje? Al parecer sí, pues apareció una nueva tendencia, esta vez contada a través del relato en primera persona de hijos del reality show, quienes desplazaron a los animales y se convirtieron en los protagonistas. Con una necesidad compulsiva de generar experiencias vivenciales en el televidente, recorrieron entornos adversos, climas extremos, riesgo de ataques, mordeduras, comida cruda. La cuestión era de supervivencia. Pero el formato se agotó.

Por eso mismo, el documental de naturaleza, en toda su magnitud, está de regreso. En la recientemente estrenada serie Norteamérica, Discovery ha retomado las realizaciones de narrativa contemplativa; largos y lentos movimientos de cámara, con las secuencias de cacería y apareamiento de siempre. Pero esta vez producidas con lo mejor de los adelantos cinemáticos: estabilizadores de imagen, soportes submarinos y aéreos, ópticas más sensibles, captura de sonido láser, lapsos temporales. Hasta motion graphics para los cabezotes y narradores de voces taquilleras. Todo para lograr secuencias más emparentadas con el entretenimiento cinematográfico que con la pedagogía que asociamos a la palabra “documental”. La cámara ultralenta permitió apreciar, por ejemplo, el espectáculo de tendones y músculos que encierra la lucha de dos búfalos encelados por una hembra, o el mecanismo que atenaza a la presa en la garra de un águila calva. En suma, se consiguió una nueva dimensión visual.

La pregunta sobre lo ya visto ha quedado resuelta. La respuesta es simple: aunque los ecosistemas y las especies en apariencia sean finitos, la manera de capturarlos en imágenes es inagotable. En ese sentido, es posible que no lo hayamos visto todo aún. La realidad aumentada, el 3D, el sonido envolvente, e incluso la anhelada incorporación de elementos olfativos y térmicos a la experiencia televisiva prometen llevar el concepto de “experiencia vivencial” hacia una dirección más precisa: no solo mostrar al público una estampida de antílopes, sino hacerlo sentir como si estuviera en medio de ella. Lógicamente, sin levantarse del sofá. Volver a ver lo de siempre, esta vez a escala épica, es la premisa.

Recomendados:

Grandes migraciones, moverse o morir (2010). Serie de siete capítulos que intenta resolver la pregunta ¿por qué los animales se mueven tanto? Uno de los clásicos documentales de la National Geographic.

Mucho más que miel (2013). ¿Cuánto vale una abeja? El drama que encierra la muerte masiva de abejas polinizadoras, por cuenta de agentes químicos, y que nos afectará a los humanos más de lo que creemos.

Grizzly Man (2005). Esta historia se realizó con más de cien horas de material de archivo, grabaciones aficionadas por Timothy Treadwell, un ambientalista que pasó 13 años al lado de los osos grizzly en Alaska, y finalmente murió tras ser atacado por uno de ellos.

         

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diciembre
5 / 2013