Pablo Rabelo, el colombiano que recorrió Suramérica en moto

Andrea Vega
¿Qué es tener una vida extraordinaria? Para el viajero Pablo Rabelo significa darle la vuelta al mundo en moto. En tres años ya ha visitado casi toda América y solo espera la reapertura de las fronteras para continuar su aventura.
En su pausa obligada por la pandemia conversó con Diners sobre cómo lo hizo y, además, eligió las cuatro travesías imprescindibles por Suramérica: de Ecuador a Perú; la carretera Austral y la Ruta 40, entre Chile y Argentina; el altiplano boliviano y un viaje en barco por el Amazonas.
Rabelo lleva 120 mil kilómetros recorridos en 22 países durante 3 años. / Foto: Pablo Rabelo
Rabelo cuenta que la idea de este viaje lo sorprendió mientras calentaba el agua para su café. Aunque no la había buscado, su cerebro y su corazón se enamoraron de esa posibilidad.
Aquella mañana de septiembre de 2018, el bogotano pensó lo que pasaría si se propusiera tener una vida realmente extraordinaria. “¿Acaso será darle la vuelta al mundo en moto?”. Quedó paralizado. Sabía que estaba en problemas porque se le acababa de meter una idea que, como una moto, no tenía reversa.
Una aventura por ‘cuotas’
Este administrador de empresas de la Universidad de los Andes ya se había sorprendido a sí mismo un año atrás, cuando pocos meses después de comprar su primera moto comenzó la aventura por Suramérica, en lo que él ha denominado un viaje por etapas.
“Consiste en agarrar tu vehículo, moto o lo que sea, avanzar dos semanas cada tres meses. Dejar el vehículo donde estés y devolverte en avión, porque lo que tiene que volver es uno, no el vehículo. Tres meses después regresas y avanzas. Este modelo de viaje es muy cómodo para quienes desean emprender la aventura de sus vidas ‘por cuotas’, sin necesidad de abandonarlo todo”, asegura.
Pablo Rabelo es administrador de empresas de la Universidad de los Andes. / Foto: Pablo Rabelo
Con ese modelo –alternando su trabajo, su vida en Bogotá y su gusto por los viajes–, alcanzó a hacer el 60 % de Suramérica en casi un año. En cada etapa avanzaba 5.000 kilómetros, dejaba la moto guardada en alguna ciudad y regresaba a Colombia en avión.
En 2018, sin embargo, decidió que no habría puntos medios y que si quería tener una vida realmente extraordinaria debía apostarlo todo. Dejó su empresa en pausa, terminó con su novia y entregó su apartamento para poder dedicarse de tiempo completo, y con sus propios ahorros, a su nuevo proyecto de vida.
Y apenas empieza…
Ya van tres años, 120 mil kilómetros y 22 países. De toda América continental le faltan Venezuela y Panamá. Y solo espera la reapertura de las fronteras para continuar su travesía por Europa, Asia y África. Ya lo tiene todo calculado.
Rabelo prevé un boom de viajes después de la pandemia producido por el “síndrome de abstinencia”, y aunque sabe que en este momento muchas fronteras están cerradas, alienta a las personas para que aprovechen el momento y planeen una aventura.
Pablo Rabelo viaja despacio, como la mayoría de viajeros de larga distancia. / Foto: Pablo Rabelo
“Miles de personas tienen atorado en su garganta y clavado como una astilla en su corazón el deseo de hacer la aventura de sus vidas. No tiene que ser en moto, en bus o en carro, sino aquella que imaginaron, todo el mundo tiene una”.
De Ecuador a Perú, el país de los misterios
En 2017, y con el atlas en la mano, Pablo decidió emprender la vuelta a Suramérica por etapas. Y así lo hizo. Los 250 kilos que pesa su moto BMW lo llevaron en dos días desde Bogotá hasta su primer destino, Ecuador.
Oasis de Huacachina en Perú, al oeste de la ciudad de Ica. / Foto: Pablo Rabelo
Luego de visitar la capital ecuatoriana quedó sin aliento con la majestuosidad de los dos primeros regalos que le presentaba la cordillera de los Andes: el Pailón del Diablo, una potente cascada con escaleras construidas por debajo de la caída de agua, localizada en la población de Baños, y el volcán Chimborazo, el punto más alto de Ecuador, con más de 6.200 metros de altura.
Posteriormente, llegaría a Perú, según él, “el país de los misterios”. Para este viajero, que adelanta en su tiempo libre cursos en línea de geología, historia y hasta de periodismo, los enigmas que encierran algunos paisajes de este país son un atractivo adicional a su fascinante mezcla de cultura, tradición, climas y territorios.
La cascada del Pailón del Diablo es un atractivo turístico en Ecuador. / Foto: Pablo Rabelo
El triángulo de la experiencia
El viajero se dejó atrapar por la cordillera Blanca, donde comenzó a desafiar sus propios miedos. El cañón del Pato, una antigua vía férrea con imponentes paredes verticales, lo retó a pasar a través de sus 37 túneles oscuros para luego recompensarlo con uno de los nevados más espectaculares que haya visto: el Huascarán, la montaña más alta del Perú, con 6.757 metros.
“El lugar, la situación y las personas conforman el triángulo de la experiencia. Si se cumplen estas tres variables, ese sitio será inolvidable”, explica.
El cañón del Pato es formado por el río Santa, en Perú. / Foto: Pablo Rabelo
Precisamente, con la compañía de un mecánico y el dueño de la gasolinera del pueblo de Chacas, conquistaría el paso Portachuelo, una vertiginosa carretera en zigzag que ya lo había atemorizado en YouTube, y La Punta Olímpica, un túnel sobre los 4.736 msnm que parecía salido de una escena de la película El señor de los anillos.
El Cañón del Colca es uno de los más profundos del mundo. / Foto: Pablo Rabelo
“No voy rápido, voy lejos”
En Paracas lo impactó el contraste del desierto árido y su exuberante fauna. Así como lo haría también la laguna color turquesa del oasis en Huacachina y el cañón del Colca, uno de los más profundos del mundo, donde pudo capturar con su lente de 135 milímetros el vuelo de los cóndores.
El Candelabro de Paracas está ubicado en la provincia de Pisco, en Perú. / Foto: Pablo Rabelo
Su moto alcanza una velocidad máxima de 205 kilómetros por hora, pero eso no le interesa. Él va despacio, como la mayoría de viajeros de larga distancia. Entre 80 y 110 km/hora son suficientes para evitar accidentes y estar alerta de lo que debe ver. “Yo no voy rápido, sino que voy lejos”.
Entre la carretera Austral y la Ruta 40
Pablo continuó su viaje por etapas con una aventura en zigzag, de forma intermitente y caprichosa entre la carretera Austral, en Chile, y su paralela en Argentina, la Ruta 40. Esta travesía le mostraría paisajes radicalmente opuestos y lo llevaría hasta el fin del mundo.
Rei, una de las motos del bogotano, en el lago General Carrera en la Ruta 40. / Foto: Pablo Rabelo
Rei, como está bautizada una de sus motos, de placa colombiana, ahora lo llevaría al lugar más árido de la Tierra: el desierto de Atacama. “Si se compara una foto de Marte con una de este desierto, no se puede diferenciar. Los paisajes atacameños son poderosos por su simplicidad. Una armonía monotonal más radicada en el silencio que en el ruido. En el desierto los sonidos son sordos, sin cadencias ni sobresaltos”.
Vista de los volcanes Parinacota y Pomerape, Chile. / Foto: Pablo Rabelo
Patrimonio de la Unesco
Uno de los puntos recomendados por el colombiano son las Oficinas Salitreras Humberstone, una mina de salitre de finales del siglo XIX, declarada patrimonio de la Unesco. “Parece una colonia de la Tierra en otro planeta. El pueblo está completamente conservado: el colegio, las camas, la piscina. Además, resulta increíble que de la tierra más infértil del mundo salga uno de los componentes naturales de mayor fertilidad, el salitre”.
El lago Grey y al fondo el glacial del mismo nombre, en Chile. / Foto: Pablo Rabelo
El recorrido hacia el sur llega a la famosa Mano del desierto, una escultura a 75 kilómetros de Antofagasta, que maravilla a los visitantes con sus 11 metros de altura. “Esas son algunas de las cosas que no se ven en un tour. Cuando uno va por carretera está obligado a experimentar el país”.
De regreso hacia el norte chileno, en San Pedro de Atacama aparece otro infaltable: los géiseres del Tatio, elevadas columnas de vapor a 5.000 metros de altura, que a primeras horas de la mañana parecieran romper el suelo con agua a 86 °C de temperatura.
Glaciar Perito Moreno en Argentina. / Foto: Pablo Rabelo
“Uno de los lugares más espectaculares”
Para llegar a la Ruta 40, en territorio argentino, Pablo atravesó la frontera desde Chile por el paso de Jama, uno de los lugares más espectaculares por donde ha transitado. Así llegaría al abra del Acay, que con sus 4.895 msnm es el punto más alto de este camino. Y visitó al borde de carretera el Aconcagua, la montaña más alta de América, con casi 7.000 msnm.
De nuevo en Chile subió con su moto durante cuatro días a un ferry para recorrer los fiordos chilenos y llegar hasta Puerto Natales, desde donde hizo un tour para conocer las Torres del Paine, consideradas por muchos la octava maravilla del mundo.
La Capilla de Mármol, en Chile, es un conjunto de formaciones minerales. / Foto: Pablo Rabelo
El verano de la Patagonia argentina, con un amanecer antes de las 6 de la mañana y una puesta de sol alrededor de las 10 de la noche, se convirtió en el aliado perfecto para que Rabelo, quien no viaja de noche por seguridad, pudiera visitar uno de los escenarios más sublimes de Suramérica: el glaciar Perito Moreno, el monte Fitz Roy y El Chaltén.
También pudo conocer la única colonia de pingüinos rey continental en la isla Tierra del Fuego. No hubo una mejor manera de celebrar el Año Nuevo de 2018: Pablo llegaría hasta Ushuaia, en Argentina, el punto más al sur al que se puede llegar por carretera y una ciudad donde todos sueñan con tomarse la famosa foto que registra la llegada al fin del mundo.
Rabelo en el Parque Nacional Torres del Paine, considerado la octava maravilla del mundo. / Foto: Pablo Rabelo
La autenticidad de los altiplanos bolivianos
Los 120 mil kilómetros que ha recorrido Rabelo en moto, dándole la vuelta al continente americano, le han enseñado que experimentar la verdadera autenticidad implica cierto grado de incomodidad.
Atardecer en el salar de Uyuni, en medio de los Andes de Bolivia. / Foto: Pablo Rabelo
El bogotano asegura que existe una relación inversamente proporcional entre lugares cómodos e interesantes. “Si quieres unas vacaciones donde te atiendan, una travesía como la mía no es tu tipo de viaje. Pero si quieres una experiencia cultural, de descubrimiento, incluida una exploración de ti mismo, esta aventura es para ti –apunta y agrega–: al transitar como viajero y no como turista, el 95 % de los lugares no están preparados para atenderte y estás obligado a ver las cosas como son; esa es la autenticidad de la que hablo, expandir tu mente al dejar que el mundo te muestre sus otras caras”.
Pablo en la cordillera Central, cerca de La Paz. / Pablo Rabelo
Y así lo comprobó en 2018, cuando su moto lo llevó a Bolivia y le mostró varios destinos donde la autenticidad era la anfitriona por excelencia. El primero de ellos está lejos del turismo tradicional, literalmente. Cerro Rico es el corazón de Potosí, la quinta urbe más alta de Suramérica, construida a más de 4.000 metros de altura.
El camino de la Muerte une la ciudad de La Paz y la región de Los Yungas. / Foto: Pablo Rabelo
“Cerro Rico es una reserva de plata y de estaño minada desde hace más de 470 años. Me impactó ver cómo esta población boliviana solo debe su existencia al cerro, que sigue siendo explotado con técnicas extremadamente obsoletas”.
El salar de Uyuni es la salina más grande del mundo. / Foto: Pablo Rabelo
“Más vivo que nunca”
Más adelante, en su camino hacia La Paz, el motociclista tuvo que volver a estar incómodo para sentirse más vivo que nunca. Condujo por primera vez en medio de la nieve; bailó en un video que grababa un grupo de cholas bolivianas mientras visitaba el Cristo de Cochabamba, y se le midió a recorrer la famosa carretera de la Muerte.
El camino de la Muerte se conoce así por su promedio de 209 accidentes al año. / Foto: Pablo Rabelo
En la última parada de este recorrido por Bolivia, Pablo descubrió una verdadera joya de la naturaleza: el salar de Uyuni, un depósito de sal completamente plano y liso. “Es un mar de sal, con islas de piedra, todo es duro… No lo podía creer. Es tan grande que casi no se ve el horizonte, parece el mar”, asegura.
Siete días navegando el río Amazonas
“El desgaste del viajero o travel burnout aparece cuando uno ya vio tanto que se ‘quemó’ y sucede cada cierto tiempo durante travesías muy largas –confiesa Pablo–. La única forma de aliviarlo es parar por dos semanas, no hacer nada de turismo y dejar que el cerebro se desconecte del viaje”. Y eso fue justamente lo que vivió Pablo en diciembre de 2018: completar la primera etapa de la aventura de su vida, tras recorrer 49.000 kilómetros en 12 de los 13 países de Suramérica, lo había dejado orgulloso, pero exhausto.
El río Amazonas en las inmediaciones de Fonte Boa, Brasil. / Foto: Pablo Rabelo
El regreso a casa sería el broche de oro que celebraría su primera vuelta a Suramérica en moto, y la primera parte de su gesta mundial. Ya había conocido buena parte del litoral brasileño y había llegado hasta Guyana, uno de los territorios con más difícil acceso terrestre en todo el continente. Ahora el turno era para el Amazonas, un destino infaltable para cualquiera. La ruta sería Manaos, Leticia, Bogotá.
El caudal en el recorrido entre Manaos y Leticia. / Foto: Pablo Rabelo
Manaos es la capital del estado de Amazonas, en Brasil, y se erige como una zona franca repleta de barcos de carga y de pasajeros sobre la unión de los ríos Negro y Amazonas. El elegido para viajar fue el G.M. Oliveira, con dos motores diésel y capacidad para 430 personas en sus tres pisos.
Esta travesía –antes de volver a casa– tomó siete días en barco. / Foto: Pablo Rabelo
“El trayecto por el Amazonas en barco era como una cámara lenta de siete días, con el sonido de su motor de fondo en una vibración incesante, similar al sonido de una máquina de coser, todos los días, 24 horas al día. Aunque el caudal es grande, el trayecto era bastante lento. El recorrido de Manaos a Leticia avanza en contracorriente, a 14 kilómetros por hora”, asegura.
Envuelto en el silencio
Sin señal en su celular, Pablo ahora estaba sosegado y escuchaba el silencio de la selva cuando el barco la alcanzaba. Ahogaba el cansancio, la ansiedad y la nostalgia por culminar su aventura en los hermosos atardeceres amazónicos, mientras leía libros digitales o tomaba café y se perdía con la mirada en la selva infinita.
Caserío en medio del Amazonas. / Foto: Pablo Rabelo
Después de siete días en los que recibieron 2019 a bordo del barco, Pablo y su moto ya habían desembarcado en Tabatinga y se tomaron la última foto en territorio extranjero, con Leticia de fondo. El calendario ya marcaba el 2 de enero y una suculenta bandeja paisa fue su propio regalo de bienvenida a la patria.
Al llegar a Leticia aprovechó sus últimas fuerzas, y la triple frontera, para hacer un programa de dos noches cerca de Santa Rosa del Yavarí, en plena selva peruana. El guía indígena lo llevaría a través de las ciénagas ensortijadas hasta una casita en medio de la nada y al mismo tiempo en medio de todo.
Pablo Rabelo viajó en el barco G.M. Oliveira junto a su moto. / Foto: Pablo Rabelo
La decisión de hacer realidad la aventura de su vida lo tenía comiendo pirarucú, uno de los pescados de agua dulce más grandes que hay; lo había llevado a pescar y ver babillas en pleno río Amazonas; a escuchar la bulla incesante que hacen los pájaros a las seis de la tarde en la plaza de Leticia. Esa, sin duda, es una vida extraordinaria.
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