Destino de vacaciones: Tokio, una ciudad entre el frenetismo y el silencio
Rosa Cárdenas Daza
Recuerdo que uno de mis profesores del colegio solía decir que para enamorarse de algo era necesario conocerlo a través de cada uno de los sentidos. Nada más cierto que eso. Tokio así me lo confirmó. Esta metrópoli me acogió por cerca de una década. Allí estudié, trabajé y disfruté decenas de sus espacios, de sus eventos, de su gente. Su recuerdo lo mantengo muy presente y ahora que puedo escribir sobre su encanto, sonrío.
La pagoda de cinco pisos es una de las estructuras más relevantes del templo Sensoji.
El enamoramiento comienza por el olfato. Tokio huele de una manera particular. Tan solo al aterrizar se percibe el olor a árboles de cerezo, lo que le otorga una sensación constante de limpieza y, a pesar del ritmo frenético de la gente, de calma.
También huele al incienso intenso de los templos budistas. En Asakusa, el distrito de entretenimiento en la era Edo (1603-1867), se encuentra uno de los más reconocidos, el Senso-ji, dedicado a Kannon, dios de la compasión. Antes de ingresar, el visitante debe impregnarse con el aroma de los inciensos que se encuentran en una gran pila, llamada en japonés jokoro. Con las manos debe tratar de atrapar el humo que emana y llevarlo hacia el rostro y la cabeza en repetidas ocasiones, como un acto de purificación y ritual de sanación.
En la isla artificial Odaiba se construyen varios escenarios políticos para los Juego Olímpicos de 2020.
Otros templos más pequeños y pagodas que rodean al Senso-ji conforman un conjunto arquitectónico y espiritual deslumbrante para la mirada de Occidente, y deja en las prendas de vestir y en el recuerdo la marca del incienso.
Tokio huele a bosque frondoso. Aunque la ciudad esté copada de rascacielos y estructuras de gran envergadura, el espíritu de los japoneses ha hecho que se reserven y respeten los espacios verdes.
Uno de mis lugares favoritos es Meiji Jingu, un santuario shintoísta, religión oriunda de Japón que venera los espíritus de la naturaleza. El Tori o la puerta de ingreso al Meiji, es el inicio de un camino repleto de árboles conocido como “Bosque eterno”. Adentro, un pequeño árbol guarda miles de tablones de madera en donde los visitantes escriben deseos.
Las flores de cerezo están entre los símbolos más representantes de la cultura nacional.
Este templo fue construido en 1920 en honor al emperador Meiji y la emperatriz Shoken, pero los avatares de la segunda Guerra Mundial lo destruyeron; fue reconstruido en 1958.
En este país de eras, la Meiji copó 45 años de historia –desde 1868 hasta 1912–. En estos años se dio vía a la apertura de Japón al mundo, al establecimiento de su vínculo con Occidente y a la modernidad que hoy no tiene freno.
Tokio también huele a brisa marina. Bañada por el océano Pacífico, esta capital disfruta del mar, acogido por la bahía, que comprende las costas no solo de la capital sino de las vecinas prefecturas de Kanagawa y Chiba.
Ubicado en el sexto piso del hotel Grand Hyatt Tokyo, el Oak Door Bar es un espacio sofisticado para unas copas.
En una zona costera, específicamente en el sector de Odaiba, una isla artificial que forma parte de la metrópoli, se perciben los nuevos aires que los Juegos Olímpicos le están dando a la ciudad.
Quienes visiten la ciudad en la coyuntura de esta celebración deportiva, que se llevará a cabo en julio de 2020, podrán sentir un nuevo ímpetu y ese frescor de las aguas del Pacífico en medio de renovados espacios urbanos. El parque marino de Odaiba será escenario de las competencias de nadadores, por ejemplo, y la agenda ya marca pocos meses para la entrega de 15 escenarios más en esta área, como el Ariake Arena, un nuevo estadio dedicado al voleibol que tendrá una capacidad para 15 mil personas, el Ariake Gymnastics Centre, destinado para las competencias de gimnasia, que podrá albergar a 12 mil personas o el parque Ariake Urban Sports, espacio para competencias de ciclismo.
El templo Meiji, situado en Shibuya, es un santuario sintoísta construido en honor del emperador Meji y su esposa, la emperatriz Shōken
El museo de arte digital Mori Building Digital Art Museum: TeamLab Borderless, que deslumbra con obras interactivas y destellos de luces, también está ubicado en esta zona y se honra de llevar el título de primer museo completamente digital del planeta. Se trata de un espacio de 10 mil metros cuadrados, que por medio de 520 computadores y 470 proyectores crea las más llamativas obras de arte.
La capital nipona ha bautizado otro de sus sectores, no tan cercano a la bahía, como la zona de herencia de los Juegos Olímpicos. Allí tuvo lugar la edición de 1964, la primera que Tokio acogió. En esta área, un imponente diseño del arquitecto nipón Kengo Kuma, se convertirá en el nuevo estadio nacional.
Desde las alturas
Además de los Juegos Olímpicos –un evento coyuntural que ya marca la diferencia en la vida citadina–, el encanto de Tokio se percibe también desde lo alto, desde los miradores que enamoran con la vista impresionante de su grandeza.
Sky Tree, con un atractivo y moderno diseño, y más de 600 metros, se ha ganado el título de la torre más alta de Japón. Abrió sus puertas en 2012, y dada su altura, el visitante logra encantarse con la vista de una amplia superficie. En mi tiempo en la capital nipona, me percaté de que los tokiotas perciben al Sky Tree de una manera un poco más distante. Muchos quizás prefieran hacer una visita nostálgica a la Torre de Tokio, que data de 1958. Este ícono de la ciudad no dejará de ser un punto de referencia, a pesar de la imponencia de nuevas construcciones.
Inspirada en la Torre Eiffel de París, The Tokio Tower fue construida en 1958. su gran atractivo es el observatorio, desde donde se obtiene una gran vista de la capital.
El mirador Tokyo City View es otro de mis favoritos. El Mori Art Museum, ubicado en el último piso de la torre, guarda muestras de arte contemporáneo de artistas locales e internacionales. El ingreso al museo permite también entrar al mirador de la ciudad. Mi recomendación es realizar esta visita de noche y subir un poco más hasta el Sky Deck, un espacio abierto, sin vidrios, que ocupa toda la superficie del techo del edificio.
La experiencia de ver un paisaje de árboles de cerezos florecidos se quedará en la memoria. El parque Shinjuku Gyoen es, para mí, uno de los mejores lugares para disfrutar del florecimiento de los árboles de cerezos. Allí se dan cita cientos de japoneses en abril para conversar y compartir comida.
Otro lugar para disfrutar de este espectáculo natural es el parque Ueno. Además de albergar árboles y un zoológico, está rodeado de museos, como el Museo Nacional de Tokio, que permite realizar un viaje a través del tiempo, y conocer más acerca de la historia de Japón con múltiples muestras de caligrafía, tesoros arqueológicos, pinturas y esculturas.
El Monte Fuji, la montaña más alta y representativa de Japón, es considerada la viva imagen de la suerte.
El silencio como una manera de respetar al otro
Un amigo que visitó Tokio hace algunos años me decía que entrar al baño en Japón fue una experiencia memorable. Las melodías que suenan en las tazas de los sanitarios, y que buscan ser un aliado del usuario que trata de hacer imperceptibles otros sonidos menos agradables, parecen cautivar la atención de los occidentales.
Aunque nunca sentí la sensación de mucho ruido, el oído se alerta ante el murmullo permanente, pero agradable, que deja en el aire el eco constante de voces que emanan de las máquinas dispensadoras de bebidas, de los anuncios minuciosos de llegada y salida de los trenes, del sonido de las pisadas ágiles de los miles de transeúntes.
Danza Awa-odori tradicional durante el Festival de verano.
Los japoneses, siempre atentos al bienestar común, prefieren el silencio como una manera de respetar al otro. Así, está prohibido hablar por celular en los trenes, se evitan las conversaciones en tonos muy altos en lugares cerrados como los ascensores, y las madres se angustian cuando sus pequeños lloran o gritan en espacios públicos.
En contraste, Tokio también suena a karaoke. Hay edificios repletos de cabinas de karaoke, prácticamente en cada estación de tren. No se canta ante un gran público, sino en salas cerradas con amigos cercanos. Desafinar está permitido. Es uno de los planes estrella para todas las edades, para estudiantes y trabajadores. Un espacio de desfogue para olvidarse de la rigidez que la sociedad exige, del ritmo de las oficinas, de lo rutinaria que para algunos resulta la vida.
Pruebe el sabor del país en los matsuri
Quien visita Tokio en la época de verano podrá degustar los sabores tradicionales a través de los matsuri, festivales en donde pordrá encontrar una amplia oferta gastronómica en modestos, pero bien equipados e higiénicos puestos callejeros de comida.
Sky Tree fue inaugurada en 2012 y tiene más de 600 metros de altura.
Si bien hay festivales grandes y pequeños, el Koenji Awa Odori, que tiene lugar a finales de agosto, es mi recomendado. Allí, miles de personas desfilan y bailan una de las danzas tradicionales del país. Pero además del despliegue de una coreografía armónica, este festival se convierte en el lugar ideal para probar sin miedo delicias populares, como el yaki soba, unos fideos con trozos de cerdo y vegetales, o el tako yaki, bolitas de harina rellenas de pulpo.
Los platos en Tokio varían y se adaptan según las estaciones. Si el visitante va en otoño o invierno se encontrará con una oferta de pescados, como el caballa del Pacífico. También disfrutará de frutas locales como el caqui, una baya de sabor dulce y forrada de tonos naranja.
The Tokyo Station Hotel está ubicado dentro del edificio Marunouchi y fue declarado Propiedad Cultural Importante por el gobierno japonés en 2003.
Entre primavera y verano disfrutará de bebidas y postres preparados con flores de cerezo o del refrescante sabor del cítrico japonés por excelencia, el yuzu, un sabor que se asemeja al de la toronja pero con toques más dulces. Se dice que consumir anguila en los meses más calurosos también les ayuda a los tokiotas a recuperar las fuerzas perdidas por el calor húmedo de la ciudad.
El pez globo es otro bocado apetecido. Quien lo prepara debe tener un certificado especial, dado que un error en el corte del pescado puede resultar tóxico e, incluso, mortal para quien lo consuma.
Los barriles de sake, bebida fermentada de arroz, son considerados como una ofrenda en Japón.
Y si bien el sushi es una referencia común de este país insular, fideos como el soba o el ramen son parte infaltable de la vida agitada de la ciudad, y abundan en los pequeños locales, donde se pueden disfrutar incluso de pie. No se aterre si los locales sorben al comer estas delicias. Es más que permitido y se dice que así saben mejor.
El sake es para Japón una bebida infaltable. Su calidad y sabor dependen del cultivo de arroz del que proceda. En los inviernos, los tokiotas se reúnen para disfrutar esta bebida caliente, y en los veranos la consumen fría.
El sake es una bebida infaltable en Japón. Acompaña con todo tipo de platos y se puede consumir frío o caliente.
La amabilidad desbordante
En la capital nipona la premisa es respetar el espacio del otro. Por eso mismo, todo parece sutil y considerado. Más de una vez le dirán sumimasen, que quiere decir, “discúlpeme”, por el simple hecho de rozarlo en el camino. En su paso por migración en el aeropuerto, habrá toallitas desinfectantes para que limpie los rastros que su huella deje al registrar su llegada. Y en las tiendas, le darán billetes limpios y sin doblez alguno, y los pondrán en una bandejita frente a usted para que de allí los tome.
Los fideos son uno de los platos típicos del país.
En Japón se siente el omotenashi, una expresión que se puede traducir como hospitalidad, pero que guarda todo un trasfondo cultural y del deber ser hacia los demás. Por ello, quien visite Tokio se topará a su llegada con un desfile de venias y sonrisas sutiles, una amabilidad desbordante que asombra al extranjero y lo hace sentir en casa.
El Palacio Imperial de Tokio funciona como residencia del emperador de Japón y su familia.
En la ciudad también se puede sentir la calma y relajación que da la experiencia de los baños termales. Allí se entra sin ropa, y hay divisiones claras de espacios para hombres y mujeres. Si bien esta tradición se vive de manera natural a las afueras de la capital, en Tokio existen opciones de baños termales artificiales.
Mi espacio sugerido es un complejo llamado L´Aqua, cercano al reconocido estadio para conciertos Tokyo Dome. Este lugar es menos turístico y por estar en una zona central de la ciudad, resulta de fácil acceso. Otra opción quizás más popular para los turistas es el llamado Ooedo-Onsen-Monogatari, que además del baño como tal, ofrece el entretenimiento de todo un parque temático que busca replicar una villa tradicional.
El Parque Nacional Shinjuku Gyoen es uno de los más grandes y populares de Tokio.
En Tokio se puede sentir una “hermosa armonía”. Es este el significado de la nueva era, la Reiwa. En mayo de este año, el emperador, su majestad Naruhito, llegó al Trono del Crisantemo después de la abdicación del emperador Akihito, el primero en la historia en dejar este título en más de 200 años, y con cuya salida finalizó la era Heisei.
El visitante puede sentirse más cerca a este mundo visitando los jardines del Palacio Imperial. Sus alrededores son lugar indispensable de corredores y transeúntes en busca de algo de paz. El ingreso al jardín es gratuito y le da a quien va un espacio de serenidad en medio del agitado movimiento capitalino.
Los puentes del parque conectan con los tres grandes ambientes del lugar: los jardines inglés, japonés y francés, cuyos céspedes y flores recrean la simetría de cada país.
Sin duda, Tokio logra despertar todos los sentidos. Yo anhelo volver a pisar sus calles. Esta ciudad es bella. Parece fría y distante, pero quien llega a ella, la acepta y la entiende, se sentirá atrapado, y atrapado para siempre. Y ansiará, como yo lo hago ahora, volver. Volver a disfrutar de su aroma, de la inmensidad que se percibe desde lo alto, de los sonidos que la hacen cada vez más universal, de la particularidad de sus sabores, de ese omotenashi que la hace única.