Turquía: un viaje por Estambul, Capadocia y Éfeso

Sandra Martínez
No hace falta tomarse un café turco, espeso y fuerte, en el café de Pierre Lotti para contemplar el Cuerno de Oro en Estambul -capital comercial de Turquía-, esa fracción del estrecho del Bósforo que brilla en los atardeceres y que divide la Europa antigua de la moderna; esa fracción de agua que ha protegido durante siglos a esta ciudad que vive en dos continentes. Basta sentarse en una de las sillas desvencijadas, respirar y guardar silencio. Ver a lo lejos los minaretes de las mezquitas y sentir la energía y la nostalgia que atrapa por igual a Estambul.
La mezquita de Solimán fue construida en el siglo XVI y es una de las más hermosas de Estambul. Foto: Christian D’ Laytz
Y luego hay que descender por la colina, ver los gatos que descansan sobre las tumbas de mármol del cementerio hasta llegar al corazón de Eyüp, uno de los barrios más conservadores y tradicionales de la ciudad. Sentarse en las escaleras de la plaza del parque, probar un panecillo con sésamo llamado simit y ver pasar a los niños con sus capas plateadas y doradas, listos para entrar a la ceremonia de la circuncisión en la mezquita.
Montar en globo en Capadocia es uno de los planes más emocionantes para hacer en Turquía. Foto: Antonio Galvis.
Es 24 de junio, hace calor, la gente va y viene. Pocas horas antes me bajé del avión, luego de un viaje de 14 horas desde Bogotá, y este fue mi primer encuentro con la ciudad. Una conexión total, un amor a primera vista.
De ahí partimos hacia Taksim, un distrito en el centro de la Europa moderna, famoso por sus tiendas, restaurantes y hoteles como el Pera, donde la escritora británica Agatha Christie escribió Asesinato en el Expreso de Oriente. Caminamos entre la multitud por la avenida de la Independencia hasta llegar a la plaza Taksim, símbolo de resistencia y de las manifestaciones de los turcos.
Santa Sofía, una joya de la arquitectura bizantina, desde 1935 es un museo. Foto: Christian D’ Laytz.
Justo el día anterior la plaza estuvo a reventar. Las elecciones a la alcaldía de la ciudad se habían repetido y el candidato de la oposición, Ekrem İmamoğlu, obtuvo el triunfo. Un logro histórico pues Estambul llevaba un cuarto de siglo gobernada por el partido Justicia y Desarrollo, del presidente Recep Tayyip Erdoğan. La gente fue a celebrar y la alegría por el cambio se percibía en cada esquina.
La mezquita azul fue construida por orden del sultán Ahmed I en el siglo XVII. Foto: Antonio Galvis.
‘No hay tiempo que perder’
Muy temprano, hacia las cinco y media de la mañana, se escucha el primer llamado para la oración por el parlante de la mezquita más cercana. Aunque Turquía es un país laico, la mayoría es musulmana y Erdoğan, quien lleva seis años como presidente, se ha encargado de “islamizar” más al país.
El Bazar de las Especias es el lugar ideal para comprar los dulces típicos turcos. Foto: Christian D’ Laytz.
Nuestro guía, Majhir Dinc, un estambulí de 37 años, ingeniero de caminos de profesión y quien habla un español estupendo, cuenta que en la ciudad siempre han convivido varias religiones en armonía y paz. Nos lleva a la mezquita que, en su opinión, es la más bonita de la ciudad: Solimán, y luego a la iglesia ortodoxa de San Jorge.
Tiene razón. Solimán, la más grande de la ciudad, es preciosa. Diseñada por el arquitecto Mimar Sinan en el siglo XVI, comprende un complejo de edificios y jardines donde se encuentra también la tumba de Solimán El Magnífico, uno de los sultanes más poderosos de la historia. Luego vamos a la catedral de San Jorge, sede del patriarca de la iglesia ortodoxa, Bartolomé I, en el barrio Fener. Es pequeña, pero con una energía espiritual poderosa.
Panorámica del estrecho del Bósforo desde la mezquita de Solimán. Foto: Christian D’ Laytz.
Antes de tomar un crucero por el Bósforo vamos al Bazar de las Especias en Eminönü, un lugar espectacular para dejarse llevar por los sentidos y probar las típicas delicias turcas –unas gomas de azúcar, con pistachos, nueces, frutas o cualquier cosa que imagine– helado de cabra, té de manzana o las especias, como azafrán, sumac y curry. Aquí caminé, me perdí entre las callecitas estrechas y me atreví a probar todo lo que me ofrecían. Los turcos, en general, son muy atentos, y de alguna forma se harán entender.
Cerca de ese lugar está el muelle para tomar el barco, un paseo obligatorio para entender la dimensión de la ciudad y contemplar la belleza del Bósforo. Ya lo decía Orhan Pamuk en su libro autobiográfico Estambul. Ciudad y recuerdos, “la fuerza de la ciudad está en el Bósforo”. Y desde aquí se pueden ver las antiguas casas otomanas de madera, los palacios como el Dolmabahçe, las ruinas romanas, el nuevo puente (uno de los más largos y anchos del mundo), los barrios con las mansiones de los millonarios, como Bebek, y hasta la gente que se baña en sus orillas. Son casi tres horas de brisa, sol y de sentir que estamos en un lugar que alguna vez se llamó Bizancio, luego Constantinopla, y fue capital del Imperio romano, del Imperio bizantino y del otomano. ¡Cuántos siglos de historia!
Uno de los postres más tradicionales y exquisitos es el baklava. Foto: Cortesía Nusr-Et Steakhouse.
La basílica de Santa Sofía y un mundo por descubrir
A la mañana siguiente vamos a uno de los destinos más turísticos de la ciudad: Sultanahmet, el centro antiguo. Aquí hay mucho por ver en pocos kilómetros cuadrados. Así que es bueno llegar temprano para no hacer filas tan largas, y sin afán para recorrer cada lugar.
La primera visita es a la mezquita Azul, una de las más imponentes de la ciudad. Tiene seis minaretes y veinte mil azulejos en su cúpula. Luego, el palacio de Topkapi, construido en el siglo XV, es el mejor reflejo del esplendor de la época imperial. Los sultanes gobernaron aquí hasta el siglo XIX, cuando decidieron mudarse a Dolmabahçe. Son 700.000 metros, donde se podrá recorrer desde el harén hasta la biblioteca, la cocina, sus cuartos. Todo.
En Sultanahmet, el centro antiguo, se concentra el mayor número de atracciones turísticas de la ciudad. Foto: Christian D’ Laytz.
A pocos metros de allí está Santa Sofía, en mi opinión, la más sorprendente y hermosa construcción de Estambul. Joya de la arquitectura bizantina, tiene más de 1.400 años de historia. En el siglo XI fue una iglesia cristiana, en el siglo XV fue convertida en una mezquita, y desde 1935 es un museo. Al entrar es inevitable no conmoverse. Se alcanzan a ver frescos de Cristo y la Virgen María al lado de los medallones del islam. La luz tenue atraviesa las monumentales columnas, ante las que uno se siente minúsculo. Y solo queda, de nuevo, respirar y contemplar cada detalle.ç
Las cúpulas de las mezquitas están bellamente decoradas. Foto: Antonio Galvis.
Por lo general, después de recorrer otras ciudades turcas y antes de regresar a Colombia es posible quedarse un día más en Estambul. Esta ciudad tiene 15 millones de habitantes y una extensión de 5.500 kilómetros, así que hay demasiadas cosas por ver. Si vuelve, vaya a Kadıköy o a Ortaköy, dos barrios muy agradables para pasar una tarde, tomar un café y ver otro lado de la ciudad. Visite la torre Gálata, compre dulces y recuerdos en el Gran Bazar, vaya a las cisternas de Yerebatan, suba hasta Çamlica, la colina de los enamorados y el punto más alto de la ciudad. Y, ante todo, no se atreva a quedarse encerrado en el cuarto del hotel. Aquí, en cada esquina, puede encontrar un tesoro inesperado.
Camino a las chimeneas de hadas
Ocho horas en carro separan Estambul de la región de Capadocia. Las carreteras están en muy buenas condiciones. Si tiene la oportunidad, deténgase en dos lugares: el mausoleo de Atatürk en Ankara, la capital de Turquía, y en Gölü o lago Salado.
El lago Salado es el segundo en extensión de Turquía, mide 1500 metros. Foto: Christian D’ Laytz.
Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la república de Turquía en 1923, emprendió diversas reformas sociales y culturales, como la separación de la Iglesia y el Estado; el derecho de las mujeres al voto y el cambio de la grafía árabe por la latina. El mausoleo, una construcción monumental y simétrica, es un lugar muy interesante para conocer la historia reciente del país.
En Capadocia se estima que hay 200 ciudades subterráneas. Foto: Antonio Galvis.
Más adelante está Gölü o lago Salado, el segundo en tamaño de Turquía. Tiene 1.500 kilómetros cuadrados y es impresionante. Solo se ve una capa de sal hacia el infinito, que uno puede recorrer bajo el sol ardiente. Después hay que hacer un par de horas más de viaje hasta llegar a Nevşehir, un punto perfecto para conocer las otras provincias que conforman Capadocia.
El amanecer desde un globo
Abrir los ojos. Levantarse a las 3:30 de la mañana. Bañarse rápido e irse en carro hasta encontrarse de frente con un paisaje de otro mundo. Formaciones rocosas que llevan millones de años recibiendo la lava volcánica, el viento, la lluvia. Tienen formas inusuales, diferentes, que la gente suele llamar chimeneas de hadas.
El paseo en globo dura una hora y se pueden apreciar las formaciones rocosas de la zona. Foto: Cortesía Hotel Argos.
El sol se asoma. Globos de colores comienzan a ascender por el cielo. Jamás había montado en globo. Empieza a elevarse, lentamente. El vuelo dura una hora. Cada minuto vale la pena. Es suave, tranquilo, no hay sobresaltos, no hay vértigo. Al aterrizar, un brindis con champaña. Y la mejor recompensa es ver desde las alturas ese paisaje.
Capadocia, que significa ‘tierra de caballos lindos’, es un lugar sorprendente y también hay mucho que ver. Sobre todo, cuevas, ciudades subterráneas e iglesias. En el museo al aire libre de Göreme, patrimonio histórico de la humanidad, por ejemplo, hay solo iglesias talladas en roca, donde solían vivir los cristianos desde el siglo IV. En varias cuevas se pueden ver frescos con imágenes religiosas, muy bien conservados. Uno puede caminar y visitar cada una de ellas.
En el restaurante Seki puede disfrutar de la mejor comida de la zona. Foto: Cortesía Hotel Argos.
Se estima que en la región hay cerca de 200 ciudades subterráneas. Nosotros fuimos a Özkonak, en la ladera del monte Idis, descubierta por casualidad en 1972 gracias al agricultor Latif Acar. Aunque la experiencia no es apta para personas nerviosas o claustrofóbicas, porque hay caminos muy estrechos y oscuros, entrar es como ingresar a otra dimensión, a otra época. Tiene cuatro pisos, piedras circulares gigantes para proteger el lugar, alacenas, sistemas de ventilación y conexión con los demás niveles. Hay que dejar correr la imaginación para evocar cómo vivían las personas aquí dentro. Cuentan que podían pasar meses sin salir.
Ver danzaa a los derviches es una experiencia mística. Foto: Shutterstock – Mazur Travel.
En la actualidad hay muchos hoteles, como Argos (ver recuadro) o lugares de entretenimiento en la zona, que adaptaron este tipo de estructuras. Así que una buena experiencia es vivirlo con las comodidades del siglo XXI. No se pierda, por ejemplo, una noche turca en una de estas cuevas. Por lo general, incluyen una cena con comida típica, es decir, mucho cordero, al estilo kebab, y ensaladas con yogur y pepino; música y bailes, y raki, un licor anisado con 45 grados de alcohol.
Vista del hotel-boutique Argos, en Huçhizar. Foto: Cortesía Hotel Argos.
Rumbo a Éfeso
Panorámica del castillo de Uçhizar, ubicado en el punto más alto de Capadocia. Foto: Christian D’ Laytz.
De nuevo en la carretera, otra de las paradas obligadas es Pamukkale o ‘castillo de algodón’, en español, unas cascadas de piedra caliza y travertina blanca de donde manan aguas termales. Aunque el lugar es de una belleza sublime, estaba muy lleno de turistas (sobre todo de China), y hacía demasiado calor.
En Éfeso se encuentran las ruinas mejor conservadas de toda Asia Menor. Foto: Antonio Galvis.
Justo a la entrada de Pamukkale está Hierápolis, una ciudad construida a finales del siglo II a. C., con ruinas muy bien conservadas, como un teatro y una necrópolis, a pesar de varios terremotos que la han sacudido. Desde Capadocia son alrededor ocho horas de viaje, así que es bueno pernoctar en alguno de los hoteles cercanos, comer y descansar, para viajar el día siguiente a Éfeso.
La biblioteca de Celso, construida para albergar 12000 pergaminos, es una de las ruinas más espectaculares. Foto: Antonio Galvis.
Cuando uno piensa que ya ha visto casi todo lo sorprendente en este viaje, llega a Éfeso, una de las ruinas mejor conservadas en toda Asia Menor. Y sí, así es. Caminar por el terreno rocoso, a pleno sol de una tarde de verano, vale la pena para ver la biblioteca de Celso –construida para guardar 12.000 pergaminos–, para ver el templo de Artemisa –una de las siete maravillas de la antigüedad–, o el gran teatro, que acogía a 24.000 personas. Trozos de viviendas, calles, gimnasios, dioses, que dan fe del antiguo esplendor de esta ciudad, fundada por los jonios en el siglo IX a. C, y que alcanzó su mayor esplendor en la época romana. Y las excavaciones continúan, porque cada año los arqueólogos encuentran cosas nuevas.
El gran teatro podía acoger a 24000 personas. Foto: Antonio Galvis.
Muy cerca de estas ruinas se halla la casa donde, supuestamente, vivió la Virgen María, luego de la crucifixión de Cristo. Es un lugar acogedor, que cuenta con una iglesia bizantina minúscula y sitio de peregrinaje de millones de católicos y musulmanes, que anotan sus oraciones y peticiones en papelitos que cuelgan a lo largo de un gran muro.
Los gatos son importantes en la cultura turca y siempre están presentes, hasta en los lugares más insospechados. Foto: Antonio Galvis.
De vuelta a Estambul resuenan las palabras que cada día repitió nuestro guía Majhir Dinc: “Ser turco es difícil. Los europeos no somos tan europeos; para los asiáticos no somos tan asiáticos y los árabes no somos tan musulmanes. Nosotros somos de Anatolia y estamos muy orgullosos de esta cultura”.
La casa donde supuestamente vivió la virgen María es un lugar de peregrinaje para musulmanes y católicos. Foto: Antonio Galvis/ Turquía.
Dinc, emocionado, explica que Turquía es un puente entre Europa y Asia, al lado del Mediterráneo, del Egeo, de los Balcanes, del Cáucaso y de Oriente Medio. “Nuestra tierra tiene miles de años de historia, desde la era paleolítica hasta hoy, desde los hititas hasta la República Turca. Es la cuna de las civilizaciones más importantes y punto de intersección de las religiones que dejan una herencia muy rica y variada. Eso hace a Turquía única por su arte, sus lugares arqueológicos, sus platos y gastronomía, su música y bailes, sus mares y playas. ¡Las palabras no son suficientes, hay que visitarla y experimentarla!”. Y es cierto. Si tiene la oportunidad, vale la pena conocer a fondo este país.
No deje de visitar Pamukkale, unas cascadas sobre piedra caliza y travertina blanca que parecen congeladas. Foto: Shutterstock – Jakob Fisher
Para hospedarse y comer en Estambul
Para comer…
Lacivert, al lado del Bósforo, tiene fama por sus mariscos y pescados.
http://www.lacivertrestaurant.com
Nusret Steakhouse es reconocido por las preparaciones de carne, y por su chef, Nusret Gökçe, apodado Salt Bae.
http://www.nusr-et.com
Para hospedarse en Turquía
Ciragan Kempinsky
Este hotel de cinco estrellas, ubicado en un palacio otomano del siglo XIX, ofrece una piscina de borde infinito con vista al Bósforo.
4 Seasons Bosforus
Lujo, alta cocina y comodidad en este hotel estupendo, cerca de las principales atracciones de Estambul.
Para tomar café y dulces de Turquía
Ask Cafe Kurucesme
Kat Cihangir
Para hospedarse y comer en Capadocia
Para hospedarse y comer
Hotel Argos
Es uno de los mejores hoteles de la zona, ubicado en el valle de las Palomas, en Uçhizar. Este antiguo monasterio fue restaurado con sumo cuidado para no perder su celestial encanto. Los cuartos del hotel-boutique están dentro de cuevas, que ofrecen todas las comodidades –algunos tienen hasta piscina propia–. También cuenta con sus propios túneles subterráneos y un templo.
En su propio viñedo elaboran un vino de óptima calidad. Su cava es una de las más grandes de Turquía y suelen hacer catas con los huéspedes.
Si no logra obtener una reservación puede ir a su restaurante, Seki, abierto al público, que ofrece lo mejor de la gastronomía de Capadocia, con productos de su huerta y sabores locales con técnicas modernas.
Para ver
La danza de los derviches, miembros de un grupo religioso musulmán sufí, en una posada medieval. Su baile en círculos es completamente místico.
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