Nueva York es femenino
Ana María Gaviria
Una mañana en el metro rumbo a Brooklyn me encontré con un hombre de unos 25 años de edad, tejiendo cuidadosamente con sus agujas de crochet una bufanda. Una mujer un poco mayor se sentó a su lado y al observarlo, le empezó a hacer preguntas técnicas sobre el tejido. Él, desprevenidamente, comenzó a enseñarle a tejer, mientras ella llegaba a su parada. En esos veinte minutos, estas dos personas hicieron un intercambio que representa los grandes procesos de transformación social que han convertido a New York en un símbolo de apertura, tolerancia, pluralismo e innovación.
De la cotidianidad ha surgido una cultura en la que lo femenino, que constituye un atributo esencial de la psique humana, puede trascender los roles tradicionales de mujeres y hombres.
Aparecen nuevos modelos de convivencia que no sólo dignifican el rol de la mujer en la sociedad, sino que adicionalmente les permiten a los hombres la plena expresión de su compromiso con la belleza, la sensibilidad, la ternura y la vulnerabilidad.
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Asombroso. Y es que, más allá de Wall Street y de los imponentes rascacielos existe una New York donde la esencia de lo femenino se respira en el aire. Entendido lo femenino como una metáfora del útero, lugar que acoge, cuida, nutre y protege la gestación de la nueva vida, ya sea que aparezca ella en las nuevas ideas, tendencias, músicas, expresiones artísticas, o en las ideas políticas, etc.
Basta con observar las personas en las calles, desde Houston hasta Park Avenue o desde el Financial District hasta Queens para notar, por ejemplo, cómo su forma de vestir es una representación simbólica que cuenta sus historias de vida, sus emociones e intenciones y, aún más, como bien lo diría el diseñador londinense Alexander McQueen, que plantea una nueva postura política.
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Las fronteras entre las prendas para hombres y mujeres se hacen difusas. Cada cual mezcla elementos, colores y texturas que, en otras épocas u otras ciudades, serían juzgados como inapropiados y que aquí permiten comunicar la identidad, la personalidad de quien se viste.
Lo femenino integra los nuevos elementos que expanden las barreras de lo aceptable tradicionalmente. Así, en Canal Street, el Bronx o Brooklyn cada persona es vista y reconocida por lo que es, un ser humano legítimo sin importar género, talla, raza, nacionalidad, religión u orientación sexual.
New York, antes la meca del sueño americano y hoy la gran madre multicultural, diversifica los espacios urbanos para que sus habitantes o visitantes, sin importar nacionalidad o procedencia, se encuentren en lugares comunes que los vinculan y definen.
Barrios y cuadras que conectan a cada habitante o inmigrante con los ancestros que llegaron de todos los lugares del mundo.
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Ambientes vivos que cambian y evolucionan continuamente tal como cambiamos y evolucionamos nosotros mismos. Esta elasticidad de lo femenino es coherente con las necesidades de una ciudad cosmopolita que se reinventa constantemente para abarcar, responder y adaptarse a los retos que propone la diversidad.
La construcción social de la mano del cuidado de los recursos naturales como el agua, la tierra, los alimentos orgánicos, la recuperación de lo intuitivo, de lo inexplicable, de las emociones y sobre todo de la empatía, son los valores que al vivir en New York como mujer me han permitido soñar con que algún día lograremos transformar las dinámicas de dominación que han determinado la historia de guerra de nuestra civilización, para promover entornos urbanos que como grandes úteros permitan acoger, cuidar, nutrir y proteger la humanidad del presente.