Bariloche: naturaleza en todo su esplendor
Sandra Martínez
Antes de aterrizar, el piloto anuncia que está nevando; temperatura, cero grados centígrados; hora, 10:45 de la mañana; 5.096 kilómetros de distancia de Bogotá. Es San Carlos de Bariloche, una de las ciudades más visitadas de la Patagonia, que, con poco más de 140.00 habitantes, tiene muchas historias que contar.
Ubicada en la provincia de Río Negro, dentro del parque nacional Nahuel Huapi, siempre ha ofrecido paisajes de postal, chocolates de calidad y una de las pistas para esquiar más grandes del continente. Lugar predilecto de los jóvenes argentinos para irse de excursión de grado, todavía mantiene un estatus de prestigio. También tiene un centro atómico, creado en la década de 1950, con un reactor nuclear, y es materia prima de teorías conspiradoras, que aseguran que Adolfo Hitler se vino a vivir aquí después de la Segunda Guerra Mundial.
Pocos recuerdan que en junio de 2011, Bariloche se cubrió de cenizas. El complejo volcánico Puyehue-Cordón Caulle convirtió de repente el día en noche y ese polvo gris fue una pesadilla para el turismo. La guía Giselle Mahmoud, una porteña de descendencia siria que lleva más de una década viviendo en la ciudad, asegura que los afectó muchísimo, pues perdieron la temporada de invierno y de verano de ese año. “Los brasileños, que eran nuestros principales visitantes, tuvieron que buscar otro destino, como Valle Nevado, en Chile, y desde entonces no hemos vuelto a tener una temporada como antes, en la que llegaban vuelos chárter y hasta 10.000 pasajeros por sábado”, confiesa.
Cerro Catedral. Foto: Cortesía Inprotur.
Sin embargo, es tiempo de renacimiento. Pese a que en julio pasado Bariloche registró la temperatura más baja en toda su historia –el termómetro marcó 25,4 grados bajo cero en algunos puntos de la ciudad–, los ánimos están encendidos para atraer de nuevo a los turistas. Eso se respira en el aire.
Para conocer la ciudad, nada mejor que caminar por sus calles. Fue un italiano, el señor Aldo Fenoglio, y no un suizo, el encargado de traer en 1947 la tradición chocolatera que domina el centro de la ciudad. Hay muchas tiendas de chocolate, pero Rapa Nui y Mamuschka son gigantes y una exquisita perdición para los amantes del dulce. Allí podrá probar desde el famoso chocolate en rama –que viene en finas láminas– hasta las frambuesas cubiertas con chocolate blanco, que se mantienen refrigeradas.
Sin embargo, el verdadero encanto de Bariloche está en los paisajes y sus alrededores. Montañas llenas de nieve, lagos prístinos, arrayanes, cipreses, cabañas de madera y, ante todo, una luz especial que crea el efecto óptico de que todo aparezca en blanco y negro, hace que uno se estremezca más de una vez.
En realidad son dos ciudades completamente diferentes en invierno y verano. La nieve, que comienza a finales de junio hasta septiembre, la convierte en un lugar romántico y auténtico. Desde esquiar hasta montar en trineo o lanzarse por un snowboard a toda velocidad por las montañas es posible. Tomar chocolate caliente, conversar alrededor de una fogata o salir simplemente a jugar con la nieve es, sin duda, un plan novedoso para los que vivimos en la línea del Ecuador. El sol veraniego, en cambio, la transforma en el espacio favorito de los amantes de los deportes de aventura. Inicia en diciembre y finaliza en marzo, la temperatura promedio son treinta grados, y la gente se volca a las montañas y los lagos para hacer senderismo, kayak, rafting o descansar en las zonas arenosas, que funcionan como playas.
Al caer la noche, un buen plan es irse a tomar un par de cervezas artesanales de la zona –existe una gran variedad, cerca de 24 marcas, y el agua con la que se elabora impone una gran diferencia–. Tome con moderación, porque vale la pena levantarse muy temprano para ver el amanecer y necesitará guardar energía para esquiar.
La piscina del hotel Llao Llao, en Bariloche, parece fusionarse con el lago Moreno. Foto: Cortesía Hotel Llao Llao.
El cerro Catedral es uno de los centros de esquí más grandes del continente, tiene 1.200 hectáreas aptas para los deportes de nieve y una capacidad para transportar a 36.000 personas por hora. Si se considera un experto en la materia, lo disfrutará a plenitud. Si quiere aprender, llénese de paciencia y fuerza (puede contratar a un instructor para que le explique paso a paso). Se trata de una prueba a su equilibrio y motricidad. Claudio Díaz, uno de los instructores del cerro, asegura que uno tiene que desprenderse de sus miedos, y dejar la lógica atrás. “En el esquí todo funciona al revés”, asegura con una risa. Al final, puede quitarse las botas, dejar los esquíes a un lado, descansar, ver simplemente la nieve caer y degustar un cordero asado maridado con una copa de malbec de la bodega del Fin del Mundo, en alguno de los restaurantes de la zona. No se arrepentirá.
A caballo por la estepa
Foto: Estancia La Fragua.
Si tiene tiempo, no deje de ir a La Fragua, una hacienda de 35.000 hectáreas que queda a solo treinta kilómetros de la ciudad. Aquí el paisaje cambia radicalmente, pues es la estepa patagónica, de grandes llanuras y suelos pedregosos. La idea consiste en llegar temprano al lugar, tomar un mate con tortas fritas y luego montar a caballo, a su propio ritmo, sin afán ni competencia; atravesar ríos y montañas, sentir el aire, la conexión con el animal y los paisajes que lo rodean.
Se pueden ver cóndores volando sobre las montañas y, si se cuenta con suerte, ciervos colorados. De regreso a la cabaña le prepararán en el quincho un asado típico argentino, con diversos cortes de carnes, chorizo, chimichurri, papas bañadas en aceite de oliva y cilantro fresco, pan francés, y, por supuesto, una copa de vino tinto. Todo esto al lado de una chimenea, un gato muy gordo y de pocos reflejos, y el dueño de la hacienda, Fernando Galagarra, hombre maduro y acuerpado, de pelo canoso, que narra cómo los jabalíes y los ciervos colorados, que no son originarios de la zona, se han convertido en una plaga en la región, con consecuencias desastrosas para el ecosistema. Una razón de peso por la cual han tenido que implementar un programa de caza responsable.
Esquel, una ciudad silenciosa
A tres horas y media de Bariloche, en carro, se llega a esta pequeña ciudad de poco más de 30.000 habitantes. Ubicada en la provincia del Chubut, parece que aquí el tiempo se hubiera detenido. No hay semáforos ni edificios altos. Solo se ve la montaña cubierta de nieve, cerca, muy cerca. Son las 2:30 de la tarde y no hay gente en las calles. El viento agita la copa de los árboles. Todos descansan en sus casas, porque a las cinco vuelven a abrir los almacenes. Es otro ritmo.
Hace catorce años esta ciudad apareció en los titulares de la prensa argentina porque el 81 % de su población le dijo “no” a la multinacional Meridian Gold, que quería extraer oro con cianuro en el cerro 21. Su apuesta, ahora, es el turismo y la agricultura. Se considera un buen lugar para tomar como base y desplazarse hacia otros sitios turísticos cercanos, como el Parque Nacional Los Alerces, Trevelin y La Hoya.
Otro de los planes imperdibles en Esquel es tomar el Tren de vapor La Trochita. Foto:Jorge Gobbi / Flickr (Cc By 2.0).
“No pretendemos competir con Bariloche. Somos un destino que está emergiendo turísticamente y tenemos cosas distintas que ofrecer”, explica Américo Austin, delegado regional del Ministerio de Turismo de Chubut, mientras se baja de su camioneta y deja las llaves prendidas y las ventanas abajo, sin preocuparse por un instante por lo que pueda pasar.
Aunque la gente suele ir más en verano que en invierno, para recorrer los cientos de senderos que hay, practicar kayak o pescar, el Parque Nacional Los Alerces es un lugar que sorprende. Fue declarado este año Patrimonio Mundial de la Unesco, tiene 259.570 hectáreas y un bosque milenario –el alerce constituye la segunda especie viviente más longeva del planeta–. Caminar por aquí es algo mágico. Son bosques y caminos donde se pueden apreciar desde las huellas de zorros sobre la nieve fresca hasta cascadas, pura energía natural.
El Trevelin, no deje de tomar té según lo dicta la tradición de sus ancestros galeses. Foto: archivo particular.
Para ver el árbol que tiene 2.600 años –al abuelo como lo suelen llamar–, hay que hacer una breve caminata, lavarse los zapatos con un desinfectante especial, para evitar cualquier daño ambiental, tomar una lancha por el lago Menéndez y perderse en el bosque. Mide sesenta metros de altura y su tronco tiene alrededor de dos metros de diámetro. De regreso a la lancha, los guías le ofrecerán una humeante pizza de queso, aceitunas y salami, y el agua que beberá será extraída directamente del lago, pero puede tomarse sin ningún temor.
Trevelin, en cambio, se trata de un pequeño pueblo a media hora de Esquel que tiene una particularidad: es famoso por ofrecer la ceremonia del té galés. Su nombre significa pueblo del molino y el 40 % de sus habitantes descienden del centenar de inmigrantes de Gales que llegaron a finales del siglo XIX a establecerse en la zona.
Existen cerca de 24 cervecerías artesanales en la zona. Berlina es una de las más reconocidas. Foto: archivo particular.
Hoy son fieles luchadores por mantener la tradición, preparan scones, torta negra galesa y sándwiches con su toque secreto. Uno de los locales más reconocidos es Nain Maggie. Los bisnietos de Margarita, quien vivió hasta los 103 años, atienden el negocio actualmente y su pasión por lo que hacen resulta evidente. Una recomendación: vaya al final de la tarde y con el estómago vacío, porque la comida es exquisita y abundante.
Y, para finalizar, hay que volver a esquiar y para eso nada mejor que el cerro La Hoya. Recibe este nombre por la forma que tiene, al fondo se ve la cordillera de los Andes y la nieve tiene una excelente calidad. Dispone de cuatro hectáreas y el ambiente resulta mucho más familiar (y económico) que el del cerro Catedral, de Bariloche.
Todos se conocen, se saludan y al calor de una chimenea uno puede tomarse una cerveza y comerse una empanada argentina y hablar, si le interesa, sobre los mapuches, el desaparecido Santiago Maldonado, el señor Luciano Benetton y sus tierras en la Patagonia; un tema largo y complejo, que se llena de matices con la visión de los locales.
Tristemente, ha llegado la hora de volver. Desde Esquel se puede volar a Buenos Aires. Hace frío, la temperatura es de cinco grados centígrados. Cae nieve y la única sensación consiste en querer que nuestro viaje continúe su recorrido más al sur. Hasta el fin del mundo.
Bares y restaurantes
Recorrer alguno de los bares de la zona y tomar fernet es una buena opción. Foto: AFP.
▲Ice Bar: si quiere divertirse al compás de la cumbia argentina, rodeado por hielo, este es el lugar que debe visitar. La entrada le da derecho a un coctel gratis y a una capa que lo protegerá del clima.
▲Berlina: es un excelente bar, para probar los diversos tipos de cerveza patagónica de esta marca y comer una tabla de quesos y jamones ahumados.
▲Las Morillas: constituye una buena opción para cenar algún plato típico de la cocina patagónica, es decir, ciervo, trucha o cordero.
Recomendaciones en Bariloche
Panorámica del Casco Art Hotel, en Bariloche. Foto: El Casco Art Hotel.
▲El Casco Art Hotel
www.hotelcasco.com
Se trata de un hotel cinco estrellas, situado a orillas del lago Nahuel Huapi, y es famoso por tener más de 400 obras de artistas argentinos. La vista que cada habitación ofrece del lago resulta impresionante.
▲Llao Llao
llaollao.com
Por una misteriosa razón, los argentinos suelen pronunciarlo como Shao-Shao. Es uno de los más lujosos del país austral, fue construido en 1940 por el arquitecto Alejandro Bustillo y tiene hasta campo de golf.
En Esquel
▲Las Bayas: Es un hotel boutique muy pequeño y acogedor. Si cuenta con suerte lo atenderá una joven francesa en la recepción, muy atenta. Su restaurante, Eloisa, también constituye una buena alternativa para probar la comida local.
Otros planes
Acampar a orillas de los lagos de la Patagonia es una experiencia inolvidable. Foto: Shutterstock.
▲Esquel cuenta con el viejo expreso patagónico, bautizado La Trochita, un tren de vapor de 1945, que tiene el servicio original de vagones.
▲A diez minutos en carro de Esquel está la laguna La Zeta, un lugar precioso de contemplación, donde se pueden apreciar diversas panorámicas de la ciudad.