Villa de Leyva, el lugar de Colombia para buscar paz y felicidad
Manuel José Rincón
Villa de Santa María de Leyva, más allá de tener la plaza más grande del país con 14.000 metros cuadrados de piedra rodeada de arcos y fachadas coloniales, despierta los sentidos, hace que la luz se vuelva arte, el tacto se proyecte en esculturas, los sonidos se transformen en melodías y los sabores y olores renazcan con el bouquet de los chefs que día a día logran extraer la esencia de los alimentos para convertirlos en placer al paladar. Villa de Leyva es sitio de inspiración y cariño que ha cautivado a pintores, escultores, músicos, biólogos, diseñadores y gastrónomos nacionales y extranjeros.
Fundado hace 440 años, el pueblo encierra una energía misteriosa. Seduce a extranjeros quienes terminan quedándose e inspira a nacionales a conquistar el mundo como los biólogos que se sienten como pez en el agua en el Instituto Alexander von Humboldt, el luthier Miguel López cuyas violas y violines suenan hoy en París o el astrónomo Hernán Charry, quien con las uñas montó un telescopio, un planetario y lanza cohetes escudriñando los misterios del universo.
Villa de Leyva el sueño de todo extranjero
“Me parece un lugar único y emblemático de Colombia que conserva su autenticidad. Aquí uno encuentra un ambiente colonial, un lugar histórico, un sitio que incluso atrae a cineastas como los que filmaron La Pola”, dice el periodista de Le Figaro Jean-Yves Donor, quien cubrió el Tour de Francia cuando corrían los escarabajos en Europa y ahora se siente feliz en Villa de Leyva. “Aquí tengo la única casa que he construido. Es la casa de mi vida y no la voy a vender nunca. Yo soy villaleyvano”, concluye.
Y junto a este francés, también hay otros extranjeros como Hans, el suizo que se encarga de fabricar aceites y esencias florales; Ula, la modelo sueca que ha organizado desfiles, o Manfred, el austriaco que vino hace 26 años para quedarse y ahora tiene una finca orgánica cuya especialidad es el cultivo de trucha y administra el hostal Sinduly. “Aquí hay tiempo para hablar y conversar, más contacto con la gente. No es como en Europa que solo es trabajo. Desde que llegué me gustó la hospitalidad, el ambiente, la forma de vivir”, afirma Manfred.
Gastronomía especial
También conquistan los aromas de las cocinas de cerca de cien restaurantes en un pueblo de cinco mil habitantes urbanos que se duplican en un fin de semana. Se puede desayunar en la Panadería francesa con capuchino, chocolate o café, o tomar uno típico de Villa de Leyva donde Doña Teresa, con la tradicional changua boyacense y huevos con arepa.
Las opciones de café gourmet son amplias. Los hay con ambientes coloniales y vista a la plaza como el Café de la barra o el de la plaza o más lejos en El patio de van Gogh o en La Galleta, la panadería y pastelería más tradicional. Al final puede rematar con un beso de novia, de los preparados por Mariela Igua, en el parque Nariño.
Las posibilidades de almuerzos y comidas también son enormes. Basta caminar por la Calle caliente y entrar en las antiguas casas de solares enormes adaptadas para restaurantes o pequeños almacenes de joyería y diseño. En La Guaca el visitante puede deleitarse con el mejor cordero del pueblo preparado por Custodia en el Restaurante Don Quijote.
Su mano mágica hace que el turista repita. También se puede aprender a cocinar en la academia Verde Oliva, que ha impulsado el trabajo y la gastronomía gracias al auge de restaurantes y los más de cien hoteles y hostales disponibles.
Villa de Leyva como filosofía de vida
Si el visitante busca comida más internacional, la oferta también es buena. Está el ambiente y la calidad de la cocina mediterránea en el restaurante Matisse o el bouquet de la cocina francesa Chez Rémy con su tradicional sopa de cebolla preparada por el propio dueño, que llegó hace siete años para quedarse. “De Villa de Leyva me enamoré poco a poco. Encontré una filosofía de vida, más pasión y creatividad en mi trabajo y ahora, aunque es duro el ajetreo los fines de semana, me quedan luego cuatro días para hacer otras cosas, tocar música, montar a caballo, recargarme con la naturaleza”, cuenta.
Además de la comida internacional y local la hay más exótica y el turista puede deleitarse con los faláfel, el tabule y el tahine donde Zarina, un restaurante que se especializa no solo en comida árabe de alto nivel sino en su ambiente familiar y pictórico donde es posible comer rodeado de cuadros de artistas de Villa de Leyva.
Un silencio mágico
De hecho, otro de los encantos del pueblo es el arte. Cerca de 200 artistas plásticos viven o tienen relación directa con el pueblo. Maestros como Luis Luna, Augusto Rendón, Diego Arango o Fred Andrade, por nombrar algunos, deambulan por las calles con la calma y el recogimiento de quien busca en cada paso ideas para sus lienzos. Así mismo, hay trabajos de diseñadores en la galería boutique Arte-Interior de Mariana Salazar en la calle del Carmen. No solo los dibujos de la propietaria sino la producción de fotógrafos locales o las familias de esculturas de Carolina Restrepo, hombrecillos de cerámica cuyo silencio invita a pensar en otra forma de vivir.
Y si el pueblo no es suficiente, hay planes de aventura: caminata al Santuario de Flora y Fauna de Iguaque y encontrarse con las siete lagunas sagradas, visitar las cascadas de la Periquera, bañarse en los pozos azules, realizar alguna cabalgata a caballo, ir al observatorio astronómico en el cual los muiscas seguían el movimiento de los astros, al fósil, a la casa de barro, al parque de los dinosaurios o a comprobar en la granja de las avestruces si entierran o no la cabeza cuando tienen miedo.
De festivales y otras celebraciones
En Villa de Leyva siempre hay alguna actividad. Lo que comenzó con el festival de las cometas en agosto hace más de 25 años, se fue extendiendo o otros como el de luces en diciembre, el de astronomía gracias a los cielos despejados de enero, el encuentro de música antigua y el de bandas o el festival de jazz. También la feria equina o más recientemente el de modas que busca potenciar en la región el desarrollo artesanal, los tejidos de algodón, los trabajos en telares y la tagua, esto sin contar la cantidad de eventos y conferencias relacionadas con el medio ambiente y la biodiversidad.
Al final de un recorrido de uno o dos días, quizá lo mejor sea sentarse a respirar la calma y la vitalidad en cualquiera de los cafés o restaurantes de Casa Quintero, un trabajo arquitectónico que combina lo tradicional con lo moderno en una de las esquinas de la plaza principal. Aquí terminó sus últimos días Bill Lynn, el baterista de Elvis Presley. Una placa recuerda que “en este lugar tocó su último concierto” el 2 de enero de 2006. Tres días después falleció. Murió cantándole a la vida, pero su espíritu sigue ahí, porque en Villa de Leyva todos se van con la promesa de volver.
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