Medellín y el recorrido por la ciudad de la eterna primavera
Pascual Gaviria
Al lado de la temible reja de la Mansión Montecassino, cerca de Envigado, en el sur de la ciudad, está el parque lineal que convierte las lomas en senderos entre la montaña. En esa casona tétrica el mismísimo Carlos Castaño entrenó al asesino de Carlos Pizarro. Filó cientos de sillas Rimax para simular el orden de la cabina de un avión comercial y lo hizo contar pasos, minutos y disparos. Esa casa es ahora la sede de TeleMedellín, y una especie de club abierto para saciar la curiosidad y ver la guarida macabra, los pasadizos y los gustos de caricatura de los bandidos mayores. En la mañana la piscina que fue de los Castaño sirve para un programa de yoga para Medellín.
La nueva Medellín
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No digo que hemos cambiado los bandidos por la vida contemplativa. Siempre habrá pillos en Medellín y de varios calibres. Pero la ciudad ha ido convirtiendo sus pesadillas en sueños intermitentes.
Un edificio que fue durante años una mole ominosa en lo que llaman “la milla de oro” salió de su abandono y ahora ofrece bares para banqueros, terrazas para recién separadas y restaurantes para extranjeros.
Hay más cambios en el sur, donde el Parque de El Poblado, en la calle que antes llamaban “del frito”, tiene bares que hacen activismo ambiental y sirven de parche para la escena rapera que vive en el otro extremo, pero habla el mismo idioma. Y un galpón sirve como escenario para el teatro de improvisación que siempre termina en la calle.
Un paseo fugaz por Medellín
Desde el cerro El Volador se puede oír el rugido de la ciudad. Allá suben cometeros, parejas incógnitas y caminantes irredentos. Es mucho mejor que el Google Maps y tiene un aire de abandono recién cuidado que resulta revelador.
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En otro borde del centro están los talleres del Museo de Arte Moderno que lograron destapar un espacio de la ciudad que era privilegio de los mecánicos. El parque de Ciudad del Río, a las espaldas del museo, al comienzo tan tieso, con las bancas recién pintadas y los árboles recién plantados, ya tiene el desgaste suficiente para resultar cómodo. Y combina las rodillas rotas de los skaters con los tacones altos de quienes pretenden comer al estilo de New Orleans.
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El verdadero centro de Medellín
En el centro-centro se puede encontrar todavía el pueblo detrás de la ciudad. A espaldas de la Gorda están los músicos populares, en pleno Parque Berrio, mostrando sus guitarras chuecas y sus historias de sangre. En la noches, un poco más arriba, los extranjeros bailan salsa con una orquesta de barrio. Bailan es un decir.
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Pero se han tomado el bar y parece que el pasaporte fuera una obligación. Y cada vez los restaurantes buscan ofrecer algo distinto al corrientazo. ¿No creen? En la Minorista hay restaurante de tres tenedores y limonada manchada con vino tinto en vez del popular guarapo.
Y sí, ya la librería Continental es un parqueadero de motos. Pero más arriba han surgido tres librerías de viejo que todavía alientan curiosidad, charla y bolsillo.
De un edificio diseñado por Rogelio Salmona a otras maravillas para visitar
En el norte es donde más han cambiado las cosas. Al píe del basurero de Moravia hay un centro cultural diseñado por Rogelio Salmona. Y no es una escultura en el lugar equivocado. El norte de la ciudad, que hasta hace unos años era un extramuro para pocos, es ahora parque, Jardín Botánico, Planetario, museo interactivo y edificio de la Hewlett Packard en Colombia. Las novias más blancas que antes buscaban el Campestre ahora quieren casarse en el otrora Bosque de la Independencia. De modo que la ciudad ha terminado por revolverse, aunque sea un poco.
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Cuando uno se aburre del mundo entero lo mejor es ir a la unidad deportiva, al final de la tarde, y correr un poco en la pista de dos azules cielo del estadio Alfonso Galvis. A la salida, una cerveza helada en el caspete de El Ciego. La salsa truena a todo volumen y el hipotálamo se reconforta con la combinación perfecta.
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