Sudáfrica: destino diverso, único y extraordinario
Publicado originalmente en Revista Diners noviembre 2012
“Salvo por el nombre geográfico, África no existe”, decía el escritor y periodista Ryszard Kapuscinski. Y al hablar de Sudáfrica, parecería tener razón. Con 42 millones de habitantes y costas en dos océanos, sus cifras lo asemejan más a América Latina que a sus vecinos africanos. Pero al conocerlo, la realidad es otra.
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Good morning South Africa #krugernationalpark #6.30am #nofilterneeded #savana #incrivel
El viaje es largo, aun vía São Paulo. Cerca de 30 horas entre vuelos y esperas. Sin embargo, la expectativa es tan grande que el tiempo pasa sin darnos cuenta. Al llegar a Johannesburgo nos encontramos con la primera sorpresa: una limosina nos espera en la puerta del avión. Es parte del servicio que ofrece Federal Air, una aerolínea que hace vuelos chárter al Parque Nacional Kruger, nuestro primer destino. Ubicado en el noreste de Sudáfrica, en la frontera con Mozambique, es una de las reservas naturales más antiguas de África. En 20.000 kilómetros cuadrados alberga 147 tipos de mamíferos, 507 de pájaros, 114 de reptiles, 34 de anfibios, 49 de peces y 336 especies de árboles. Todo un banquete para un safari.
Nos esperan en Earth Lodge, una de las cuatro posadas de Sabi Sabi, una reserva turística ecosostenible construida en el corazón de Kruger. Concebida como una mirada hacia el futuro del turismo de lujo, consta de 13 cabañas que se mimetizan entre la naturaleza y pasan completamente desapercibidas. Por eso, descubrir el lujo interior es aún más sorprendente. Cuando entro a la mía, el botones que me acompaña me cuenta que la semana anterior amaneció un león en el techo y para borrar mi sonrisa de incredulidad, me muestra la foto. Efectivamente, ahí estaba.
La ansiedad aumenta. Después de un pequeño refrigerio salimos a nuestra primera ronda. Son las cinco de la tarde y la temperatura empieza a bajar. En el Land Rover nos esperan Andrew, nuestro ranger –guía y conductor– y Kenny, el tracker, encargado de rastrear los animales. En cada silla hay dispuestas cobijas y una bolsa de agua caliente. La aventura comienza. “Esto no es National Geographic”, nos advierte Andrew, un surafricano rubio y de ojos azules que, escopeta en mano, nos conduce por los trechos polvorientos.
“En un safari uno puede encontrarse rápidamente con los cinco grandes –leopardo, león, elefante, rinoceronte y búfalo– o puede no encontrar nada”. Se necesita suerte y, naturalmente, algo de pericia. Recorremos varios kilómetros antes de ver los primeros animales, unos impalas, de la familia de los venados, que corren veloces hasta que se percatan de nuestra presencia. Ellos son los dueños de casa, nosotros los invasores, así que nos detenemos para tratar de pasar inadvertidos y observar en silencio. Una hora después, regresamos al Lodge. No tuvimos mucha suerte, pero todavía nos quedan dos días.
La noche nos depara otra sorpresa. Una cena típicamente africana, al aire libre, iluminada con una enorme fogata y lámparas de petróleo, en la que probamos algunos de los animales de caza que abundan en la región como el springbok, el tipo de gacela que ha dado el nombre al famoso equipo de rugby de Suráfrica, protagonista de la película Invictus, realizada en 2009.
Al día siguiente salimos de nuevo en busca de los grandes. Cuando llegamos a un trecho montañoso, Kenny le indica a Andrew que se detenga. Hay huellas de leopardo. Las inspeccionan para ver qué tan frescas son. Todo indica que hay alguno cerca. Unos minutos más tarde vemos un macho que se pasea solo y lentamente por entre los arbustos que aún no despiertan con la primavera. Lo seguimos cautelosamente y sin descender del jeep, regla de oro en cualquier safari.
Cada vez está más cerca. Empiezo a disparar la cámara tratando de capturar una imagen sólida. Por fin lo logro… Está ahí, a menos de un metro, se pasea por frente al jeep, lo rodea, y se va. Lo seguimos y lo volvemos a encontrar descansando, tirado en la arena. Ya tenemos nuestro primer trofeo: el más buscado de los cinco grandes. Lo observamos durante 15 o 20 minutos y continuamos nuestro camino en busca de los otros cuatro.
Al avistar otro leopardo nos detenemos. Se trata de una hembra que, coqueta, se pasea alrededor de un macho tratando de llamar su atención. Lo rodea, se le acerca, pero él no parece darse cuenta de su presencia y ante el acoso, se muestra aún más reticente. Los genes masculinos y femeninos en una de sus más puras contradicciones.
Seguimos el cortejo durante casi media hora hasta que, ante el fracasado intento de conquista, decidimos continuar nuestro camino. Pronto encontramos otro de los grandes. Más bien cinco: alrededor de un pequeño pozo, un grupo de hipopótamos retoza alegremente. Nos detenemos y, nuevamente, tratamos de pasar inadvertidos para poderlos observar en su hábitat y comportamiento natural. Van, vienen, sus pesados cuerpos se tocan entre sí, en algún tipo de juego. Tres horas después volvemos al Lodge, con la sensación de que ya valió la pena el viaje. En el spa, deliciosamente incrustado entre la naturaleza, nos esperan con un masaje.
La jornada de la tarde tiene un objetivo claro: encontrar leones o elefantes, pero nos resultan esquivos. En la búsqueda nos topamos con un enorme cocodrilo que se despereza al borde del río, una jirafa, pájaros multicolores, ardillas, y distintos tipos de antílopes como el ñu. Cuando la desesperanza empieza a inundar el ambiente, un inusitado olor nos revela otra sorpresa. En medio de la nada, un chef saltea unos enormes langostinos que nos ofrece con champaña helada. A la magia dispuesta por el hotel se suma la de la naturaleza con un intenso atardecer inundado por los profundos sonidos del África.
Cuando regresamos, ya entrada la noche, Kenny –un hermoso moreno entrenado para percibir la presencia animal– hace detener el jeep. A pocos metros, un elefante come lentamente, inclinando su trompa una y otra vez. Es el tercero de los grandes.
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La mañana siguiente nuestra meta sigue siendo completar los quíntuples. Pronto aparece un búfalo que, aunque esquivo, nos deja finalmente apreciar su tupido copete negro. Los leones, a pesar de recorrer varios kilómetros, no se dejan ver. “Es un motivo para regresar”, dice sonriendo Andrew cuando partimos para nuestro próximo destino: Johannesburgo.
Con cuatro millones de habitantes y centro económico y financiero de Sudáfrica, es aquí donde empiezan a hacerse evidentes los contrastes que encierra esta sorprendente nación multirracial donde se hablan once lenguas oficiales y nativos africanos conviven con una gran variedad de inmigrantes europeos y asiáticos.
Mientras la minoría blanca (17%) habita en zonas residenciales donde se concentra la riqueza derivada particularmente de la minería, con grandes avenidas, lujosos centros comerciales y enormes mansiones, buena parte de la mayoría negra (73%) vive en precarias casas o en tugurios con techos de aluminio donde, hacinados, enfrentan un desempleo que ronda el 37% y el 91% de los desempleados es negro.
Para el turista, sin embargo, esta realidad es imperceptible, a menos que visite Soweto, el área urbana destinada durante el Apartheid a la población africana que debió desplazarse de las zonas designadas para los blancos, centro del levantamiento contra el régimen separatista y todavía una de las más pobres de la ciudad.
En medio de Sandhurst, un área residencial de enormes mansiones protegidas por muros blindados, se encuentra nuestro hotel, el Saxon. Construido en la que fuera la residencia del dueño, y decorado con una exquisita mezcla de arte asiático y africano, ha sido elegido desde 2001 como el mejor hotel boutique del mundo y fue allí donde Nelson Mandela se refugió para escribir su autobiografía, The long walk to freedom.
Tenemos solo unas pocas horas, así que vamos a Sandton City, uno de los grandes centros comerciales de la ciudad, donde una estatua tamaño natural de Nelson Mandela preside la plaza que lleva su nombre. Por la noche, la cena es en el refinado restaurante del hotel: ostras, carne de caza y un Pinotage (uva típica de Sudáfrica, cruce de Pinot Noir y Cinsaut), Southern Right, 2009, magnífico.
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Una intensa tarde de sol nos recibe en Cape Town, una ciudad fascinante, construida a los pies de Table Mountain, una impresionante formación geológica en forma de mesa que se funde en el mar dando lugar a una bahía catalogada entre las más hermosas del mundo. Llegamos directo al waterfront, donde está Cape Grace, un sofisticado hotel boutique, uno de cuyos principales atractivos es Bascule, un bar que se precia de tener 463 tipos de whiskies. Después de catar algunos, salimos afanosamente a buscar lo que queda del atardecer, tratando de descubrir por qué quienes visitan esta ciudad quedan atrapados por ella. Al caminar por el waterfront, inmersos entre una fascinante mezcla de shopping, paisaje y comida, con exquisitos restaurantes con fresca comida de mar como Baia, encontramos la respuesta.
Al día siguiente nos espera otra gran aventura: en sidecars similares a los de la Segunda Guerra Mundial descubriremos Cape Town, en un emocionante recorrido que, después de rodear la bahía, termina en el teleférico que conduce a la cima de Table Mountain, desde donde se divisa toda la bahía, incluida Robben Island, una diminuta isla rica en flora y fauna silvestres, en donde el expresidente Nelson Mandela estuvo en prisión 27 años.
Con coloridas casas y exuberante geografía, Cape Town es una vibrante ciudad con sitios como The Old Biscuit Mill, un barrio ubicado en el corazón de Woodstock, en una antigua fábrica de galletas, y que hoy ofrece una variedad de mercados, galerías de arte, almacenes de diseño, cafés y ferias, donde se entremezclan las culturas, olores y sabores que conforman esta cosmopolita ciudad. Al finalizar la tarde llegamos al Green Market, donde en carpas multicolores y en las casas vecinas se ofrecen artefactos de toda África de variada calidad y precios.
En Cape Town es posible encontrar una gran diversidad de hoteles como el Kensington Place, en las laderas que rodean Cape Town, un pequeñísimo hotel boutique, muy cool y con una hermosa vista de Table Mountain y el Hotel Table Bay, un clásico convenientemente ubicado en el Victoria and Alfred Waterfront.
Por la época del año, ir a las playas aledañas no era un alternativa. Sin embargo, son tan famosas como la “Two Oceans Marathon” que se corre el Sábado Santo, considerada “la más bella del mundo” y el Festival de Jazz que se celebra en la misma época.
No podemos terminar el viaje sin acercarnos un poco a la otra realidad de Sudáfrica, un país en el que hace dos décadas regía uno de los regímenes racistas más atroces del mundo, el Apartheid. Una visita a la correccional de Drakenstein, donde Nelson Mandela pasó los últimos 3 de sus 27 años en prisión, nos devela la grandeza, tenacidad y persistencia de ese hombre que logró sacar a Sudáfrica del oscurantismo.
Allí, en una pequeña casa a la que fue trasladado por razones de salud después de pasar varios años en la helada isla de Robben, se cocinó el acuerdo que pondría fin al Apartheid en 1990 y que sería el primer paso hacia la consolidación de este fascinante país que hoy es Sudáfrica. Tras doce días en este continente, la afirmación de Kapuscinski vuelve a mi memoria y me convenzo de que África sí existe. Diversa, sorprendente, multirracial, abundante, multicultural, insospechada… sí, pero extraordinariamente única.
El Parque Nacional Kruger, una de las reservas más antiguas de África.
Desde Table Mountain se ve la isla de Robben, donde estuvo preso Nelson Mandela.
En las playas de Boulden hay más pingüinos que habitantes.
Franschhoek, un pueblo estilo francés en el corazón de los viñedos.
Le Quartier Français, en Franschhoek, de la cadena Relais Châteaux.
De paseo por Cape Town en sidecars.
Las coloridas calles de Cape Town.
The Old Biscuit Mill, mercado gastronómico en Cape Town.
La correccional de Drakenstein, donde Nelson Mandela pasó los tres ùltimos años en prisión.
Los alrededores de Cape Town
Ir hasta el cabo de la Buena Esperanza, en el extremo sur del continente africano, no puede faltar en el plan. Bordeando los acantilados que rodean la bahía, nos dirigimos hacia allá en medio de una pertinaz llovizna que al llegar se convierte en una fuerte tormenta, que nos corrobora por qué se le conoce también como el “Cabo de las Tormentas”. A pesar de lo inclemente del clima subimos en funicular hasta el antiguo faro de Cape Point, desde donde se divisa toda la bahía. A la hora de almorzar nos decidimos por el tradicional Harbour House, situado en la bahía de Kalk.
Al regreso, una parada obligada es la playa de Boulders habitada por cerca de tres mil pingüinos africanos descendientes de una pareja llevada al sitio en 1982.
A una hora de Cape Town está también Franschhoek , fundada en 1688 en medio de una de las más prolíficas regiones para la producción del reconocido vino sudafricano. Rodeado de montañas, en este pequeño pueblo estilo francés encontramos uno de los más esplendorosos hoteles de nuestro viaje, Le Quartier Français, perteneciente a la cadena Relais Châteaux. Allí disfrutamos el Common Room, calificado durante varios años como el mejor restaurante de África y el Oriente Medio, en donde la chef Margot Janse nos descrestó. Y en su versión campestre, el Bread & Wine Vineyard Restaurant, localizado en Môreson, la granja vinícola de la familia, disfrutamos otra singular experiencia culinaria. Ataviados con delantal y rodillo en mano, aprendimos a preparar sofisticados panes como la focaccia y la ciabatta.