A pesar de todo, vivo en Bogotá

El periodista y escritor argentino Sergio Dahbar cuenta por qué escogió a la capital colombiana para pasar su año sabático y nunca se pudo ir.
 
A pesar de todo, vivo en Bogotá
Foto: Laslamedas40 / Wikimedia Commons/ (CC BY-SA 4.0)
POR: 
Sergio Dahbar

He aquí una paradoja: no me gusta el título de A pesar de todo, vivo en Bogotá, pero voy a seguir adelante.

Desde hace tres años decidí tomarme un singular año sabático. Financiado con escasos recursos personales. Para este fin (o comienzo) escogí la ciudad de Bogotá.

¿Por qué vivo en Bogotá?

Uno podría definir año sabático como ese período de tiempo en el que una persona decide dedicarse a intereses personales, colocando una pausa en las responsabilidades laborales y/o académicas. Viene del shabbat hebreo, que no es otra cosa que día de descanso.

Siempre sentía un placer enorme cuando visitaba esta ciudad, a una hora y media de Caracas. El cambio que comenzó a exhibir la capital, con alcaldes preocupados por mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, era una grata sorpresa.

Un fin de semana largo bastaba para repasar librerías bien dotadas de novedades, ir a restaurantes que mejoraban año tras año su performance y calidad gastronómica, pasear por museos y calles de anticuarios, y admirar zonas verdes recuperadas.

Amigos con los venezolanos

En los años ochenta recibimos en Venezuela a colombianos que no se encontraban seguros en su país y abrieron un espacio de vida en el nuestro. Fue una grata experiencia que nos unió a familias de las que nos hicimos amigos para siempre.

Ahora era el momento de recorrer el camino inverso. Colombia se convirtió en el reverso de la moneda con respecto al país de los años ochenta. Dejó atrás la inseguridad desbordada, y comenzó a recorrer un camino de modernización, que algunos colombianos se niegan a reconocer.

Vivo en Bogotá y así es mi experiencia

¿Qué es lo que me ha regalado mi sabático? Una experiencia única. Llevo en la sangre el gen del inmigrante. Mi abuelo Simón Dahbar escapó de Siria a principios del siglo veinte, cuando los musulmanes mataban a garrotazos a los cristianos. Viajó lejos, a una Argentina que comenzaba a ser. Y fundó su dinastía en una tierra árida llamada Santiago del Estero.

Mis padres decidieron abandonar Argentina cuando advirtieron que el virus de la intolerancia iba a sacrificar a 25.000 compatriotas. La muerte se volvió una costumbre. De allí huyeron para no volver. Y encontraron la felicidad en Venezuela, país que los recibió con los brazos abiertos.

Un futuro incierto en una ciudad incierta

En este momento curioso de mi vida podría contarles a mis padres (si no hubieran muerto ya) que resido en Bogotá, como quien descansa. El futuro es tan incierto como el primer amor. Ningún lugar del planeta resulta seguro ya.

Puedo dar fe de que soy feliz en Bogotá. Como país y como capital debe resolver muchas adversidades aún. Pero ¿qué nación o pueblo se encuentra libre de males? Padezco, como muchos bogotanos, su tráfico asfixiante y agresivo. Tanta formalidad a veces me excluye.

Un poquito de Colombia en toda Bogotá

Pero disfruto del espíritu de servicio del colombiano y de una corriente cultural (propia y ajena) que hace de Bogotá y del resto del país un lugar para disfrutar a plenitud. Descubrir calles, gente, sabores, costumbres, olores, energías, es una de las tantas alegrías de la vida.

Ya tengo amigos colombianos. Camino por mi barrio y saludo a la gente. Por eso no me gusta el título de esta nota. Prefiero entonces “Vivo en Bogotá”, a secas. La ciudad se lo merece, con sus amarguras e infinitas felicidades.

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agosto
7 / 2024