Camboya: el destino para hacer turismo en bicicleta

La mejor manera de conocer este país es pedaleándolo. Recorrido de norte a sur, 387 km de pura felicidad y un golpe de historia en un país con mucho por descubrir.
 
Camboya: el destino para hacer turismo en bicicleta
Foto: Unsplash CC BY 0.0 /Dominique Rodríguez
POR: 
Dominique Rodríguez Dalvard

El artículo Camboya: el destino para hacer turismo en bicicleta fue publicado originalmente en Revista Diners de agosto de 2014

Fue todo gracias a una conversación. Al comentario emocionado de Marianne Ponsford, quien acababa de llegar de un viaje maravilloso por el sudeste asiático. Fue ella, y solo ella con su ímpetu, y luego con una fantástica clase de geografía e historia en un café, que todo fue tomando forma. Esto, fue tomando forma. Aquí vamos:

El contraste fue total. Era pasar de la ultracontemporaneidad, casi futurista, de Bangkok, una ciudad increíble de luz brillante y calles colmadas de gente, budas, comida y caos, al paisaje rural y casi detenido en el tiempo de Camboya. La despedida de una semana en Tailandia se dio con Red Bull (invento de este país que quiere invertirlo todo, el día, la noche, el género…), una Pepsi thai y unas crepas de colores fluorescentes con harina de coco, el infaltable Tom yum (una sopa picante a base de limonaria), cerdo salvaje, omelettes de cangrejo, morning glory calientes (una suerte de tallos de acelgas o espinaca exquisita), pollo dulce con marañones y pescado al vapor (todo compartido, claro, como todo lo que se come en Asia).

El trayecto en camioneta hacia la provincia de Pailin, al noreste camboyano, fue larguísimo. Casi ocho horas en esas carreteras gigantes, andando al ritmo del pop de Dengue Fever para irnos poniendo a tono con el país en el que estaríamos las siguientes dos semanas. Finalmente llegamos a la frontera.

Empieza el paseo

Cambodia


Nuestro guía será Mr. Rith, camboyano de nacimiento, un inglés bastante más claro que el de muchos thais, canas por montón, una enorme nariz e intensa piel caramelo. Perfectamente ataviado con su pinta ciclística. A las bicicletas que nos asignan, más pesadas y grandes que las usamos acá, les cambiamos el sillín que cargamos desde Colombia… no es menester sufrir con esa cantidad de kilómetros por delante.

Nos seguirá una camioneta con agua, frutas, snacks. Y sombra. Arrancamos en pleno sol de las 3 de la tarde… duro. El paisaje: yuca secándose al pie de la carretera. Pilas de maíz. Árboles de papaya. Carteles que veríamos repetidamente del Cambodian People´s Party (con unas caras de angelitos tan parecidas a las de nuestros políticos). Y los niños gritándonos Hellooooo, que se volverán parte del recorrido. 16 kilómetros, suficientes bajo ese calor, para llegar al Memoria Palace, unas cabañas en medio de una abundante vegetación donde nos zambullimos en la piscina antes de que nos devoren los mosquitos.

A lo lejos se oyen unos cantos graves, repetitivos, solemnes; luego nos enteraríamos que se trataba de un velorio, escenas al borde de la carretera que veríamos varias veces más durante el viaje, aunque muchísimas más de matrimonios (la única diferencia clara para definir qué era qué era el moño a la entrada de la carpa plástica enorme y rosada por donde circulaban montones de viejos, adultos y niños. Si era negro, era un velorio, si tenía amarillo o rosa, era una boda).

7 a.m. Vía a Battambang

A las seis no había nadie que sirviera un desayuno… a duras penas había amanecido. Seguro no creyeron que, de verdad, llegaríamos a esa hora al comedor. Vestidas con nuestras pintas recién estrenadas, muy profesionales, estábamos listas para pedalear. Al principio me causó curiosidad ver tantos puestecitos con tapabocas colgando. Pues bien, rápidamente entendí que el medio para transportarse en Camboya es la motocicleta.

Allí cargan las baguettes en vitrina, a la familia, decenas de gallinas vivas colgando de sus patas, vigas para las casas y los colchones desplegados en su anchura. Nadie dice nada porque todos lo hacen así. Pedaléabamos con frescura pues la geografía es bastante plana y la brisa refrescante. Cada 20 kilómetros hacíamos una parada para tomar agua o comer alguna fruta.

Fue lindísimo ver que muchas de las casas, a cual más humilde, contaba con opulentas casas de los espíritus: casitas de madera con columnas y techos puntiagudos, decoradas con flores, frutas y pintadas de colores. La idea es que cuán mejor mantenido este pequeño templo para los dioses, más bienestar estos le proveerán a esa familia. Pese a que no era complicado el recorrido, se estaba empezando a hacer largo… y el sol empezaba a no dejarse ocultar por la nubes. Por fin nos detuvimos a almorzar, bajo una peña en la que pusieron una cabeza gigante de Buda. Sopa de pescado blanco, pollo con verduras calientes y salsa de pimienta con limón para la carne.

Camboya


Le pregunté a Mr. Rith lo obvio… ¿cómo pudo haber dado esta tierra pacífica a alguien como Pol Pot? Resultó que él mismo era un huérfano de ese régimen que había asesinado a tres millones de personas de 1975 a 1979. Sobrevivió con dificultad y más por perseverancia que por facilidad institucional, se dio a la pelea de entrar en el orfanato de la ONU para aprender inglés y poderse escapar del no futuro.

Quedamos sin aliento con su historia. Volver a montarse sobre la bicicleta no era fácil, así que, cómo negarlo, cuando vimos la señal en la carretera luego de 6 horas y ya bajo un sol infernal ‘Battambang a la izquierda’, fue como la aparición de Dios. El hotel, de horribles espejos azules en una arquitectura pseudo afrancesada, era un mal ejemplo de modernidad. No importaba, 90 kilómetros para un primer día nos haría dormir bien.

Por el río

Recorrer el Sangker es como bailar sobre una serpiente ondulante. Brillante. Con pueblos flotantes y pescadores. Y un lago enorme, el Tonle Sap. Cinco veces al año trastean sus hogares a otro lado del río para no sufrir el movimiento de las aguas. De las casas se desprenden, con cuerditas que van uniendo lo uno con lo otro, las huertas, los corrales de animales, la vida entera. Increíble.

Siem Reap: ¡Angkor!


Dos millones de turistas pasan cada año por esta ciudad patrimonio de la humanidad. Este complejo construido entre los siglos VII y XII, es una de esas maravillas que contrarían, ¿cómo pudo esta civilización, capaz de crear estos templos de locura, producir tanto dolor tantos siglos después? Llegamos temprano, todavía había silencio y nos recibió una bruma que al moverse suavemente descubrió Angkor Wat a lo lejos.

Pálpito. Los tuk tuk, el clásico mototaxi, llegarán al por mayor horas después. Nuestro primer destino es Prohtaprohm, más recordado por Tomb Raider y Angelina Jolie corriendo entre sus piedras invadidas por árboles vitalicios. Luego, entre caminitos bien conocidos por Mr. Rith, llegamos al templo Bayon, una de las más impresionantes construcciones.

Su característica: las decenas de torres coronadas por los rostros gigantes de Buda tallados en cada uno de sus cuadro lados. Las paredes labradas con grabados que narran la historia de estos pueblos podría invitar a quedarse contemplándolos la eternidad. Y el culmen: Angkor Wat, al que un lago circundante protege y en el cual Naga, la serpiente de las muchas cabezas, nos da la bienvenida.

La primera parada nos presenta el altar de los tres dioses Vishnu, Brahma y Shiva. A lo lejos, las cinco puntas cónicas que vemos en la bandera de Camboya. Su belleza contenida, menos expuesta que en los templos anteriores, está en el refinamiento de sus tallas. Las apsaras, bailarinas celestiales, las batallas y las delicadas flores decoran esos edificios de escaleras empinadas (no era posible subir sino de lado, esto, con el fin de nunca darle la espalda a los dioses). Regresamos en la camioneta, el calor era imposible de soportar. Mejor guardar el recuerdo de esta visita increíble que sufrir de insolación.

Nuestro siguiente día tuvo un trayecto de 56 kilómetros por carreteritas rurales para llegar a otra parte del complejo de Angkor: el parque nacional Kbal Spean. En una de las paradas, nos cayeron tres niñas, expertas vendedoras. ¿Where are you from? balbucearon en inglés, Colombia, dijimos e inmediatamente empezaron ‘lleva esta mariposa o esta flor, es para la escuela’, gritaban… claro que salimos con las pañoletas más caras jamás compradas.

Más adelante, Mr. Rith nos paró en una casa campesina, poblada principalmente de mujeres de todas las edades (La más vieja preparaba a punta de machete las enormes hojas de palma para recubrir el techo). Quería que viéramos cómo hacían la pasta de arroz artesanal. Y, efecto, valía la pena. Torniquetes de madera, moldes, agua hirviendo, y tanta fuerza para secarla como cariño para alistarla que parecían caricias a los fideos fue una escena linda y llena de sonrisas.

‘Slim and young’, me dijo una chica de mi edad que parecía mayor que yo, seguramente con la carga de la historia de ese país. Luego comprobaríamos que los campos estaban llenos de huérfanos y viudas. Así, luego de cruzar paddy fields (campos de arroz verdes y ondeantes como el mar) llegamos a este parque arqueológico con señales del hombre talladas en las piedras del río y simbología de la fertilidad. El frescor de esa caminata, en medio de pequeñas cascadas y filos de montañas fue encantador. Fin del tarde: la visita al templo Banteay Srie, la ciudadela de las mujeres, qué cosa más maravillosa por la finura de sus tallas.

Hacia la capital: Phnom Penh

Fue en carro. Eterno, pero más por el estado horrible de las carreteras que por la distancia (aunque eran más de 300 kilómetros). El high light, los bichos fritos y comestibles, tarántulas, grillos y cucarachas de agua…iuuuu. Pero, con todo, este viaje fue, realmente, un tormento. Un sentimiento que sería difícil de borrar, pero más que por ver el patio donde se cometieron las mayores atrocidades del régimen de los jemeres rojos, el S21, o los killing fields colmados de cráneos, fue por una visita al Museo Nacional. Un documental de 1965 nos mostró que el camino de este país era el de los tigres asiáticos en los noventas, puro progreso, industria textil, tecnológica, agrícola… Todo florecía. El Rey Sihanouk inauguraba ciudades en su nombre y festejaba el futuro. Un pasado que se quedó allí. El imponente río Mekong no fue suficiente para hacernos sonreír.

Hacia la recta final, vía Takeo

Salimos hacia una vía secundaria para escapar del caos vehicular y emprender esos más de 60 kilómetros que recorreríamos ese día. Mr. Rith nos llevó por veredas y caminos de tierra maravillosos. Incluso andamos sobre arena. También por carreteras donde vi algo que parecía papas chorreadas en pinchos. ¡Luego me enteraría de que era rana! Hicimos picnic sobre unas esteras en casetitas de bambú. Delicioso. Y probé la rana, que era parte del menú de nuestro guía: la pancita, arenosa, estaba condimentada con limonaria. Nada para repetir. Llegamos a nuestro destino. Takeo no tiene nada pero tiene buena comida. Por fin una cena local deliciosa: pollo muy frito con jengibre rayado frito y cebolla larga, sopa de pescado con tomate y piña agridulce, una ensalada de carne cruda y maní espectacular. Cerveza Angkor: my people my beer.

Última parada: el sur se llama Kep

Camboya

A pedalear. Templos budistas por doquier. Y escuelas. Caminos de tierra roja y de arena en donde nos cruzamos con muchos locales también en bici. Nos topamos también con una carretera en construcción y comimos polvo. Por fortuna, Mr. Rith, que quiere tener su nuevo negocio como independiente (¡y ya lo tiene!), estaba de buen humor y aventurero. Así, nos metimos por caminos más largos pero más bonitos. Había mucha gente trabajando. Nos saludaban con sincero entusiasmo. No habían visto turistas y menos vestidos así, por esos lares.

Las montañas que en la mañana nos parecieron lejanas, ya en la tarde estábamos circundándolas de cerca, como parte de la nueva ruta conocida con nuestros nombres de ahora en adelante. (Llegamos a Kep, yo solo rezaba porque apareciera el bendito mar, ya eran muchos kilómetros recorridos y ya el cansancio estaba allí. Grité mar cuando lo vi, celebré con la campanita del timbre de la bici, sacamos las últimas fuerzas de dónde no las teníamos.

Pero había que llegar pedaleando. Por Shiva a la derecha le dijeron a Mr. Rith… Lo que no nos dijo fue que el hotel quedaba en una pronunciada colina. 150 metros le grité a Cristina para darle ánimos. We did it. Llegamos Au bout du monde, a la cima del mundo, como se llamaba nuestro hotel. 114 kilómetros. Casi morimos, pero lo logramos. Había que celebrar y lo hicimos en grande:

Calamares en salsa de pimienta verde de Kampot, cangrejo de caparazón suave en curry verde, calamares a la parrilla, langostinos con salsa de ajo y chile, caldo de pescado con langostinos, y cantidades alarmantes de cerveza Angkor. Nos despedimos de Mr. Rith con cierta nostalgia. ‘Good luck Mr. Rith’.

Nos quedamos cinco días en este balneario, poblado de franceses que alguna vez fueron mayoría. Repetimos cangrejo, nos tostamos al sol, leímos, comimos sándwich de paté, escalamos montañas y jugamos ping pong. Vaya paseo. Ahora, el regreso: Kep-Phnom Pen-Bangkok-Copenhague-Frankfurt-Bogotá… más de 30 horas, pero qué más da habíamos recorrido 387 kilómetros a pedal. Lo habíamos logrado.

Bicicletas

Hay muchas compañías que prestan servicios de toures en Camboya. Es mejor ir con uno organizado, que incluye guía, transporte, alojamiento y alimentación. Estuvo todo muy organizado, pero si repitiera lo haría sin dudarlo con Mr. Rith, con 14 años andando ese país; conoce la verdadera oferta y maneja precios más justos que los de las multinacionales.

PAGNARITH TOT (Mr. Rith)
pagnarith_tot@yahoo.com

SPICE ROADS
http://www.spiceroads.com/

Hoteles:

Pailin
Memoria Palace & Resort
http://memoriapalace.com

Siem Reap
Tara Angkor Hotel
http://www.taraangkorhotel.com

Phnom Penh
Frangipani Royal Palace
http://www.frangipanihotel.com

Kep
Le bout du monde
http://www.leboutdumondekep.com

         

INSCRÍBASE AL NEWSLETTER

TODA LA EXPERIENCIA DINERS EN SU EMAIL
marzo
10 / 2020