Un viaje por los países de la I Guerra Mundial
Marc Caellas
Primera escala: Berlín
A pocos días de que conmemoremos cien años de la fatídica fecha me encuentro en Berlín. Visito la exposición Dictadura y democracia en la era de los extremos. La propuesta es ambiciosa y, según declaró el presidente del Parlamento alemán en su inauguración, pretende iluminar la historia de Europa durante el último siglo. A través de 26 grandes paneles se cuenta la historia de un continente partiendo de tres fechas claves: 1914, 1939 y 1989 (Primera Guerra, Segunda, Caída del muro). El proyecto, organizado por el Instituto de Historia de Múnich y la Fundación Federal para la Investigación y Evaluación de la Dictadura Comunista en la RDA, itinerará por toda Alemania. Se imprimirán reproducciones de los paneles para su exhibición en más de mil ciudades, lo que muestra la decidida voluntad de los alemanes de mantener vivo el debate sobre la memoria histórica.
Mientras espero la llegada de mi anfitrión, el pintor Gino Rubert, que me ha prometido una cena en casa de unos italianos que han montado una vinatería gourmet en Berlín, leo En las trincheras, las crónicas que Gaziel escribió durante los años de la Gran Guerra (editorial Diéresis), consideradas por los expertos de las mejores escritas en la época. Seudónimo del filósofo y periodista catalán Agustí Calvet, Gaziel, nos cuenta de manera emotiva y pacifista lo que ve en el frente. Como cuando es testigo del momento en el que un soldado francés le enciende la pipa a un soldado alemán y escribe: “¿Es posible que esos hombres sean enemigos mortales? ¿Por qué razón? ¿Qué hay de incompatible entre ellos? Si no se han visto ni hablado jamás en su vida, ¿cuáles pueden ser las ofensas que deben vengar mutuamente?”. El absurdo de la guerra se constata en el caso de Italia. Empezó la contienda formando parte de la Triple Alianza. Se salió de ella para ser neutral. Los últimos años se pasó al bando contrario.
Segunda: Polonia
Mi viaje continúa en Polonia. Llego a Poznan tras un trayecto en tren desde Berlín. Nadie me pide el pasaporte, lo cual agradezco porque lo dejé olvidado en Barcelona. Poder circular entre países sin que nadie te pregunte quién eres ni a qué te dedicas, es uno de los pocos beneficios tangibles que nos ha aportado la Unión Europea. En la moderna estación de trenes me informo de la mejor manera de llegar a mi destino, una casa que han tomado prestada unos músicos argentinos y polacos. Camino por las empedradas calles de Poznan y pienso en la inaceptable censura que el director del Festival de Malta (el más importante de Polonia) ha decidido imponer a Gólgota Picnic, la obra de Rodrigo García que debía presentarse esta semana. Un siglo después, el mundo ha cambiado mucho. Y no ha cambiado nada… Las amenazas de distintos grupos ultracatólicos han llevado a la dirección del festival a tomar esta penosa decisión. Un agravante de todo esto consiste en que Rodrigo es el curator de una parte de este gigantesco festival; Idiom Latin America: mestizos se llama su sección. Son 14 propuestas escénicas de todo tipo llegadas de Argentina, Colombia, Brasil, Perú o México. Como la de la colombiana Erika Diettes, presentada en una iglesia del centro, en la que exhibe Sudarios con imágenes de rostros de mujeres que han visto de cerca la violencia y la muerte de sus seres queridos. Sorprende que en este caso no haya habido peros de la autoridad eclesiástica. Los sudarios cuelgan del techo creando un efecto turbador en los espectadores. O la performance de la peruana Amapola Prada, llevada a cabo en un viejo convento. En Polonia lo religioso está muy presente siempre. El papa Juan Pablo II es un símbolo nacional.
En el cementerio de Poznan existe un monumento a los caídos en la Primera Guerra Mundial. Me percato de que Polonia es un país condicionado por su geografía. Estar localizado entre Rusia y Alemania ha hecho que sus tierras hayan sido moneda de cambio y escenario de enfrentamientos entre alemanes y rusos en las dos grandes guerras. Después de padecer el nazismo (seis años) y a continuación el comunismo (44 años), Polonia conmemoró el reciente 4 de junio los 25 años del restablecimiento de la democracia. Incluso fue Obama a dar un discurso.
De camino a Varsovia escucho en mi iPod a los Franz Ferdinand (Francisco Fernando en alemán). La banda de Glasgow se llama así en honor del mencionado archiduque. En esta ciudad, la capital, se produjo el “milagro del Vístula” en 1920. Fue una de esas batallas que han sido condenadas al olvido, pero que resultaron decisivas para la historia: el ejército polaco detuvo el avance de los bolcheviques, con lo que consiguió retrasar la expansión de la revolución comunista unos 25 años.
Última: back to Barcelona
Regreso a Barcelona en una aerolínea low-cost. Me acuerdo entonces que la Barcelona de 1914-18 no estaba en guerra. España se mantuvo neutral. Sí sufría, en cambio, las consecuencias económicas y demográficas generadas por el conflicto. Acogió a muchos extranjeros, y la vida nocturna, el entretenimiento y la prostitución aumentaron. Ahora, cien años después, sucede lo mismo. Barcelona vive en un permanente festival, esta vez debido al turismo internacional. La relación entre guerra y turismo la ha explicado muy bien Hakim Bey. Para los barceloneses los turistas son el enemigo que se debe derrotar en el quehacer diario, aunque eso ya sería tema para otra historia.
“Las verdaderas raíces del turismo no se anclan en el peregrinaje (ni en el comercio ‘justo’), sino en la guerra. Violación y pillaje fueron las formas originales del turismo, o más bien, los primeros turistas siguieron directamente a la batalla, como buitres humanos obteniendo del campo de batalla carnaza para un botín imaginario; imágenes”.