Esta es la historia de Diego Rosselli: el hombre que visitó todos los municipios de Colombia
Juan Andrés Serrano Sánchez
“Lo importante para mí no es tanto el destino en sí. Muchas personas, cuando viajan, solo piensan: ‘¿Cuánto falta para llegar?’, y ven el viaje como un estorbo, un impedimento, un obstáculo para llegar al destino. ¿No? Entonces, si uno va a Paipa, empiezan a decir: ‘Qué pereza tener que viajar dos horas y media en carro’… Para mí, el verdadero goce está en el viaje, en el recorrido; también en el destino, pero, sobre todo, en disfrutar de cada uno de los elementos del trayecto. Particularmente en esas carreteras secundarias, donde uno disfruta del paisaje mucho más, de los olores, de las temperaturas, porque mi carro no tiene aire acondicionado ni calefacción cuando hace frío, así que uno va viviendo su entorno”. Así comenzó nuestra conversación con Diego Rosselli, un médico neurólogo que, hace 20 años, decidió retirarse para dedicarse plenamente a su sueño de vida: viajar.
Su padre fue el primer neurólogo de Colombia. Rosselli, el quinto de nueve hermanos, creció en una familia de médicos, en la cual la primera opción para pensar en un futuro laboral era la medicina. Y así lo hizo. Desde temprana edad le gustaba estudiar, y cuando entró al colegio se apasionó por la biología. Viajó varias veces al exterior con su familia y ahí se enamoró del viaje, de conocer nuevas culturas, pero también de la travesía y el recorrido que este implicaba: los aeropuertos, las esperas, los alquileres de carros y las escalas. A medida que crecía, su interés por el viaje y la neurociencia también lo hacía, y eso lo llevó a seguir la tradición familiar. Sin embargo, nunca dejó de lado su pasión por estudiar y por viajar.
Hizo carrera en neurología durante la primera parte de su vida laboral, formó parte de varias de las asociaciones médicas más importantes del país y dio consulta en la Fundación Santa Fe de Bogotá. A medida que pasaban los años, su prestigio dentro del gremio crecía, lo que lo llevó a dar conferencias en diferentes países de Latinoamérica (19 en total). Esto se convirtió en la excusa perfecta para darse cuenta de que lo suyo no era el consultorio ni el quirófano: lo que verdaderamente le movía el corazón era poder enseñar sobre neurología a otros médicos e investigar sobre posibles avances en esta materia, mientras viajaba por distintas partes del mundo.
En 2004, Rosselli dejó de ejercer como neurólogo, se convirtió en profesor de investigación universitaria y en tutor de estudiantes para la presentación de sus proyectos de grado. Esto le permitió disfrutar de fines de semana largos y horarios flexibles, dándole la libertad para planear sus viajes. Después de ser médico neurólogo, profesión que le permitió conocer varios países del mundo, sentía que le quedaba una asignatura pendiente: terminar de recorrer su amado país en el Land Rover -modelo 66- que su papá compró en 1976, en el cual prometió recorrer Colombia.
“En Colombia me pareció que había una oportunidad única. Aquí no necesito más que la cédula, no tengo que sacar visas para ir a ninguna parte y no paso por procesos migratorios. En todos lados me van a entender, manejamos la misma moneda y tengo la misma señal de celular. Siempre fui muy estudioso; lo que sé de Colombia son muchos años de historia. He sido muy dedicado a la literatura colombiana y a leer sobre nuestras problemáticas e historia: para mí es muchísimo más enriquecedor viajar por mi país y descubrir la historia que guarda cada uno de sus rincones que la de un país desconocido.”
En el Valle de Cauca hay otro San Pedro. Allí, a mitad de camino entre Buga y Tuluá, en 1876 ocurrió allí la batalla de Los Chancos; el ejército liberal venció a los conservadores con grandes pérdidas en ambos bandos.
— Diego Rosselli (@darosselli) August 12, 2024
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Rosselli empezó a recorrer Colombia con ese Land Rover, al que bautizó como El Tinieblo, desde el primer momento en que se lo regalaron: “A mis hermanos, cuando se graduaban, les regalaban un Renault 4; cuando llegó mi turno, dije: ‘No, yo no quiero un Renault 4, yo quiero el Land Rover cascado de mi papá de 15 años’. En esa época no era común tener un carro de 15 años; mis hermanas me decían: ‘¿Pero qué vas a hacer con ese hueso?’. A mis 24 años me lo llevé para el rural de medicina, que hice en Valparaíso, Antioquia, y allá fue donde empecé a recorrer Colombia: sacaba tres días cada dos semanas para viajar por pueblos del suroeste antioqueño, por el norte de Caldas, el norte del Tolima y por el Valle del Cauca, que están contiguos”.
Hay un punto de quiebre en esta historia, y es el fundamento del amor entre Rosselli y su carro. Con su salario de docente de investigación y neurólogo pudo recorrer el país en el carro que quisiera, pero un viaje en 2003 al Eje Cafetero le dio una visión de lo que serían sus próximos 20 años de vida acompañado de su expareja: “En el año 2003 nos reunimos toda la familia, o sea, unas treinta y pico de personas, en el Eje Cafetero. Yo le dije a mi ex: ‘Vámonos en el Land Rover al Eje’, a lo que se negó durante varios días. El día antes del viaje me dijo: ‘Vámonos en el Land Rover. Si nos varamos, vendes el carro’. Acepté, y nos dimos un viaje como me gusta, como sería la tradición desde entonces: no nos fuimos de Bogotá directo al Eje, ni siquiera en un solo día. Nos tardamos un día en cruzar la línea para llegar al Quindío, y allá estuvimos unos días. Al regresarnos, fuimos hasta Manizales, de ahí cruzamos hasta Mariquita, luego pasamos por la carretera hasta Anapoima, y finalmente llegamos a Bogotá. ¿Y lo mejor de todo? El carro no se varó. Ahí fue cuando le saqué el gusto de verdad a viajar en él.”
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Volvemos a diciembre de 2004, Rosselli cerró para siempre su consultorio médico y, con el tiempo que le quedaba libre de sus labores de profesor, que normalmente era de viernes a lunes, comenzó la ardua tarea de completar el mapa de Colombia visitando cada uno de sus 1.103 municipios, según el DANE. Primero, aunque fue algo que iba completando a medida que viajaba, consiguió talleres confiables para Tinieblo en puntos equidistantes de la geografía del país, que terminaron siendo más de 30. Cuando viaja, en su baúl carga todos los repuestos mecánicos y eléctricos necesarios para que los mecánicos solo tengan que montarlos.
Su organización metódica, que lo acompaña desde que tiene memoria, le permitió planear sus viajes con rigor, pero gracias a su sentido aventurero se dio la oportunidad de viajar en todos los medios de transporte que hay en el país: “Tengo parqueaderos de confianza por todo el territorio colombiano para dejar el carro y tomar un avión a Bogotá. En uno de mis viajes dejé el carro en Barrancabermeja y volamos con mi hija a recogerlo; de ahí nos fuimos en él hasta El Banco, Magdalena, donde lo dejamos y en una lancha salimos para las bocas de algún cañón, cuyo nombre no recuerdo, por donde hay que salir para agarrar una moto hasta Palomino, en Pinillos, Bolívar. Y el regreso fue igual”. Esa travesía hasta Palomino, Bolívar, la hizo para rendirle homenaje a Cresencio Salcedo, compositor de una de las canciones tradicionales de la banda sonora decembrina colombiana, “El año viejo”.
Y es que ese es el motivo de la mayoría de sus viajes: la historia cultural y política colombiana. “Hay una canción de José Morales, que le gustaba mucho a mi padre, que se llama “María Antonia”. En ella hay un verso que dice ‘la ventera que vive al otro lado del río’: yo averigüé que ese río es el Chicamocha, al frente de Capitanejo, entonces me fui para allá”. O como la vez que viajó a Ceilán, en el Valle del Cauca: “Fui hace poco. Es un corregimiento, no es propiamente un municipio, que pertenece a Bugalagrande. En 1948, era un pueblito liberal en un área dominada por los conservadores, y cuando mataron a Gaitán, el pueblo entró en crisis. Mataron a unos conservadores y, en represalia, Los Pájaros, dirigidos por León María Lozano, ‘El Cóndor’, que era uno de los godos más recalcitrantes de la época, mataron a más de 150 personas en el pueblo. Esta es una de las grandes masacres de los inicios de la violencia en Colombia, ya que uno de los sobrevivientes fue un vendedor de quesos, un campesino llamado Pedro Marín, que luego cambiaría su nombre por Manuel Marulanda, alias Tirofijo. Por esa razón, tenía que visitar Ceilán”.
Despido esta historia con fotos de la carretera de Tuluá a Ceilán, del río Bugalagrande, de mi compañero de viaje en esa travesía Mauricio Rodríguez @liderazgomr y, claro, va también la consabida imagen del templo local, cortesía de #ElTiniebloRezandero.
— Diego Rosselli (@darosselli) August 7, 2024
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Así tiene Rosselli millones de anécdotas, las cuales ya está empezando a recopilar para un libro que planea lanzar a finales de 2025 en alianza con la reconocida editorial Planeta. Mientras tanto, planea seguir recorriendo en compañía de sus dos hijas los corregimientos que le faltan por tachar en su interminable lista y retornar a algunos de sus municipios favoritos, como El Carmen de Bolívar, en el piedemonte de los Montes de María, y Pore, en Casanare. Eso sí, siempre en su Land Rover, sin calefacción, escuchando los ruidos de la carretera y de su compañero, y todo esto hasta que este lo permita. Ya ha cumplido su promesa.