Santa Marta: el verdadero encanto de la ciudad más antigua de Colombia

Entre el mar y la montaña, Santa Marta ofrece una escena cultural y gastronómica renovada que, sin duda, lo sorprenderá.
 
Santa Marta: el verdadero encanto de la ciudad más antigua de Colombia
Foto: Richard Brunsveld/ Unsplash
POR: 
María José Marroquín

Toda mi vida juré y volví a jurar que era una persona de montaña. Y es que, técnicamente, lo soy. Nací y crecí en el altiplano, pasé toda mi infancia en una vereda a 2.700 metros de altura y las montañas siempre han sido un gran amor en mi vida. Las he perseguido desde los Andes hasta el Himalaya y he llorado genuinamente frente a colinas incipientes (que en otros países llaman “montañas”), luego de meses de no ver elevación alguna.

Pero cuando digo que era “una persona de montaña”, me refiero a que siempre la preferí por encima del mar. ¿Saben? Como en esos quizzes de internet en los que hay que escoger una opción (como si la vida fuera una sola dualidad) y aparecía la pregunta: “¿Prefieres ir a/vivir en/escapar/al mar o la montaña?”, yo siempre preferiría la montaña.

Santa Marta

La Sierra Nevada es la montaña costera más alta del mundo a solo 42 km de las playas de Santa Marta. Foto: Diego González.

Así que sí, yo juraba ser una persona de montaña… hasta que me vine a vivir a Santa Marta. Nunca pensé que terminaría viviendo en el lugar donde pasé muchas temporadas de vacaciones y del que en realidad sabía o conocía muy poco, por fuera de los hoteles todo incluido de la niñez o el plan mochilero de los años universitarios.

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El Museo del Oro Tairona exhibe alrededor de 565 objetos arqueológicos y etnográficos del Magdalena. Foto: Óscar Garcés/ Shutterstock. 

Y sí. Sin saber muy bien cómo ni a qué horas (miento, sí que lo sé, pero esa es otra historia), terminé viviendo frente al mar en la primera ciudad fundada en el país. Esa que fue la puerta de entrada al continente para los conquistadores y desde donde se empezó a explorar lo que hoy llamamos Colombia, navegando por el río Magdalena abajo. La de la bonanza bananera y su posterior triste declive. La Perla de América, a la que Escalona le dedicó bellos versos que Carlos Vives retomó para grabar un álbum que lo convirtió en un ícono de la música colombiana y donde el legendario Pibe Valderrama hizo sus primeros pases.

¿Yo, la gran montañera por excelencia, radicada al ciento por ciento en el mar?  Esto me rondó mucho la cabeza hasta que lo entendí: Santa Marta es la hija consentida del mar Caribe, sí, pero es también la niña de los ojos de una cadena montañosa mágica y mística, exuberante e imponente: la Sierra Nevada.

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Pueblo de los kogui en las montañas de la Sierra Nevada. Foto: Joerg Steber/ Shutterstock.

Esa combinación de mar y montaña hace de Santa Marta y sus alrededores un lugar tan único, que no es de extrañar que todo el que la visita sienta una energía particular que atrapa y enamora. Y aunque últimamente oigo decir con frecuencia que “Santa Marta es la nueva Cartagena”, yo espero de corazón (sin ánimo de ofender al Corralito de Piedra) que no sea el caso. Que Santa Marta siga siendo de los locales y no se convierta en un espejismo para mostrarle al visitante, que tenga un turismo responsable y seguro, y que no pierda esa alma deliciosa, relajada y desenfadada que siempre la ha caracterizado.

Esta es, pues, una pequeña carta de amor y agradecimiento a mi nuevo hogar. 

Nuevo espíritu, el alma de siempre

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Un plan relajante es caminar por el malecón de Rodrigo de Bastidas, bautizado así en homenaje al fundador de la ciudad. Foto: Sunsinger/ Shutterstock.

En los últimos tres años he sido testigo de una transformación maravillosa en la ciudad. La he visto florecer cada día con la apertura de espacios culturales y gastronómicos, así como novedosas propuestas de hospitalidad que la hacen cada vez más rica e interesante.

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La Catedral de Santa Marta es la primera basílica construida en América del Sur (1531). Foto: Mark Pitt Images/ Shutterstock.

La ciudad y sus emprendedores locales se han tomado en serio la labor de construir una nueva cara de “la Sama”. Desde la marina, pasando por el recientemente restaurado malecón Rodrigo de Bastidas hasta la plaza de la Catedral, se ha dado una consistente recuperación del centro histórico, por lo que pasear por él hoy en día da verdadero gusto. Bellísimas casas restauradas, buenos restaurantes y acogedores cafés, hoteles, hostales y casas de huéspedes: todo sin perder la autenticidad local ni el alma en el camino.

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El centro histórico se destaca por sus casas de fachadas coloniales y coloridas. Foto: mehdi33300/ Shutterstock.

Un buen punto para comenzar a tantearlo es el famoso parque de los Novios. El lugar que alguna vez abarcara la plaza de mercado principal es hoy el epicentro de una amplia variedad de restaurantes, que ofrecen muchas opciones gastronómicas. Aquí se encuentran dos sitios que se ganaron mi corazón en mis días de primípara en estas tierras: Ouzo y Donde Chucho. Estos dos clásicos, el uno mediterráneo y el otro de delicias del mar, nunca decepcionan.

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Ouzo es un restaurante de inspiración mediterránea. Foto: cortesía Ouzo.

Durante el día, el parque es transitado con ese ritmo pausado y caribeño que busca sombra, frescura y que nunca tiene afán, mientras que por la noche cobra vida con música, espectáculos callejeros y ferias itinerantes. Desde aquí, es posible adentrarse en las animadas calles del área, como el callejón del Correo, la carrera tercera o la calle 17.

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El Hotel Boutique Don Pepe cuenta con doce habitaciones, un spa de terapias de lujo y el restaurante Bacota. Foto: cortesía Hotel boutique Don Pepe.

En este recorrido, vale la pena también pasar por el parque Bolívar y, por qué no, aprovechar para echarle un ojo al Museo del Oro Tairona. Con su exhibición de más de quinientos objetos arqueológicos de las culturas prehispánicas, así como piezas etnográficas de la región del Magdalena, este apéndice de la Red Cultural del Banco de la República renovado en 2014 es abarcado por su propia joya. La Casa de la Aduana, donde se ubica el museo, carga con más mitos y leyendas por su antigüedad de los que aquí tengo espacio para relatar. Sin embargo, el más importante de ellos sería la afirmación de que se trata de la construcción aún en pie más antigua de Santa Marta e incluso de Colombia.

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One Santuario es un hotel, resort natural y centro de retiros de bienestar ubicado en Palomino, a pocos kilómetros de Santa Marta. Foto: cortesía One Santuario.

Y ya que hablamos de casas, no puedo dejar de mencionar algunas que se han adaptado para la hospitalidad y donde definitivamente vale la pena hospedarse. El Hotel Don Pepe es un gran clásico local, perfecto para quienes buscan altos estándares de hotelería. Hay también bellísimas casas de huéspedes, de patios abiertos y plantas colgantes, así como habitaciones amplias, todo ciertamente con un guiño al imaginario macondiano. Si esto sonó como algo tentador, Casa del Níspero o Casa del Totumo son perfectas.

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La Casa del Totumo es una casa colonial del siglo XVIII. Foto: cortesía la Casa del Totumo.

Claro, una visita a Santa Marta no estaría completa sin una exploración de sus aguas, y hoy en día existen todas las opciones posibles para llevarlo a cabo. Lanchas, botes, catamaranes y yates zarpan diariamente desde la bahía, la marina y los embarcaderos del Rodadero, o de poblaciones vecinas, como Taganga. Es una opción perfecta para conocer playas cercanas, pasar un día a bordo de una embarcación en un plan de lujo o para atreverse a practicar buceo, snorkel y otros deportes acuáticos.

Taganga se encuentra a quince minutos de Santa Marta, partiendo del centro histórico de la ciudad. Foto: Óscar Iván Esquivel Arteaga.

Mesa para todos

Ahora, si pasamos a manteles, Santa Marta también ha visto una evolución abismal en su propuesta gastronómica y en su nivel culinario.

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Agua de Río es un restaurante ubicado en el centro histórico de Santa Marta que se caracteriza por su ambiente amigable y fresco. Foto: cortesía Agua del río.

Para empezar el día con el pie derecho, mi gran recomendado es Agua de Río. Este café/bistró, pionero de la nueva movida gastronómica de la ciudad, es todo lo que uno necesita en una mañana samaria. Sus desayunos y brunches no solo son deliciosos, sino que además su ambiente de aire tropical retro es acogedor y fantástico para dejarse tentar por un buen café de la Sierra. Abierto todo el día, es un espacio idóneo también para sentarse a trabajar y picar alguna delicia, almorzar o cenar.

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El cocinero Fabián Rodríguez se dio a la tarea de reinterpretar la tradición culinaria de su región en el restaurante Guásimo. Foto: cortesía Guasimo.

Casa Magdalena y Serena Bistró son otros sitios que entran en mi podio de favoritos por su ambiente maravilloso y su carta variada, en la que han logrado combinar sabores y productos locales con técnicas de alta cocina. El primero tiene el diseño interior mejor logrado de la ciudad, que nunca se ve tan bien como en las noches, acompasadas de buena música y mejor mesa. El segundo es un imperdible para apreciar el atardecer por su espectacular vista a la marina y su carta inspirada en las particularidades tropicales a escala mundial, a cargo del chef Michael McMurdo.

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La carta de Serena Bistró se destaca por sus particularidades tropicales. Foto: cortesía Serena.

No podría dejar de mencionar en esta lista a Guasimo, donde el chef empírico Fabián Rodríguez ha hecho de su cocina de autor un verdadero templo del sibaritismo gourmet. Es una verdadera fiesta de sabor, tradición e ingenio. Sin duda, un gran favorito de los locales, asunto nada desdeñable.

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El restaurante Guasimo se caracteriza por rendir un homenaje a los sabores caribeños. En la foto: queso costeño, pasta de mango, chantilly de miel de la Sierra y corozo. Foto: cortesía Guasimo.

Para un plan relajado con un ambiente hippie chic mi elegido sería Uhma, un jardín urbano que tiene, fácilmente, los mejores sánduches artesanales de la ciudad, con carnes curadas in situ, además de muy buenos platos con tintes de comfort food. Uhma es también un vivero, con lo que se cumple a cabalidad aquello de “jardín de las delicias”; este es un lugar al que disfruto mucho ir a cualquier hora del día. 

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Uhma Jardín de las Delicias combina su faceta gastronómica y coctelera con un lindo vivero al aire libre. Foto: cortesía UHMA.

Y para ponerle el toque dulce a la vida, la parada obligatoria es en Oliva, donde la chef Camila Linero se lleva todos los aplausos por su panadería, pastelería y desayunos. Aquí van a encontrar el mejor pan y los mejores postres de la ciudad. Además, como fan número uno de la buena pastelería, no puedo dejar de darle una mención superespecial a su torta de Nutella, que bien podría cambiar vidas.

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Casa Magdalena, en el centro de la ciudad, es un restaurante inspirado en la Santa Marta del pasado. Foto: cortesía Casa Magdalena.

La noche samaria también le ha dado la bienvenida a una nueva generación de bares y una escena coctelera que definitivamente ha subido la vara en la ciudad, por la que vale la pena dejarse sorprender. Hablemos entonces de Cayetano y la Cava de Mama Jose, dos novedades del último año para ir a la fija.

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El talentoso bartender José Antonio Pita, encargado de brindar la mejor experiencia en el bar Cayetano. Foto: cortesía Cayetano.

Cayetano, localizado en la primera planta del Hotel Basílica, es pequeño, privado y deja que sus cocteles hablen por sí mismos. Un gran lugar para empezar la noche y dejarse tentar por un buen old fashioned o un spicy margarita.

Agua de Río ofrece comida casual como croquetas de mar, mejillones en salsa de queso azul, tostadas de berenjena ahumada y flan de arequipe. Foto: cortesía Agua del río.

La Cava de Mama Jose, por su parte, es sin duda el mejor lugar de la ciudad para los amantes del vino y los cocteles de autor acompañados de unas buenas tapas. Con todo el espíritu de un speakeasy, su carta de vinos ofrece una maravillosa selección que permite hacer la vuelta al mundo en unas cuantas copas y pasar de Chile o Argentina a California, y terminar en España o Italia. Si lo acompañan de un sánduche de ribeye, un tartar de res al pastor o un carpaccio de atún, aún mejor. ¿El ambiente? Fenomenal. Ecléctico y atemporal, como la casa de la abuela chévere en plenos años cincuenta.

Clásicos reinterpretados

La ciudad tiene sus clásicos de ayer y hoy. Uno de ellos es la Catedral Basílica de Santa Marta, emblema religioso de la Perla de América, de estilo renacentista, que se destaca por su impecable fachada blanca, siempre en contraste con el profundo azul del cielo. Aquí descansan los restos de Rodrigo de Bastidas y, en el pasado, también reposaron los de Simón Bolívar, hasta su repatriación a Venezuela en 1842.

Otro clásico imperdible es la quinta de San Pedro Alejandrino, lugar al que le debo una gran disculpa. De la quinta tenía recuerdos de infancia: la insistencia de los adultos por ir en horas de pleno sol, por el simple hecho de tratarse de la última morada del Libertador. “¿Por qué vamos a ir a ver una cama vieja si podemos quedarnos en el mar?”, me preguntaba.

La quinta de San Pedro Alejandrino es el recinto donde falleció Simón Bolívar.  Foto: mehdi33300/ Shutterstock.

Hoy en día, la historia es diferente; ya veo este icónico lugar con otros ojos y lo admiro por su belleza.

En su época dorada, esta hacienda formó parte de una plantación de caña de azúcar, perteneciente a una acaudalada familia, donde, casi por azar, pasó sus últimos días Simón Bolívar. Debilitado y desilusionado tras renunciar a la presidencia, el prócer de la Independencia buscó reposo aquí, entre sus bellos jardines y árboles centenarios, donde finalmente lo alcanzó la muerte.

Por supuesto, la quinta cuenta con su respectivo museo, donde se cuenta toda la historia, pero yo debo confesar que la prefiero para venir a deambular a la hora previa al atardecer, cuando la brisa hace lo suyo y la luz es magnífica. Sentarse frente al lago a oír las aves despidiendo el día, comer un helado paseando por su jardín botánico o asistir a las exhibiciones de arte y ferias que allí se organizan. Gran lugar.

Para una noche cultural, no hay mejor lugar que el teatro Santa Marta. Inaugurado en 1949 y sometido recientemente a una rigurosa renovación, este proyecto del renombrado arquitecto cubano Manuel Carrerá sobresale en la ciudad por su distintivo estilo art déco y una llamativa paleta de colores pastel que adornan la carrera quinta. Dentro de su programación habitual hay cine, teatro, danza, música y encuentros literarios de diversos géneros y para todos los gustos.


Santa Marta se ha convertido en unos de los destinos favoritos para celebrar bodas. Foto: Cortesía Casa Kapikua.

Finalmente, ¿qué más clásico y soñado que un momento decisivo y especial al borde de este Caribe magnífico? Santa Marta ha ido ganando terreno en la categoría de eventos, retiros y bodas, y para esto no hay un lugar como Kapikua, en la vía a Ciénaga. Una casa familiar de tradición que parece tallada en la roca, rodeada de verde y con un acceso excepcional a una playa preciosa, se ha reinterpretado con los años no solo para organizar eventos bellos y fantásticos, sino también para recibir a huéspedes apelando al mayor lujo posible en los días que corren: la privacidad.

Naturaleza mística

Sin duda, una de las cosas que terminaron de enamorarme de esta ciudad han sido sus alrededores. Y es que vivir aquí se parece mucho a vivir a las puertas del paraíso. Basta salir unos cuantos kilómetros de la ciudad para encontrarse con algunas de las playas más maravillosas del continente, me atrevería a decir. Esto sin mencionar el Shangri-La ecológico que es este pedazo de mundo por definición, en el que la flora y la fauna sorprenden una y otra vez. Abundan los ríos que bajan helados y serenos de las alturas de la Sierra, así como los pozos y cascadas en medio del verde exuberante. Hay termales, biodiversidad como ninguna y tantos pisos térmicos como se puedan imaginar.

El hallazgo de Ciudad Perdida tuvo lugar en 1976 por un grupo de investigadores. Foto: Datingscout/ Unsplash.

Custodiadas por la Sierra imponente, las playas que marcan el camino hacia La Guajira son de una belleza alucinante. Arena blanca, palmeras y agua cristalina, de olas poderosas o bahías aquietadas, definitivamente hay de dónde escoger para ir a disfrutar de este regalo de la naturaleza; a ellas se puede acceder ya sea por tierra o por mar. Son famosas Bahía Concha, Cinto, Playa Cristal o Gairaca, al igual que las playas del parque Tayrona, que no tienen comparación.

Mis fines de semana se han convertido en un feliz peregrinaje a Buritaca, Guachaca o Palomino, donde los ríos que bajan de sus alturas a encontrarse con el mar son un espectáculo maravilloso; en ellos se puede experimentar la paz y la relajación, o hacer planes más aventureros, como el tubbing, es decir, navegar por el río a bordo de un neumático. Eso sí, no puede faltar la parada técnica en Sor & Pan, sobre la carretera principal en Buritaca, para morir lentamente con el mejor pan de chocolate de la región.

Niño indígena de la comunidad kogui en el camino a Ciudad Perdida. Foto: Artush/ Shutterstock.

Tal vez uno de los lugares más especiales de esta franja sea la desembocadura del río Piedras en la playa Los Naranjos. Aquí, como en pocos lugares, se puede apreciar ese triángulo perfecto de mar, río y montaña con tanta claridad, y quedar impresionado a la vez por esa sensación de inmensidad y recogimiento, por contradictorio que suene. Definitivamente, hay que experimentarlo para entenderlo, y no puedo pensar en un mejor sitio para hacerlo que en alguna de las casas Barlovento. A la casa original, diseñada por Simón Vélez en 1975, encumbrada en la roca a pocos metros del mar e inspirada en el vuelo del pelícano, se le unió la maloka Barlovento, un hotel que mantiene un espíritu de belleza sin aspavientos modernos y que se dedica a realzar la belleza del lugar. Aquí, el despertar es una obra de arte, mientras la bruma se dispersa y los ojos quedan a merced de este retrato perfecto de la mística de la Sierra Nevada de Santa Marta. 

Tewimake es un hotel de lujo en el que se vive  entre la selva y el río en medio de la Sierra Nevada. Foto: cortesía Tewimake.

Como las posibilidades siguen sin agotarse, Minca siempre viene al rescate cuando busco un clima más fresco y perderme entre el verde. Conocida como la capital ecológica de Colombia, Minca se ha ganado su espacio en el corazón de locales, viajeros y comunidades que les apuestan a modelos de vida enfocados en la sostenibilidad. A cuarenta minutos de Santa Marta, en las faldas de la Sierra Nevada, su clima, sus paisajes y sus planes ecológicos la han convertido en una parada predilecta. Aquí hay varios pozos y cascadas para refrescarse, como las cascadas de Marinka y el Pozo Azul, y su prestigio como paraíso para el avistamiento de aves es reconocido internacionalmente.

La observación de aves es una de las actividades más apetecidas para hacer en esta región. En la foto, un ave tangara. Foto: Artush/ Shutterstock.

Para los amantes del café, una visita a la hacienda La Victoria es imprescindible. A seis kilómetros del pueblo, en lo alto de la montaña, La Victoria produce café arábiga de alta calidad desde 1892 y ofrece recorridos que permiten conocer de cerca todo el proceso de producción, desde la cosecha y recolección hasta la taza final.

El café producido en la Sierra Nevada se caracteriza por tener una acidez media. Foto: Pariwat Pannium/ Unsplash.

Y así, entre todas estas maravillas he hecho mi hogar, tengo nuevas rutinas y nuevos recuerdos, para que la próxima vez que me enfrente a un quiz de internet pueda decir con algo de convicción que también soy una persona de mar.

El geógrafo francés Eliseo Reclus escribió lo siguiente en su libro Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, publicado en 1869: “La verde explanada, las rosadas nubes y las lejanas cimas como salpicadas de polvo de fuego presentan un espectáculo tan bello, que el viajero absorto parece que no tiene vida sino para ver y admirar. Es imposible no revivir uno mismo con todo el ardor de su ser”. Y yo no puedo estar más de acuerdo.

Gracias, Santa Marta, por ese revivir. 

         

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junio
13 / 2024