La revelación de la montaña: la historia del Indio Nasa y su conexión con el Nevado del Huila

Simón Granja Matias
El día en que la tierra se tragó a Yesid Achicué Cuetacue, Indio Nasa en redes sociales, mientras caminaba por el volcán Nevado del Huila, el cielo estaba despejado y el brillo de la luz en la nieve era intenso. Han pasado tres años desde ese momento que marcó la vida de este joven indígena nasa, y hoy entiende que ese instante, que al principio sintió como una traición de la montaña, fue en realidad una enseñanza que le dejó el nevado, el mismo que lo ha acogido desde los trece años.
El brillo del Nevado del Huila es tan intenso, que al caminar por él es necesario entrecerrar los ojos. Es tan intenso, que se alcanza a vislumbrar desde kilómetros a la redonda. Incluso las comunidades indígenas nasas que viven en sus faldas lo llaman la “Montaña luminosa”.
En la actualidad, el proyecto de vida de Yesid se guía bajo ese faro con Yuk’sa Expedición, que nació hace tres años. “Yuk’sa”, en nasa yuwe, el idioma de su pueblo, es la palabra que se utiliza para referirse a los seres vivos que habitan en la parte alta de la montaña. Mediante esta idea, ha logrado que los jóvenes indígenas encuentren una forma de quedarse en su tierra y evitar así el abandono de la cultura nasa.

Además, con este proyecto comunitario, Yesid tiene el objetivo de acompañar personas a la montaña, tanto nacionales como extranjeras, para que conozcan de manera consciente el nevado y reconozcan a las comunidades que allí habitan, sus usos y costumbres, al igual que los mitos y las leyendas que rodean estas tierras recónditas.
“Sería bonito que todo colombiano conociera esas historias para que tuviéramos más elementos que unieran la pluriculturalidad del país”, dice este joven nasa, estudiante de Filosofía.
Yesid cuenta su historia en la Cinemateca Distrital de Bogotá, un jueves de intensos vientos de agosto. Va camino a Suesca, donde unos amigos suyos lo invitaron a escalar en roca. Dice que el frío cala duro, pese a que él está acostumbrado y a que, además, lleva una chaqueta roja, pantalones con bolsillos y botas de montañista. Pero lo que más se destaca en su indumentaria es una de las ocho mochilas de lana de oveja que su mamá le ha tejido y el sombrero típico nasa (çxwa’) que porta con orgullo, debajo del cual cae el pelo azabache liso y largo. Mide 1,91 metros, es fornido y tiene un septum en la zona nasal. Cuando saluda, dice: “Hola, hermano”, y extiende una mano áspera, como las montañas que escala.
Esa misma mañana llegó a Bogotá, proveniente del resguardo Avirama, en el municipio de Páez (Cauca), lugar donde nació, se crio, vive y seguirá viviendo. Con el volcán Nevado del Huila como sombrero, este pueblo vive esencialmente de la agricultura. La convivencia es amplia porque hay muchos pisos térmicos, desde las nieves hasta los ocres de las tierras desérticas más abajo del cañón, ya colindante con el departamento del Huila. La convivencia con los ecosistemas en esos lugares y las culturas que convergen allí hacen que este territorio sea inmensamente rico. El 80 % de su población está conformado por el pueblo indígena nasa, el 15 % por la comunidad afrodescendiente y el resto es mestizo.
“Nací entre las montañas, viéndolas. Mi infancia giró en torno a ellas. Solo tengo que salir de mi casa y subir una pequeña loma para ver brillar el nevado”. Yesid no se etiqueta como montañista, sino más bien se identifica con la palabra montañero, porque proviene de allá arriba, de ese lugar donde el frío quema la piel, donde el cielo se cae en forma de cristales, donde el puma acecha entre los frailejones, donde el oso dispersa semillas a su paso, donde la vida y la muerte son una, donde nacieron su pueblo y su cultura.
Precisamente, a partir de esa relación con las montañas, Yesid ha orientado su visión de lo que significa ser un joven indígena. No olvida nunca de dónde viene y se muestra orgulloso del legado de territorio que le han dejado los abuelos y los padres, y que en algún momento él asumirá conscientemente.
La mochila de Yesid, el Indio Nasa
La madre de Yesid, llamada Mercedes Cuetacue, se dedica a tejer mochilas; su padre se llama Ramiro Achicué, médico tradicional en la comunidad, conocido como Tehualas en nasa yuwe, que significa guía espiritual. Su padre le ha enseñado a buscar respuestas en la naturaleza, así como a encontrar sabiduría y medios para equilibrar las energías en las plantas; su madre, por su parte, le ha enseñado a conectarse con sus raíces y costumbres milenarias.

La presencia de la tierra en la vida de estas comunidades es tan fuerte que sus apellidos pueden situar geográficamente a una familia. En el caso de Yesid, Achicué es un diminutivo de “calientico”, lo que significa personas originarias de zonas cálidas. Cuetacue, por otro lado, proviene de cuet (piedra) y cue (piedrita); denota a gente que vivía en lo alto de la montaña, donde hay formaciones rocosas parecidas a murallas. Cuando le preguntan por sus apellidos, se entiende que es una mezcla de familias de regiones frías y cálidas.
“Mi relación con mi familia ha sido tejer, construir y manifestar la naturaleza. Comprender el entorno y equilibrarnos con lo que nos rodea”, señala el joven nasa.
La conexión de Yesid con la naturaleza es tan íntima que parte de su ser está unida a ella. En la cultura nasa, cuando nace un niño, los padres entierran el cordón umbilical en la parte trasera de la casa.
“Estamos unidos a ese lugar desde que nacemos. Así, tenemos un referente del sitio al que pertenecemos y del territorio del que venimos. Al fin y al cabo, dejar el cordón en la tierra es comprender que es allí donde terminaremos; regresaremos a la tierra”, explica.
La mochila que lleva Yesid es casi como una extensión de su cordón umbilical. Es un hilo que lo conecta a la tierra y donde carga la cosmovisión de su cultura. Específicamente, la mochila que lleva hoy representa los mundos: el de abajo, el del centro y el de arriba. Esta representación también se refleja en los bastones de mando, ya que para las comunidades indígenas no se trata solo de existir en este plano, sino de cumplir su ciclo y regresar a otro espacio.
Uno de los rituales que menciona Yesid es el Cxapuc, que conmemora la vida de aquellos que están en el mundo de abajo, la parte baja de la mochila. Este ritual implica acercarse al mundo de abajo para agradecer a quienes pasaron por este plano y dejaron hermosos recuerdos en la tierra. Así, los nasas comprenden su relación con la muerte.
En la parte de arriba están los líderes que han sido muy importantes para las comunidades indígenas, y allí también se encuentran las lagunas, las montañas, todo lo que representa la comunidad. En el centro están quienes viven en el presente.
“La muerte no es un estado de sufrimiento, es comprender el ciclo que tenemos. Así que, al llevar esta mochila, recuerdo a mi madre, a mi tierra, pero también todo el proceso que experimento en mi vida como persona”, afirma.
Su primera vez en la montaña
Los padres de Yesid les decían a sus cinco hijos que la cima de la montaña era la casa del diablo. Quizás esto era una referencia al fuego del volcán, debido posiblemente a la influencia católica de la idea del cielo y el infierno. Pero lo que sí es seguro es que lo decían con el objetivo de ahuyentarlos de un peligro latente y real. Sin duda, la montaña es un espacio agreste, salvaje, desconocido y traicionero, que hasta al más grande explorador puede desaparecer.



Sin embargo, la curiosidad le pudo al gato. El hermano mayor, Heber, quería ir a explorar la casa del diablo, así que un día arrancó hacia allá. En ese entonces solo se podía subir hasta el páramo del nevado y sus lagunas, porque es allí a donde van los mayores para las canalizaciones de energía y rituales como el recibimiento del sol.
Heber fue el primer nasa en subir hasta la cumbre del Nevado del Tolima. Llegó hasta el borde del glaciar, y cuando regresó a la casa le contó a Yesid todas sus aventuras. A los trece años, Yesid se fue con su hermano rumbo a la casa del diablo.
Esa primera vez en el nevado, ellos no tenían ni las chaquetas ni los equipos para aguantar el frío de la montaña, así que llevaban cobijas tres tigres y plásticos con los que se arropaban.
“La primera vez que vi la nieve no podía creer que eso estuviera en mi tierra. Aún hoy en día no lo creo, y cuando estoy al frente del glaciar sigo sorprendiéndome y maravillándome. Hasta hoy ya he subido unas 120 veces, y cada vez que subo tengo una percepción diferente. Desde ese momento quedé impactado”.
Una vez que Yesid bajó de la montaña, no paraba de pensar en la próxima vez que volvería a subir. Les contaba a sus amigos y les decía que había paredes inmensas de pura nieve, como la que se formaba en las neveras, pero ellos no le creían. Un día, Yesid decidió llevar una cámara que tenía su papá, tomó fotos y luego se las mostró a sus compañeros, quienes ahí sí se convencieron de que todo lo que él decía era real.
Las fotografías eran de rocas rojas, amarillas, verdes y azules, que hacían que pareciera como si hubiera estado en otro mundo. Actualmente, al campamento donde están esas rocas lo llaman Marte.
“Ese momento me cambió la vida completamente. Fue un encuentro muy bonito que me regaló la vida, porque en la etapa de la juventud siempre estamos encaminados a buscar nuestra identidad y nuestro proyecto de vida, a buscar aquello que le dé sentido a nuestra existencia, y pienso que la montaña se convirtió en eso, en mi sentido de vivir, en mi religión”.
Pero no es solo la montaña, sino también la fotografía, pues a partir de esa vez que les mostró a sus amigos lo que sus ojos vieron, empezó a profesionalizarse cada vez más, hasta el punto de que actualmente varias marcas lo patrocinan por el contenido que sube en sus redes sociales, donde tiene más de 50.000 seguidores. Incluso, gracias a las fotos que subía a Instagram —donde se hace llamar Indio Nasa—, cada vez más personas le preguntaban sobre cómo subir a la montaña, le pedían que las guiara, y así nació su proyecto turístico de Yu’ksa Expedición, con el que organizan visitas guiadas grupales y privadas a los nevados del Huila y del Tolima, además de que ofrecen el servicio de alquiler de equipos.
En la actualidad, Yesid es un apasionado de tomar fotografías de los nevados, porque esto le permite ver que, como cualquier ser vivo, todo va cambiando. Nunca es la misma foto.
La montaña tiene la última palabra
Subir la montaña no es simplemente ascender, es un peregrinaje en el que se comprende que es la montaña la que tiene la última palabra. Es imposible adivinar o prever lo que sucederá: si va a llover o nevar, si hará sol o frío, o si se regresará o no, porque es ella la que manda, la que decide si vives o mueres.

Un momento que definió la vida de Yesid fue cuando la tierra de la montaña se lo tragó. Ese día iba caminando bajo el sol, mirando a su alrededor, cuando de repente, el suelo se hundió bajo sus pies. Quedó atrapado. Iba con otros compañeros que estaban más adelante, pero nadie escuchaba sus pedidos de auxilio. Podría haberse desplazado hacia adelante, hacia el fin de la grieta que parecía no tener fin. Pasó de contemplar el horizonte a ver una roca fría a pocos centímetros de su rostro. Su respiración se agitó. Comprendió que estaba entre la vida y la muerte.
Tras ese momento, Yesid cuestionó el sentido de lo que hacía. Para él, la montaña era su razón de ser, pero llegó a un punto de inflexión. A pesar de ello, hoy sigue ascendiendo por las montañas y sigue aprendiendo.
Yesid siempre le pide a su padre que le realice un refrescamiento, es decir, una limpieza espiritual y energética. Esto se hace porque, cuando ocurren accidentes de este tipo, es porque la montaña está tratando de comunicar algo importante. Estos son espacios muy sensibles, y cuando alguien que los toca lleva consigo muchas cargas emocionales, puede chocar con la sensibilidad de la montaña. Por tal razón, es fundamental solicitar permiso a los ancianos antes de ascender con sabiduría y respeto. No siempre se trata de llegar a la cumbre, ya que hay momentos en los que la montaña se muestra agitada, con lluvia y vientos fuertes, y es entonces cuando se debe aceptar con humildad que la subida no es posible y regresar en la dirección que indica el viento.
(Para seguir leyendo: “La esperanza está en la resistencia de lo minoritario”: Mario Mendoza )