Siempre París, una guía completa para ver la ciudad más romántica con otra mirada
Melissa Serrato Ramírez
Jules Renard consignó en su diario: “Agrega dos letras a París: es el paraíso” (paraíso en francés es paradis). Marcel Duchamp le regaló al principal coleccionista de sus obras una pequeña ampolleta de vidrio, fabricada originalmente para contener suero fisiológico, y comentó: “Pensé en un regalo para Arensberg, que ya tenía todo lo que la fortuna permite adquirir: así que le traje una ampolleta de aire de París”.
Robert Doisneau fotografió a una pareja de jóvenes estudiantes dándose un beso en frente del ayuntamiento de París (Hôtel de Ville). Charles Baudelaire evocó en el Spleen de París o Pequeños poemas en prosa sus deambulaciones en las calles de la capital.
Audrey Hepburn, quien dijo que “París es siempre una buena idea”, también abrió los brazos en los bordes del Sena y saludó con un efusivo Bonjour Paris, cuando cantaba el tema del mismo nombre, en la película Funny Face. Audrey Tautou, conocida mundialmente por encarnar a Amélie Poulain, lanzó piedras sobre el canal Saint-Martin, y hay quienes aseguran que las fotografías de los escenarios donde se rueda Emily en París alcanzan cifras exorbitantes en las redes sociales.
Lo inmaterial, la belleza, el derroche de sitios culturales, el romance, la bohemia, la historia y la promesa de que por el simple hecho de vivir aquí se podrá ser feliz forman parte de las narrativas que han nutrido el imaginario de la Ciudad Luz desde la literatura, la fotografía, el cine, la publicidad y la televisión.
Sin embargo, a mediados de marzo de este año se viralizaron en las redes sociales imágenes en las que se veían las calles de la capital francesa cubiertas de basuras, a causa de una huelga de los recolectores, y otras en las que esos mismos cúmulos de basura alimentaban el fuego de quienes protestaban contra una reforma pensional. En ambos casos, se precisaba al espectador que lo que estaba viendo no estaba sucediendo en una ciudad del mal llamado tercer mundo, sino en París.
Pensaba en esos días que nunca fue más cierto que la realidad supera la ficción, y la realidad es que París es una metrópoli como cualquier otra: densamente poblada, recibe además a gente que se desplaza a diario varias decenas de kilómetros desde la periferia o las ciudades aledañas para ir a trabajar o estudiar, con más carros y motos que vías, costosa, hostil en el trato cotidiano y, por supuesto, escenario de múltiples tensiones sociales.
Así, las imágenes de París ahogada y ardiendo entre la basura eran la antípoda perfecta de esa imagen idílica de tarjeta postal que se tiene de la Ciudad Luz. Pero, al mismo tiempo, la existencia de esas imágenes hablaba del asombro y el desconcierto que producía el aparente derrumbe de su fama, y digo aparente porque la verdad es que a París no la precede su fama, sino la misma París, o dicho de otra manera: París está por encima de cualquier cosa, buena o mala, que se diga de ella.
Por eso, Diners consagra estas páginas a un recuento de lugares y recorridos en los que se puede gozar de algunos de los inevitables clichés de la capital francesa, así como también de otros en los que es posible alejarse de ellos y disfrutar de esa magia inacabable que abunda en esta ciudad.
El concreto y el verde pueden maridar a la perfección
Están situados en medio de edificios de oficinas y avenidas congestionadas y ruidosas, pero una vez que se está dentro de algunos parques de la capital francesa, es posible evadirse del frenesí de la ciudad.
Para eso, nada mejor que el Jardín de Luxemburgo y el de las Tullerías, repletos de árboles altos que ofrecen frescas sombras en la temporada estival, donde los lugareños aprovechan para almorzar tranquilamente o hacer pausas en medio del trabajo, bajo la mirada de estatuas de heroínas y héroes mitológicos que también vigilan el andar de los transeúntes. He leído periódicos y libros enteros en los bancos de estos apacibles jardines, por lo que puedo asegurar que son escenarios propicios para respirar aire fresco y recogerse en calma entre los sonidos que regala el viento cuando juguetea con las hojas de los árboles y el canto de diversas especies de aves.
Y aunque parezca increíble, un fragmento de los Campos Elíseos también cuenta con serenos espacios verdes. Justo donde empieza la rotonda y hasta la plaza de la Concordia, en ambos costados de las vías vehiculares, se pueden encontrar espacios verdes, con bancos para descansar y olvidar los cientos de comercios de deslumbrantes publicidades que se hallan entre la rotonda y el arco del Triunfo.
Pero si se trata de deleitarse con la naturaleza, una caminata en el Jardín de Plantas, justo frente al Museo de Historia Natural, hará las delicias de los sentidos, con flores aromáticas y algunas especies raras venidas de diferentes latitudes, que dejan boquiabiertos a los caminantes por su exotismo. Además, se puede visitar su invernadero, con especies tropicales, y su zoológico, donde habitan unos fornidos y bien cuidados orangutanes de Borneo.
Y uno de mis preferidos: el Roger-Stéphane. Está prácticamente escondido, por lo que para llegar a él hay que atravesar un pasaje angosto, al final del cual se abre repentinamente frente a los ojos un pequeño y singular paraje verde, en cuyo fondo, tras pasar por debajo de un túnel de árboles, un farol y un banco se convierten en el escape perfecto para enamorados o para olvidarse por un momento de todo y todos.
Pícnic, restaurantes, braserías y bistrós
En París, es fácil dejarse tentar por los menús gourmet de prestigiosos restaurantes conducidos por grandes chefs reseñados en la guía Michelín. Pero si se buscan alternativas con precios más asequibles, también es posible acudir a pequeñas braserías y bistrós de manteles de cuadros que proponen platos típicos de la cocina francesa y hecha en casa.
Sin embargo, se puede hacer también una pausa verde y gastronómica al final de la jornada laboral; para esto, los locales adoran servirse de los parques de la ciudad, con sus amplias zonas verdes, de pasto suave y tupido, que sirven de mantel para hacer pícnic, con productos locales y frescos de temporada, y la compañía infaltable y siempre grata de una botella de vino compartida en pareja o con amigos.
El parque Monceau, reconocido como uno de los más bellos de la capital francesa, es ideal. Cuenta con una pila rodeada de columnas corintias, un molino holandés, una pagoda china y un puente de estilo veneciano. Otros parques propicios para “picniquear”, como dicen aquí, son el Montsouris, tal vez el que propone más calma y silencio; el Martin Luther King, con un gran estanque que recicla el agua lluvia; el Buttes-Chaumont, célebre por su templo de la Sibila, aunque cerrado actualmente por renovaciones; el de Bercy, donde se encuentra la Cinemateca francesa, con una selecta programación a tarifas cómodas, y el de la Villette, un grandísimo complejo en el que se reúnen una amplia sala de exposiciones, talleres de artistas, espacios para actividades culturales, proyecciones gratuitas de cine al aire libre (solamente en verano) e incluso la Ciudad de las Ciencias y la Industria, donde se explica y difunde el conocimiento científico de manera lúdica.
Sería imposible no mencionar el parque André Citroën, cuyos árboles están distribuidos geométricamente y rodean una zona de la que salen chorros de agua para el disfrute de los niños. Adicionalmente, hay un globo al que se puede subir por 17 euros, para darle una mirada panorámica a la Ciudad Luz, a 150 metros de altura y durante 10 minutos. Las fotos que se pueden hacer desde aquí son inigualables, ya que la torre Eiffel se encuentra muy cerca y se la puede ver en todo su esplendor y casi al mismo nivel.
Pasajes para caminar entre edificios contiguos
Las galerías cubiertas de París son una verdadera curiosidad arquitectónica. Surgieron y se popularizaron en el siglo XIX, hasta llegar a ser unas 150, aun cuando con el tiempo fueron desapareciendo; hoy se conservan entre 20 y 30, aproximadamente.
Se trata de corredores relativamente angostos, de un solo piso y entechados con cristales, localizados entre edificios contiguos. En sus orígenes tenían la vocación de proteger de la intemperie a los habitantes del sector, aunque también pretendían ser un lugar de comercio y encuentro, pues a cada lado de estos pasajes se pueden hallar almacenes y restaurantes.
Su encanto consiste precisamente en que, al entrar en ellos, se tiene la sensación de meterse en las entrañas de París, además del hecho de que no todo el mundo accede a ellos, porque pueden llegar a pasar desapercibidos; en su gran mayoría son espacios silenciosos, con una acústica y una luz particular.
Adentro hay verdaderas joyas gastronómicas; casi siempre, es posible encontrar una librería, un café y otras tiendecitas de los más variados y curiosos artículos de colección, o en muchos casos, artículos producidos por sus propietarios. A mi juicio, la más hermosa es la galería Vivienne, puesto que sus muros son claros, los ventanales de las vitrinas son amplios y tienen marcos de madera, y su piso baldosinado con formas circulares da una leve sensación de laberinto.
El pasaje Verdeau cuenta con la luz natural del techo de cristal y además con pequeños faroles, que le dan un aire secreto. Una de sus particularidades es que conecta directamente con el pasaje Jouffroy, cuyo suelo es de mármol. En el Verdeau se pueden encontrar varios anticuarios y bistrós de ricos platos, así como también varias jugueterías e incluso la entrada al Hotel Chopin, cuyo nombre original era Hotel de las Familias, pero que tomó el apellido del célebre compositor porque se dice que tenía el hábito de atravesar este pasaje en los años que residió en París.
En esta lista se destaca también el pasaje de los Panoramas, el primer pasaje cubierto de París, además de ser el más estrecho y concurrido de todos. En sus 133 metros de intensa actividad se pueden encontrar una imprenta, tiendas gourmet y varios locales de filatelia.
Del lujo y otros demonios
Chanel, Dior, Givenchy, Yves Saint Laurent, Guerlain, Hermès, Louis Vuitton, Pierre Cardin, Goyard, Polène, Baccarat, Lalique, Christofle, Chaumet, Dinh Van, Boucheron, Cartier… Sin duda, la industria del lujo nació en París; por eso no es extraño que algunos vengan con la ilusión de poder acceder a estas y otras boutiques, que innegablemente son espacios dignos de recorrer, ya que sus diseños evocan el ADN de las marcas, sus momentos fuertes, sus creadores y sus piezas faro.
Sin embargo, para darles un vistazo a las tendencias que proponen estas casas, no hay que hacer las largas filas que se arman frente a algunas de estas tiendas en los Campos Elíseos ni en la perpendicular avenue Montaigne; más vale caminar un par de cuadras por encima de la “avenida más famosa del mundo” hasta alcanzar la rue Saint-Honoré, que a lo largo de sus casi dos kilómetros agrupa las vitrinas de la mayoría de estas suntuosas marcas.
Cada milímetro de estos aparadores cambia con regularidad, y los atuendos o accesorios que exhiben permiten apreciar con claridad texturas, cortes, colores y líneas que definen las siluetas de cada temporada.
Desde allí, desviando un poco hacia el norte, se puede llegar a la deslumbrante plaza Vendôme, donde estas y otras marcas cuentan con boutiques dedicadas únicamente a sus colecciones de alta joyería, estratégicamente ubicadas alrededor de la columna Vendôme y lindando con el Hotel Ritz.
Barrios pintorescos
Montmartre se ha ganado con derecho propio la reputación de ser el barrio bohemio y más encantador de París. Está situado en una colina que se alza 130 metros, coronada por la basílica del Sagrado Corazón, a la que se accede en funicular por 1,90 euros.
Ni en los peores días de invierno escasea la afluencia de turistas, quienes, tras visitar el templo, van directo a la plaza de Tertre, donde un grupo de artistas pintan retratos y caricaturas por varias decenas de euros, siguiendo los pasos de grandes artistas que crearon y vivieron allí. Sin embargo, Montmartre tiene mucho más para ofrecer. Por ejemplo, el único viñedo de la capital se encuentra bajando por la rue des Saules y también la Casa Rosada, un pequeño restaurante cuya fama se debe, esencialmente, a su color.
Al dar un paseo por este barrio hay que detenerse, necesariamente, frente a la estatua del Passe-Muraille, en la que un hombre está incrustado en una pared y cuya historia salió de la imaginación del escritor Marcel Aymé; también hay que parar a ver la estatua de la cantante de origen egipcio Dalida, cuyos senos, según la leyenda popular, deberían tocarse para tener buena suerte en el amor y en el sexo. Otras paradas obligadas son el molino de la Galette, el muro de los Te amo, y para los que no tienen miedo de herirse las rodillas, las escaleras de la rue Mont Cernis.
La Ciudad Floral (Cité Florale) es también un barrio pintoresco, en el que se puede hacer un recorrido de aires bucólicos. Se construyó a principios del siglo XX sobre una pradera triangular, que solía inundarse por su cercanía al río Bièvre. De ahí que no era posible construir edificios, por lo que la municipalidad decidió urbanizar con casas pequeñas, que sus habitantes pintaron de colores pastel y acondicionaron más tarde con preciosos jardines.
Sin embargo, las vibrantes tonalidades de la rue Crémieux se llevan por delante a las de la Cité Florale; incluso es conocida por ser la calle de los colores del arcoíris.
Tras los fantasmas
Visitar los cementerios de París permite sumergirse en la historia de grandes personajes universales, que por diversas circunstancias escogieron esta ciudad como segunda patria. Los más famosos se encuentran en el cementerio de Père-Lachaise, donde reposan Abelardo y Eloísa, Édith Piaf, Jim Morrison, Molière, Óscar Wilde, Marcel Proust, Honoré de Balzac, Camille Pissarro, entre muchos otros, y también en el de Montparnasse, en el que yacen Julio Cortázar, César Vallejo, Marguerite Duras, Samuel Beckett, Charles Baudelaire, Serge Gainsbourg, Emil Cioran, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, estos dos últimos bajo una misma lápida.
Cuando se visitan, resulta un verdadero juego de pistas ir, con mapa en mano, a la cacería de sus tumbas, que muchas veces están escondidas en espacios recónditos o tan evidentes que se escapan a la vista.
Pero también hay varias tumbas de personas anónimas que gozan de magníficas sepulturas, por lo que es inevitable detenerse frente a ellas y preguntarse quién habría sido aquella o aquel a quien dedicaron tan rocambolesco o tan parco sepulcro.
“París es siempre una buena idea”, pero el Sena, aún más
A lo largo de los trece kilómetros por los que el río Sena corta a París casi por la mitad, no hay ningún punto en el que la vista no sea admirable. Ya sea desde cada uno de sus 37 puentes o desde sus orillas, se pueden ver prácticamente todos los monumentos de la ciudad y sus apacibles aguas, que solo se perturban por el tránsito de barcos de turistas y algunos otros transportadores de mercancías.
Los empresarios lo saben bien, por lo que no es casualidad que algunos de los más famosos rooftops de la ciudad tengan largas listas de espera por su vista privilegiada al Sena, y por supuesto a la torre Eiffel, situada justo enfrente del río. Sin embargo, las cuentas que se pueden llegar a pagar en estos establecimientos pueden ascender a varios cientos de euros.
Lo paradójico —y lo mejor de todo— es que para disfrutar de la belleza del Sena no hace falta pagar nada. Es el regalo más auténtico y valioso de la ciudad para quienes viven en París o vienen a visitarla, ya que se da a todos, se pone a sus pies, sin reparos.
Por fortuna, las sucesivas administraciones de la ciudad han tenido el acierto de hacer peatonales y no vehiculares algunas de sus calles aledañas, por lo que es un verdadero placer pasear por ellas a pie, en bicicleta, en patines, o simplemente sentarse al borde del río con un grupo de amigos a comer baguette, quesos, jamones, vino y, por qué no, a beber champaña.
Es el marco perfecto de la simpleza del buen vivir, pues permite pasar un gran momento, sin códigos de vestimenta, filas, cuentas costosas ni hora de cierre, pues las reuniones pueden empezar temprano en el día y extenderse hasta la noche o incluso hasta la madrugada, además de que se tiene la posibilidad de contemplar la magia del atardecer y del amanecer.